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HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
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HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
WULF
Fecha de nacimiento: AD 750
Lugar de nacimiento: Hammerfest, Noruega
Lema: Mátalos a todos, y que Odín los separe.
Canción favorita para cazar: AC/DC: Back in Black
Ubicación actual: Twin Cities, Minnesota
Frase de Night Embrace: "Sabes, Talon, matar a un vampiro chupa-almas sin una buena pelea es como el sexo sin juego previo… una absoluta pérdida de tiempo y completamente… insatisfactorio."
Wulf es un guerrero Vikingo cuya imprudencia lo puso en contacto con Morginne, una poderosa Cazadora Oscura. Ella lo engañó e intercambió sus almas.
Él es el único Cazador Oscuro a quien jamás se le otorgó un Acto de Venganza. Y como fue erróneamente convertido por otro Cazador Oscuro, sus poderes son muy diferentes a los del resto de sus hermanos. El poder más extraño de todos es el de la amnesia. Ningún humano o animal es capaz de recordarlo cinco minutos después de abandonar su presencia. Las únicas excepciones son aquellos que llevan la sangre de su Escudero original.
Como la única cláusula de salida para un Cazador Oscuro es el amor de un humano, y ningún humano es capaz de recordarlo (y según el Código de los Cazadores Oscuros ninguno de ellos puede involucrarse romántica o físicamente con su Escudero), Wulf, solo, está condenado a una eternidad de cacería.
Fecha de nacimiento: AD 750
Lugar de nacimiento: Hammerfest, Noruega
Lema: Mátalos a todos, y que Odín los separe.
Canción favorita para cazar: AC/DC: Back in Black
Ubicación actual: Twin Cities, Minnesota
Frase de Night Embrace: "Sabes, Talon, matar a un vampiro chupa-almas sin una buena pelea es como el sexo sin juego previo… una absoluta pérdida de tiempo y completamente… insatisfactorio."
Wulf es un guerrero Vikingo cuya imprudencia lo puso en contacto con Morginne, una poderosa Cazadora Oscura. Ella lo engañó e intercambió sus almas.
Él es el único Cazador Oscuro a quien jamás se le otorgó un Acto de Venganza. Y como fue erróneamente convertido por otro Cazador Oscuro, sus poderes son muy diferentes a los del resto de sus hermanos. El poder más extraño de todos es el de la amnesia. Ningún humano o animal es capaz de recordarlo cinco minutos después de abandonar su presencia. Las únicas excepciones son aquellos que llevan la sangre de su Escudero original.
Como la única cláusula de salida para un Cazador Oscuro es el amor de un humano, y ningún humano es capaz de recordarlo (y según el Código de los Cazadores Oscuros ninguno de ellos puede involucrarse romántica o físicamente con su Escudero), Wulf, solo, está condenado a una eternidad de cacería.
Barachiel- Cinefilo
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Puntos de Agradecimiento : 3
Fecha de inscripción : 01/04/2009
Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Hay algunos besos por los que vale la pena morir…
Thrylos (Leyenda)
Atlántida.
Legendaria. Mística. Dorada. Misteriosa. Gloriosa y mágica.
Hay quienes afirman que nunca existió.
Pero también hay quienes piensan que están a salvo en este moderno mundo de armas y tecnología. A salvo de todos los antiguos demonios. Incluso creen que los hechiceros, los guerreros y los dragones murieron hace tiempo.
Hay tontos que se aferran a su lógica y su ciencia, pensando que ellas van a salvarlos. Nunca serán libres o estarán seguros, no mientras se rehúsen a ver lo que hay delante de sus propios ojos.
Porque todos los antiguos mitos y leyendas tienen origen en la verdad, y a veces la verdad no nos libera. A veces nos esclaviza aún más.
Pero vengan, quienes son imparciales, y escúchenme contar un cuento acerca de la historia del más perfecto paraíso que jamás existió. Más allá de los míticos Pilares de Heracles, en el gran Egeo, hubo una tierra una vez orgullosa que abrigó a una raza mucho más avanzada que cualquier otra anterior o posterior.
Fundada en las antiguas brumas del tiempo por el primordial dios Archon, la Atlántida tomó su nombre de la hija mayor de Archon, Atlantia, cuyo nombre significaba "delicada belleza." Archon conjuró la isla con la ayuda de su tío, el dios del océano Ydor, y su hermana Eda –tierra— para otorgarle la tierra a su esposa Apollymi para que pudieran poblar el continente con sus frutos divinos, que tendrían todo el espacio necesario para crecer y juguetear.
Apollymi lloró con tanta alegría ante su regalo, que sus lágrimas inundaron la tierra y convirtieron a la Atlántida en una ciudad dentro de otra ciudad. Islas gemelas rodeadas por cinco canales de agua.
Allí, ella daría a luz a sus hijos inmortales.
Pero pronto se descubrió que la gran Destructora, Apollymi, era estéril. A pedido de Archon, Ydor habló con Eda y juntos crearon una raza de Atlantes para poblar las islas y traer alegría nuevamente al corazón de Apollymi.
Funcionó.
Dorados y hermosos en honor a la reina diosa, los Atlantes eran muy superiores a cualquier otra raza humana. Por sí mismos le dieron placer a Apollymi y lograron que la gran Destructora sonriera.
Amantes de la paz y justos, como sus antiguos dioses, los Atlantes no conocían la guerra. Ni la pobreza. Usaban sus mentes psíquicas y su magia para vivir armoniosamente dentro del equilibrio de la naturaleza. Le daban la bienvenida a todos los extranjeros que llegaban a sus orillas y compartían con ellos sus dones de curación y prosperidad.
Pero cuando el tiempo pasó y otros panteones y otras personas comenzaron a desafiarlos, los Atlantes se vieron forzados a luchar por su patria.
Para proteger a su gente, los dioses Atlantes entraron en un constante conflicto con el advenedizo panteón Griego. Para ellos, los Griegos eran niños que luchaban por la posesión de cosas que jamás entenderían. Los Atlantes intentaron ocuparse de ellos como cualquier padre lo haría con un pequeño furioso. Equitativamente. Pacientemente.
Pero los Griegos no querían oír su antigua sabiduría. Zeus y Poseidón, entre otros, estaban celosos de las riquezas y la serenidad de los Atlantes.
Sin embargo, era Apolo quien más codiciaba su isla.
Apolo, un despiadado y astuto dios, se puso en acción para quitarles a los dioses mayores la Atlántida. A diferencia de su padre y su tío, él sabía que los Griegos nunca podrían derrotar a los Atlantes en una contienda abierta. Sólo desde adentro uno podría conquistar la antigua y avanzada civilización.
Entonces cuando Zeus proscribió a la raza guerrera de Apolo, los Apolitas, de su Grecia nativa, Apolo congregó a sus hijos y los condujo a través del mar hacia las orillas de la Atlántida.
Los Atlantes se compadecieron de la raza psíquica Apolita, los cuales parecían dioses, que había sido perseguida por los Griegos. Veían a los Apolitas como primos y los acogieron mientras acataran las leyes Atlantes y no causaran conflictos.
Públicamente, los Apolitas hicieron lo que les decían. Hicieron sacrificios a los dioses Atlantes sin romper el pacto con su padre, Apolo. Cada año elegían a la más hermosa virgen entre ellos y se la enviaban a Delfos como una ofrenda a Apolo por su generosidad al darles un nuevo hogar donde un día reinarían como dioses.
En el año 10,500 a.c. la hermosa aristócrata Cleto fue enviada a Delfos. Apolo se enamoró instantáneamente de ella, y le engendró cinco pares de gemelos.
Fue a través de su amante y sus hijos que anticipó su destino. Al final, ellos lo conducirían al trono de la Atlántida.
Mandó de regreso a la Atlántida a su amante y sus hijos, donde se casaron dentro de la familia real Atlante. Como los hijos mayores de Apolo se habían casado con los nativos Atlantes y habían mezclado las dos razas, haciendo a sus hijos aún más fuertes, también ellos lo harían. Sólo él mantendría pura la descendencia real para asegurar la fuerza y la lealtad de la corona Atlante para sí mismo.
Tenía planes para la Atlántida y sus hijos. A través de ellos, Apolo gobernaría el mundo entero y derrotaría a su padre así como su padre había derrotado al anciano dios Cronos antes que él.
Se decía que el propio Apolo visitaba a la reina de cada generación y engendraba al heredero Atlante en ella.
Con cada último hijo que nacía, Apolo iba a sus oráculos para saber si ese hijo sería el que destronaría a los dioses Atlantes.
Cada año le decían que no.
Hasta el 9548 a.c.
Como era su costumbre, Apolo visitó a la reina Atlante, cuyo rey había fallecido más de un año atrás. Apareció ante ella como un fantasma y engendró a su hijo mientras ella dormía y soñaba con su esposo muerto.
Fue también ese año que los dioses Atlantes se enteraron de sus propios destinos. Porque la reina de los dioses Atlantes, Apollymi, quedó embarazada con el hijo de Archon.
Luego de todos esos siglos de anhelar un hijo propio, finalmente el deseo de la Destructora le había sido concedido. Se dijo que la isla de la Atlántida floreció ese día, y que conoció más prosperidad que nunca antes. La diosa reina celebró gozosamente mientras le contaba la noticia a los demás dioses.
En cuanto los Destinos escucharon su anuncio, observaron a Apollymi y Archon y proclamaron que el hijo no nacido de Apollymi provocaría la muerte de todos ellos.
Una por una, los tres Destinos pronunciaron una sola oración de profecía.
"El mundo como lo conocemos, terminará."
"Todos nuestros destinos descansarán en sus manos."
"Como un dios, cada capricho suyo será el dominio supremo."
Aterrado por la predicción, Archon le ordenó a su esposa que matara al infante venidero.
Apollymi se rehusó. Había esperado demasiado tiempo para tener su hijo como para verlo innecesariamente muerto debido a las palabras de las celosas Destinos. Con la ayuda de su hermana, dio a luz a su hijo prematuramente y lo escondió en el mundo mortal. Para Archon, ella parió un bebé de piedra.
—He tenido suficiente de tus infidelidades y mentiras, Archon. De hoy en adelante has endurecido mi corazón. Un hijo de piedra es todo lo que tendrás de mí.
Enfurecido, Archon la encerró en Kalosis, un reino inferior entre este mundo y el suyo.
—Ahí te quedarás hasta que tu hijo esté muerto.
Y entonces los dioses Atlantes se volvieron contra la hermana de Apollymi hasta forzar una confesión de ella.
—Él nacerá cuando la luna trague al sol y la Atlántida sea bañada por una oscuridad total. Su majestuosa madre llorará por miedo a su nacimiento.
Los dioses fueron a la reina Atlante, ya que el nacimiento de su hijo era inminente. Como había sido predicho, la luna eclipsó al sol mientras ella luchaba por dar a luz, y cuando su hijo nació, Archon ordenó que el bebé fuera asesinado.
La reina lloró y le rogó a Apolo que la auxiliara. Seguramente su amante no permitiría que su hijo fuera asesinado por los dioses más ancianos.
Pero Apolo la ignoró y ella vio desamparadamente cómo mataban a su hijo recién nacido frente a sus ojos.
Lo que la reina no sabía era que Apolo ya había sido informado de lo que sucedería y no era su hijo el que ella llevaba, sino otro niño que él había cambiado en su vientre para salvar al propio.
Con la ayuda de su hermana, Artemisa, Apolo había llevado a su hijo a casa, en Delfos, donde el niño fue criado entre las sacerdotisas de Apolo.
Como los años pasaron y Apolo no regresó a la reina Atlante para engendrar otro heredero, su odio por él creció. Despreciaba al dios Griego que no podía ser molestado para darle un hijo que reemplazara al que había perdido.
Veintiún años después de haber presenciado el sacrificio de su único hijo, la reina se enteró de otro hijo engendrado por el dios Griego Apolo.
Este había nacido de una princesa Griega que había sido otorgada al dios como una ofrenda, con esperanza de inclinar la bendición del dios hacia los Griegos, que estaban en guerra con los Atlantes.
En cuanto las noticias llegaron a la reina, su amargura interna aumentó hasta que su corriente la abrumó.
Convocó a sus propias sacerdotisas para preguntarles dónde podría ser encontrado el heredero de su imperio.
—El heredero de la Atlántida reside en la casa de Ancles.
La misma casa donde había nacido el nuevo hijo de Apolo
Thrylos (Leyenda)
Atlántida.
Legendaria. Mística. Dorada. Misteriosa. Gloriosa y mágica.
Hay quienes afirman que nunca existió.
Pero también hay quienes piensan que están a salvo en este moderno mundo de armas y tecnología. A salvo de todos los antiguos demonios. Incluso creen que los hechiceros, los guerreros y los dragones murieron hace tiempo.
Hay tontos que se aferran a su lógica y su ciencia, pensando que ellas van a salvarlos. Nunca serán libres o estarán seguros, no mientras se rehúsen a ver lo que hay delante de sus propios ojos.
Porque todos los antiguos mitos y leyendas tienen origen en la verdad, y a veces la verdad no nos libera. A veces nos esclaviza aún más.
Pero vengan, quienes son imparciales, y escúchenme contar un cuento acerca de la historia del más perfecto paraíso que jamás existió. Más allá de los míticos Pilares de Heracles, en el gran Egeo, hubo una tierra una vez orgullosa que abrigó a una raza mucho más avanzada que cualquier otra anterior o posterior.
Fundada en las antiguas brumas del tiempo por el primordial dios Archon, la Atlántida tomó su nombre de la hija mayor de Archon, Atlantia, cuyo nombre significaba "delicada belleza." Archon conjuró la isla con la ayuda de su tío, el dios del océano Ydor, y su hermana Eda –tierra— para otorgarle la tierra a su esposa Apollymi para que pudieran poblar el continente con sus frutos divinos, que tendrían todo el espacio necesario para crecer y juguetear.
Apollymi lloró con tanta alegría ante su regalo, que sus lágrimas inundaron la tierra y convirtieron a la Atlántida en una ciudad dentro de otra ciudad. Islas gemelas rodeadas por cinco canales de agua.
Allí, ella daría a luz a sus hijos inmortales.
Pero pronto se descubrió que la gran Destructora, Apollymi, era estéril. A pedido de Archon, Ydor habló con Eda y juntos crearon una raza de Atlantes para poblar las islas y traer alegría nuevamente al corazón de Apollymi.
Funcionó.
Dorados y hermosos en honor a la reina diosa, los Atlantes eran muy superiores a cualquier otra raza humana. Por sí mismos le dieron placer a Apollymi y lograron que la gran Destructora sonriera.
Amantes de la paz y justos, como sus antiguos dioses, los Atlantes no conocían la guerra. Ni la pobreza. Usaban sus mentes psíquicas y su magia para vivir armoniosamente dentro del equilibrio de la naturaleza. Le daban la bienvenida a todos los extranjeros que llegaban a sus orillas y compartían con ellos sus dones de curación y prosperidad.
Pero cuando el tiempo pasó y otros panteones y otras personas comenzaron a desafiarlos, los Atlantes se vieron forzados a luchar por su patria.
Para proteger a su gente, los dioses Atlantes entraron en un constante conflicto con el advenedizo panteón Griego. Para ellos, los Griegos eran niños que luchaban por la posesión de cosas que jamás entenderían. Los Atlantes intentaron ocuparse de ellos como cualquier padre lo haría con un pequeño furioso. Equitativamente. Pacientemente.
Pero los Griegos no querían oír su antigua sabiduría. Zeus y Poseidón, entre otros, estaban celosos de las riquezas y la serenidad de los Atlantes.
Sin embargo, era Apolo quien más codiciaba su isla.
Apolo, un despiadado y astuto dios, se puso en acción para quitarles a los dioses mayores la Atlántida. A diferencia de su padre y su tío, él sabía que los Griegos nunca podrían derrotar a los Atlantes en una contienda abierta. Sólo desde adentro uno podría conquistar la antigua y avanzada civilización.
Entonces cuando Zeus proscribió a la raza guerrera de Apolo, los Apolitas, de su Grecia nativa, Apolo congregó a sus hijos y los condujo a través del mar hacia las orillas de la Atlántida.
Los Atlantes se compadecieron de la raza psíquica Apolita, los cuales parecían dioses, que había sido perseguida por los Griegos. Veían a los Apolitas como primos y los acogieron mientras acataran las leyes Atlantes y no causaran conflictos.
Públicamente, los Apolitas hicieron lo que les decían. Hicieron sacrificios a los dioses Atlantes sin romper el pacto con su padre, Apolo. Cada año elegían a la más hermosa virgen entre ellos y se la enviaban a Delfos como una ofrenda a Apolo por su generosidad al darles un nuevo hogar donde un día reinarían como dioses.
En el año 10,500 a.c. la hermosa aristócrata Cleto fue enviada a Delfos. Apolo se enamoró instantáneamente de ella, y le engendró cinco pares de gemelos.
Fue a través de su amante y sus hijos que anticipó su destino. Al final, ellos lo conducirían al trono de la Atlántida.
Mandó de regreso a la Atlántida a su amante y sus hijos, donde se casaron dentro de la familia real Atlante. Como los hijos mayores de Apolo se habían casado con los nativos Atlantes y habían mezclado las dos razas, haciendo a sus hijos aún más fuertes, también ellos lo harían. Sólo él mantendría pura la descendencia real para asegurar la fuerza y la lealtad de la corona Atlante para sí mismo.
Tenía planes para la Atlántida y sus hijos. A través de ellos, Apolo gobernaría el mundo entero y derrotaría a su padre así como su padre había derrotado al anciano dios Cronos antes que él.
Se decía que el propio Apolo visitaba a la reina de cada generación y engendraba al heredero Atlante en ella.
Con cada último hijo que nacía, Apolo iba a sus oráculos para saber si ese hijo sería el que destronaría a los dioses Atlantes.
Cada año le decían que no.
Hasta el 9548 a.c.
Como era su costumbre, Apolo visitó a la reina Atlante, cuyo rey había fallecido más de un año atrás. Apareció ante ella como un fantasma y engendró a su hijo mientras ella dormía y soñaba con su esposo muerto.
Fue también ese año que los dioses Atlantes se enteraron de sus propios destinos. Porque la reina de los dioses Atlantes, Apollymi, quedó embarazada con el hijo de Archon.
Luego de todos esos siglos de anhelar un hijo propio, finalmente el deseo de la Destructora le había sido concedido. Se dijo que la isla de la Atlántida floreció ese día, y que conoció más prosperidad que nunca antes. La diosa reina celebró gozosamente mientras le contaba la noticia a los demás dioses.
En cuanto los Destinos escucharon su anuncio, observaron a Apollymi y Archon y proclamaron que el hijo no nacido de Apollymi provocaría la muerte de todos ellos.
Una por una, los tres Destinos pronunciaron una sola oración de profecía.
"El mundo como lo conocemos, terminará."
"Todos nuestros destinos descansarán en sus manos."
"Como un dios, cada capricho suyo será el dominio supremo."
Aterrado por la predicción, Archon le ordenó a su esposa que matara al infante venidero.
Apollymi se rehusó. Había esperado demasiado tiempo para tener su hijo como para verlo innecesariamente muerto debido a las palabras de las celosas Destinos. Con la ayuda de su hermana, dio a luz a su hijo prematuramente y lo escondió en el mundo mortal. Para Archon, ella parió un bebé de piedra.
—He tenido suficiente de tus infidelidades y mentiras, Archon. De hoy en adelante has endurecido mi corazón. Un hijo de piedra es todo lo que tendrás de mí.
Enfurecido, Archon la encerró en Kalosis, un reino inferior entre este mundo y el suyo.
—Ahí te quedarás hasta que tu hijo esté muerto.
Y entonces los dioses Atlantes se volvieron contra la hermana de Apollymi hasta forzar una confesión de ella.
—Él nacerá cuando la luna trague al sol y la Atlántida sea bañada por una oscuridad total. Su majestuosa madre llorará por miedo a su nacimiento.
Los dioses fueron a la reina Atlante, ya que el nacimiento de su hijo era inminente. Como había sido predicho, la luna eclipsó al sol mientras ella luchaba por dar a luz, y cuando su hijo nació, Archon ordenó que el bebé fuera asesinado.
La reina lloró y le rogó a Apolo que la auxiliara. Seguramente su amante no permitiría que su hijo fuera asesinado por los dioses más ancianos.
Pero Apolo la ignoró y ella vio desamparadamente cómo mataban a su hijo recién nacido frente a sus ojos.
Lo que la reina no sabía era que Apolo ya había sido informado de lo que sucedería y no era su hijo el que ella llevaba, sino otro niño que él había cambiado en su vientre para salvar al propio.
Con la ayuda de su hermana, Artemisa, Apolo había llevado a su hijo a casa, en Delfos, donde el niño fue criado entre las sacerdotisas de Apolo.
Como los años pasaron y Apolo no regresó a la reina Atlante para engendrar otro heredero, su odio por él creció. Despreciaba al dios Griego que no podía ser molestado para darle un hijo que reemplazara al que había perdido.
Veintiún años después de haber presenciado el sacrificio de su único hijo, la reina se enteró de otro hijo engendrado por el dios Griego Apolo.
Este había nacido de una princesa Griega que había sido otorgada al dios como una ofrenda, con esperanza de inclinar la bendición del dios hacia los Griegos, que estaban en guerra con los Atlantes.
En cuanto las noticias llegaron a la reina, su amargura interna aumentó hasta que su corriente la abrumó.
Convocó a sus propias sacerdotisas para preguntarles dónde podría ser encontrado el heredero de su imperio.
—El heredero de la Atlántida reside en la casa de Ancles.
La misma casa donde había nacido el nuevo hijo de Apolo
Barachiel- Cinefilo
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Fecha de inscripción : 01/04/2009
Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
La reina gritó indignada ante la proclamación, sabiendo que Apolo había traicionado a su propio hijo. Ellos habían sido olvidados mientras él forjaba una nueva raza para reemplazarlos.
Llamando a sus guardias personales, la reina los envió a Grecia, para asegurarse de que la amante de Apolo y su hijo fueran asesinados. Jamás permitiría que ninguno de ellos se sentara en su amado trono.
—Asegúrense de desgarrarlos, para que los Griegos crean que fue hecho por un animal salvaje. No quiero que quede nada que los haga mirar hacia nuestras orillas por esto.
Pero como con todos los actos de venganza, este también fue revelado.
Angustiado, Apolo, sin pensarlo, maldijo a su raza una vez elegida.
"Una plaga a todos aquellos que nazcan Apolitas. Que cosechen todo lo que han sembrado este día. Ninguno de ustedes vivirá más allá de la edad de mi preciosa Ryssa. Todos perecerán dolorosamente el día de su vigesimoséptimo cumpleaños. Como actuaron como animales, se convertirán en ellos. Encontrarán alimento sólo en la sangre de sus iguales. Y nunca jamás podrán caminar por mi reino, donde los veré y seré forzado a recordar qué fue lo que hicieron para traicionarme."
No fue hasta que hubo pronunciado la maldición que Apolo recordó a su propio hijo que estaba en Delfos. Un hijo al cual había maldecido estúpidamente junto con los otros.
Porque una vez dichas, esas cosas jamás pueden ser deshechas.
Pero más que eso, él había sembrado las semillas de su propia destrucción. El día de la boda de su hijo con su más atesorada sacerdotisa, Apolo le había confiado a su hijo todo lo que valoraba en la vida.
—En tus manos está mi futuro. Tu sangre es mía y es a través de ti y tus futuros hijos que yo vivo.
Con esas palabras de atadura, y en un ataque de rabia, Apolo se condenó a sí mismo a la extinción. Porque una vez que la descendencia de su hijo muriera, también lo haría Apolo, y con él, el mismo sol.
Como ven, Apolo no es simplemente un dios. Él es la esencia del sol y tiene en sus manos el equilibrio del universo.
El día que Apolo muera, morirá la tierra y todos los que aquí habitan.
Ahora es el año 2003 d.c. y sólo queda un hijo Apolita que lleva la sangre del antiguo dios…
Llamando a sus guardias personales, la reina los envió a Grecia, para asegurarse de que la amante de Apolo y su hijo fueran asesinados. Jamás permitiría que ninguno de ellos se sentara en su amado trono.
—Asegúrense de desgarrarlos, para que los Griegos crean que fue hecho por un animal salvaje. No quiero que quede nada que los haga mirar hacia nuestras orillas por esto.
Pero como con todos los actos de venganza, este también fue revelado.
Angustiado, Apolo, sin pensarlo, maldijo a su raza una vez elegida.
"Una plaga a todos aquellos que nazcan Apolitas. Que cosechen todo lo que han sembrado este día. Ninguno de ustedes vivirá más allá de la edad de mi preciosa Ryssa. Todos perecerán dolorosamente el día de su vigesimoséptimo cumpleaños. Como actuaron como animales, se convertirán en ellos. Encontrarán alimento sólo en la sangre de sus iguales. Y nunca jamás podrán caminar por mi reino, donde los veré y seré forzado a recordar qué fue lo que hicieron para traicionarme."
No fue hasta que hubo pronunciado la maldición que Apolo recordó a su propio hijo que estaba en Delfos. Un hijo al cual había maldecido estúpidamente junto con los otros.
Porque una vez dichas, esas cosas jamás pueden ser deshechas.
Pero más que eso, él había sembrado las semillas de su propia destrucción. El día de la boda de su hijo con su más atesorada sacerdotisa, Apolo le había confiado a su hijo todo lo que valoraba en la vida.
—En tus manos está mi futuro. Tu sangre es mía y es a través de ti y tus futuros hijos que yo vivo.
Con esas palabras de atadura, y en un ataque de rabia, Apolo se condenó a sí mismo a la extinción. Porque una vez que la descendencia de su hijo muriera, también lo haría Apolo, y con él, el mismo sol.
Como ven, Apolo no es simplemente un dios. Él es la esencia del sol y tiene en sus manos el equilibrio del universo.
El día que Apolo muera, morirá la tierra y todos los que aquí habitan.
Ahora es el año 2003 d.c. y sólo queda un hijo Apolita que lleva la sangre del antiguo dios…
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 1
Febrero 2003
St. Paul, Minnesota
—Oh, querida, gran alerta de semental a las tres en punto.
Cassandra Peters se rió del tono lascivo de Michelle Avery mientras se daba vuelta dentro del atestado bar para ver a un hombre de cabello oscuro y apariencia normal que miraba hacia el escenario donde estaba tocando su banda local favorita, Twisted Hearts.
Balanceándose al ritmo de la música mientras bebía sorbos de su té helado Long Island, Cassandra lo estudió durante un minuto.
—Es un Lechero –decidió luego de un detallado examen de sus “atributos” que constaba su apariencia, su porte y su atavío de leñador.
Michelle sacudió la cabeza.
—No, señora, definitivamente es una Cracker.
Cassandra sonrió al pensar en su sistema de clasificación, que dependía de las cosas por las que no sacarían a un hombre de la cama. Lechero significaba que era atractivo de un modo inusual y que podía traer un vaso de leche a la cama en cualquier momento. Las Crackers estaban un paso arriba, y las Galletitas eran dioses.
Pero lo máximo en aspecto apetecedor era calificado como una Rosquilla Espolvoreada. Una Rosquilla Espolvoreada no sólo era caótica, sino que también violaba su perpetua mentalidad dietética y le rogaba a una mujer que la mordiera.
Hasta la fecha, ninguna de ellas había conocido a una Rosquilla Espolvoreada en carne y hueso. Aún así, no perdían la esperanza.
Michelle le dio un golpecito a Brenda y a Kat en el hombro y señaló discretamente al hombre que estaba inspeccionando.
—¿Galletita?
Kat negó con la cabeza.
—Cracker.
—Definitivamente Cracker –confirmó Brenda.
—Oh, ¿qué sabes tú? Tienes un novio formal –le dijo Michelle a Brenda cuando la banda terminaba su canción y tomaba un descanso—. Dios, ustedes son demasiado críticas.
Cassandra miró nuevamente al chico, que estaba hablando con su amigo y tomando una cerveza longneck. No hacía que su corazón se acelerara, pero la verdad es que muy pocos hombres lo conseguían. Aún así, tenía una actitud sencilla, abierta y una sonrisa agradable y amistosa. Podía ver porqué a Michelle le gustaba.
—De cualquier modo, ¿por qué tendría que importarte lo que nosotras pensamos? –le preguntó a Michelle—. Si a ti te gusta, entonces ve y preséntate.
Michelle estaba horrorizada.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? –preguntó Cassandra.
—¿Qué hago si piensa que soy gorda o fea?
Cassandra puso los ojos en blanco. Michelle era una chica castaña muy delgada que estaba lejos de ser fea.
—La vida es corta, Michelle. Demasiado corta. Por lo que sabemos, él podría ser el hombre de tus sueños, pero si te quedas aquí, babeando y sin hacer nada, jamás lo sabrás.
—Dios –susurró Michelle—, cómo te envidio por esa actitud de vivo—el—día—a—día. Pero no puedo.
Cassandra la tomó de la mano y la arrastró a través del gentío, hacia el hombre.
Le tocó el hombro.
Sobresaltado, él se dio vuelta.
Sus ojos se ensancharon al mirar hacia arriba a Cassandra. Con un metro ochenta y cinco, estaba acostumbrada a ser un monstruo de la naturaleza. A su favor, el tipo no pareció ofendido por el hecho de que ella era cinco centímetros más alta que él.
Luego observó a Michelle, que medía un normal metro sesenta y cuatro.
—Hola –dijo Cassandra, atrayendo nuevamente su mirada a ella—. Estoy haciendo una encuesta rápida. ¿Estás casado?
Él frunció el ceño.
—No.
—¿Saliendo con alguien?
El tipo miró desconcertado a su amigo.
—No.
—¿Homosexual?
Se quedó con la boca abierta.
—¿Perdón?
—¡Cassandra! –dijo Michelle bruscamente.
Ella ignoró a ambos y apretó fuerte la mano de Michelle cuando ella intentó escaparse corriendo.
—Te gustan las mujeres, ¿cierto?
—Sí –dijo él, sonando ofendido.
—Bien, porque mi amiga Michelle aquí presente piensa que eres excepcionalmente lindo y le gustaría conocerte – empujó a su amiga en medio de los dos—. Michelle, este es…
Él sonrió al encontrarse con la mirada sorprendida de Michelle.
—Tom Cody.
—Tom Cody – repitió Cassandra— Tom, esta es Michelle.
—Hola –saludó él, extendiendo su mano hacia ella.
Por la expresión de su amiga, Cassandra podía decir que su amiga no estaba segura de si debía estrangularla o agradecerle.
—Hola –dijo Michelle, dándole la mano.
Una vez que se aseguró de que eran semicompatibles y de que él no la mordería en la primera cita, Cassandra los abandonó y se encaminó de regreso a Brenda y Kat, quienes estaban con la boca abierta mientras la miraban incrédulas.
—No puedo creer que le hicieras eso. –Dijo Kat tan pronto como Cassandra se les unió— Va a matarte más tarde.
Brenda se encogió.
—Si alguna vez me haces eso, voy a matarte.
Kat pasó un brazo por los hombros de Brenda y le dio un abrazo afectuoso.
—Puedes gritarle todo lo que desees, querida, pero no puedo dejar que tú la mates.
Brenda se rió ante el comentario de Kat, sin saber que ella hablaba de corazón. Era la guardaespalda secreta de Cassandra y ya hacía cinco años que estaba con ella. Un record. La mayoría de los guardaespaldas de Cassandra tenían una esperanza de trabajo de aproximadamente ocho meses.
Terminaban muertos o renunciando en el instante en que alcanzaban a ver exactamente quién y qué era lo que estaba detrás de ella. A su modo de pensar, no valía la pena correr el riesgo, ni siquiera por la exorbitante cantidad de dinero que su padre les pagaba para mantener con vida a su hija.
Pero Kat no. Ella tenía más tenacidad y cara jutzpá que cualquier otra persona que Cassandra hubiera conocido. Sin mencionar el hecho de que Kat era la única mujer que conocía que en realidad era más alta que ella. Con un metro noventa y cinco era increíblemente hermosa, Kat llamaba la atención donde quiera que iba. Su cabello rubio caía justo debajo de sus hombros, y tenía los ojos tan verdes que no parecían reales.
—Sabes –le dijo Brenda a Cassandra mientras observaba a Tom y Michelle hablando y riendo—. Daría cualquier cosa por tener tu confianza. ¿Alguna vez dudas de ti misma?
Cassandra respondió sinceramente.
—Todo el tiempo.
—Nunca lo demuestras.
Eso era porque, a diferencia de sus acompañantes, había sólo una pequeñísima posibilidad de que a Cassandra pudieran quedarle otros ocho meses de vida. No podía permitirse estar asustada o ser tímida en la vida. Su lema era tomar todo con las dos manos, y salir corriendo.
Pero ella había estado corriendo toda su vida. Escapando de aquellos que la matarían si tuvieran la oportunidad.
Pero más que nada, había estado escapando de su destino, esperando que de algún modo, de alguna forma, pudiera apartarse de lo inevitable.
Aunque había recorrido el mundo desde que tenía seis años, no estaba más cerca de descubrir la verdad, acerca de su herencia, más de lo que lo había estado su madre antes que ella.
Aún así, con el amanecer de cada día, tenía esperanzas. Esperanzas de que alguien le dijera que su vida no tenía que terminar en su vigesimoséptimo cumpleaños. Esperanzas de que pudiera quedarse en algún lugar por más de unos pocos meses o incluso días.
—¡Epa! – Dijo Brenda con los ojos abiertos, mientras miraba hacia la entrada—. ¡Creo que encontré a nuestras Galletitas! Y, damas, hay tres de ellos.
Riendo ante su tono maravillado, Cassandra giró para ver a tres hombres increíblemente sexy entrando al club. Todos pasaban el metro ochenta y cinco en altura, piel y cabello dorados, y absolutamente magníficos.
Su risa murió instantáneamente, mientras sentía un horrible y fuerte estremecimiento recorriéndola. Era una sensación con la que estaba demasiado familiarizada.
Y que sembraba el terror en su corazón.
Vestidos con costosos suéteres, jeans y chaquetas de esquiar, los tres hombres recorrieron con la mirada a los ocupantes del bar, como los mortales depredadores que eran. Cassandra tembló. Las personas del bar no tenían idea de en cuánto peligro estaban.
Ninguno de ellos.
Oh, dios santo…
—Hey, Cass –dijo Brenda—. Ve y preséntamelos a mí.
Cassandra negó con la cabeza mientras hacía contacto visual con Kat para advertirla. Ella intentó conducir a Brenda lejos de los hombres y de sus miradas oscuras y hambrientas.
—No son nada bueno, Bren. Realmente nada bueno.
La única virtud de ser medio Apolita era su habilidad de ubicar a otros de la especie de su madre. Y algo en sus entrañas le decía que los hombres que caminaban en medio de la gente, registrando a las mujeres con sonrisas seductoras, ya no eran simples Apolitas.
Eran Daimons —una viciosa casta de Apolitas que elegían prolongar sus cortas vidas matando humanos y robando sus almas.
Su carisma de Daimons, único y poderoso, y su sed de almas brotaba de cada poro de sus cuerpos.
Estaban aquí en busca de víctimas.
Cassandra se tragó su pánico. Tenía que encontrar un modo de salir de ahí antes de que se acercaran demasiado y descubrieran quién era ella en realidad.
Tomó el pequeño revólver de su cartera, y buscó una salida de escape.
—Por el fondo –dijo Kat, empujándola hacia la parte trasera del club.
—¿Qué está sucediendo? –preguntó Brenda.
De pronto, el más alto de los Daimons se detuvo en seco.
Giró para mirarlas de frente.
Sus acerados ojos se estrecharon con un intenso interés al ver a Cassandra, y ella pudo sentirlo intentando penetrar en su mente. Bloqueó su intrusión, pero era demasiado tarde.
Tomó del brazo a sus amigos e inclinó la cabeza hacia ellas.
Diablos. Esto apestaba.
Literalmente.
Con la gente del bar, ella no podía abrir fuego, y tampoco podía hacerlo Kat. Las granadas de mano estaban en el auto y Cassandra había optado por dejar las dagas debajo del asiento.
—Este sería un buen momento para decirme que traes tus sais contigo, Kat.
—Nada. ¿Tú tienes tus kamas?
—Sí –respondió sarcásticamente, pensando en sus armas, que parecían pequeñas guadañas—. Las escondí dentro de mi sostén antes de salir de casa.
Cassandra sintió que Kat metía algo frío en su mano. Al mirar hacia abajo, vio el abanico uchiwa de lucha cerrado. Hecho de acero, el abanico estaba afilado en uno de los lados, por lo que era tan peligroso como un cuchillo Ginsu. Doblado, y con sólo veintisiete centímetros de largo, se veía como un inofensivo abanico de mano japonés, pero en manos de Kat o Cassandra, era letal.
Febrero 2003
St. Paul, Minnesota
—Oh, querida, gran alerta de semental a las tres en punto.
Cassandra Peters se rió del tono lascivo de Michelle Avery mientras se daba vuelta dentro del atestado bar para ver a un hombre de cabello oscuro y apariencia normal que miraba hacia el escenario donde estaba tocando su banda local favorita, Twisted Hearts.
Balanceándose al ritmo de la música mientras bebía sorbos de su té helado Long Island, Cassandra lo estudió durante un minuto.
—Es un Lechero –decidió luego de un detallado examen de sus “atributos” que constaba su apariencia, su porte y su atavío de leñador.
Michelle sacudió la cabeza.
—No, señora, definitivamente es una Cracker.
Cassandra sonrió al pensar en su sistema de clasificación, que dependía de las cosas por las que no sacarían a un hombre de la cama. Lechero significaba que era atractivo de un modo inusual y que podía traer un vaso de leche a la cama en cualquier momento. Las Crackers estaban un paso arriba, y las Galletitas eran dioses.
Pero lo máximo en aspecto apetecedor era calificado como una Rosquilla Espolvoreada. Una Rosquilla Espolvoreada no sólo era caótica, sino que también violaba su perpetua mentalidad dietética y le rogaba a una mujer que la mordiera.
Hasta la fecha, ninguna de ellas había conocido a una Rosquilla Espolvoreada en carne y hueso. Aún así, no perdían la esperanza.
Michelle le dio un golpecito a Brenda y a Kat en el hombro y señaló discretamente al hombre que estaba inspeccionando.
—¿Galletita?
Kat negó con la cabeza.
—Cracker.
—Definitivamente Cracker –confirmó Brenda.
—Oh, ¿qué sabes tú? Tienes un novio formal –le dijo Michelle a Brenda cuando la banda terminaba su canción y tomaba un descanso—. Dios, ustedes son demasiado críticas.
Cassandra miró nuevamente al chico, que estaba hablando con su amigo y tomando una cerveza longneck. No hacía que su corazón se acelerara, pero la verdad es que muy pocos hombres lo conseguían. Aún así, tenía una actitud sencilla, abierta y una sonrisa agradable y amistosa. Podía ver porqué a Michelle le gustaba.
—De cualquier modo, ¿por qué tendría que importarte lo que nosotras pensamos? –le preguntó a Michelle—. Si a ti te gusta, entonces ve y preséntate.
Michelle estaba horrorizada.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? –preguntó Cassandra.
—¿Qué hago si piensa que soy gorda o fea?
Cassandra puso los ojos en blanco. Michelle era una chica castaña muy delgada que estaba lejos de ser fea.
—La vida es corta, Michelle. Demasiado corta. Por lo que sabemos, él podría ser el hombre de tus sueños, pero si te quedas aquí, babeando y sin hacer nada, jamás lo sabrás.
—Dios –susurró Michelle—, cómo te envidio por esa actitud de vivo—el—día—a—día. Pero no puedo.
Cassandra la tomó de la mano y la arrastró a través del gentío, hacia el hombre.
Le tocó el hombro.
Sobresaltado, él se dio vuelta.
Sus ojos se ensancharon al mirar hacia arriba a Cassandra. Con un metro ochenta y cinco, estaba acostumbrada a ser un monstruo de la naturaleza. A su favor, el tipo no pareció ofendido por el hecho de que ella era cinco centímetros más alta que él.
Luego observó a Michelle, que medía un normal metro sesenta y cuatro.
—Hola –dijo Cassandra, atrayendo nuevamente su mirada a ella—. Estoy haciendo una encuesta rápida. ¿Estás casado?
Él frunció el ceño.
—No.
—¿Saliendo con alguien?
El tipo miró desconcertado a su amigo.
—No.
—¿Homosexual?
Se quedó con la boca abierta.
—¿Perdón?
—¡Cassandra! –dijo Michelle bruscamente.
Ella ignoró a ambos y apretó fuerte la mano de Michelle cuando ella intentó escaparse corriendo.
—Te gustan las mujeres, ¿cierto?
—Sí –dijo él, sonando ofendido.
—Bien, porque mi amiga Michelle aquí presente piensa que eres excepcionalmente lindo y le gustaría conocerte – empujó a su amiga en medio de los dos—. Michelle, este es…
Él sonrió al encontrarse con la mirada sorprendida de Michelle.
—Tom Cody.
—Tom Cody – repitió Cassandra— Tom, esta es Michelle.
—Hola –saludó él, extendiendo su mano hacia ella.
Por la expresión de su amiga, Cassandra podía decir que su amiga no estaba segura de si debía estrangularla o agradecerle.
—Hola –dijo Michelle, dándole la mano.
Una vez que se aseguró de que eran semicompatibles y de que él no la mordería en la primera cita, Cassandra los abandonó y se encaminó de regreso a Brenda y Kat, quienes estaban con la boca abierta mientras la miraban incrédulas.
—No puedo creer que le hicieras eso. –Dijo Kat tan pronto como Cassandra se les unió— Va a matarte más tarde.
Brenda se encogió.
—Si alguna vez me haces eso, voy a matarte.
Kat pasó un brazo por los hombros de Brenda y le dio un abrazo afectuoso.
—Puedes gritarle todo lo que desees, querida, pero no puedo dejar que tú la mates.
Brenda se rió ante el comentario de Kat, sin saber que ella hablaba de corazón. Era la guardaespalda secreta de Cassandra y ya hacía cinco años que estaba con ella. Un record. La mayoría de los guardaespaldas de Cassandra tenían una esperanza de trabajo de aproximadamente ocho meses.
Terminaban muertos o renunciando en el instante en que alcanzaban a ver exactamente quién y qué era lo que estaba detrás de ella. A su modo de pensar, no valía la pena correr el riesgo, ni siquiera por la exorbitante cantidad de dinero que su padre les pagaba para mantener con vida a su hija.
Pero Kat no. Ella tenía más tenacidad y cara jutzpá que cualquier otra persona que Cassandra hubiera conocido. Sin mencionar el hecho de que Kat era la única mujer que conocía que en realidad era más alta que ella. Con un metro noventa y cinco era increíblemente hermosa, Kat llamaba la atención donde quiera que iba. Su cabello rubio caía justo debajo de sus hombros, y tenía los ojos tan verdes que no parecían reales.
—Sabes –le dijo Brenda a Cassandra mientras observaba a Tom y Michelle hablando y riendo—. Daría cualquier cosa por tener tu confianza. ¿Alguna vez dudas de ti misma?
Cassandra respondió sinceramente.
—Todo el tiempo.
—Nunca lo demuestras.
Eso era porque, a diferencia de sus acompañantes, había sólo una pequeñísima posibilidad de que a Cassandra pudieran quedarle otros ocho meses de vida. No podía permitirse estar asustada o ser tímida en la vida. Su lema era tomar todo con las dos manos, y salir corriendo.
Pero ella había estado corriendo toda su vida. Escapando de aquellos que la matarían si tuvieran la oportunidad.
Pero más que nada, había estado escapando de su destino, esperando que de algún modo, de alguna forma, pudiera apartarse de lo inevitable.
Aunque había recorrido el mundo desde que tenía seis años, no estaba más cerca de descubrir la verdad, acerca de su herencia, más de lo que lo había estado su madre antes que ella.
Aún así, con el amanecer de cada día, tenía esperanzas. Esperanzas de que alguien le dijera que su vida no tenía que terminar en su vigesimoséptimo cumpleaños. Esperanzas de que pudiera quedarse en algún lugar por más de unos pocos meses o incluso días.
—¡Epa! – Dijo Brenda con los ojos abiertos, mientras miraba hacia la entrada—. ¡Creo que encontré a nuestras Galletitas! Y, damas, hay tres de ellos.
Riendo ante su tono maravillado, Cassandra giró para ver a tres hombres increíblemente sexy entrando al club. Todos pasaban el metro ochenta y cinco en altura, piel y cabello dorados, y absolutamente magníficos.
Su risa murió instantáneamente, mientras sentía un horrible y fuerte estremecimiento recorriéndola. Era una sensación con la que estaba demasiado familiarizada.
Y que sembraba el terror en su corazón.
Vestidos con costosos suéteres, jeans y chaquetas de esquiar, los tres hombres recorrieron con la mirada a los ocupantes del bar, como los mortales depredadores que eran. Cassandra tembló. Las personas del bar no tenían idea de en cuánto peligro estaban.
Ninguno de ellos.
Oh, dios santo…
—Hey, Cass –dijo Brenda—. Ve y preséntamelos a mí.
Cassandra negó con la cabeza mientras hacía contacto visual con Kat para advertirla. Ella intentó conducir a Brenda lejos de los hombres y de sus miradas oscuras y hambrientas.
—No son nada bueno, Bren. Realmente nada bueno.
La única virtud de ser medio Apolita era su habilidad de ubicar a otros de la especie de su madre. Y algo en sus entrañas le decía que los hombres que caminaban en medio de la gente, registrando a las mujeres con sonrisas seductoras, ya no eran simples Apolitas.
Eran Daimons —una viciosa casta de Apolitas que elegían prolongar sus cortas vidas matando humanos y robando sus almas.
Su carisma de Daimons, único y poderoso, y su sed de almas brotaba de cada poro de sus cuerpos.
Estaban aquí en busca de víctimas.
Cassandra se tragó su pánico. Tenía que encontrar un modo de salir de ahí antes de que se acercaran demasiado y descubrieran quién era ella en realidad.
Tomó el pequeño revólver de su cartera, y buscó una salida de escape.
—Por el fondo –dijo Kat, empujándola hacia la parte trasera del club.
—¿Qué está sucediendo? –preguntó Brenda.
De pronto, el más alto de los Daimons se detuvo en seco.
Giró para mirarlas de frente.
Sus acerados ojos se estrecharon con un intenso interés al ver a Cassandra, y ella pudo sentirlo intentando penetrar en su mente. Bloqueó su intrusión, pero era demasiado tarde.
Tomó del brazo a sus amigos e inclinó la cabeza hacia ellas.
Diablos. Esto apestaba.
Literalmente.
Con la gente del bar, ella no podía abrir fuego, y tampoco podía hacerlo Kat. Las granadas de mano estaban en el auto y Cassandra había optado por dejar las dagas debajo del asiento.
—Este sería un buen momento para decirme que traes tus sais contigo, Kat.
—Nada. ¿Tú tienes tus kamas?
—Sí –respondió sarcásticamente, pensando en sus armas, que parecían pequeñas guadañas—. Las escondí dentro de mi sostén antes de salir de casa.
Cassandra sintió que Kat metía algo frío en su mano. Al mirar hacia abajo, vio el abanico uchiwa de lucha cerrado. Hecho de acero, el abanico estaba afilado en uno de los lados, por lo que era tan peligroso como un cuchillo Ginsu. Doblado, y con sólo veintisiete centímetros de largo, se veía como un inofensivo abanico de mano japonés, pero en manos de Kat o Cassandra, era letal.
Barachiel- Cinefilo
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Cassandra afirmó su agarre al abanico mientras Kat la llevaba hacia el escenario, donde había una salida para incendios. Se dejó llevar por la multitud hacia la salida, lejos de los Daimons, y lejos de Brenda antes de que se pusiera en peligro estando cerca suyo cuando los Daimons atacaran.
Maldijo la altura de ambas al darse cuenta de que no había modo de esconderse. No había manera de evitar que los Daimons las viesen incluso entre esa gran cantidad de gente, cuando Kat y ella sobresalían tanto entre los demás.
Kat se detuvo en seco cuando otro hombre alto y rubio obstruyó su única vía de escape.
Dos segundos más tarde, se desató el infierno en su lado del club, cuando se percataron de que había más de tres Daimons en el bar.
Había al menos una docena de ellos.
Kat empujó a Cassandra hacia la salida, luego pateó al Daimon hacia atrás, contra un grupo de personas que gritaron y chillaron ante la perturbación.
Cassandra abrió su abanico mientras otro Daimon iba hacia ella con un cuchillo de caza. Ella atrapó la hoja entre las tablillas y lo arrancó de sus manos, luego usó el cuchillo para apuñalar al Daimon en el pecho.
Se desintegró instantáneamente.
—Pagarás por eso, perra –gruñó uno de los Daimons mientras acometía contra ella.
Varios hombres que estaban en la barra se movieron para ayudarla, pero los Daimons se ocuparon rápidamente de ellos mientras otros clientes se encaminaban hacia la salida.
Cuatro Daimons rodearon a Kat.
Cassandra intentó acercarse a ella para ayudarla a quitárselos de encima, pero no pudo. Uno de los Daimons atrapó a su guardaespaldas con un violento soplido que envió a Kat volando hasta una pared cercana.
Kat la golpeó con un ruido sordo, luego aterrizó en el suelo hecha un montón. Cassandra quería ayudarla, pero el mejor modo de hacerlo era llevando a los Daimons fuera del bar y lejos de su amiga.
Se dio vuelta para salir corriendo, sólo para encontrarse con dos Daimons más parados directamente detrás suyo.
La colisión de sus cuerpos la distrajo lo suficiente para que uno de los Daimons le pudiera quitar el cuchillo y el abanico de sus manos de un tirón.
Puso sus brazos alrededor de Cassandra para evitar que se cayera.
Alto, rubio y apuesto, el Daimon poseía una extraña aura sexual que atraía a cualquier mujer hacia él. Era esa esencia la que les permitía apresar eficazmente a los humanos.
—¿Ibas a algún sitio, princesa? –le preguntó, tomando las muñecas de ella con sus manos y bloqueando la posibilidad de luchar por su arma.
Cassandra intentó hablar, pero sus oscuros y profundos ojos la tenían completamente cautivada. Ella sintió los poderes llegando hasta su mente, adormeciendo su habilidad para escapar.
Los otros se le unieron.
Aún así, el que estaba frente a ella mantuvo las manos en sus muñecas, su hipnótica mirada en la de ella.
—Bueno, bueno –dijo el más alto, mientras arrastraba un frío dedo por su mejilla—. Cuando vine a alimentarme esta noche, lo último que esperaba era encontrar a nuestra heredera perdida.
Ella alejó la cabeza de su toque.
—Matarme no va a liberarlos –le dijo—. Es sólo un mito.
El que la estaba sosteniendo la dio vuelta para que enfrentara a su líder.
El líder Daimon rió.
—¿No lo somos todos? Pregúntale a cualquier humano en este bar si los vampiros existen y, ¿qué dirán? –él pasó su lengua por los largos dientes caninos mientras la observaba malvadamente—. Ahora, ven afuera y muere sola, o haremos un banquete con tus amigos.
Deslizó su mirada de depredador hacia Michelle, quien estaba bastante lejos y tan cautivada por Tom que ni siquiera estaba al tanto de la pelea que había tomado lugar en el lado de Cassandra dentro del atestado bar.
—La castaña es fuerte. Su alma sola debería mantenernos al menos por seis meses. Y en cuanto a la rubia…
Su mirada se desvió hacia el lugar donde Kat yacía rodeada por humanos que no parecían comprender cómo se había lastimado. No cabían dudas de que los Daimons estaban usando sus poderes para nublar la mente de los humanos alrededor de ellos, para evitar que interfiriesen.
—Bueno –continuó, siniestramente—, un pequeño bocado nunca lastimó a nadie.
Tomó su brazo al mismo tiempo que el Daimon que la sostenía la dejaba ir.
Renuente a ir tranquila hacia su exterminio, Cassandra regresó a su estricto e intensivo entrenamiento. Regresó a los brazos del Daimon que estaba detrás de ella y le clavó su tacón en el empeine.
Él maldijo.
Ella enterró su puño en el estómago del Daimon parado delante suyo, y luego se movió rápidamente entre los otros dos y se encaminó hacia la puerta.
Con su velocidad inhumana, el Daimon más alto la bloqueó a mitad de camino. Una cruel sonrisa curvó sus labios mientras la empujaba salvajemente para detenerla.
Ella lo pateó, pero él impidió que lo lastimara.
—No lo hagas.
Su profunda voz era hipnótica y estaba llena de promesas de daño letal si ella lo desobedecía.
Varias personas en el bar se dieron vuelta para observarlos, pero con una sola mirada violenta del Daimon todos desviaron la vista.
Nadie la ayudaría.
Nadie se atrevía.
Pero aún no había terminado… Cassandra jamás se rendiría ante ellos.
Antes de poder atacar nuevamente, la puerta de entrada del club se abrió con una ráfaga glacial.
Como si hubiera detectado algo incluso más peligroso que él mismo, el Daimon giró su cabeza hacia la puerta.
Sus ojos se ensancharon con terror.
Cassandra se dio vuelta para observar qué lo había paralizado y entonces ella tampoco pudo apartar la mirada.
El viento y la nieve se arremolinaron en el camino de entrada alrededor de un hombre que medía al menos dos metros.
A diferencia de la mayoría de la gente que andaba caminando en un clima de doce grados bajo cero, el recién llegado vestía sólo una larga y delgada chaqueta de cuero negro que se ondulaba con el viento. Tenía un sólido suéter negro, botas de motociclista, y un par de ajustados pantalones de cuero negros que se ceñían a un cuerpo delgado y fuerte que atraía con promesas sexuales y salvajes.
Poseía el contoneo confiado y mortal del hombre que sabe que no tiene igual. De un hombre que desafiaba al mundo a hacer el intento y enfrentarlo.
Era el paso de un depredador.
E hizo que la sangre de Cassandra se helara.
Si su cabello hubiese sido rubio, ella hubiera creído que era otro Daimon. Pero este hombre era completamente otra cosa.
Su cabello azabache largo hasta los hombros, estaba apartado de un rostro perfectamente esculpido que hacía que su corazón se acelerara. Sus ojos negros eran fríos. Acerados. Su cara era resuelta e impasible.
Ni bonito, ni femenino, ¡el hombre era semejante Rosquilla Espolvoreada que ni siquiera tendría que compartirla con ella en su cama!
Atrayente como un faro, e inconsciente de la multitud del bar, el recién llegado desvió su oscura y mortal mirada de un Daimon al siguiente, hasta que se detuvo en el que estaba al lado de ella.
Una sonrisa lenta y diabólica se extendió por su apuesto rostro, dejando ver una mínima insinuación de colmillos.
Se encaminó directamente hacia ellos.
El Daimon maldijo, y luego la colocó delante de él.
Cassandra luchó contra su agarre, hasta que él extrajo una pistola de su bolsillo y la sostuvo contra su sien.
Gritos y exclamaciones estallaron en el bar mientras la gente corría a refugiarse.
Los otros Daimons se movieron hasta pararse a su lado en lo que parecía ser una formación de batalla.
El recién llegado rió baja y siniestramente mientras los evaluaba. La luz de sus ojos azabache permitía ver a Cassandra cuánto ansiaba él la pelea.
Su mirada, en realidad, los aguijoneaba.
—Mal modo de tomar un rehén –dijo en una voz profunda y suavemente acentuada que retumbaba como un trueno—. Especialmente cuando saben que, de cualquier manera, voy a matarlos.
En ese instante, Cassandra supo quién y qué era el recién llegado.
Era un Cazador Oscuro –un guerrero inmortal que pasaba la eternidad cazando y ejecutando a los Daimons que se alimentaban de almas humanas. Eran los defensores de la humanidad y la personificación de Satán para la gente de Cassandra.
Había oído hablar de ellos toda su vida, pero al igual que con el hombre de la bolsa, lo había atribuido a las leyendas urbanas.
Pero el hombre parado frente a ella no era un invento de su imaginación. Era real, y se veía tan devastador como en las historias que había escuchado.
—Fuera de mi camino, Cazador Oscuro –dijo el Daimon que la tenía agarrada—, o la mataré.
Aparentemente divertido por la amenaza, el Cazador Oscuro negó con la cabeza, como un padre regañando a un niño enojado.
—Sabes, deberías haberte quedado en tu refugio un día más. Esta es noche de Buffy, y además es un capítulo de estreno. –El Cazador Oscuro hizo una pausa para suspirar irritado—. ¿Tienes alguna idea de cuánto me enfurece tener que venir aquí, con el frío que hace, a asesinarte, cuando podría estar calentito en casa, mirando a Sarah Michelle Gellar golpear traseros vistiendo un top con la espalda descubierta?
Los brazos del Daimon temblaron al apretar más fuertemente a Cassandra.
—¡Atrápenlo!
Los Daimons atacaron a la vez. El Cazador Oscuro agarró al primero por la garganta. En un movimiento fluido, levantó al Daimon y lo golpeó contra la pared, donde lo sostuvo en un apretado puño.
El Daimon lanzó un quejido.
—¿Qué eres, un bebé? –preguntó el Cazador Oscuro—. Dios, si vas a matar humanos, lo mínimo que podrías hacer es aprender a morir con un poco de dignidad.
Un segundo Daimon saltó hacia su espalda. Mientras el Cazador Oscuro giraba la parte inferior de su cuerpo, un largo cuchillo de mal aspecto salió del talón de su bota. Él clavó la hoja en el centro del pecho del Daimon.
Instantáneamente, el Daimon se convirtió en polvo.
El Daimon que el Cazador Oscuro sostenía dejó ver sus largos dientes caninos mientras intentaba morderlo y patearlo. El Cazador Oscuro lo tiró a los brazos del tercer Daimon.
Ellos tropezaron hacia atrás y cayeron hechos un montón en el piso.
El Cazador Oscuro sacudió la cabeza al mirar a los dos Daimons que se golpeaban entre sí, intentando ponerse de pie.
Otros más lo atacaron, y los atravesó con una facilidad tan terrorífica como mórbidamente hermosa.
Maldijo la altura de ambas al darse cuenta de que no había modo de esconderse. No había manera de evitar que los Daimons las viesen incluso entre esa gran cantidad de gente, cuando Kat y ella sobresalían tanto entre los demás.
Kat se detuvo en seco cuando otro hombre alto y rubio obstruyó su única vía de escape.
Dos segundos más tarde, se desató el infierno en su lado del club, cuando se percataron de que había más de tres Daimons en el bar.
Había al menos una docena de ellos.
Kat empujó a Cassandra hacia la salida, luego pateó al Daimon hacia atrás, contra un grupo de personas que gritaron y chillaron ante la perturbación.
Cassandra abrió su abanico mientras otro Daimon iba hacia ella con un cuchillo de caza. Ella atrapó la hoja entre las tablillas y lo arrancó de sus manos, luego usó el cuchillo para apuñalar al Daimon en el pecho.
Se desintegró instantáneamente.
—Pagarás por eso, perra –gruñó uno de los Daimons mientras acometía contra ella.
Varios hombres que estaban en la barra se movieron para ayudarla, pero los Daimons se ocuparon rápidamente de ellos mientras otros clientes se encaminaban hacia la salida.
Cuatro Daimons rodearon a Kat.
Cassandra intentó acercarse a ella para ayudarla a quitárselos de encima, pero no pudo. Uno de los Daimons atrapó a su guardaespaldas con un violento soplido que envió a Kat volando hasta una pared cercana.
Kat la golpeó con un ruido sordo, luego aterrizó en el suelo hecha un montón. Cassandra quería ayudarla, pero el mejor modo de hacerlo era llevando a los Daimons fuera del bar y lejos de su amiga.
Se dio vuelta para salir corriendo, sólo para encontrarse con dos Daimons más parados directamente detrás suyo.
La colisión de sus cuerpos la distrajo lo suficiente para que uno de los Daimons le pudiera quitar el cuchillo y el abanico de sus manos de un tirón.
Puso sus brazos alrededor de Cassandra para evitar que se cayera.
Alto, rubio y apuesto, el Daimon poseía una extraña aura sexual que atraía a cualquier mujer hacia él. Era esa esencia la que les permitía apresar eficazmente a los humanos.
—¿Ibas a algún sitio, princesa? –le preguntó, tomando las muñecas de ella con sus manos y bloqueando la posibilidad de luchar por su arma.
Cassandra intentó hablar, pero sus oscuros y profundos ojos la tenían completamente cautivada. Ella sintió los poderes llegando hasta su mente, adormeciendo su habilidad para escapar.
Los otros se le unieron.
Aún así, el que estaba frente a ella mantuvo las manos en sus muñecas, su hipnótica mirada en la de ella.
—Bueno, bueno –dijo el más alto, mientras arrastraba un frío dedo por su mejilla—. Cuando vine a alimentarme esta noche, lo último que esperaba era encontrar a nuestra heredera perdida.
Ella alejó la cabeza de su toque.
—Matarme no va a liberarlos –le dijo—. Es sólo un mito.
El que la estaba sosteniendo la dio vuelta para que enfrentara a su líder.
El líder Daimon rió.
—¿No lo somos todos? Pregúntale a cualquier humano en este bar si los vampiros existen y, ¿qué dirán? –él pasó su lengua por los largos dientes caninos mientras la observaba malvadamente—. Ahora, ven afuera y muere sola, o haremos un banquete con tus amigos.
Deslizó su mirada de depredador hacia Michelle, quien estaba bastante lejos y tan cautivada por Tom que ni siquiera estaba al tanto de la pelea que había tomado lugar en el lado de Cassandra dentro del atestado bar.
—La castaña es fuerte. Su alma sola debería mantenernos al menos por seis meses. Y en cuanto a la rubia…
Su mirada se desvió hacia el lugar donde Kat yacía rodeada por humanos que no parecían comprender cómo se había lastimado. No cabían dudas de que los Daimons estaban usando sus poderes para nublar la mente de los humanos alrededor de ellos, para evitar que interfiriesen.
—Bueno –continuó, siniestramente—, un pequeño bocado nunca lastimó a nadie.
Tomó su brazo al mismo tiempo que el Daimon que la sostenía la dejaba ir.
Renuente a ir tranquila hacia su exterminio, Cassandra regresó a su estricto e intensivo entrenamiento. Regresó a los brazos del Daimon que estaba detrás de ella y le clavó su tacón en el empeine.
Él maldijo.
Ella enterró su puño en el estómago del Daimon parado delante suyo, y luego se movió rápidamente entre los otros dos y se encaminó hacia la puerta.
Con su velocidad inhumana, el Daimon más alto la bloqueó a mitad de camino. Una cruel sonrisa curvó sus labios mientras la empujaba salvajemente para detenerla.
Ella lo pateó, pero él impidió que lo lastimara.
—No lo hagas.
Su profunda voz era hipnótica y estaba llena de promesas de daño letal si ella lo desobedecía.
Varias personas en el bar se dieron vuelta para observarlos, pero con una sola mirada violenta del Daimon todos desviaron la vista.
Nadie la ayudaría.
Nadie se atrevía.
Pero aún no había terminado… Cassandra jamás se rendiría ante ellos.
Antes de poder atacar nuevamente, la puerta de entrada del club se abrió con una ráfaga glacial.
Como si hubiera detectado algo incluso más peligroso que él mismo, el Daimon giró su cabeza hacia la puerta.
Sus ojos se ensancharon con terror.
Cassandra se dio vuelta para observar qué lo había paralizado y entonces ella tampoco pudo apartar la mirada.
El viento y la nieve se arremolinaron en el camino de entrada alrededor de un hombre que medía al menos dos metros.
A diferencia de la mayoría de la gente que andaba caminando en un clima de doce grados bajo cero, el recién llegado vestía sólo una larga y delgada chaqueta de cuero negro que se ondulaba con el viento. Tenía un sólido suéter negro, botas de motociclista, y un par de ajustados pantalones de cuero negros que se ceñían a un cuerpo delgado y fuerte que atraía con promesas sexuales y salvajes.
Poseía el contoneo confiado y mortal del hombre que sabe que no tiene igual. De un hombre que desafiaba al mundo a hacer el intento y enfrentarlo.
Era el paso de un depredador.
E hizo que la sangre de Cassandra se helara.
Si su cabello hubiese sido rubio, ella hubiera creído que era otro Daimon. Pero este hombre era completamente otra cosa.
Su cabello azabache largo hasta los hombros, estaba apartado de un rostro perfectamente esculpido que hacía que su corazón se acelerara. Sus ojos negros eran fríos. Acerados. Su cara era resuelta e impasible.
Ni bonito, ni femenino, ¡el hombre era semejante Rosquilla Espolvoreada que ni siquiera tendría que compartirla con ella en su cama!
Atrayente como un faro, e inconsciente de la multitud del bar, el recién llegado desvió su oscura y mortal mirada de un Daimon al siguiente, hasta que se detuvo en el que estaba al lado de ella.
Una sonrisa lenta y diabólica se extendió por su apuesto rostro, dejando ver una mínima insinuación de colmillos.
Se encaminó directamente hacia ellos.
El Daimon maldijo, y luego la colocó delante de él.
Cassandra luchó contra su agarre, hasta que él extrajo una pistola de su bolsillo y la sostuvo contra su sien.
Gritos y exclamaciones estallaron en el bar mientras la gente corría a refugiarse.
Los otros Daimons se movieron hasta pararse a su lado en lo que parecía ser una formación de batalla.
El recién llegado rió baja y siniestramente mientras los evaluaba. La luz de sus ojos azabache permitía ver a Cassandra cuánto ansiaba él la pelea.
Su mirada, en realidad, los aguijoneaba.
—Mal modo de tomar un rehén –dijo en una voz profunda y suavemente acentuada que retumbaba como un trueno—. Especialmente cuando saben que, de cualquier manera, voy a matarlos.
En ese instante, Cassandra supo quién y qué era el recién llegado.
Era un Cazador Oscuro –un guerrero inmortal que pasaba la eternidad cazando y ejecutando a los Daimons que se alimentaban de almas humanas. Eran los defensores de la humanidad y la personificación de Satán para la gente de Cassandra.
Había oído hablar de ellos toda su vida, pero al igual que con el hombre de la bolsa, lo había atribuido a las leyendas urbanas.
Pero el hombre parado frente a ella no era un invento de su imaginación. Era real, y se veía tan devastador como en las historias que había escuchado.
—Fuera de mi camino, Cazador Oscuro –dijo el Daimon que la tenía agarrada—, o la mataré.
Aparentemente divertido por la amenaza, el Cazador Oscuro negó con la cabeza, como un padre regañando a un niño enojado.
—Sabes, deberías haberte quedado en tu refugio un día más. Esta es noche de Buffy, y además es un capítulo de estreno. –El Cazador Oscuro hizo una pausa para suspirar irritado—. ¿Tienes alguna idea de cuánto me enfurece tener que venir aquí, con el frío que hace, a asesinarte, cuando podría estar calentito en casa, mirando a Sarah Michelle Gellar golpear traseros vistiendo un top con la espalda descubierta?
Los brazos del Daimon temblaron al apretar más fuertemente a Cassandra.
—¡Atrápenlo!
Los Daimons atacaron a la vez. El Cazador Oscuro agarró al primero por la garganta. En un movimiento fluido, levantó al Daimon y lo golpeó contra la pared, donde lo sostuvo en un apretado puño.
El Daimon lanzó un quejido.
—¿Qué eres, un bebé? –preguntó el Cazador Oscuro—. Dios, si vas a matar humanos, lo mínimo que podrías hacer es aprender a morir con un poco de dignidad.
Un segundo Daimon saltó hacia su espalda. Mientras el Cazador Oscuro giraba la parte inferior de su cuerpo, un largo cuchillo de mal aspecto salió del talón de su bota. Él clavó la hoja en el centro del pecho del Daimon.
Instantáneamente, el Daimon se convirtió en polvo.
El Daimon que el Cazador Oscuro sostenía dejó ver sus largos dientes caninos mientras intentaba morderlo y patearlo. El Cazador Oscuro lo tiró a los brazos del tercer Daimon.
Ellos tropezaron hacia atrás y cayeron hechos un montón en el piso.
El Cazador Oscuro sacudió la cabeza al mirar a los dos Daimons que se golpeaban entre sí, intentando ponerse de pie.
Otros más lo atacaron, y los atravesó con una facilidad tan terrorífica como mórbidamente hermosa.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Vamos, ¿dónde aprendieron a pelear? – Preguntó mientras mataba a otros dos—. ¿En la Escuela de Buenos Modales para Señoritas? – Se mofó desdeñosamente de los Daimons—. Mi hermanita menor podía golpear más fuerte que ustedes cuando tenía tres años. Diablos, si van a convertirse en Daimons, lo menos que pueden hacer es tomar un par de lecciones de lucha para hacer mi aburrido trabajo más interesante. –Suspiró fatigosamente y miró hacia el techo—. ¿Dónde están los Daimons Spathi cuando uno los necesita?
Mientras el Cazador Oscuro estaba distraído, el Daimon que sostenía a Cassandra apartó el arma de su sien y le dio cuatro disparos.
El Cazador Oscuro giró muy lentamente hacia ellos.
Con la furia descendiendo sobre su rostro, miró al Daimon que le había disparado.
—¿No tienes honor? ¿No tienes decencia? ¿Ni siquiera un maldito cerebro? No me matas con balas. Sólo me enfureces. –Miró hacia abajo, a las sangrantes heridas en su costado, y luego corrió a un costado su chaqueta, por lo que la luz brillaba a través de los agujeros en el cuero. Maldijo de nuevo—. Y acabas de arruinar mi maldita chaqueta favorita. —El Cazador Oscuro le gruñó al Daimon—. Por eso, vas a morir.
Antes de que Cassandra pudiera moverse, el Cazador Oscuro estiró su mano hacia ellos. Una cuerda negra y fina salió expulsada y se envolvió sola alrededor de la muñeca del Daimon.
Más rápido de lo que ella podía parpadear, el Cazador Oscuro cerró la distancia entre ellos, tiró de la muñeca del Daimon y retorció su antebrazo.
Ella se apartó a tropezones del Daimon y se apretó contra la destrozada máquina de discos, fuera de su camino.
Con una mano aún en el brazo del Daimon, el Cazador Oscuro lo agarró de la garganta y lo elevó del piso. Con un elegante arco, lanzó al Daimon sobre una mesa. Los vidrios se quebraron bajo el peso de la espalda del Daimon. El revólver golpeó el suelo de madera con un frío y metálico ruido sordo.
—¿Tu madre nunca te dijo que el único modo de matarnos es cortándonos en pedacitos? –preguntó el Cazador Oscuro—. Deberías haber traído una cortadora de madera en lugar de un arma. –Observó al Daimon, que luchaba desesperadamente para soltarse—. Ahora, liberemos a todas las almas humanas que has robado.
El Cazador Oscuro sacó una navaja de adentro de su bota, la giró para abrirla, y la hundió en el pecho del Daimon.
Este se descompuso al instante, dejando nada detrás.
Los dos últimos corrieron hacia la puerta.
No llegaron muy lejos antes de que el Cazador Oscuro extrajera un set de cuchillos para lanzar de debajo de su chaqueta y los enviara volando con mortal precisión hacia las espaldas de los asesinos que huían. Los Daimons explotaron, y sus cuchillos golpearon el suelo siniestramente.
Con una calma increíblemente deliberada, el Cazador Oscuro se encaminó hacia la salida. Se detuvo sólo lo suficiente como para recuperar sus cuchillos del suelo.
Y entonces se fue tan rápida y silenciosamente como había llegado.
Cassandra luchó por respirar mientras la gente en el bar salía de sus escondites y se ponía furiosa. Gracias a dios, hasta Kat se levantó y fue a tropezones hacia ella.
Sus amigas se le acercaron corriendo.
—¿Estás bien?
—¿Vieron lo que él hizo?
—¡Pensé que estabas muerta!
—¡Gracias a dios, aún estás viva!
—¿Qué querían contigo?
—¿Quiénes eran esos tipos?
—¿Qué les sucedió?
Ella apenas escuchaba las voces que golpeaban sus oídos con tanta rapidez, y tan mezcladas que no podía definir quién preguntaba qué. La mente de Cassandra aún estaba con el Cazador Oscuro que había venido en su rescate. ¿Por qué se había molestado en salvarla?
Tenía que saber más de él…
Antes de cambiar de parecer, Cassandra corrió tras él, buscando a un hombre que no debería ser real.
Afuera, estruendosas sirenas llenaban el aire y se volvían cada vez más fuertes. Alguien en el bar debía haber llamado a la policía.
El Cazador Oscuro iba a mitad de cuadra cuando ella lo alcanzó y lo obligó a detenerse.
Con el rostro impasible, la observó con esos profundos y oscuros ojos. Ojos tan negros que Cassandra no podía detectar las pupilas. El viento revolvió su cabello alrededor de sus rasgos cincelados y el vapor de su aliento se mezcló con el de ella.
Estaba helando, pero su presencia la animaba tanto que ni siquiera lo sentía.
—¿Qué vas a hacer respecto a la policía? –le preguntó—. Estarán buscándote.
Una amarga sonrisa estiró las esquinas de sus labios.
—Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto.
Sus palabras la sorprendieron. ¿Eso sucedía con todos los Cazadores Oscuros?
—¿Yo también voy a olvidar? –Él asintió—. En ese caso, gracias por salvar mi vida.
Wulf vaciló. Era la primera vez que alguien le agradecía por ser un Cazador Oscuro.
Observó fijamente la abundancia de apretados rizos dorado—rojizos que caían sin orden en forma de cascada alrededor de su rostro ovalado. Llevaba su largo pelo trenzado en la espalda. Y sus ojos castaño verdosos estaban llenos de una brillante vitalidad y calidez.
Aunque no era una gran belleza, sus rasgos tenían un tranquilo encanto que era atractivo, tentador.
Contra su voluntad, él alargó la mano hasta tocar su mandíbula, justo debajo de la oreja. Más suave que el terciopelo, su delicada piel calentó los fríos dedos.
Hacía tanto tiempo desde la última vez que había tocado a una mujer.
Tanto tiempo desde que había saboreado a una por última vez.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se inclinó y capturó esos labios separados con los propios.
Wulf gruñó ante su sabor y su cuerpo despertó a la vida. Jamás había probado algo más dulce que la dulzura de su boca. Nunca había olido algo más embriagador que su carne limpia y con aroma a rosas.
La lengua de Cassandra danzó con la suya mientras sus manos se aferraban a los hombros de él, apretándolo más contra ella. Él se tensó y endureció al pensar qué tan suave sería su cuerpo en otros sitios.
Y en ese momento, él la deseó con una urgencia que lo asombró. Era una necesidad desesperada que no había sentido en un largo, largo tiempo.
Los sentidos de Cassandra se alborotaron al inesperado contacto de sus labios contra los de ella. Jamás había conocido algo parecido al poder y hambre de su beso.
El débil aroma a sándalo se aferraba a su carne, y él sabía a cerveza y a una salvaje e indomable masculinidad.
Bárbaro.
Era la única palabra para describirlo.
Sus brazos se flexionaron alrededor de ella mientras saqueaba su boca con maestría.
No sólo era letal para los Daimons. Era letal para los sentidos de una mujer. El corazón de Cassandra martilleó mientras su cuerpo entero ardía, deseando una frenética prueba de su fuerza dentro de ella.
Lo besó desesperadamente.
Él tomó su rostro entre las manos mientras le mordisqueaba los labios con sus dientes. Sus colmillos. De repente, profundizó el beso mientras pasaba las manos por su espalda, acercándola más a esas largas y masculinas caderas para que pudiera sentir cuán duro y preparado estaba para ella.
Ella lo sintió completamente por todo su ser. Cada hormona en su cuerpo chisporroteó.
Lo deseaba con una ferocidad que la aterraba. Ni una sola vez en su vida había sentido un deseo tan caliente y doloroso, y menos aún por un extraño.
Debería estar apartándolo a empujones.
En lugar de eso, Cassandra envolvió sus brazos alrededor de los hombros anchos y duros como piedra y lo sostuvo con fuerza. Era todo lo que podía hacer para no bajar la mano, desabrochar esos pantalones, y guiarlo directamente a esa parte suya que latía con una exigente necesidad.
Una parte de ella ni siquiera le importaba que estuvieran en la calle. Lo quería allí mismo. Ahora mismo. Sin importar quién o qué los veía. Era una parte ajena a ella, que la asustaba.
Wulf luchó contra la urgencia dentro suyo que le exigía que la acorralara contra la pared de ladrillos que tenían a un lado y la hiciera enroscar esas largas y bien formadas piernas alrededor de su cintura. Empujar su pecaminosamente corta falda por encima de sus caderas y enterrarse profundamente dentro de su cuerpo hasta que ella gritara su nombre con una dulce liberación.
Santos dioses, cómo sufría por poseerla.
Si tan sólo pudiera…
De mala gana, se apartó de su abrazo. Pasó su pulgar por los hinchados labios de Cassandra y se preguntó cómo la sentiría retorciéndose debajo suyo.
Peor aún, sabía que podía tenerla. Había saboreado su deseo por completo. Pero una vez que hubiese terminado con ella, Cassandra no lo recordaría.
No recordaría su tacto. Su beso.
Su nombre…
Su cuerpo sólo calmaría al de él por unos pocos minutos.
No haría nada por aliviar la soledad de su corazón, que anhelaba que alguien lo recordara.
—Adiós, mi dulzura –susurró, tocándola ligeramente en la mejilla antes de darse vuelta.
Él recordaría su beso para siempre.
Ella no se acordaría de nada…
Cassandra no podía moverse mientras el Cazador Oscuro se alejaba de ella.
Para el momento en que había desaparecido en la noche, ella había olvidado por completo que él existía.
—¿Cómo llegué aquí afuera? –se preguntó mientras se envolvía con los brazos para desterrar el cortante frío.
Con los dientes rechinando, corrió de regreso al bar.
Mientras el Cazador Oscuro estaba distraído, el Daimon que sostenía a Cassandra apartó el arma de su sien y le dio cuatro disparos.
El Cazador Oscuro giró muy lentamente hacia ellos.
Con la furia descendiendo sobre su rostro, miró al Daimon que le había disparado.
—¿No tienes honor? ¿No tienes decencia? ¿Ni siquiera un maldito cerebro? No me matas con balas. Sólo me enfureces. –Miró hacia abajo, a las sangrantes heridas en su costado, y luego corrió a un costado su chaqueta, por lo que la luz brillaba a través de los agujeros en el cuero. Maldijo de nuevo—. Y acabas de arruinar mi maldita chaqueta favorita. —El Cazador Oscuro le gruñó al Daimon—. Por eso, vas a morir.
Antes de que Cassandra pudiera moverse, el Cazador Oscuro estiró su mano hacia ellos. Una cuerda negra y fina salió expulsada y se envolvió sola alrededor de la muñeca del Daimon.
Más rápido de lo que ella podía parpadear, el Cazador Oscuro cerró la distancia entre ellos, tiró de la muñeca del Daimon y retorció su antebrazo.
Ella se apartó a tropezones del Daimon y se apretó contra la destrozada máquina de discos, fuera de su camino.
Con una mano aún en el brazo del Daimon, el Cazador Oscuro lo agarró de la garganta y lo elevó del piso. Con un elegante arco, lanzó al Daimon sobre una mesa. Los vidrios se quebraron bajo el peso de la espalda del Daimon. El revólver golpeó el suelo de madera con un frío y metálico ruido sordo.
—¿Tu madre nunca te dijo que el único modo de matarnos es cortándonos en pedacitos? –preguntó el Cazador Oscuro—. Deberías haber traído una cortadora de madera en lugar de un arma. –Observó al Daimon, que luchaba desesperadamente para soltarse—. Ahora, liberemos a todas las almas humanas que has robado.
El Cazador Oscuro sacó una navaja de adentro de su bota, la giró para abrirla, y la hundió en el pecho del Daimon.
Este se descompuso al instante, dejando nada detrás.
Los dos últimos corrieron hacia la puerta.
No llegaron muy lejos antes de que el Cazador Oscuro extrajera un set de cuchillos para lanzar de debajo de su chaqueta y los enviara volando con mortal precisión hacia las espaldas de los asesinos que huían. Los Daimons explotaron, y sus cuchillos golpearon el suelo siniestramente.
Con una calma increíblemente deliberada, el Cazador Oscuro se encaminó hacia la salida. Se detuvo sólo lo suficiente como para recuperar sus cuchillos del suelo.
Y entonces se fue tan rápida y silenciosamente como había llegado.
Cassandra luchó por respirar mientras la gente en el bar salía de sus escondites y se ponía furiosa. Gracias a dios, hasta Kat se levantó y fue a tropezones hacia ella.
Sus amigas se le acercaron corriendo.
—¿Estás bien?
—¿Vieron lo que él hizo?
—¡Pensé que estabas muerta!
—¡Gracias a dios, aún estás viva!
—¿Qué querían contigo?
—¿Quiénes eran esos tipos?
—¿Qué les sucedió?
Ella apenas escuchaba las voces que golpeaban sus oídos con tanta rapidez, y tan mezcladas que no podía definir quién preguntaba qué. La mente de Cassandra aún estaba con el Cazador Oscuro que había venido en su rescate. ¿Por qué se había molestado en salvarla?
Tenía que saber más de él…
Antes de cambiar de parecer, Cassandra corrió tras él, buscando a un hombre que no debería ser real.
Afuera, estruendosas sirenas llenaban el aire y se volvían cada vez más fuertes. Alguien en el bar debía haber llamado a la policía.
El Cazador Oscuro iba a mitad de cuadra cuando ella lo alcanzó y lo obligó a detenerse.
Con el rostro impasible, la observó con esos profundos y oscuros ojos. Ojos tan negros que Cassandra no podía detectar las pupilas. El viento revolvió su cabello alrededor de sus rasgos cincelados y el vapor de su aliento se mezcló con el de ella.
Estaba helando, pero su presencia la animaba tanto que ni siquiera lo sentía.
—¿Qué vas a hacer respecto a la policía? –le preguntó—. Estarán buscándote.
Una amarga sonrisa estiró las esquinas de sus labios.
—Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto.
Sus palabras la sorprendieron. ¿Eso sucedía con todos los Cazadores Oscuros?
—¿Yo también voy a olvidar? –Él asintió—. En ese caso, gracias por salvar mi vida.
Wulf vaciló. Era la primera vez que alguien le agradecía por ser un Cazador Oscuro.
Observó fijamente la abundancia de apretados rizos dorado—rojizos que caían sin orden en forma de cascada alrededor de su rostro ovalado. Llevaba su largo pelo trenzado en la espalda. Y sus ojos castaño verdosos estaban llenos de una brillante vitalidad y calidez.
Aunque no era una gran belleza, sus rasgos tenían un tranquilo encanto que era atractivo, tentador.
Contra su voluntad, él alargó la mano hasta tocar su mandíbula, justo debajo de la oreja. Más suave que el terciopelo, su delicada piel calentó los fríos dedos.
Hacía tanto tiempo desde la última vez que había tocado a una mujer.
Tanto tiempo desde que había saboreado a una por última vez.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se inclinó y capturó esos labios separados con los propios.
Wulf gruñó ante su sabor y su cuerpo despertó a la vida. Jamás había probado algo más dulce que la dulzura de su boca. Nunca había olido algo más embriagador que su carne limpia y con aroma a rosas.
La lengua de Cassandra danzó con la suya mientras sus manos se aferraban a los hombros de él, apretándolo más contra ella. Él se tensó y endureció al pensar qué tan suave sería su cuerpo en otros sitios.
Y en ese momento, él la deseó con una urgencia que lo asombró. Era una necesidad desesperada que no había sentido en un largo, largo tiempo.
Los sentidos de Cassandra se alborotaron al inesperado contacto de sus labios contra los de ella. Jamás había conocido algo parecido al poder y hambre de su beso.
El débil aroma a sándalo se aferraba a su carne, y él sabía a cerveza y a una salvaje e indomable masculinidad.
Bárbaro.
Era la única palabra para describirlo.
Sus brazos se flexionaron alrededor de ella mientras saqueaba su boca con maestría.
No sólo era letal para los Daimons. Era letal para los sentidos de una mujer. El corazón de Cassandra martilleó mientras su cuerpo entero ardía, deseando una frenética prueba de su fuerza dentro de ella.
Lo besó desesperadamente.
Él tomó su rostro entre las manos mientras le mordisqueaba los labios con sus dientes. Sus colmillos. De repente, profundizó el beso mientras pasaba las manos por su espalda, acercándola más a esas largas y masculinas caderas para que pudiera sentir cuán duro y preparado estaba para ella.
Ella lo sintió completamente por todo su ser. Cada hormona en su cuerpo chisporroteó.
Lo deseaba con una ferocidad que la aterraba. Ni una sola vez en su vida había sentido un deseo tan caliente y doloroso, y menos aún por un extraño.
Debería estar apartándolo a empujones.
En lugar de eso, Cassandra envolvió sus brazos alrededor de los hombros anchos y duros como piedra y lo sostuvo con fuerza. Era todo lo que podía hacer para no bajar la mano, desabrochar esos pantalones, y guiarlo directamente a esa parte suya que latía con una exigente necesidad.
Una parte de ella ni siquiera le importaba que estuvieran en la calle. Lo quería allí mismo. Ahora mismo. Sin importar quién o qué los veía. Era una parte ajena a ella, que la asustaba.
Wulf luchó contra la urgencia dentro suyo que le exigía que la acorralara contra la pared de ladrillos que tenían a un lado y la hiciera enroscar esas largas y bien formadas piernas alrededor de su cintura. Empujar su pecaminosamente corta falda por encima de sus caderas y enterrarse profundamente dentro de su cuerpo hasta que ella gritara su nombre con una dulce liberación.
Santos dioses, cómo sufría por poseerla.
Si tan sólo pudiera…
De mala gana, se apartó de su abrazo. Pasó su pulgar por los hinchados labios de Cassandra y se preguntó cómo la sentiría retorciéndose debajo suyo.
Peor aún, sabía que podía tenerla. Había saboreado su deseo por completo. Pero una vez que hubiese terminado con ella, Cassandra no lo recordaría.
No recordaría su tacto. Su beso.
Su nombre…
Su cuerpo sólo calmaría al de él por unos pocos minutos.
No haría nada por aliviar la soledad de su corazón, que anhelaba que alguien lo recordara.
—Adiós, mi dulzura –susurró, tocándola ligeramente en la mejilla antes de darse vuelta.
Él recordaría su beso para siempre.
Ella no se acordaría de nada…
Cassandra no podía moverse mientras el Cazador Oscuro se alejaba de ella.
Para el momento en que había desaparecido en la noche, ella había olvidado por completo que él existía.
—¿Cómo llegué aquí afuera? –se preguntó mientras se envolvía con los brazos para desterrar el cortante frío.
Con los dientes rechinando, corrió de regreso al bar.
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CAPITULO 2
Wulf aún pensaba en la desconocida mujer cuando se bajó de su Expedition verde oscuro dentro de su garaje para cinco autos. Frunció el ceño al ver el Hummer rojo estacionado contra la pared lejana, y apagó el auto.
¿Qué diablos estaba haciendo Chris en casa? Se suponía que pasaría la noche en casa de su novia.
Wulf entró para averiguar.
Encontró a Chris en la sala de estar, armando un enorme… algo. Tenía brazos metálicos y cosas que le recordaban a un robot pobremente diseñado.
El negro cabello ondulado de Chris caía hacia adelante, como si lo hubiese estado tironeando, con frustración. Había pedazos y papeles esparcidos por toda la habitación, junto con varias herramientas.
Wulf lo observó con una risa irónica, mientras Chris luchaba con el largo palo metálico que estaba intentando encajar en la base.
Mientras Chris trabajaba, uno de los brazos cayó y lo golpeó en la cabeza.
Maldiciendo, dejó caer el palo.
Wulf se rió.
—¿Has estado mirando QVC nuevamente?
Chris se frotó la nuca y luego pateó la base.
—No comiences a molestarme, Wulf.
—Niño, –dijo Wulf severamente— será mejor que controles ese tono.
—Sí, sí, me asustas –dijo Chris irritablemente—. Me estoy mojando los pantalones ante tu terrorífica y espeluznante presencia. ¿No me ves temblando y tiritando? Uuuh, ahhh, uuuh.
Wulf sacudió la cabeza al mirar a su Escudero. El chico no tenía absolutamente nada de juicio para burlarse de él.
—Sabía que tendría que haberte llevado al bosque cuando eras pequeño y dejarte ahí para que murieras.
Chris resopló.
—Uuuh, un poco de malicioso humor vikingo. En realidad estoy sorprendido de que mi padre no tuviera que presentarme para que me inspeccionaras cuando nací. Qué bueno que no pudieras permitirte el barnaútbur∂dr, ¿eh?
Wulf lo observó con rabia –y no porque pensara por un segundo siquiera que eso lograría algo. Era sólo la fuerza de hábito.
—Sólo porque eres el último de mi descendencia no significa que tengo que soportarte.
—Sí, yo también te quiero, grandullón.
Chris retomó su proyecto.
Wulf se quitó la chaqueta, y la colgó encima del respaldar de su sillón.
—Juro que voy a cancelar nuestra suscripción al cable si continúas con esto. La semana pasada fueron el banco de pesas y la máquina de remo. Ayer esa cosa facial, y ahora esto. ¿Has visto las porquerías que hay en el ático? Parece una venta de artículos usados.
—Esto es diferente.
Wulf puso los ojos en blanco. Había escuchado eso antes.
—De cualquier modo, ¿qué diablos es?
Chris no se detuvo, mientras volvía a colocar el brazo.
—Es una lámpara solar. Se me ocurrió que podías estar cansado de tu tez demasiada pálida.
Lo miró extrañado. Gracias a los oscuros genes galos de su madre, Wulf no era realmente pálido, más que nada tomando en cuenta que no había estado a la luz del sol en más de mil años.
—Christopher, resulta que soy un Vikingo en medio del invierno de Minnesota. La ausencia de un intenso bronceado armoniza con todo el territorio nórdico. ¿Por qué crees que tomamos por asalto a Europa?
—¿Porque estaba ahí?
—No, porque queríamos descongelarnos.
Chris no le prestó atención.
—Sólo espera, vas a agradecerme por esto una vez que lo tenga conectado.
Wulf pasó por encima de las piezas.
—¿Por qué estás aquí, jodiendo con esto? Pensé que tenías una cita esta noche.
—Así era, pero veinte minutos después de que llegué a su casa, Pam terminó conmigo.
—¿Por qué?
Chris se interrumpió para darle una mirada odiosa y malhumorada.
—Piensa que soy traficante de drogas.
Wulf estaba completamente sorprendido por esa inesperada declaración. Chris medía apenas un metro ochenta y tres, con un cuerpo larguirucho, y un rostro franco y honesto.
Lo más “ilegal” que había hecho ese chico era pasar frente a un Papá Noel del Ejército de Salvación, una vez, sin dejar dinero en la caldera.
—¿Qué la hizo pensar eso? –preguntó Wulf.
—Bueno, veamos. Tengo veintiún años, y conduzco un Hummer de un cuarto de millón de dólares hecho a medida, blindado, con neumáticos y ventanillas a prueba de balas. Vivo en una finca enorme y remota fuera de Minnetonka, solo, hasta donde todos saben, excepto por los dos guardaespaldas que me siguen cada vez que abandono la propiedad. Tengo horarios extraños. Generalmente me llamas tres o cuatro veces mientras estoy en una cita para decirme que me ponga a trabajar y te dé un heredero. Y ella accidentalmente vio algunos de tus increíblemente maravillosos juguetes que recogí de lo de tu distribuidor de armas en el almacén de carga.
—No estaban afilados, ¿verdad? –lo interrumpió Wulf.
Chris no tenía permitido manejar armas afiladas. El tonto podría cortarse una porción vital del cuerpo, o algo así.
Chris suspiró e ignoró la pregunta mientras continuaba con su perorata.
—Intenté explicarle que era independientemente adinerado, y que me gustaba coleccionar espadas y cuchillos, pero no me creyó. –Observó a Wulf con otra glacial mirada furiosa—. Sabes, hay veces en que este trabajo realmente apesta. Y lo digo intencionalmente.
Wulf se tomó su malhumor con calma. Chris estaba perpetuamente enojado con él, pero como Wulf lo había criado desde el instante en que nació, y Chris era el último miembro sobreviviente de su descendencia, Wulf era extremadamente tolerante con él.
—Entonces vende el Hummer, cómprate un Dodge, y múdate a un remolcador.
—Oh, sí, seguro. ¿Recuerdas el año pasado, cuando cambié el Hummer por un Alpha Romeo? Quemaste el auto y me compraste un nuevo Hummer, y amenazaste con encerrarme en mi cuarto con una prostituta si lo hacía de nuevo. Y en cuanto a los beneficios… ¿Te has tomado la molestia de inspeccionar este lugar? Tenemos una piscina interna calefaccionada, un teatro con sonido envolvente, dos cocineras, tres sirvientas y un chico que limpia la piscina al que puedo mandonear, sin mencionar todo tipo de entretenidos juguetes. No voy a abandonar Disneylandia. Es la única parte buena de este arreglo. Quiero decir que, diablos, si mi vida tiene que apestar no hay modo de que vaya a vivir en un Mini—Winni. Y, conociéndote, me obligarías a aparcar en el frente, con guardias armados esperando en caso de que me clave un clavo.
—Entonces estás despedido.
—Muérdeme.
—No eres mi tipo. —Chris le tiró una llave francesa a la cabeza. Wulf la atrapó y la dejó caer al suelo—. Nunca voy a lograr casarte con alguien, ¿verdad?
—Demonios, Wulf. Apenas soy mayor de edad. Tengo tiempo de sobra para tener hijos que puedan recordarte, ¿está bien? Por dios, eres peor de lo que era mi padre. Obligaciones, obligaciones, obligaciones.
—Sabes, tu padre tenía sólo…
—Dieciocho años cuando se casó con mi madre. Sí, Wulf, lo sé. Me dices eso únicamente tres o cuatro veces por hora.
Wulf lo ignoró mientras seguía pensando en voz alta.
—Lo juro, eres el único hombre que conozco que se perdió toda la oleada hormonal de la adolescencia. Algo no anda bien contigo, niño.
—No voy a tomar otro maldito examen físico –dijo Chris bruscamente—. No hay nada malo conmigo o mis habilidades aparte del hecho de que no soy un perro en celo. Preferiría conocer bien a una mujer antes de quitarme la ropa frente a ella.
Wulf sacudió la cabeza.
—Definitivamente algo anda mal contigo. —Chris lo maldijo en Nórdico Antiguo (escandinavo). Wulf ignoró su blasfemia—. Quizás deberíamos pensar en contratar a un sustituto. Quizás comprar un banco de esperma.
Chris gruñó por lo bajo, y cambió de tema.
—¿Qué sucedió esta noche? Pareces más enfadado ahora que cuando te fuiste. ¿Alguna de las panteras te dijo algo desagradable en su club?
Wulf gruñó mientras pensaba en la manada de panteras que era dueña del club al que había ido esa noche. Lo habían llamado inmediatamente para informarle que uno de sus hombres había detectado a un grupo desconocido de Daimons en la ciudad, buscando algo. Era el mismo grupo que le había causado problemas a las panteras algunos meses atrás.
El Inferno era uno de los muchos santuarios montados en el mundo donde Cazadores Oscuros, Were-Hunters, y Apolitas podía reunirse sin temor de que un enemigo los atacase mientras estaban dentro del edificio. Diablos, los were-beasts incluso toleraban a los Daimons siempre y cuando no se alimentaran dentro del local o atrajeran la atención hacia ellos.
Aunque los Were-Hunters eran muy capaces de asesinar a los Daimons por sí mismos, en general se abstenían de hacerlo. Después de todo, eran primos de los Apolitas y de los Daimons, y como tales tenían un método de no intervención al tratarse con ellos. Además, los Weres no eran demasiado tolerantes con los Cazadores Oscuros que mataban a sus primos. Trabajaban con ellos cuando tenían que hacerlo o cuando los beneficiaba, pero de otro modo, mantenían la distancia.
En cuanto Dante había sido informado de que los Daimons se dirigían a su club, le había avisado a Wulf con una alerta.
Pero tal como Chris había insinuado, las panteras tenían un modo de ser poco amigable hacia cualquier Cazador Oscuro que estuviera demasiado tiempo en su local.
Quitando de un tirón las armas de su ropa, Wulf las regresó al armario que se encontraba en la pared del fondo.
—No –dijo, respondiendo a la pregunta de Chris—. Las panteras se portaron bien. Simplemente pensé que los Daimons darían más pelea.
—Lo siento –dijo Chris compasivamente.
—Sí, yo también.
Chris se quedó callado, y por su expresión, Wulf podía decir que el chico había dejado de lado sus bromas e intentaba alegrarlo.
—¿Tienes ánimos para entrenar?
Wulf encerró sus armas.
—¿Para qué tomarme la molestia? No he tenido una pelea decente en casi cien años. –Irritado ante esa idea, se frotó los ojos, que eran sensibles a las brillantes luces que Chris tenía encendidas—. Creo que iré a insultar a Talon un rato.
—¡Ah, hey! —Wulf se detuvo para mirar a Chris—. Antes de irte, di “parrillada.”
Wulf gruñó ante el habitual último recurso de Chris para intentar animarlo. Era una vieja broma que Chris había usado para irritarlo desde que era pequeño. Se debía a que Wulf aún tenía su antiguo acento nórdico que lo hacía tener un dejo cuando hablaba, especialmente cuando decía ciertas palabras, como “parrillada.”
—No eres gracioso, niñito. Y no soy sueco.
—Sí, sí. Vamos, haz de nuevo los ruidos de Chef Sueco.
Wulf gruñó.
Wulf aún pensaba en la desconocida mujer cuando se bajó de su Expedition verde oscuro dentro de su garaje para cinco autos. Frunció el ceño al ver el Hummer rojo estacionado contra la pared lejana, y apagó el auto.
¿Qué diablos estaba haciendo Chris en casa? Se suponía que pasaría la noche en casa de su novia.
Wulf entró para averiguar.
Encontró a Chris en la sala de estar, armando un enorme… algo. Tenía brazos metálicos y cosas que le recordaban a un robot pobremente diseñado.
El negro cabello ondulado de Chris caía hacia adelante, como si lo hubiese estado tironeando, con frustración. Había pedazos y papeles esparcidos por toda la habitación, junto con varias herramientas.
Wulf lo observó con una risa irónica, mientras Chris luchaba con el largo palo metálico que estaba intentando encajar en la base.
Mientras Chris trabajaba, uno de los brazos cayó y lo golpeó en la cabeza.
Maldiciendo, dejó caer el palo.
Wulf se rió.
—¿Has estado mirando QVC nuevamente?
Chris se frotó la nuca y luego pateó la base.
—No comiences a molestarme, Wulf.
—Niño, –dijo Wulf severamente— será mejor que controles ese tono.
—Sí, sí, me asustas –dijo Chris irritablemente—. Me estoy mojando los pantalones ante tu terrorífica y espeluznante presencia. ¿No me ves temblando y tiritando? Uuuh, ahhh, uuuh.
Wulf sacudió la cabeza al mirar a su Escudero. El chico no tenía absolutamente nada de juicio para burlarse de él.
—Sabía que tendría que haberte llevado al bosque cuando eras pequeño y dejarte ahí para que murieras.
Chris resopló.
—Uuuh, un poco de malicioso humor vikingo. En realidad estoy sorprendido de que mi padre no tuviera que presentarme para que me inspeccionaras cuando nací. Qué bueno que no pudieras permitirte el barnaútbur∂dr, ¿eh?
Wulf lo observó con rabia –y no porque pensara por un segundo siquiera que eso lograría algo. Era sólo la fuerza de hábito.
—Sólo porque eres el último de mi descendencia no significa que tengo que soportarte.
—Sí, yo también te quiero, grandullón.
Chris retomó su proyecto.
Wulf se quitó la chaqueta, y la colgó encima del respaldar de su sillón.
—Juro que voy a cancelar nuestra suscripción al cable si continúas con esto. La semana pasada fueron el banco de pesas y la máquina de remo. Ayer esa cosa facial, y ahora esto. ¿Has visto las porquerías que hay en el ático? Parece una venta de artículos usados.
—Esto es diferente.
Wulf puso los ojos en blanco. Había escuchado eso antes.
—De cualquier modo, ¿qué diablos es?
Chris no se detuvo, mientras volvía a colocar el brazo.
—Es una lámpara solar. Se me ocurrió que podías estar cansado de tu tez demasiada pálida.
Lo miró extrañado. Gracias a los oscuros genes galos de su madre, Wulf no era realmente pálido, más que nada tomando en cuenta que no había estado a la luz del sol en más de mil años.
—Christopher, resulta que soy un Vikingo en medio del invierno de Minnesota. La ausencia de un intenso bronceado armoniza con todo el territorio nórdico. ¿Por qué crees que tomamos por asalto a Europa?
—¿Porque estaba ahí?
—No, porque queríamos descongelarnos.
Chris no le prestó atención.
—Sólo espera, vas a agradecerme por esto una vez que lo tenga conectado.
Wulf pasó por encima de las piezas.
—¿Por qué estás aquí, jodiendo con esto? Pensé que tenías una cita esta noche.
—Así era, pero veinte minutos después de que llegué a su casa, Pam terminó conmigo.
—¿Por qué?
Chris se interrumpió para darle una mirada odiosa y malhumorada.
—Piensa que soy traficante de drogas.
Wulf estaba completamente sorprendido por esa inesperada declaración. Chris medía apenas un metro ochenta y tres, con un cuerpo larguirucho, y un rostro franco y honesto.
Lo más “ilegal” que había hecho ese chico era pasar frente a un Papá Noel del Ejército de Salvación, una vez, sin dejar dinero en la caldera.
—¿Qué la hizo pensar eso? –preguntó Wulf.
—Bueno, veamos. Tengo veintiún años, y conduzco un Hummer de un cuarto de millón de dólares hecho a medida, blindado, con neumáticos y ventanillas a prueba de balas. Vivo en una finca enorme y remota fuera de Minnetonka, solo, hasta donde todos saben, excepto por los dos guardaespaldas que me siguen cada vez que abandono la propiedad. Tengo horarios extraños. Generalmente me llamas tres o cuatro veces mientras estoy en una cita para decirme que me ponga a trabajar y te dé un heredero. Y ella accidentalmente vio algunos de tus increíblemente maravillosos juguetes que recogí de lo de tu distribuidor de armas en el almacén de carga.
—No estaban afilados, ¿verdad? –lo interrumpió Wulf.
Chris no tenía permitido manejar armas afiladas. El tonto podría cortarse una porción vital del cuerpo, o algo así.
Chris suspiró e ignoró la pregunta mientras continuaba con su perorata.
—Intenté explicarle que era independientemente adinerado, y que me gustaba coleccionar espadas y cuchillos, pero no me creyó. –Observó a Wulf con otra glacial mirada furiosa—. Sabes, hay veces en que este trabajo realmente apesta. Y lo digo intencionalmente.
Wulf se tomó su malhumor con calma. Chris estaba perpetuamente enojado con él, pero como Wulf lo había criado desde el instante en que nació, y Chris era el último miembro sobreviviente de su descendencia, Wulf era extremadamente tolerante con él.
—Entonces vende el Hummer, cómprate un Dodge, y múdate a un remolcador.
—Oh, sí, seguro. ¿Recuerdas el año pasado, cuando cambié el Hummer por un Alpha Romeo? Quemaste el auto y me compraste un nuevo Hummer, y amenazaste con encerrarme en mi cuarto con una prostituta si lo hacía de nuevo. Y en cuanto a los beneficios… ¿Te has tomado la molestia de inspeccionar este lugar? Tenemos una piscina interna calefaccionada, un teatro con sonido envolvente, dos cocineras, tres sirvientas y un chico que limpia la piscina al que puedo mandonear, sin mencionar todo tipo de entretenidos juguetes. No voy a abandonar Disneylandia. Es la única parte buena de este arreglo. Quiero decir que, diablos, si mi vida tiene que apestar no hay modo de que vaya a vivir en un Mini—Winni. Y, conociéndote, me obligarías a aparcar en el frente, con guardias armados esperando en caso de que me clave un clavo.
—Entonces estás despedido.
—Muérdeme.
—No eres mi tipo. —Chris le tiró una llave francesa a la cabeza. Wulf la atrapó y la dejó caer al suelo—. Nunca voy a lograr casarte con alguien, ¿verdad?
—Demonios, Wulf. Apenas soy mayor de edad. Tengo tiempo de sobra para tener hijos que puedan recordarte, ¿está bien? Por dios, eres peor de lo que era mi padre. Obligaciones, obligaciones, obligaciones.
—Sabes, tu padre tenía sólo…
—Dieciocho años cuando se casó con mi madre. Sí, Wulf, lo sé. Me dices eso únicamente tres o cuatro veces por hora.
Wulf lo ignoró mientras seguía pensando en voz alta.
—Lo juro, eres el único hombre que conozco que se perdió toda la oleada hormonal de la adolescencia. Algo no anda bien contigo, niño.
—No voy a tomar otro maldito examen físico –dijo Chris bruscamente—. No hay nada malo conmigo o mis habilidades aparte del hecho de que no soy un perro en celo. Preferiría conocer bien a una mujer antes de quitarme la ropa frente a ella.
Wulf sacudió la cabeza.
—Definitivamente algo anda mal contigo. —Chris lo maldijo en Nórdico Antiguo (escandinavo). Wulf ignoró su blasfemia—. Quizás deberíamos pensar en contratar a un sustituto. Quizás comprar un banco de esperma.
Chris gruñó por lo bajo, y cambió de tema.
—¿Qué sucedió esta noche? Pareces más enfadado ahora que cuando te fuiste. ¿Alguna de las panteras te dijo algo desagradable en su club?
Wulf gruñó mientras pensaba en la manada de panteras que era dueña del club al que había ido esa noche. Lo habían llamado inmediatamente para informarle que uno de sus hombres había detectado a un grupo desconocido de Daimons en la ciudad, buscando algo. Era el mismo grupo que le había causado problemas a las panteras algunos meses atrás.
El Inferno era uno de los muchos santuarios montados en el mundo donde Cazadores Oscuros, Were-Hunters, y Apolitas podía reunirse sin temor de que un enemigo los atacase mientras estaban dentro del edificio. Diablos, los were-beasts incluso toleraban a los Daimons siempre y cuando no se alimentaran dentro del local o atrajeran la atención hacia ellos.
Aunque los Were-Hunters eran muy capaces de asesinar a los Daimons por sí mismos, en general se abstenían de hacerlo. Después de todo, eran primos de los Apolitas y de los Daimons, y como tales tenían un método de no intervención al tratarse con ellos. Además, los Weres no eran demasiado tolerantes con los Cazadores Oscuros que mataban a sus primos. Trabajaban con ellos cuando tenían que hacerlo o cuando los beneficiaba, pero de otro modo, mantenían la distancia.
En cuanto Dante había sido informado de que los Daimons se dirigían a su club, le había avisado a Wulf con una alerta.
Pero tal como Chris había insinuado, las panteras tenían un modo de ser poco amigable hacia cualquier Cazador Oscuro que estuviera demasiado tiempo en su local.
Quitando de un tirón las armas de su ropa, Wulf las regresó al armario que se encontraba en la pared del fondo.
—No –dijo, respondiendo a la pregunta de Chris—. Las panteras se portaron bien. Simplemente pensé que los Daimons darían más pelea.
—Lo siento –dijo Chris compasivamente.
—Sí, yo también.
Chris se quedó callado, y por su expresión, Wulf podía decir que el chico había dejado de lado sus bromas e intentaba alegrarlo.
—¿Tienes ánimos para entrenar?
Wulf encerró sus armas.
—¿Para qué tomarme la molestia? No he tenido una pelea decente en casi cien años. –Irritado ante esa idea, se frotó los ojos, que eran sensibles a las brillantes luces que Chris tenía encendidas—. Creo que iré a insultar a Talon un rato.
—¡Ah, hey! —Wulf se detuvo para mirar a Chris—. Antes de irte, di “parrillada.”
Wulf gruñó ante el habitual último recurso de Chris para intentar animarlo. Era una vieja broma que Chris había usado para irritarlo desde que era pequeño. Se debía a que Wulf aún tenía su antiguo acento nórdico que lo hacía tener un dejo cuando hablaba, especialmente cuando decía ciertas palabras, como “parrillada.”
—No eres gracioso, niñito. Y no soy sueco.
—Sí, sí. Vamos, haz de nuevo los ruidos de Chef Sueco.
Wulf gruñó.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Jamás debería haberte permitido mirar los Muppets.
Peor aún, no debería haber fingido que era el Chef Sueco cuando Chris era un niño. Todo lo que consiguió fue darle al chico una cosa más para exasperarlo.
Pero aún así, eran familia, y al menos Chris estaba intentando hacerlo sentir mejor. Aunque no estuviera funcionando.
Chris hizo un sonido desagradable.
—Está bien, viejo Vikingo decrépito y gruñón. Ah, mi madre quiere conocerte. De nuevo.
Wulf gruñó.
—¿Podrías posponerlo por un par de días?
—Puedo intentarlo, pero ya sabes cómo es.
Sí, lo sabía. Conocía a la madre de Chris desde hacía más de treinta años.
Desafortunadamente, ella no sabía nada de él. Así como todos aquellos que no eran de su sangre, ella lo olvidaba cinco minutos después de que él salía de su vista.
—Está bien –cedió Wulf—. Tráela mañana en la noche.
Wulf fue hacia las escaleras que llevaban a sus habitaciones debajo de la casa. Como la mayoría de los Cazadores Oscuros, prefería dormir donde no hubiese ninguna posibilidad de exponerse accidentalmente al sol. Era una de las contadísimas cosas que podría destruir sus cuerpos inmortales.
Abrió la puerta, pero no se molestó en encender la luz, ya que Chris había prendido la pequeña vela que estaba junto a su escritorio. Los ojos de un Cazador Oscuro estaban diseñados para no necesitar prácticamente nada de luz. Podía ver en la oscuridad mejor de lo que los humanos veían a plena luz.
Quitándose el suéter, punzó delicadamente las cuatro heridas de bala de su costado. Las balas habían pasado limpiamente a través de su carne y la piel ya había comenzado a sanarse.
La herida escocía, pero no iba a matarlo, y en un par de días no quedaría más que cuatro diminutas cicatrices.
Utilizó su remera negra para quitarse la sangre, y fue al baño para lavar y vendar la herida.
En cuanto estuvo limpio y vestido con un par de jeans azules y una remera blanca, Wulf encendió su radio. Las canciones preprogramadas comenzaron con My Oh My de Slade, mientras él tomaba su teléfono inalámbrico y levantaba el monitor de su computadora para entrar al sitio cazador—oscuro.com para actualizar a los demás acerca de sus últimas cacerías.
A Callabrax le agradaba tener al día la cantidad de Daimons que eran cazados cada mes. El guerrero Espartano tenía la extraña idea de que los cruzamientos y los ataques de los Daimons estaban relacionados con los ciclos lunares.
Personalmente, Wulf pensaba que el espartano tenía demasiado tiempo libre. Pero, para el caso, siendo inmortales, todos lo tenían.
Sentado en la oscuridad, Wulf escuchó la letra de la canción que sonaba.
Creo en las mujeres, dios, oh dios. Todos necesitamos a alguien con quien hablar, dios, oh, dios…
Contra su voluntad, esas palabras conjuraron imágenes de su antiguo hogar, y de una mujer con el cabello tan blanco como la nieve, y ojos tan azules como el mar.
Arnhild.
Wulf no sabía porqué aún después de todos esos siglos pensaba en ella, pero así era.
Respiró hondo mientras se preguntaba qué habría sucedido si se hubiese quedado en la granja de su padre y se hubiese casado con ella. Todos lo habían esperado.
Arnhild lo había esperado.
Pero Wulf se había rehusado. A los diecisiete años había deseado una vida diferente a ser un simple granjero y pagar impuestos a su jarl. Había deseado aventuras, y batallas.
Gloria.
Peligro.
Quizás si hubiera amado a Arnhild, eso hubiera sido suficiente para lograr que se quedara.
Y si hubiera hecho eso…
Se hubiera muerto de aburrimiento.
Lo cual era su problema esta noche. Necesitaba algo emocionante. Algo que agitara su sangre.
Algo similar a la cálida y tentadora rubia que había dejado en la calle…
A diferencia de Chris, desnudarse frente a una extraña no era algo que esquivara.
O al menos no era algo a lo que en general escapara. Por supuesto que su buena voluntad para desnudarse con mujeres extrañas era lo que lo había conducido a su destino actual, así que tal vez Chris tenía un poco de razón, después de todo.
Buscando una distracción que lo apartara de los pensamientos irritantes, Wulf marcó el número de Talon y apretó el control remoto para cambiar su canción a “Immigrant Song”, de Led Zeppelin.
Talon contestó su teléfono móvil al mismo tiempo que Wulf entraba a los paneles de mensajes privados de los Cazadores Oscuros.
—Hola, niñita –dijo Wulf burlonamente, poniéndose los auriculares para poder hablar y escribir al mismo tiempo—. Hoy recibí tu remera de 'Dirty Deeds Done Dirt Cheap'. No eres gracioso, y yo no trabajo barato. Espero obtener mucho dinero por lo que hago.
Talon se mofó.
—¿Niñita? Será mejor que dejes de molestarme, o iré hasta allí a patear tu vikingo trasero.
—Esa amenaza podría ser al menos un poco real si no supiera cuánto odias el frío. —Talon rió gravemente—. Entonces, ¿en qué estás esta noche? –preguntó Wulf.
—Más o menos en un metro noventa y ocho.
Wulf gruñó.
—Sabes, esa broma de porquería no se vuelve más graciosa cada vez que la escucho.
—Sí, lo sé. Pero sólo vivo para agobiarte.
—Y tienes tanto éxito. ¿Has estado tomando lecciones con Chris? –Escuchó que Talon cubría el teléfono y ordenaba café negro y beignets—. ¿Así que ya estás en la calle, y preparado? –le preguntó a Talon luego de que la camarera se había alejado.
—Ya sabes. Es Mardi Gras y los Daimons abundan.
—Mierda. Te escuché ordenando café. Escapaste nuevamente, ¿verdad?
—Cállate, Vikingo.
Wulf sacudió la cabeza.
—Realmente necesitas conseguirte un Escudero.
—Sí, claro. Voy a recordártelo la próxima vez que estés quejándote de Chris y su boca.
Wulf se reclinó en la silla mientras leía los mensajes de sus compañeros Cazadores Oscuros. Era reconfortante saber que él no era el único que se aburría terriblemente entre un trabajo y otro.
Como los Cazadores Oscuros no podían reunirse físicamente sin absorber los poderes del otro, Internet y el teléfono eran los únicos modos en que podían compartir información y mantenerse en contacto.
La tecnología era un regalo de dios para ellos.
—Hombre –dijo Wulf—, ¿es idea mía o las noches parecen cada vez más largas?
—Algunas son más largas que otras. –La silla de Talon chirrió a través del teléfono. No cabían dudas de que el celta se estaba inclinando para estudiar a alguna mujer que pasaba junto a su mesa—. Entonces, ¿qué te tiene deprimido?
—Estoy inquieto.
—Ve a acostarte con alguien.
Wulf resopló ante la trillada respuesta de Talon para todo. Peor aún, sabía que el Celta realmente creía que el sexo era la cura absoluta para toda dolencia.
Pero entonces, cuando sus pensamientos regresaron a la mujer del club, Wulf no estuvo tan seguro de que no fuera a funcionar.
Al menos por esta noche.
De cualquier modo, al final, no le atraía tener una noche con otra mujer que no lo recordaría.
No le había interesado en mucho tiempo.
—Ese no es el problema –dijo Wulf mientras revisaba los mensajes—. Estoy desesperado por una buena pelea. Diablos, ¿cuándo fue la última vez que encontraste a un Daimon que se defendiera? Los que exterminé esta noche se dejaron matar. Uno de ellos incluso gimió cuando lo golpeé.
—Hey, deberías estar feliz de que los mataste antes de que te mataran a ti.
Quizás…
Pero Wulf era un Vikingo, y ellos no veían las cosas del mismo modo que los Celtas.
—Sabes, Talon, matar a un Daimon chupa—almas sin una buena pelea es como el sexo sin juego previo. Una absoluta pérdida de tiempo y completamente… insatisfactorio.
—Hablas como un verdadero Escandinavo. Lo que necesitas, hermano mío, es aguamiel, un vestíbulo con chicas sirviéndote y vikingos listos para luchar por su camino hacia el Valhala.
Era cierto. Wulf extrañaba a los Daimons Spathi. Ellos eran una clase de guerreros que se divertían en la guerra.
Bueno, al menos a su modo de pensar.
—Los que encontré esta noche no sabían nada acerca de pelear –dijo Wulf, frunciendo los labios—. Y estoy harto de esa mentalidad “mi revólver lo resolverá todo.”
—¿Te dispararon otra vez? –preguntó Talon.
—Cuatro veces. Lo juro… desearía poder traer a un Daimon como Desiderius. Me encantaría tener una buena pelea por una vez.
—Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo.
—Sí, lo sé –de una manera que Talon ni siquiera podía imaginar—. Pero, demonios. Por una vez, ¿no pueden dejar de escapar de nosotros y aprender a luchar como lo hacían sus ancestros? Extraño el modo en que eran las cosas.
Hubo una pausa en el otro lado mientras Talon soltaba un largo suspiro apreciativo.
Wulf sacudió la cabeza. Definitivamente, había una mujer cerca.
—Te lo digo, lo que más extraño son las Talpinas.
Wulf frunció el ceño. Era un término que no había escuchado nunca.
—¿Qué son esos?
—Cierto, estuvieron antes que tú. En la mejor parte de las Épocas Oscuras, solíamos tener un clan de Escuderos cuyo único propósito era ocuparse de nuestras necesidades carnales. –Era agradable saber que su amigo no podía pensar en más que una sola cosa, y Wulf pagaría lo que fuera para conocer a la mujer que pudiera descarrilar al Celta de sus modos terrenales—. Hombre, eran geniales –continuó Talon—. Sabían lo que éramos y estaban más que contentas de acostarse con nosotros. Diablos, los Escuderos incluso las entrenaban para saber cómo complacernos.
—¿Qué les sucedió?
Peor aún, no debería haber fingido que era el Chef Sueco cuando Chris era un niño. Todo lo que consiguió fue darle al chico una cosa más para exasperarlo.
Pero aún así, eran familia, y al menos Chris estaba intentando hacerlo sentir mejor. Aunque no estuviera funcionando.
Chris hizo un sonido desagradable.
—Está bien, viejo Vikingo decrépito y gruñón. Ah, mi madre quiere conocerte. De nuevo.
Wulf gruñó.
—¿Podrías posponerlo por un par de días?
—Puedo intentarlo, pero ya sabes cómo es.
Sí, lo sabía. Conocía a la madre de Chris desde hacía más de treinta años.
Desafortunadamente, ella no sabía nada de él. Así como todos aquellos que no eran de su sangre, ella lo olvidaba cinco minutos después de que él salía de su vista.
—Está bien –cedió Wulf—. Tráela mañana en la noche.
Wulf fue hacia las escaleras que llevaban a sus habitaciones debajo de la casa. Como la mayoría de los Cazadores Oscuros, prefería dormir donde no hubiese ninguna posibilidad de exponerse accidentalmente al sol. Era una de las contadísimas cosas que podría destruir sus cuerpos inmortales.
Abrió la puerta, pero no se molestó en encender la luz, ya que Chris había prendido la pequeña vela que estaba junto a su escritorio. Los ojos de un Cazador Oscuro estaban diseñados para no necesitar prácticamente nada de luz. Podía ver en la oscuridad mejor de lo que los humanos veían a plena luz.
Quitándose el suéter, punzó delicadamente las cuatro heridas de bala de su costado. Las balas habían pasado limpiamente a través de su carne y la piel ya había comenzado a sanarse.
La herida escocía, pero no iba a matarlo, y en un par de días no quedaría más que cuatro diminutas cicatrices.
Utilizó su remera negra para quitarse la sangre, y fue al baño para lavar y vendar la herida.
En cuanto estuvo limpio y vestido con un par de jeans azules y una remera blanca, Wulf encendió su radio. Las canciones preprogramadas comenzaron con My Oh My de Slade, mientras él tomaba su teléfono inalámbrico y levantaba el monitor de su computadora para entrar al sitio cazador—oscuro.com para actualizar a los demás acerca de sus últimas cacerías.
A Callabrax le agradaba tener al día la cantidad de Daimons que eran cazados cada mes. El guerrero Espartano tenía la extraña idea de que los cruzamientos y los ataques de los Daimons estaban relacionados con los ciclos lunares.
Personalmente, Wulf pensaba que el espartano tenía demasiado tiempo libre. Pero, para el caso, siendo inmortales, todos lo tenían.
Sentado en la oscuridad, Wulf escuchó la letra de la canción que sonaba.
Creo en las mujeres, dios, oh dios. Todos necesitamos a alguien con quien hablar, dios, oh, dios…
Contra su voluntad, esas palabras conjuraron imágenes de su antiguo hogar, y de una mujer con el cabello tan blanco como la nieve, y ojos tan azules como el mar.
Arnhild.
Wulf no sabía porqué aún después de todos esos siglos pensaba en ella, pero así era.
Respiró hondo mientras se preguntaba qué habría sucedido si se hubiese quedado en la granja de su padre y se hubiese casado con ella. Todos lo habían esperado.
Arnhild lo había esperado.
Pero Wulf se había rehusado. A los diecisiete años había deseado una vida diferente a ser un simple granjero y pagar impuestos a su jarl. Había deseado aventuras, y batallas.
Gloria.
Peligro.
Quizás si hubiera amado a Arnhild, eso hubiera sido suficiente para lograr que se quedara.
Y si hubiera hecho eso…
Se hubiera muerto de aburrimiento.
Lo cual era su problema esta noche. Necesitaba algo emocionante. Algo que agitara su sangre.
Algo similar a la cálida y tentadora rubia que había dejado en la calle…
A diferencia de Chris, desnudarse frente a una extraña no era algo que esquivara.
O al menos no era algo a lo que en general escapara. Por supuesto que su buena voluntad para desnudarse con mujeres extrañas era lo que lo había conducido a su destino actual, así que tal vez Chris tenía un poco de razón, después de todo.
Buscando una distracción que lo apartara de los pensamientos irritantes, Wulf marcó el número de Talon y apretó el control remoto para cambiar su canción a “Immigrant Song”, de Led Zeppelin.
Talon contestó su teléfono móvil al mismo tiempo que Wulf entraba a los paneles de mensajes privados de los Cazadores Oscuros.
—Hola, niñita –dijo Wulf burlonamente, poniéndose los auriculares para poder hablar y escribir al mismo tiempo—. Hoy recibí tu remera de 'Dirty Deeds Done Dirt Cheap'. No eres gracioso, y yo no trabajo barato. Espero obtener mucho dinero por lo que hago.
Talon se mofó.
—¿Niñita? Será mejor que dejes de molestarme, o iré hasta allí a patear tu vikingo trasero.
—Esa amenaza podría ser al menos un poco real si no supiera cuánto odias el frío. —Talon rió gravemente—. Entonces, ¿en qué estás esta noche? –preguntó Wulf.
—Más o menos en un metro noventa y ocho.
Wulf gruñó.
—Sabes, esa broma de porquería no se vuelve más graciosa cada vez que la escucho.
—Sí, lo sé. Pero sólo vivo para agobiarte.
—Y tienes tanto éxito. ¿Has estado tomando lecciones con Chris? –Escuchó que Talon cubría el teléfono y ordenaba café negro y beignets—. ¿Así que ya estás en la calle, y preparado? –le preguntó a Talon luego de que la camarera se había alejado.
—Ya sabes. Es Mardi Gras y los Daimons abundan.
—Mierda. Te escuché ordenando café. Escapaste nuevamente, ¿verdad?
—Cállate, Vikingo.
Wulf sacudió la cabeza.
—Realmente necesitas conseguirte un Escudero.
—Sí, claro. Voy a recordártelo la próxima vez que estés quejándote de Chris y su boca.
Wulf se reclinó en la silla mientras leía los mensajes de sus compañeros Cazadores Oscuros. Era reconfortante saber que él no era el único que se aburría terriblemente entre un trabajo y otro.
Como los Cazadores Oscuros no podían reunirse físicamente sin absorber los poderes del otro, Internet y el teléfono eran los únicos modos en que podían compartir información y mantenerse en contacto.
La tecnología era un regalo de dios para ellos.
—Hombre –dijo Wulf—, ¿es idea mía o las noches parecen cada vez más largas?
—Algunas son más largas que otras. –La silla de Talon chirrió a través del teléfono. No cabían dudas de que el celta se estaba inclinando para estudiar a alguna mujer que pasaba junto a su mesa—. Entonces, ¿qué te tiene deprimido?
—Estoy inquieto.
—Ve a acostarte con alguien.
Wulf resopló ante la trillada respuesta de Talon para todo. Peor aún, sabía que el Celta realmente creía que el sexo era la cura absoluta para toda dolencia.
Pero entonces, cuando sus pensamientos regresaron a la mujer del club, Wulf no estuvo tan seguro de que no fuera a funcionar.
Al menos por esta noche.
De cualquier modo, al final, no le atraía tener una noche con otra mujer que no lo recordaría.
No le había interesado en mucho tiempo.
—Ese no es el problema –dijo Wulf mientras revisaba los mensajes—. Estoy desesperado por una buena pelea. Diablos, ¿cuándo fue la última vez que encontraste a un Daimon que se defendiera? Los que exterminé esta noche se dejaron matar. Uno de ellos incluso gimió cuando lo golpeé.
—Hey, deberías estar feliz de que los mataste antes de que te mataran a ti.
Quizás…
Pero Wulf era un Vikingo, y ellos no veían las cosas del mismo modo que los Celtas.
—Sabes, Talon, matar a un Daimon chupa—almas sin una buena pelea es como el sexo sin juego previo. Una absoluta pérdida de tiempo y completamente… insatisfactorio.
—Hablas como un verdadero Escandinavo. Lo que necesitas, hermano mío, es aguamiel, un vestíbulo con chicas sirviéndote y vikingos listos para luchar por su camino hacia el Valhala.
Era cierto. Wulf extrañaba a los Daimons Spathi. Ellos eran una clase de guerreros que se divertían en la guerra.
Bueno, al menos a su modo de pensar.
—Los que encontré esta noche no sabían nada acerca de pelear –dijo Wulf, frunciendo los labios—. Y estoy harto de esa mentalidad “mi revólver lo resolverá todo.”
—¿Te dispararon otra vez? –preguntó Talon.
—Cuatro veces. Lo juro… desearía poder traer a un Daimon como Desiderius. Me encantaría tener una buena pelea por una vez.
—Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo.
—Sí, lo sé –de una manera que Talon ni siquiera podía imaginar—. Pero, demonios. Por una vez, ¿no pueden dejar de escapar de nosotros y aprender a luchar como lo hacían sus ancestros? Extraño el modo en que eran las cosas.
Hubo una pausa en el otro lado mientras Talon soltaba un largo suspiro apreciativo.
Wulf sacudió la cabeza. Definitivamente, había una mujer cerca.
—Te lo digo, lo que más extraño son las Talpinas.
Wulf frunció el ceño. Era un término que no había escuchado nunca.
—¿Qué son esos?
—Cierto, estuvieron antes que tú. En la mejor parte de las Épocas Oscuras, solíamos tener un clan de Escuderos cuyo único propósito era ocuparse de nuestras necesidades carnales. –Era agradable saber que su amigo no podía pensar en más que una sola cosa, y Wulf pagaría lo que fuera para conocer a la mujer que pudiera descarrilar al Celta de sus modos terrenales—. Hombre, eran geniales –continuó Talon—. Sabían lo que éramos y estaban más que contentas de acostarse con nosotros. Diablos, los Escuderos incluso las entrenaban para saber cómo complacernos.
—¿Qué les sucedió?
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Más o menos cien años antes de que nacieras, un Cazador Oscuro cometió el error de enamorarse de su Talpina. Desafortunadamente para el resto de nosotros, ella no pasó la prueba de Artemisa. Artemisa estaba tan enojada que intervino y las desterró, e implementó la maravillosa regla de “se supone que duermas sólo una vez con ellas.” Como contragolpe, Acheron inventó la ley de “nunca toques a tu Escudero.” Te lo digo, no has vivido realmente hasta que has intentado encontrar una relación de una sola noche en la Gran Bretaña del siglo VII.
Wulf resopló.
—Ese jamás ha sido mi problema.
—Sí, lo sé. Te envidio por eso. Mientras el resto de nosotros tuvimos que alejarnos de nuestras amantes para no traicionar nuestra existencia, tú podías actuar sin miedo.
—Créeme, Talon, no todo es lo que parece. Vives solo por propia decisión. ¿Tienes alguna idea de lo frustrante que es no tener a nadie que te recuerde cinco minutos después de que los abandonas?
Era lo único que molestaba a Wulf de su existencia. Tenía inmortalidad. Riqueza.
Lo que deseara, solo nómbralo.
Excepto que si Christopher moría sin haber tenido hijos, no quedaría ningún humano vivo que pudiera recordarlo.
Era un grave pensamiento.
Wulf suspiró.
—La madre de Christopher ha venido aquí tres veces sólo en la última semana para conocer a la persona para la que él trabaja. ¿La conozco hace cuánto? ¿Treinta años? Y no olvidemos esa vez, hace dieciséis años, cuando llegué a casa y ella llamó a la policía porque pensó que había entrado a la fuerza en mi propio hogar.
—Lo siento, hermanito –dijo Talon sinceramente—. Al menos nos tienes a nosotros y a tu Escudero, que podemos recordarte.
—Sí, lo sé. Gracias a los dioses por la tecnología moderna. De otro modo me volvería loco –se quedó callado por un instante.
—No es que quiera cambiar de tema, pero, ¿te enteraste de a quién llevó Artemisa a Nueva Orleáns para tomar el lugar de Kyrian?
—Escuché que era Valerius –dijo Wulf incrédulo—. ¿En qué estaba pensando Artemisa?
—No tengo idea.
—¿Kyrian lo sabe? –preguntó Wulf.
—Por razones obvias, Acheron y yo decidimos no decirle que el nieto y vivo retrato del hombre que lo crucificó y destruyó a su familia estaba mudándose a la ciudad, a una cuadra de su casa. Pero, desafortunadamente, estoy seguro de que va a enterarse en algún momento.
Wulf sacudió la cabeza. Supuso que las cosas podrían haber sido peores para él. Al menos no tenía los problemas de Kyrian o los de Valerius.
—Hombre, humano o no, Kyrian va a matarlo si alguna vez se cruzan… no es algo con lo que uno necesite enfrentarse en esta parte del año.
—Ni lo digas –coincidió Talon.
—Así que, ¿a quién le tocó la tarea de Mardi Gras de este año? –preguntó Wulf.
—Están importando a Zarek.
Wulf maldijo ante la mención del Cazador Oscuro de Fairbanks, Alaska. Los rumores abundaban acerca del ex – esclavo que había destruido la villa y a los humanos que tenía bajo su protección.
—No pensé que Acheron lo dejara salir alguna vez de Alaska.
—Sí, lo sé, pero fue la propia Artemisa quien dijo que lo quería allí. Parece que tendremos una reunión de psicópatas esta semana… Oh, espera, es Mardi Gras. Duh.
Wulf rió nuevamente.
Escuchó a Talon suspirar alegremente.
—¿Llegó el café? –le preguntó.
—Oh, sí —Wulf sonrió, deseando poder encontrar placer en algo tan sencillo como una taza de café. Pero apenas ese pensamiento cruzó su mente, cuando escuchó a Talon gruñendo—: Ah, hombre…
—¿Qué?
—Mierda, Fabio a la vista —Talon escupió las palabras con desprecio.
Wulf arqueó una ceja mientras pensaba en el rubio cabello de Talon.
—Hey, tú mismo estás cerca de esa marca, rubiecito.
—Muérdeme, Vikingo. Sabes, si fuera una persona negativa, estaría seriamente enojado contigo ahora.
—Te escucho enojado.
—No, esto no es estar enojado. Es una leve perturbación. Además, deberías ver a estos tipos. —Talon abandonó su acento celta mientras inventaba una conversación para los Daimons. Elevó su voz a un nivel artificialmente alto—. Hey, Gorgeous George, me parece que huelo a un Cazador Oscuro.
—Oh, no, Dick –dijo, dejando caer su voz dos octavas—, no seas idiota. No hay ningún Cazador Oscuro aquí.
Talon regresó a su falsetto.
—No lo sé…
—Espera –dijo Talon, nuevamente con voz profunda—, huelo a turista. Turista con una gran… y fuerte alma.
—¿Podrías terminar? –dijo Wulf, riendo.
—Hablando de manchas de tinta –dijo Talon, usando el término despectivo que los Cazadores Oscuros tenían para los Daimons. Derivaba de la extraña marca negra que aparecía en el pecho de todos los Daimons cuando pasaban de ser simples Apolitas a asesinos de humanos—. Diablos, todo lo que quería era tomar un café y un pequeño beignet. –Wulf escuchó que Talon chasqueaba. Y entonces su amigo comenzó a debatir en voz alta—. Café… Daimons… Café… Daimons…
—Creo que en esta ocasión será mejor que ganen los Daimons.
—Sí, pero es café de achicoria.
Wulf chasqueó la lengua.
—Talon deseando ser frito por Acheron al fallar en proteger a los humanos.
—Lo sé –dijo con un suspiro irritado—. Déjame ir a expirarlos. Hablamos luego.
—Hasta luego.
Wulf colgó el teléfono y apagó la computadora. Miró el reloj. Ni siquiera era medianoche.
Demonios.
Apenas había pasado la medianoche cuando Cassandra, Kat, y Brenda regresaron a su complejo de departamentos universitario. Dejaron a Brenda frente a su edificio, y luego dieron la vuelta, de regreso al lugar donde compartían un apartamento. Bajaron del auto e ingresaron al piso de dos habitaciones.
Desde que había salido del Inferno, Cassandra había sentido una terrible inquietud, como si algo no estuviera bien.
Repasó mentalmente la noche entera mientras se preparaba para ir a la cama. Había conducido hasta el bar con sus amigas luego de la clase de Michelle, y habían pasado la noche escuchando a Twisted Hearts y después a los Barleys.
No había sucedido nada extraño, excepto que Michelle había conocido a Tom.
¿Entonces por qué se sentía tan… tan… extraña?
Incómoda.
No tenía sentido.
Frotándose la ceja, tomó su libro de Literatura Medieval e hizo su mejor intento para luchar con la versión de Inglés Antiguo de Beowulf.
Al Doctor Mitchell le encantaba avergonzar a los estudiantes graduados que no se habían preparado para sus clases, así que Cassandra no iba a aparecerse al día siguiente sin haber leído la tarea.
Sin importar qué tan aburrido resultara.
Grendrel, chomp, chomp,
Grendrel, chomp, chomp,
See the Vikings in their boats,
Someone hand me the Cliff's Notes…
Ni siquiera su pequeña cancioncita monótona podría reavivar su interés.
Aún así, mientras leía las palabras en Inglés Antiguo, continuaba imaginándose a un guerrero alto y de cabellos oscuros, con ojos negros y labios llenos y cálidos.
Un hombre de velocidad y agilidad increíbles.
Cerrando sus ojos, lo vio parado bajo el frío, vistiendo una larga chaqueta de cuero negra y una expresión en su rostro que decía…
La imagen se deterioró.
Cassandra intentó aclarar la imagen, pero se evaporó y la dejó ansiando tener más de él.
—¿Qué diablos me sucede?
Abrió bien los ojos y se forzó a leer.
Wulf cerró con trabas la puerta de su habitación y se acostó temprano, justo antes de las cuatro. Chris hacía horas que estaba durmiendo. No había nada en la TV, y estaba aburrido de jugar en línea con la computadora contra otros Cazadores Oscuros.
Ya había eliminado la “insistente” amenaza de Daimons esa noche. Suspiró ante ese pensamiento. Durante los meses de invierno, tendían a hacer una pausa y dirigirse al sur, ya que a los Daimons no les gustaba mucho el frío. Odiaban tener que “desenvolver” su comida, y les parecía extremadamente embarazoso atacar a los humanos envueltos en varias capas de suéter y chaquetas. Las cosas mejorarían en la primavera, luego del deshielo, pero mientras tanto, las noches eran largas y las batallas espaciadas.
Quizás si dormía bien durante el día, podría sentirse mejor la noche siguiente.
Valía la pena intentarlo.
Pero en cuanto Wulf se durmió, sus sueños comenzaron a vagabundear. Vio el club nuevamente, y sintió los labios de la mujer desconocida contra los suyos.
Sintió sus manos sobre él mientras lo aferraba…
¿Cómo sería ser recordado por una amante nuevamente?
¿Sólo una vez?
Una extraña bruma en espiral lo rodeó, y lo próximo que supo fue que estaba en una cama desconocida.
Wulf hizo una mueca ante su tamaño –era una cama normal, por lo que tenía que doblar sus piernas para que los pies no le colgaran del borde.
Frunciendo el ceño, miró alrededor de la oscura habitación. Las paredes blancas estaban desnudas y cubiertas con dibujos artísticos. Algo hacía que tuviera una cierta cualidad institucional.
Había un escritorio construido pegado a la pared junto a la ventana, un tocador cuadrado con una TV y una radio, y una lámpara de lava encendida en la esquina, lanzando extrañas sombras sobre las paredes.
En ese momento se dio cuenta de que no estaba solo en la cama.
Alguien estaba recostado junto a él.
Wulf estudió a la mujer que vestía un mojigato pijama de franela rosa que ocultaba su cuerpo mientras ella estaba de espaldas a él. Inclinándose hacia ella, vio el cabello rubio—rojizo rizado que llevaba trenzado.
Wulf sonrió en el momento en que reconoció a la mujer del club. Le agradaba este sueño…
Pero no tanto como le gustaba la expresión de su rostro sereno.
Y a diferencia de los Daimons, a él no le molestaba “desenvolver” su alimento.
Con su cuerpo despertando instantáneamente, rodó sobre ella y comenzó a desabotonarle el pijama.
Wulf resopló.
—Ese jamás ha sido mi problema.
—Sí, lo sé. Te envidio por eso. Mientras el resto de nosotros tuvimos que alejarnos de nuestras amantes para no traicionar nuestra existencia, tú podías actuar sin miedo.
—Créeme, Talon, no todo es lo que parece. Vives solo por propia decisión. ¿Tienes alguna idea de lo frustrante que es no tener a nadie que te recuerde cinco minutos después de que los abandonas?
Era lo único que molestaba a Wulf de su existencia. Tenía inmortalidad. Riqueza.
Lo que deseara, solo nómbralo.
Excepto que si Christopher moría sin haber tenido hijos, no quedaría ningún humano vivo que pudiera recordarlo.
Era un grave pensamiento.
Wulf suspiró.
—La madre de Christopher ha venido aquí tres veces sólo en la última semana para conocer a la persona para la que él trabaja. ¿La conozco hace cuánto? ¿Treinta años? Y no olvidemos esa vez, hace dieciséis años, cuando llegué a casa y ella llamó a la policía porque pensó que había entrado a la fuerza en mi propio hogar.
—Lo siento, hermanito –dijo Talon sinceramente—. Al menos nos tienes a nosotros y a tu Escudero, que podemos recordarte.
—Sí, lo sé. Gracias a los dioses por la tecnología moderna. De otro modo me volvería loco –se quedó callado por un instante.
—No es que quiera cambiar de tema, pero, ¿te enteraste de a quién llevó Artemisa a Nueva Orleáns para tomar el lugar de Kyrian?
—Escuché que era Valerius –dijo Wulf incrédulo—. ¿En qué estaba pensando Artemisa?
—No tengo idea.
—¿Kyrian lo sabe? –preguntó Wulf.
—Por razones obvias, Acheron y yo decidimos no decirle que el nieto y vivo retrato del hombre que lo crucificó y destruyó a su familia estaba mudándose a la ciudad, a una cuadra de su casa. Pero, desafortunadamente, estoy seguro de que va a enterarse en algún momento.
Wulf sacudió la cabeza. Supuso que las cosas podrían haber sido peores para él. Al menos no tenía los problemas de Kyrian o los de Valerius.
—Hombre, humano o no, Kyrian va a matarlo si alguna vez se cruzan… no es algo con lo que uno necesite enfrentarse en esta parte del año.
—Ni lo digas –coincidió Talon.
—Así que, ¿a quién le tocó la tarea de Mardi Gras de este año? –preguntó Wulf.
—Están importando a Zarek.
Wulf maldijo ante la mención del Cazador Oscuro de Fairbanks, Alaska. Los rumores abundaban acerca del ex – esclavo que había destruido la villa y a los humanos que tenía bajo su protección.
—No pensé que Acheron lo dejara salir alguna vez de Alaska.
—Sí, lo sé, pero fue la propia Artemisa quien dijo que lo quería allí. Parece que tendremos una reunión de psicópatas esta semana… Oh, espera, es Mardi Gras. Duh.
Wulf rió nuevamente.
Escuchó a Talon suspirar alegremente.
—¿Llegó el café? –le preguntó.
—Oh, sí —Wulf sonrió, deseando poder encontrar placer en algo tan sencillo como una taza de café. Pero apenas ese pensamiento cruzó su mente, cuando escuchó a Talon gruñendo—: Ah, hombre…
—¿Qué?
—Mierda, Fabio a la vista —Talon escupió las palabras con desprecio.
Wulf arqueó una ceja mientras pensaba en el rubio cabello de Talon.
—Hey, tú mismo estás cerca de esa marca, rubiecito.
—Muérdeme, Vikingo. Sabes, si fuera una persona negativa, estaría seriamente enojado contigo ahora.
—Te escucho enojado.
—No, esto no es estar enojado. Es una leve perturbación. Además, deberías ver a estos tipos. —Talon abandonó su acento celta mientras inventaba una conversación para los Daimons. Elevó su voz a un nivel artificialmente alto—. Hey, Gorgeous George, me parece que huelo a un Cazador Oscuro.
—Oh, no, Dick –dijo, dejando caer su voz dos octavas—, no seas idiota. No hay ningún Cazador Oscuro aquí.
Talon regresó a su falsetto.
—No lo sé…
—Espera –dijo Talon, nuevamente con voz profunda—, huelo a turista. Turista con una gran… y fuerte alma.
—¿Podrías terminar? –dijo Wulf, riendo.
—Hablando de manchas de tinta –dijo Talon, usando el término despectivo que los Cazadores Oscuros tenían para los Daimons. Derivaba de la extraña marca negra que aparecía en el pecho de todos los Daimons cuando pasaban de ser simples Apolitas a asesinos de humanos—. Diablos, todo lo que quería era tomar un café y un pequeño beignet. –Wulf escuchó que Talon chasqueaba. Y entonces su amigo comenzó a debatir en voz alta—. Café… Daimons… Café… Daimons…
—Creo que en esta ocasión será mejor que ganen los Daimons.
—Sí, pero es café de achicoria.
Wulf chasqueó la lengua.
—Talon deseando ser frito por Acheron al fallar en proteger a los humanos.
—Lo sé –dijo con un suspiro irritado—. Déjame ir a expirarlos. Hablamos luego.
—Hasta luego.
Wulf colgó el teléfono y apagó la computadora. Miró el reloj. Ni siquiera era medianoche.
Demonios.
Apenas había pasado la medianoche cuando Cassandra, Kat, y Brenda regresaron a su complejo de departamentos universitario. Dejaron a Brenda frente a su edificio, y luego dieron la vuelta, de regreso al lugar donde compartían un apartamento. Bajaron del auto e ingresaron al piso de dos habitaciones.
Desde que había salido del Inferno, Cassandra había sentido una terrible inquietud, como si algo no estuviera bien.
Repasó mentalmente la noche entera mientras se preparaba para ir a la cama. Había conducido hasta el bar con sus amigas luego de la clase de Michelle, y habían pasado la noche escuchando a Twisted Hearts y después a los Barleys.
No había sucedido nada extraño, excepto que Michelle había conocido a Tom.
¿Entonces por qué se sentía tan… tan… extraña?
Incómoda.
No tenía sentido.
Frotándose la ceja, tomó su libro de Literatura Medieval e hizo su mejor intento para luchar con la versión de Inglés Antiguo de Beowulf.
Al Doctor Mitchell le encantaba avergonzar a los estudiantes graduados que no se habían preparado para sus clases, así que Cassandra no iba a aparecerse al día siguiente sin haber leído la tarea.
Sin importar qué tan aburrido resultara.
Grendrel, chomp, chomp,
Grendrel, chomp, chomp,
See the Vikings in their boats,
Someone hand me the Cliff's Notes…
Ni siquiera su pequeña cancioncita monótona podría reavivar su interés.
Aún así, mientras leía las palabras en Inglés Antiguo, continuaba imaginándose a un guerrero alto y de cabellos oscuros, con ojos negros y labios llenos y cálidos.
Un hombre de velocidad y agilidad increíbles.
Cerrando sus ojos, lo vio parado bajo el frío, vistiendo una larga chaqueta de cuero negra y una expresión en su rostro que decía…
La imagen se deterioró.
Cassandra intentó aclarar la imagen, pero se evaporó y la dejó ansiando tener más de él.
—¿Qué diablos me sucede?
Abrió bien los ojos y se forzó a leer.
Wulf cerró con trabas la puerta de su habitación y se acostó temprano, justo antes de las cuatro. Chris hacía horas que estaba durmiendo. No había nada en la TV, y estaba aburrido de jugar en línea con la computadora contra otros Cazadores Oscuros.
Ya había eliminado la “insistente” amenaza de Daimons esa noche. Suspiró ante ese pensamiento. Durante los meses de invierno, tendían a hacer una pausa y dirigirse al sur, ya que a los Daimons no les gustaba mucho el frío. Odiaban tener que “desenvolver” su comida, y les parecía extremadamente embarazoso atacar a los humanos envueltos en varias capas de suéter y chaquetas. Las cosas mejorarían en la primavera, luego del deshielo, pero mientras tanto, las noches eran largas y las batallas espaciadas.
Quizás si dormía bien durante el día, podría sentirse mejor la noche siguiente.
Valía la pena intentarlo.
Pero en cuanto Wulf se durmió, sus sueños comenzaron a vagabundear. Vio el club nuevamente, y sintió los labios de la mujer desconocida contra los suyos.
Sintió sus manos sobre él mientras lo aferraba…
¿Cómo sería ser recordado por una amante nuevamente?
¿Sólo una vez?
Una extraña bruma en espiral lo rodeó, y lo próximo que supo fue que estaba en una cama desconocida.
Wulf hizo una mueca ante su tamaño –era una cama normal, por lo que tenía que doblar sus piernas para que los pies no le colgaran del borde.
Frunciendo el ceño, miró alrededor de la oscura habitación. Las paredes blancas estaban desnudas y cubiertas con dibujos artísticos. Algo hacía que tuviera una cierta cualidad institucional.
Había un escritorio construido pegado a la pared junto a la ventana, un tocador cuadrado con una TV y una radio, y una lámpara de lava encendida en la esquina, lanzando extrañas sombras sobre las paredes.
En ese momento se dio cuenta de que no estaba solo en la cama.
Alguien estaba recostado junto a él.
Wulf estudió a la mujer que vestía un mojigato pijama de franela rosa que ocultaba su cuerpo mientras ella estaba de espaldas a él. Inclinándose hacia ella, vio el cabello rubio—rojizo rizado que llevaba trenzado.
Wulf sonrió en el momento en que reconoció a la mujer del club. Le agradaba este sueño…
Pero no tanto como le gustaba la expresión de su rostro sereno.
Y a diferencia de los Daimons, a él no le molestaba “desenvolver” su alimento.
Con su cuerpo despertando instantáneamente, rodó sobre ella y comenzó a desabotonarle el pijama.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 3
Los ojos de Cassandra pestañearon abriéndose, al sentir unas manos fuertes y calientes desabotonando su camisón de franela. Aturdida, miró fijamente al Cazador Oscuro que le había salvado la vida en el club.
Sus ojos de medianoche estaban hambrientos de deseo mientras la observaba.
—Eres tú –susurró, con la cabeza confusa por sus sueños.
Él sonrió y pareció deleitado por sus palabras.
—¿Me recuerdas?
—Claro. ¿Cómo podría olvidar el modo en que besas?
La sonrisa de él se ensanchó ferozmente mientras apartaba su camisón y pasaba las manos por la piel desnuda de Cassandra. Ella gimió ante la calidez de la palma sobre su carne. Contra su voluntad, una puñalada de deseo la atravesó mientras sus pechos hormigueaban ante su toque abrasador. Los callos de sus ásperos dedos raspaban suave y ligeramente sus pezones inflamados. Hizo que su estómago se contrajera aún más. Hizo que vibrara mientras la humedad se instalaba entre sus piernas, logrando que deseara aún más tomar toda su fuerza dentro de su cuerpo.
Cassandra se percató de que su salvador Vikingo estaba en su cama, completamente desnudo. Bueno, quizás no completamente. Tenía un collar de plata con el martillo de Thor y un pequeño crucifijo.
Bien, tal vez era un poco agresivo. Pero el collar quedaba muy bien contra su piel bronceada.
Las luces bajas acariciaban cada contorno de su magnífico cuerpo. Sus hombros eran amplios y musculosos, su pecho era una perfecta escultura de proporciones masculinas.
Y su trasero…
¡Era legendario!
Su pecho y piernas estaban levemente cubiertos por un vello oscuro. Su mentón fuerte y con apenas un poco de barba pedía a gritos que una mujer lo lamiera por completo, hasta echarle la cabeza atrás y continuar con su exquisito cuello.
Pero lo que la fascinaba era el intrincado tatuaje nórdico que cubría todo su hombro derecho y terminaba en una banda estilizada que rodeaba su bíceps. Era hermoso.
Y aún así no le llegaba ni a la suela de los zapatos del hombre que estaba entre sus brazos.
Era precioso. De un modo que hacía agua la boca.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó mientras él trazaba círculos alrededor de sus pechos con su lengua caliente.
—Te estoy haciendo el amor.
Si no hubiera estado dormida esas palabras la hubiesen aterrorizado. Pero sus temores y todo lo demás se dispersaron cuando él acunó su pecho en una mano.
Ella siseó con placer y expectativa.
Gentilmente, él la masajeó, frotando su palma callosa contra el tirante pezón hasta que estuvo tan tenso que ella quería rogarle que la besara. Rogarle que la chupara.
—Tan suave –susurró él contra sus labios antes de reclamarlos.
Cassandra suspiró. Su cuerpo ardía con una sorprendente intensidad mientras ella paseaba sus manos por los hombros anchos y desnudos. Jamás había sentido algo como eso. Bien formados y perfectos, se ondulaban con su poder y su fuerza.
Y ella quería sentir más de él.
Él apartó la mano y tomó su trenza. Cassandra lo observó estudiar su cabello mientras lo soltaba.
—¿Por qué llevas tu cabello de este modo? –le preguntó, con una voz embriagadora y profundamente acentuada.
—Los rizos se enredan si no lo hago.
Los ojos de él lanzaban fuego, como si pensara que su trenza era una especie de abominación.
—No me agrada. Tu cabello es demasiado hermoso para ser atado.
Pasó sus manos por los rizos liberados y su mirada se hizo más tierna instantáneamente. Suave. Le peinó el cabello con los dedos hasta que cubrieron sus pechos desnudos. Su respiración rozó la piel de Cassandra mientras tentaba sus pezones con los rulos y su toque.
—Ahí está –dijo, con su acento nórdico más suave y canturreando—. Jamás he visto una mujer más hermosa.
Con el cuerpo derretido, Cassandra no podía hacer más que mirar cómo la observaba.
Él era increíblemente apuesto. Masculino en un modo salvaje que hacía que la mujer en ella rechinara con una necesidad primaria.
Era evidente que este era un hombre peligroso. Básico. Duro. Inflexible.
—¿Cuál es tu nombre? –le preguntó mientras él hundía la cabeza para mordisquearle el cuello.
Sus mejillas barbudas pincharon su carne, provocándole temblores mientras él la saboreaba.
—Wulf.
Ella se estremeció al darse cuenta de la fuente de esta fantasía nocturna.
—¿Como Beowulf?
Él sonrió ávidamente, dejándole echar un breve vistazo a sus largos caninos.
—En realidad, soy más parecido a Grendel. Sólo salgo por las noches a devorarte.
Ella tembló otra vez mientras él le daba una larga y deliciosa lamida al costado inferior de su seno.
Este era un hombre que sabía bien cómo complacer a una mujer. Y, mejor aún, no parecía apurado por terminar, sino que se tomaba su tiempo con ella.
Si le quedaba alguna duda, ¡eso solo le probaba que estaba soñando!
Wulf pasó su lengua sobre la suave piel y se deleitó con los murmullos de placer de Cassandra mientras saboreaba su carne dulce—salada. Adoraba la sensación cálida y sedante y el aroma de esta mujer.
Era deliciosa.
Wulf no había tenido un sueño así en siglos. Era tan real, pero él sabía que no lo era.
Ella era sólo un producto de su hambrienta imaginación.
Aún así, ella lo tocaba de un modo que él jamás había sentido antes. Y olía tan bien… como rosas frescas y talco.
Femenina. Suave.
Un delicado manjar esperando a que él la probara. O mejor aún, la devorara.
Apartándose, Wulf regresó a ese cabello que le recordaba al color de los rayos del sol. Los llameantes mechones dorados lo cautivaron, cuando los rizos se envolvieron alrededor de sus dedos y lucharon contra los límites de su corazón de piedra.
—Tienes un cabello tan hermoso.
—También tú –dijo ella mientras le apartaba el pelo de la cara.
Cassandra rasguñó su barba con las uñas mientras trazaba la curva de su mandíbula. Dioses, ¿cuánto hacía desde la última vez que había estado con una mujer?
¿Tres, cuatro meses?
¿Tres, cuatro décadas?
Era difícil llevar la cuenta cuando el tiempo se estiraba interminablemente. Todo lo que sabía era que hacía mucho que había abandonado el sueño de tener a una mujer así debajo de él.
Como ninguna podía recordarlo, se rehusaba a llevar mujeres decentes a su cama.
Sabía demasiado bien lo que era despertar luego de tener sexo y no entender qué le había sucedido. Quedarse allí tirado sin saber qué tanto había sido real y qué tanto un sueño.
Entonces, había relegado sus encuentros a mujeres a las que les podía pagar por sus servicios, y únicamente lo hacía cuando ya no soportaba su celibato.
Pero ésta había recordado su beso.
Se había acordado de él.
Esa idea hizo volar su corazón. Le gustaba este sueño, y si pudiera, se quedaría en él para siempre.
—Dime tu nombre, villkat.
—Cassandra.
Wulf sintió que la palabra retumbaba bajo sus labios mientras besaba la columna de su garganta. Ella tembló en respuesta a la lengua que acariciaba su piel.
Y a él le encantó. Le encantaban los sonidos que ella hacía mientras le devolvía las caricias. Cassandra pasó sus manos calientes y ávidas por la espalda desnuda y detuvo su mano derecha sobre la marca de su hombro izquierdo.
—¿Qué es esto? –le preguntó con curiosidad.
Él miró el símbolo de arco y flecha.
—Es la marca de Artemisa, la diosa de la caza y de la luna.
—¿Todos los Cazadores Oscuros la tienen?
—Sí.
—Qué extraño…
Wulf ya no podía soportar la barrera de franela. Quería ver más de ella.
Levantó el borde de su camisón.
—Deberían quemar esta cosa.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque me aparta de ti.
Con un tirón, lo quitó por su cabeza.
Los ojos de Cassandra se ensancharon por un instante, luego se oscurecieron con su propia pasión.
—Ahora está mejor –susurró él, deleitándose con la imagen de sus tensos senos, su estrecha cintura, y lo mejor de todo, los rizos dorado—rojizos en la unión de sus muslos.
Pasó su mano suavemente entre los pechos, hacia abajo por el estómago y alrededor de la cadera.
Cassandra se estiró y pasó su mano por la gloriosa piel de su pecho, deleitándose con el terreno rocoso de sus músculos. Él se sentía tan maravillosamente. Su cuerpo se ondulaba con cada movimiento que hacía.
El devastador poder de Wulf era innegable, y aún así, en su cama era tan gentil como un león domado. No podía creer la ternura que había en su toque caliente y experto.
Sus rasgos oscuros y tristes la conmovían profundamente, y sus ojos tenían una inteligencia muy vivaz mientras absorbían el mundo que lo rodeaba.
Ella quería domar a esta bestia salvaje.
Darle de comer de su propia mano.
Los ojos de Cassandra pestañearon abriéndose, al sentir unas manos fuertes y calientes desabotonando su camisón de franela. Aturdida, miró fijamente al Cazador Oscuro que le había salvado la vida en el club.
Sus ojos de medianoche estaban hambrientos de deseo mientras la observaba.
—Eres tú –susurró, con la cabeza confusa por sus sueños.
Él sonrió y pareció deleitado por sus palabras.
—¿Me recuerdas?
—Claro. ¿Cómo podría olvidar el modo en que besas?
La sonrisa de él se ensanchó ferozmente mientras apartaba su camisón y pasaba las manos por la piel desnuda de Cassandra. Ella gimió ante la calidez de la palma sobre su carne. Contra su voluntad, una puñalada de deseo la atravesó mientras sus pechos hormigueaban ante su toque abrasador. Los callos de sus ásperos dedos raspaban suave y ligeramente sus pezones inflamados. Hizo que su estómago se contrajera aún más. Hizo que vibrara mientras la humedad se instalaba entre sus piernas, logrando que deseara aún más tomar toda su fuerza dentro de su cuerpo.
Cassandra se percató de que su salvador Vikingo estaba en su cama, completamente desnudo. Bueno, quizás no completamente. Tenía un collar de plata con el martillo de Thor y un pequeño crucifijo.
Bien, tal vez era un poco agresivo. Pero el collar quedaba muy bien contra su piel bronceada.
Las luces bajas acariciaban cada contorno de su magnífico cuerpo. Sus hombros eran amplios y musculosos, su pecho era una perfecta escultura de proporciones masculinas.
Y su trasero…
¡Era legendario!
Su pecho y piernas estaban levemente cubiertos por un vello oscuro. Su mentón fuerte y con apenas un poco de barba pedía a gritos que una mujer lo lamiera por completo, hasta echarle la cabeza atrás y continuar con su exquisito cuello.
Pero lo que la fascinaba era el intrincado tatuaje nórdico que cubría todo su hombro derecho y terminaba en una banda estilizada que rodeaba su bíceps. Era hermoso.
Y aún así no le llegaba ni a la suela de los zapatos del hombre que estaba entre sus brazos.
Era precioso. De un modo que hacía agua la boca.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó mientras él trazaba círculos alrededor de sus pechos con su lengua caliente.
—Te estoy haciendo el amor.
Si no hubiera estado dormida esas palabras la hubiesen aterrorizado. Pero sus temores y todo lo demás se dispersaron cuando él acunó su pecho en una mano.
Ella siseó con placer y expectativa.
Gentilmente, él la masajeó, frotando su palma callosa contra el tirante pezón hasta que estuvo tan tenso que ella quería rogarle que la besara. Rogarle que la chupara.
—Tan suave –susurró él contra sus labios antes de reclamarlos.
Cassandra suspiró. Su cuerpo ardía con una sorprendente intensidad mientras ella paseaba sus manos por los hombros anchos y desnudos. Jamás había sentido algo como eso. Bien formados y perfectos, se ondulaban con su poder y su fuerza.
Y ella quería sentir más de él.
Él apartó la mano y tomó su trenza. Cassandra lo observó estudiar su cabello mientras lo soltaba.
—¿Por qué llevas tu cabello de este modo? –le preguntó, con una voz embriagadora y profundamente acentuada.
—Los rizos se enredan si no lo hago.
Los ojos de él lanzaban fuego, como si pensara que su trenza era una especie de abominación.
—No me agrada. Tu cabello es demasiado hermoso para ser atado.
Pasó sus manos por los rizos liberados y su mirada se hizo más tierna instantáneamente. Suave. Le peinó el cabello con los dedos hasta que cubrieron sus pechos desnudos. Su respiración rozó la piel de Cassandra mientras tentaba sus pezones con los rulos y su toque.
—Ahí está –dijo, con su acento nórdico más suave y canturreando—. Jamás he visto una mujer más hermosa.
Con el cuerpo derretido, Cassandra no podía hacer más que mirar cómo la observaba.
Él era increíblemente apuesto. Masculino en un modo salvaje que hacía que la mujer en ella rechinara con una necesidad primaria.
Era evidente que este era un hombre peligroso. Básico. Duro. Inflexible.
—¿Cuál es tu nombre? –le preguntó mientras él hundía la cabeza para mordisquearle el cuello.
Sus mejillas barbudas pincharon su carne, provocándole temblores mientras él la saboreaba.
—Wulf.
Ella se estremeció al darse cuenta de la fuente de esta fantasía nocturna.
—¿Como Beowulf?
Él sonrió ávidamente, dejándole echar un breve vistazo a sus largos caninos.
—En realidad, soy más parecido a Grendel. Sólo salgo por las noches a devorarte.
Ella tembló otra vez mientras él le daba una larga y deliciosa lamida al costado inferior de su seno.
Este era un hombre que sabía bien cómo complacer a una mujer. Y, mejor aún, no parecía apurado por terminar, sino que se tomaba su tiempo con ella.
Si le quedaba alguna duda, ¡eso solo le probaba que estaba soñando!
Wulf pasó su lengua sobre la suave piel y se deleitó con los murmullos de placer de Cassandra mientras saboreaba su carne dulce—salada. Adoraba la sensación cálida y sedante y el aroma de esta mujer.
Era deliciosa.
Wulf no había tenido un sueño así en siglos. Era tan real, pero él sabía que no lo era.
Ella era sólo un producto de su hambrienta imaginación.
Aún así, ella lo tocaba de un modo que él jamás había sentido antes. Y olía tan bien… como rosas frescas y talco.
Femenina. Suave.
Un delicado manjar esperando a que él la probara. O mejor aún, la devorara.
Apartándose, Wulf regresó a ese cabello que le recordaba al color de los rayos del sol. Los llameantes mechones dorados lo cautivaron, cuando los rizos se envolvieron alrededor de sus dedos y lucharon contra los límites de su corazón de piedra.
—Tienes un cabello tan hermoso.
—También tú –dijo ella mientras le apartaba el pelo de la cara.
Cassandra rasguñó su barba con las uñas mientras trazaba la curva de su mandíbula. Dioses, ¿cuánto hacía desde la última vez que había estado con una mujer?
¿Tres, cuatro meses?
¿Tres, cuatro décadas?
Era difícil llevar la cuenta cuando el tiempo se estiraba interminablemente. Todo lo que sabía era que hacía mucho que había abandonado el sueño de tener a una mujer así debajo de él.
Como ninguna podía recordarlo, se rehusaba a llevar mujeres decentes a su cama.
Sabía demasiado bien lo que era despertar luego de tener sexo y no entender qué le había sucedido. Quedarse allí tirado sin saber qué tanto había sido real y qué tanto un sueño.
Entonces, había relegado sus encuentros a mujeres a las que les podía pagar por sus servicios, y únicamente lo hacía cuando ya no soportaba su celibato.
Pero ésta había recordado su beso.
Se había acordado de él.
Esa idea hizo volar su corazón. Le gustaba este sueño, y si pudiera, se quedaría en él para siempre.
—Dime tu nombre, villkat.
—Cassandra.
Wulf sintió que la palabra retumbaba bajo sus labios mientras besaba la columna de su garganta. Ella tembló en respuesta a la lengua que acariciaba su piel.
Y a él le encantó. Le encantaban los sonidos que ella hacía mientras le devolvía las caricias. Cassandra pasó sus manos calientes y ávidas por la espalda desnuda y detuvo su mano derecha sobre la marca de su hombro izquierdo.
—¿Qué es esto? –le preguntó con curiosidad.
Él miró el símbolo de arco y flecha.
—Es la marca de Artemisa, la diosa de la caza y de la luna.
—¿Todos los Cazadores Oscuros la tienen?
—Sí.
—Qué extraño…
Wulf ya no podía soportar la barrera de franela. Quería ver más de ella.
Levantó el borde de su camisón.
—Deberían quemar esta cosa.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque me aparta de ti.
Con un tirón, lo quitó por su cabeza.
Los ojos de Cassandra se ensancharon por un instante, luego se oscurecieron con su propia pasión.
—Ahora está mejor –susurró él, deleitándose con la imagen de sus tensos senos, su estrecha cintura, y lo mejor de todo, los rizos dorado—rojizos en la unión de sus muslos.
Pasó su mano suavemente entre los pechos, hacia abajo por el estómago y alrededor de la cadera.
Cassandra se estiró y pasó su mano por la gloriosa piel de su pecho, deleitándose con el terreno rocoso de sus músculos. Él se sentía tan maravillosamente. Su cuerpo se ondulaba con cada movimiento que hacía.
El devastador poder de Wulf era innegable, y aún así, en su cama era tan gentil como un león domado. No podía creer la ternura que había en su toque caliente y experto.
Sus rasgos oscuros y tristes la conmovían profundamente, y sus ojos tenían una inteligencia muy vivaz mientras absorbían el mundo que lo rodeaba.
Ella quería domar a esta bestia salvaje.
Darle de comer de su propia mano.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Con ese pensamiento en mente, Cassandra buscó entre sus cuerpos y tomó su rígido pene en la palma.
Él gruñó muy grave, luego la besó inconscientemente.
Como un depredador elegante y musculoso, se movió hacia su boca, quemándola con sus besos.
—Sí – jadeó, mientras ella lo enfundaba con sus manos. Con la respiración enfurecida, la observó con un hambre tan cruda que la hizo temblar de anticipación—. Tócame, Cassandra –susurró, cubriendo su mano con la de él.
Ella observó que él cerraba los ojos y le mostraba cómo acariciarlo. Cassandra se mordió los labios al sentirlo entre sus manos. Era un hombre enorme. Enorme, y grueso, y poderoso.
Con la mandíbula de acero, abrió los ojos y la chamuscó con una caliente mirada. Ella supo que había terminado el momento de jugar.
Como un depredador liberado, la hizo rodar sobre su espalda y le separó los muslos con las rodillas. Descendió su cuerpo largo y esbelto sobre ella y, como había prometido, la devoró.
Cassandra jadeó mientras las manos y los labios de Wulf buscaban cada centímetro de su cuerpo con una furiosa intensidad. Y cuando enterró la mano entre sus piernas, ella tembló entera. Sus largos dedos la acariciaban e indagaban profundamente dentro suyo, provocándola hasta dejarla débil.
—Estás tan húmeda –gruñó en su oído mientras se apartaba de ella. Cassandra tembló cuando él le abrió aún más las piernas—. Mírame –le ordenó—. Quiero observar tu placer cuando te tome.
Ella miró hacia arriba.
En el momento en que sus miradas se encontraron, él se enterró profundamente dentro de ella.
Cassandra gimió con placer. Él estaba tan duro y grueso, y se sentía maravilloso mientras embestía contra sus caderas.
Wulf se apartó para poder observar su rostro mientras se tomaba su tiempo haciéndole el amor y saboreando la sensación de su cuerpo cálido y mojado debajo suyo. Se mordió los labios cuando ella le pasó las manos por la columna, y luego arañó su espalda con las uñas.
Él gruñó en respuesta, deseando su desenfreno.
Su pasión.
Cassandra colocó sus manos en la espalda baja de Wulf, urgiéndolo a ir más rápido. Él le hizo el favor más que gustosamente. Ella elevó las caderas y él rió.
Si ella quería tomar el control, él desde luego que estaba de ánimos para permitírselo. Rodando, la colocó sobre él sin abandonar su cuerpo.
Ella jadeó mientras lo miraba.
—Cabálgame, elskling —susurró.
Con los ojos oscuros e indomados, Cassandra se inclinó hacia adelante, derramando su cabello sobre el pecho de Wulf mientras se deslizaba hacia abajo por su longitud hasta que estuvo apenas enfundado por su cuerpo, entonces se echó hacia atrás, empujándolo totalmente dentro de ella.
Él se sacudió ante el poder.
Acunó sus pechos y los apretó suavemente mientras ella tomaba el control del placer de ambos.
Cassandra no podía creer el modo en que lo sentía debajo suyo. Hacía mucho tiempo desde que le había hecho el amor a un hombre, y nunca había tenido a alguien así.
Alguien que era tan innatamente masculino. Tan viril y salvaje.
Alguien de quien no sabía nada, excepto que hacía temblar de terror a la gente de su madre.
Y él le había salvado la vida.
Debía ser su sexualidad reprimida lo que lo había conjurado en sus sueños. Su necesidad de conectar con alguien antes de morir.
Ese era su mayor arrepentimiento. Debido a la maldición de la familia de su madre, había tenido miedo de acercarse a otros Apolitas. Al igual que su madre antes que ella, se había visto forzada a vivir en el mundo humano como uno de ellos.
Pero nunca lo había sido. No realmente.
Todo lo que siempre había querido era ser aceptada. Encontrar a alguien que pudiese entender su pasado y que no creyera que estaba desquiciada cuando contaba historias acerca de un linaje maldito.
Y monstruos que acechaban en la noche.
Ahora tenía a un Cazador Oscuro para ella sola.
Al menos por esta noche.
Agradecida por eso, se recostó sobre él y dejó que el calor del cuerpo de Wulf aliviara al suyo.
Wulf acunó su rostro y la observó experimentar las alturas del placer. Entonces rodó con ella, y tomó el control. Embistió profundamente dentro de ella mientras su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. El jadeo de Cassandra acentuó sus movimientos de un modo que parecía que ella estaba cantando.
Él rió.
Hasta que sintió que su propio cuerpo explotaba.
Cassandra envolvió su cuerpo entero alrededor de él al sentir su liberación. Él colapsó encima de ella.
Su peso se sentía tan bien ahí. Tan maravilloso.
—Eso fue increíble –dijo Wulf, levantando la cabeza para sonreírle mientras continuaban íntimamente unidos—. Gracias.
Ella le devolvió la sonrisa.
Justo cuando se estiraba para ahuecar su rostro, escuchó que la alarma de su reloj sonaba.
Cassandra despertó bruscamente.
Su corazón aún latía violentamente cuando se estiró para apagar el reloj. Y fue sólo entonces que se dio cuenta de que su cabello ya no estaba trenzado y que su camisón yacía en el suelo hecho un estrujado montón…
Wulf despertó sobresaltado. Con el corazón latiendo violentamente, observó su reloj. Eran apenas pasadas las seis y por la actividad que había escaleras arriba podía decir que era la mañana.
Frunciendo el ceño, miró alrededor en la oscuridad. No había nada inusual.
Pero el sueño…
Había parecido tan increíblemente real.
Se corrió, hacia su lado, y apretó su almohada en un puño.
—Malditos poderes psíquicos —gruñó.
No lo dejaban en paz. Y ahora lo torturaban con cosas que sabía que no podía tener.
Mientras volvía a dormirse, casi pudo jurar que sentía el débil olor a rosas y talco sobre su piel.
—Hola, Cass –la saludó Kat mientras Cassandra tomaba asiento a la mesa del desayuno.
Cassandra no respondió. Una y otra vez veía a Wulf. Continuaba sintiendo las manos de él sobre su cuerpo.
Si no estuviera segura, podría jurar que aún estaba con ella.
Pero ella no sabía quién era el amante de sus sueños. Porqué se le aparecía.
Era tan extraño.
—¿Estás bien? –le preguntó Kat.
—Sí, supongo. Es sólo que no dormí bien anoche.
Kat puso su mano sobre la frente de Cassandra.
—Pareces afiebrada, pero no lo estás.
Era cierto que estaba afiebrada, pero no enferma. Había una parte de ella que no quería hacer más que volver a dormir, encontrar a su misterioso hombre, y seguir haciendo el amor con él durante todo el día.
Kat le pasó los cereales.
—Ah, Michelle llamó y me dijo que te diera las gracias por presentarle a Tom anoche. Quiere verla nuevamente esta noche en el Inferno y quería saber si podemos acompañarla.
Cassandra se sobresaltó cuando las palabras de Kat refrescaban algo perdido en su memoria.
De repente, vio el Inferno la noche anterior. Vio a los Daimons.
Recordó el terror que había sentido.
Pero más que nada, recordó a Wulf.
No el tierno amante de sus sueños, sino el oscuro y terrorífico hombre que había matado a los Daimons enfrente suyo.
—Oh, dios mío –susurró mientras todo se volvía claro como el agua.
"Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto."
Las palabras de él se precipitaron en su mente.
Pero ella lo recordaba.
Muy bien.
¿Él había regresado a casa con ella?
No. Cassandra se tranquilizó un poco al recordarlo claramente abandonándola. Ella regresando al club y reuniéndose con sus amigas.
Se había ido sola a la cama.
Pero había despertado desnuda. Con el cuerpo húmedo y saciado…
—Cass, estoy empezando a preocuparme.
Cassandra respiró hondo y se liberó de todo. Era un sueño. Tenía que serlo. Ninguna otra opción tenía sentido. Pero tratar con cosas tan sobrenaturales como Daimons y Cazadores Oscuros rara vez tenía sentido.
—Estoy bien, pero no iré a mi clase matutina. Creo que debemos investigar y hacer un mandado.
Kat parecía aún más preocupada que antes.
—¿Estás segura? Tú no faltas a una clase por nada.
—Sí –dijo, sonriéndole—. Ve a buscar la laptop y veamos que podemos encontrar sobre los Cazadores Oscuros.
Kat arqueó una ceja al escucharla.
—¿Por qué?
En todos los años que Cassandra había sido perseguida por la gente de su madre, sólo se había confiado completamente a dos de sus guardaespaldas.
Uno que había muerto cuando Cassandra tenía sólo trece años, en una pelea que casi había terminado con ella.
El otro había sido Kat, quien había tomado la verdad más fácilmente que el primer guardaespaldas. Kat apenas la había observado, parpadeado y dicho: “Genial. ¿Puedo matarlos y no ir a prisión?”
Desde entonces, Cassandra nunca le había guardado ningún secreto a Kat. Su amiga y guardaespaldas sabía tanto de los Apolitas y sus costumbres como Cassandra.
Lo que no era demasiado. Los Apolitas tenían el molesto hábito de no permitir que nadie supiese que existían.
Aún así, había sido un tremendo alivio encontrar a alguien que no pensaba que estaba demente o alucinando. Y en el curso de los últimos cinco años, Kat había visto a suficientes Daimons y Apolitas que la perseguían como para saber la verdad.
Durante los últimos meses, mientras Cassandra se acercaba al final de su vida, los ataques de los Daimons habían disminuido lo suficiente como para que tuviera una pequeña apariencia de normalidad. Pero Cassandra no era tan tonta como para pensar que estaba a salvo. Jamás estaría a salvo.
No hasta el día en que muriera.
Él gruñó muy grave, luego la besó inconscientemente.
Como un depredador elegante y musculoso, se movió hacia su boca, quemándola con sus besos.
—Sí – jadeó, mientras ella lo enfundaba con sus manos. Con la respiración enfurecida, la observó con un hambre tan cruda que la hizo temblar de anticipación—. Tócame, Cassandra –susurró, cubriendo su mano con la de él.
Ella observó que él cerraba los ojos y le mostraba cómo acariciarlo. Cassandra se mordió los labios al sentirlo entre sus manos. Era un hombre enorme. Enorme, y grueso, y poderoso.
Con la mandíbula de acero, abrió los ojos y la chamuscó con una caliente mirada. Ella supo que había terminado el momento de jugar.
Como un depredador liberado, la hizo rodar sobre su espalda y le separó los muslos con las rodillas. Descendió su cuerpo largo y esbelto sobre ella y, como había prometido, la devoró.
Cassandra jadeó mientras las manos y los labios de Wulf buscaban cada centímetro de su cuerpo con una furiosa intensidad. Y cuando enterró la mano entre sus piernas, ella tembló entera. Sus largos dedos la acariciaban e indagaban profundamente dentro suyo, provocándola hasta dejarla débil.
—Estás tan húmeda –gruñó en su oído mientras se apartaba de ella. Cassandra tembló cuando él le abrió aún más las piernas—. Mírame –le ordenó—. Quiero observar tu placer cuando te tome.
Ella miró hacia arriba.
En el momento en que sus miradas se encontraron, él se enterró profundamente dentro de ella.
Cassandra gimió con placer. Él estaba tan duro y grueso, y se sentía maravilloso mientras embestía contra sus caderas.
Wulf se apartó para poder observar su rostro mientras se tomaba su tiempo haciéndole el amor y saboreando la sensación de su cuerpo cálido y mojado debajo suyo. Se mordió los labios cuando ella le pasó las manos por la columna, y luego arañó su espalda con las uñas.
Él gruñó en respuesta, deseando su desenfreno.
Su pasión.
Cassandra colocó sus manos en la espalda baja de Wulf, urgiéndolo a ir más rápido. Él le hizo el favor más que gustosamente. Ella elevó las caderas y él rió.
Si ella quería tomar el control, él desde luego que estaba de ánimos para permitírselo. Rodando, la colocó sobre él sin abandonar su cuerpo.
Ella jadeó mientras lo miraba.
—Cabálgame, elskling —susurró.
Con los ojos oscuros e indomados, Cassandra se inclinó hacia adelante, derramando su cabello sobre el pecho de Wulf mientras se deslizaba hacia abajo por su longitud hasta que estuvo apenas enfundado por su cuerpo, entonces se echó hacia atrás, empujándolo totalmente dentro de ella.
Él se sacudió ante el poder.
Acunó sus pechos y los apretó suavemente mientras ella tomaba el control del placer de ambos.
Cassandra no podía creer el modo en que lo sentía debajo suyo. Hacía mucho tiempo desde que le había hecho el amor a un hombre, y nunca había tenido a alguien así.
Alguien que era tan innatamente masculino. Tan viril y salvaje.
Alguien de quien no sabía nada, excepto que hacía temblar de terror a la gente de su madre.
Y él le había salvado la vida.
Debía ser su sexualidad reprimida lo que lo había conjurado en sus sueños. Su necesidad de conectar con alguien antes de morir.
Ese era su mayor arrepentimiento. Debido a la maldición de la familia de su madre, había tenido miedo de acercarse a otros Apolitas. Al igual que su madre antes que ella, se había visto forzada a vivir en el mundo humano como uno de ellos.
Pero nunca lo había sido. No realmente.
Todo lo que siempre había querido era ser aceptada. Encontrar a alguien que pudiese entender su pasado y que no creyera que estaba desquiciada cuando contaba historias acerca de un linaje maldito.
Y monstruos que acechaban en la noche.
Ahora tenía a un Cazador Oscuro para ella sola.
Al menos por esta noche.
Agradecida por eso, se recostó sobre él y dejó que el calor del cuerpo de Wulf aliviara al suyo.
Wulf acunó su rostro y la observó experimentar las alturas del placer. Entonces rodó con ella, y tomó el control. Embistió profundamente dentro de ella mientras su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. El jadeo de Cassandra acentuó sus movimientos de un modo que parecía que ella estaba cantando.
Él rió.
Hasta que sintió que su propio cuerpo explotaba.
Cassandra envolvió su cuerpo entero alrededor de él al sentir su liberación. Él colapsó encima de ella.
Su peso se sentía tan bien ahí. Tan maravilloso.
—Eso fue increíble –dijo Wulf, levantando la cabeza para sonreírle mientras continuaban íntimamente unidos—. Gracias.
Ella le devolvió la sonrisa.
Justo cuando se estiraba para ahuecar su rostro, escuchó que la alarma de su reloj sonaba.
Cassandra despertó bruscamente.
Su corazón aún latía violentamente cuando se estiró para apagar el reloj. Y fue sólo entonces que se dio cuenta de que su cabello ya no estaba trenzado y que su camisón yacía en el suelo hecho un estrujado montón…
Wulf despertó sobresaltado. Con el corazón latiendo violentamente, observó su reloj. Eran apenas pasadas las seis y por la actividad que había escaleras arriba podía decir que era la mañana.
Frunciendo el ceño, miró alrededor en la oscuridad. No había nada inusual.
Pero el sueño…
Había parecido tan increíblemente real.
Se corrió, hacia su lado, y apretó su almohada en un puño.
—Malditos poderes psíquicos —gruñó.
No lo dejaban en paz. Y ahora lo torturaban con cosas que sabía que no podía tener.
Mientras volvía a dormirse, casi pudo jurar que sentía el débil olor a rosas y talco sobre su piel.
—Hola, Cass –la saludó Kat mientras Cassandra tomaba asiento a la mesa del desayuno.
Cassandra no respondió. Una y otra vez veía a Wulf. Continuaba sintiendo las manos de él sobre su cuerpo.
Si no estuviera segura, podría jurar que aún estaba con ella.
Pero ella no sabía quién era el amante de sus sueños. Porqué se le aparecía.
Era tan extraño.
—¿Estás bien? –le preguntó Kat.
—Sí, supongo. Es sólo que no dormí bien anoche.
Kat puso su mano sobre la frente de Cassandra.
—Pareces afiebrada, pero no lo estás.
Era cierto que estaba afiebrada, pero no enferma. Había una parte de ella que no quería hacer más que volver a dormir, encontrar a su misterioso hombre, y seguir haciendo el amor con él durante todo el día.
Kat le pasó los cereales.
—Ah, Michelle llamó y me dijo que te diera las gracias por presentarle a Tom anoche. Quiere verla nuevamente esta noche en el Inferno y quería saber si podemos acompañarla.
Cassandra se sobresaltó cuando las palabras de Kat refrescaban algo perdido en su memoria.
De repente, vio el Inferno la noche anterior. Vio a los Daimons.
Recordó el terror que había sentido.
Pero más que nada, recordó a Wulf.
No el tierno amante de sus sueños, sino el oscuro y terrorífico hombre que había matado a los Daimons enfrente suyo.
—Oh, dios mío –susurró mientras todo se volvía claro como el agua.
"Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto."
Las palabras de él se precipitaron en su mente.
Pero ella lo recordaba.
Muy bien.
¿Él había regresado a casa con ella?
No. Cassandra se tranquilizó un poco al recordarlo claramente abandonándola. Ella regresando al club y reuniéndose con sus amigas.
Se había ido sola a la cama.
Pero había despertado desnuda. Con el cuerpo húmedo y saciado…
—Cass, estoy empezando a preocuparme.
Cassandra respiró hondo y se liberó de todo. Era un sueño. Tenía que serlo. Ninguna otra opción tenía sentido. Pero tratar con cosas tan sobrenaturales como Daimons y Cazadores Oscuros rara vez tenía sentido.
—Estoy bien, pero no iré a mi clase matutina. Creo que debemos investigar y hacer un mandado.
Kat parecía aún más preocupada que antes.
—¿Estás segura? Tú no faltas a una clase por nada.
—Sí –dijo, sonriéndole—. Ve a buscar la laptop y veamos que podemos encontrar sobre los Cazadores Oscuros.
Kat arqueó una ceja al escucharla.
—¿Por qué?
En todos los años que Cassandra había sido perseguida por la gente de su madre, sólo se había confiado completamente a dos de sus guardaespaldas.
Uno que había muerto cuando Cassandra tenía sólo trece años, en una pelea que casi había terminado con ella.
El otro había sido Kat, quien había tomado la verdad más fácilmente que el primer guardaespaldas. Kat apenas la había observado, parpadeado y dicho: “Genial. ¿Puedo matarlos y no ir a prisión?”
Desde entonces, Cassandra nunca le había guardado ningún secreto a Kat. Su amiga y guardaespaldas sabía tanto de los Apolitas y sus costumbres como Cassandra.
Lo que no era demasiado. Los Apolitas tenían el molesto hábito de no permitir que nadie supiese que existían.
Aún así, había sido un tremendo alivio encontrar a alguien que no pensaba que estaba demente o alucinando. Y en el curso de los últimos cinco años, Kat había visto a suficientes Daimons y Apolitas que la perseguían como para saber la verdad.
Durante los últimos meses, mientras Cassandra se acercaba al final de su vida, los ataques de los Daimons habían disminuido lo suficiente como para que tuviera una pequeña apariencia de normalidad. Pero Cassandra no era tan tonta como para pensar que estaba a salvo. Jamás estaría a salvo.
No hasta el día en que muriera.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Creo que conocimos a un Cazador Oscuro anoche.
Kat frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—En el club.
—¿Cuándo? —repitió.
Cassandra dudó en contarle. Varios detalles estaban incompletos incluso para ella, y hasta que recordara más, no quería preocupar a Kat.
—Lo vi entre la gente.
—¿Entonces cómo sabes que era un Cazador Oscuro? Pensé que habías dicho que eran fábulas.
—En realidad no lo sé. Puede haber sido cualquier tipo raro con el cabello oscuro y colmillos, pero si tengo razón y él está en la ciudad, quiero saber, porque él podría decirme si voy a caerme muerta dentro de ocho meses o no.
—Está bien, buen punto. Pero, sabes, también puede haber sido uno de los falsos vampiros Godos que suelen pasar el tiempo en el Inferno.
Kat fue a su habitación a buscar la laptop e instalarla sobre la mesa de la cocina mientras Cassandra terminaba de comer.
En cuanto estuvo lista, Cassandra entró en línea y se condujo a Katoteros.com. Era una comunidad en línea que había encontrado poco más de un año atrás, donde los Apolitas podían comunicarse. En la parte pública, parecía un sitio de historia Griega, pero había áreas protegidas por contraseña.
No había nada en el sitio acerca de los Cazadores Oscuros. Así que Kat y ella pasaron algún tiempo intentando meterse en las áreas privadas, lo que resultó ser aún más imposible que meterse en los servidores del gobierno.
¿Qué pasaba con los seres sobrenaturales, que no querían que otros descubrieran su paradero?
Bueno, ella entendía la necesidad de discreción. Pero era una tremenda molestia para una mujer que necesitaba algunas respuestas.
Lo más cercano a una ayuda que pudo encontrar fue un enlace a “Pregúntale al Oráculo.” Cliqueándolo, Cassandra tipeó un simple e-mail.
—¿Los Cazadores Oscuros son reales?
Luego de eso, hizo una búsqueda de Cazadores Oscuros y obtuvo tonterías. Era como si no existieran en ningún lado.
Antes de desconectarse, le regresó el e-mail del Oráculo con sólo tres palabras como respuesta.
¿Lo eres tú?
—Quizás sólo son leyendas –dijo Kat nuevamente.
—Quizás.
Pero las leyendas no besaban a las mujeres del modo en que Wulf la había besado, ni encontraban el modo de meterse en sus sueños.
Dos horas más tarde, Cassandra decidió utilizar su último recurso… su padre.
Kat condujo hasta la oficina de su padre, que quedaba en un edificio de muchos pisos en el centro de St. Paul. Considerando todos los puntos, el tráfico de media mañana era leve y Kat se las había arreglado para darle sólo un pequeño ataque al corazón con su evasivo estilo de conducción.
Sin importar el momento del día, o qué tan mala fuera la congestión del tráfico, Kat siempre conducía como si los Daimons las estuviesen persiguiendo.
Kat metió el auto a toda velocidad en el estacionamiento, golpeando el portón automático en el camino antes de dar la vuelta rápidamente alrededor de un lento Toyota y golpearlo en un buen sitio.
El conductor las insultó, y luego continuó andando.
—Lo juro, Kat, conduces como si estuvieras en un video juego.
—Sí, sí. ¿Quieres ver la pistola de rayos láser que tengo bajo el capó para destruirlos si no se apartan de mi camino?
Cassandra rió, aunque una parte de ella se preguntó si tal vez Kat tenía algo realmente escondido allí. Conociendo a su amiga, era posible.
En cuanto dejaron el auto en el aparcamiento y entraron al edificio, atrajeron mucha atención. Pero siempre lo hacían. No todos los días la gente veía a dos mujeres que medían más de un metro ochenta. Sin mencionar que Kat era tan sorprendentemente hermosa, Cassandra hubiese tenido que cortarle la cabeza para lograr que encajara en cualquier lugar que no fuera Hollywood.
Como una guardaespaldas decapitada no servía de mucho, Cassandra estaba forzada a tolerar a una mujer que debería estar trabajando para LA Models.
Los guardias de la compañía las saludaron con un asentimiento en la puerta y las hicieron pasar con un gesto de la mano.
El padre de Cassandra era el infame Jefferson T. Peters de Farmacéuticos Peters, Briggs, y Smith, una de las compañías de desarrollo e investigación de medicamentos más grande del mundo.
Mucha de la gente que pasó a su lado mientras caminaba a través del edificio la miraba con recelo. Sabían que era la única heredera de su padre, y todos pensaban que se daba la buena vida.
Si sólo supieran…
—Buen día, señorita Peters –la saludó la asistente administrativa cuando finalmente llegó al vigésimo segundo piso—. ¿Desea que llame a su padre?
Cassandra le sonrió a la mujer, delgada y extremadamente atractiva, quien era muy dulce pero siempre la hacía sentir como si debiese perder diez kilos y pasarse la mano por el pelo tímidamente para aplacarlo. Tina era una de esas personas escrupulosamente bien vestidas que jamás tenían una molécula fuera de lugar.
Vestida con un impecable traje Ralph Lauren, Tina era la completa antítesis de Cassandra, que llevaba el buzo de su universidad y jeans.
—¿Está solo? —Tina asintió—. Entraré y le daré la sorpresa.
—Definitivamente, así será. Sé que estará feliz de verla.
Dejando a Tina con su trabajo y a Kat esperando sentada cerca del escritorio de Tina, Cassandra entró al sagrado dominio de trabajador compulsivo de su padre.
Contemporánea en cuanto al diseño, la oficina tenía una atmósfera “fresca”, aunque su padre era cualquier cosa menos un hombre frío. Había amado a su madre apasionadamente, y desde el momento del nacimiento de Cassandra, la había adorado con todo su ser.
Su padre era un hombre excepcionalmente apuesto, con el cabello castaño oscuro adornado con un distinguido gris. A los cincuenta y nueve, estaba en muy buena forma, y parecía más cercano a los cuarenta largos.
Aunque se había visto forzada a crecer lejos de él, por miedo a que los Apolitas o los Daimons la encontraran si se quedaba demasiado tiempo en un mismo sitio, él jamás había estado lejos de ella, incluso cuando Cassandra había recorrido el mundo. Sólo a una llamada de teléfono o a un vuelo de distancia.
A través de los años, él había aparecido inesperadamente en su puerta con regalos y abrazos, a veces en medio de la noche. A veces a mitad del día.
Cuando era pequeña, ella y sus hermanas solían apostar acerca de cuándo aparecería nuevamente a verlas. Nunca había decepcionado a ninguna de ellas, ni se había perdido de un solo cumpleaños.
Cassandra amaba a este hombre más que a nada en el mundo, y la aterraba pensar qué le pasaría si ella muriese dentro de ocho meses, como los demás Apolitas. Demasiadas veces había presenciado su dolor y sufrimiento mientras enterraba a su madre y a cuatro hermanas mayores.
Cada muerte había desgarrado su corazón, especialmente el auto bomba que había matado a su madre y a sus dos últimas hermanas.
¿Será capaz de soportar otro revés semejante?
Dejando ese aterrador pensamiento a un lado, se acercó a su escritorio de acero y vidrio.
Él estaba hablando por teléfono, pero colgó en el instante en que levantó la vista de su montón de papeles y la vio.
Con el rostro instantáneamente iluminado, se paró y la abrazó; luego se apartó con un ceño preocupado.
—¿Qué estás haciendo aquí, bebé? ¿No deberías estar en clase?
Ella le dio un golpecito en el brazo y lo urgió a regresar a su lado del escritorio mientras se dejaba caer en una de las cómodas sillas de enfrente.
—Probablemente.
—¿Entonces porqué estás aquí? Tú no faltas a una clase para venir a verme.
Ella rió porque él repetía la opinión de Kat de antes. Quizás necesitaba alterar un poquito sus hábitos. En su situación, una conducta previsible era un peligroso inconveniente.
—Quería hablar contigo.
—¿Acerca de?
—Los Cazadores Oscuros.
Él se puso pálido, haciendo que Cassandra se preguntara cuánto sabía él, y cuánto pensaba compartir. Tenía una desagradable tendencia a sobreprotegerla, de aquí su largo legado de guardaespaldas.
—¿Por qué quieres saber acerca de ellos? –le preguntó cautelosamente.
—Porque anoche fui atacada por Daimons y un Cazador Oscuro salvó mi vida.
Él se puso de pie de golpe y corrió hacia el otro lado del escritorio.
—¿Te lastimaron?
—No, papi –se apresuró a asegurarle mientras él intentaba inspeccionar su cuerpo en busca de daños—. Sólo me asustaron.
Él se apartó con un ceño sombrío, pero mantuvo sus manos en los brazos de su hija.
—Está bien, escucha. Necesitas abandonar el colegio, haremos…
—Papi –le dijo con firmeza—, no abandonaré a menos de un año de graduarme. Estoy harta de escapar.
Aunque podía no seguir viva dentro de ocho meses, había una posibilidad de que pudiera. Hasta que estuviera segura, había jurado vivir su vida lo más normalmente posible.
Cassandra vio el horror en su rostro.
—Esto no es algo discutible, Cassandra. Le juré a tu madre que te mantendría a salvo de los Apolitas y lo haré. No permitiré que te maten también.
Ella apretó los dientes ante el recordatorio de un juramento que su padre consideraba tan sagrado como su oficina y su compañía. Conocía demasiado bien el legado que había heredado de la familia de su madre.
Siglos atrás, había sido su ancestro quien había causado que los Apolitas fueran malditos.
Por culpa de los celos, su tatara-tatara-algo había enviado soldados a asesinar al hijo y la amante del dios Apolo. En represalia, el dios griego del sol había quitado su apoyo a todos los Apolitas.
Como la reina de los Apolitas había ordenado a sus hombres que hicieran como si una bestia hubiese destruido a la madre y al hijo, Apolo le dio a los Apolitas rasgos de bestias: largos dientes caninos, velocidad, fuerza, y ojos de depredadores. Estaban forzados a alimentarse de la sangre de los demás para poder sobrevivir.
Los había desterrado de la luz del sol para que el furioso dios jamás tuviera que volver a verlos.
Pero el más crudo golpe de todos era que los había condenado a una vida de sólo veintisiete años; la misma edad que tenía su amante cuando había sido asesinada por los Apolitas.
En su vigésimo séptimo cumpleaños, un Apolita pasaba el día entero desintegrándose lenta y dolorosamente. Era una muerte tan horrenda que la mayoría de ellos se suicidaba según el ritual, el día anterior a su cumpleaños, para escapar de ella.
La única esperanza que tenía un Apolita era asesinar a un humano y tomar el alma dentro de su propio cuerpo. No existía otro modo de prolongar su corta vida.
Kat frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—En el club.
—¿Cuándo? —repitió.
Cassandra dudó en contarle. Varios detalles estaban incompletos incluso para ella, y hasta que recordara más, no quería preocupar a Kat.
—Lo vi entre la gente.
—¿Entonces cómo sabes que era un Cazador Oscuro? Pensé que habías dicho que eran fábulas.
—En realidad no lo sé. Puede haber sido cualquier tipo raro con el cabello oscuro y colmillos, pero si tengo razón y él está en la ciudad, quiero saber, porque él podría decirme si voy a caerme muerta dentro de ocho meses o no.
—Está bien, buen punto. Pero, sabes, también puede haber sido uno de los falsos vampiros Godos que suelen pasar el tiempo en el Inferno.
Kat fue a su habitación a buscar la laptop e instalarla sobre la mesa de la cocina mientras Cassandra terminaba de comer.
En cuanto estuvo lista, Cassandra entró en línea y se condujo a Katoteros.com. Era una comunidad en línea que había encontrado poco más de un año atrás, donde los Apolitas podían comunicarse. En la parte pública, parecía un sitio de historia Griega, pero había áreas protegidas por contraseña.
No había nada en el sitio acerca de los Cazadores Oscuros. Así que Kat y ella pasaron algún tiempo intentando meterse en las áreas privadas, lo que resultó ser aún más imposible que meterse en los servidores del gobierno.
¿Qué pasaba con los seres sobrenaturales, que no querían que otros descubrieran su paradero?
Bueno, ella entendía la necesidad de discreción. Pero era una tremenda molestia para una mujer que necesitaba algunas respuestas.
Lo más cercano a una ayuda que pudo encontrar fue un enlace a “Pregúntale al Oráculo.” Cliqueándolo, Cassandra tipeó un simple e-mail.
—¿Los Cazadores Oscuros son reales?
Luego de eso, hizo una búsqueda de Cazadores Oscuros y obtuvo tonterías. Era como si no existieran en ningún lado.
Antes de desconectarse, le regresó el e-mail del Oráculo con sólo tres palabras como respuesta.
¿Lo eres tú?
—Quizás sólo son leyendas –dijo Kat nuevamente.
—Quizás.
Pero las leyendas no besaban a las mujeres del modo en que Wulf la había besado, ni encontraban el modo de meterse en sus sueños.
Dos horas más tarde, Cassandra decidió utilizar su último recurso… su padre.
Kat condujo hasta la oficina de su padre, que quedaba en un edificio de muchos pisos en el centro de St. Paul. Considerando todos los puntos, el tráfico de media mañana era leve y Kat se las había arreglado para darle sólo un pequeño ataque al corazón con su evasivo estilo de conducción.
Sin importar el momento del día, o qué tan mala fuera la congestión del tráfico, Kat siempre conducía como si los Daimons las estuviesen persiguiendo.
Kat metió el auto a toda velocidad en el estacionamiento, golpeando el portón automático en el camino antes de dar la vuelta rápidamente alrededor de un lento Toyota y golpearlo en un buen sitio.
El conductor las insultó, y luego continuó andando.
—Lo juro, Kat, conduces como si estuvieras en un video juego.
—Sí, sí. ¿Quieres ver la pistola de rayos láser que tengo bajo el capó para destruirlos si no se apartan de mi camino?
Cassandra rió, aunque una parte de ella se preguntó si tal vez Kat tenía algo realmente escondido allí. Conociendo a su amiga, era posible.
En cuanto dejaron el auto en el aparcamiento y entraron al edificio, atrajeron mucha atención. Pero siempre lo hacían. No todos los días la gente veía a dos mujeres que medían más de un metro ochenta. Sin mencionar que Kat era tan sorprendentemente hermosa, Cassandra hubiese tenido que cortarle la cabeza para lograr que encajara en cualquier lugar que no fuera Hollywood.
Como una guardaespaldas decapitada no servía de mucho, Cassandra estaba forzada a tolerar a una mujer que debería estar trabajando para LA Models.
Los guardias de la compañía las saludaron con un asentimiento en la puerta y las hicieron pasar con un gesto de la mano.
El padre de Cassandra era el infame Jefferson T. Peters de Farmacéuticos Peters, Briggs, y Smith, una de las compañías de desarrollo e investigación de medicamentos más grande del mundo.
Mucha de la gente que pasó a su lado mientras caminaba a través del edificio la miraba con recelo. Sabían que era la única heredera de su padre, y todos pensaban que se daba la buena vida.
Si sólo supieran…
—Buen día, señorita Peters –la saludó la asistente administrativa cuando finalmente llegó al vigésimo segundo piso—. ¿Desea que llame a su padre?
Cassandra le sonrió a la mujer, delgada y extremadamente atractiva, quien era muy dulce pero siempre la hacía sentir como si debiese perder diez kilos y pasarse la mano por el pelo tímidamente para aplacarlo. Tina era una de esas personas escrupulosamente bien vestidas que jamás tenían una molécula fuera de lugar.
Vestida con un impecable traje Ralph Lauren, Tina era la completa antítesis de Cassandra, que llevaba el buzo de su universidad y jeans.
—¿Está solo? —Tina asintió—. Entraré y le daré la sorpresa.
—Definitivamente, así será. Sé que estará feliz de verla.
Dejando a Tina con su trabajo y a Kat esperando sentada cerca del escritorio de Tina, Cassandra entró al sagrado dominio de trabajador compulsivo de su padre.
Contemporánea en cuanto al diseño, la oficina tenía una atmósfera “fresca”, aunque su padre era cualquier cosa menos un hombre frío. Había amado a su madre apasionadamente, y desde el momento del nacimiento de Cassandra, la había adorado con todo su ser.
Su padre era un hombre excepcionalmente apuesto, con el cabello castaño oscuro adornado con un distinguido gris. A los cincuenta y nueve, estaba en muy buena forma, y parecía más cercano a los cuarenta largos.
Aunque se había visto forzada a crecer lejos de él, por miedo a que los Apolitas o los Daimons la encontraran si se quedaba demasiado tiempo en un mismo sitio, él jamás había estado lejos de ella, incluso cuando Cassandra había recorrido el mundo. Sólo a una llamada de teléfono o a un vuelo de distancia.
A través de los años, él había aparecido inesperadamente en su puerta con regalos y abrazos, a veces en medio de la noche. A veces a mitad del día.
Cuando era pequeña, ella y sus hermanas solían apostar acerca de cuándo aparecería nuevamente a verlas. Nunca había decepcionado a ninguna de ellas, ni se había perdido de un solo cumpleaños.
Cassandra amaba a este hombre más que a nada en el mundo, y la aterraba pensar qué le pasaría si ella muriese dentro de ocho meses, como los demás Apolitas. Demasiadas veces había presenciado su dolor y sufrimiento mientras enterraba a su madre y a cuatro hermanas mayores.
Cada muerte había desgarrado su corazón, especialmente el auto bomba que había matado a su madre y a sus dos últimas hermanas.
¿Será capaz de soportar otro revés semejante?
Dejando ese aterrador pensamiento a un lado, se acercó a su escritorio de acero y vidrio.
Él estaba hablando por teléfono, pero colgó en el instante en que levantó la vista de su montón de papeles y la vio.
Con el rostro instantáneamente iluminado, se paró y la abrazó; luego se apartó con un ceño preocupado.
—¿Qué estás haciendo aquí, bebé? ¿No deberías estar en clase?
Ella le dio un golpecito en el brazo y lo urgió a regresar a su lado del escritorio mientras se dejaba caer en una de las cómodas sillas de enfrente.
—Probablemente.
—¿Entonces porqué estás aquí? Tú no faltas a una clase para venir a verme.
Ella rió porque él repetía la opinión de Kat de antes. Quizás necesitaba alterar un poquito sus hábitos. En su situación, una conducta previsible era un peligroso inconveniente.
—Quería hablar contigo.
—¿Acerca de?
—Los Cazadores Oscuros.
Él se puso pálido, haciendo que Cassandra se preguntara cuánto sabía él, y cuánto pensaba compartir. Tenía una desagradable tendencia a sobreprotegerla, de aquí su largo legado de guardaespaldas.
—¿Por qué quieres saber acerca de ellos? –le preguntó cautelosamente.
—Porque anoche fui atacada por Daimons y un Cazador Oscuro salvó mi vida.
Él se puso de pie de golpe y corrió hacia el otro lado del escritorio.
—¿Te lastimaron?
—No, papi –se apresuró a asegurarle mientras él intentaba inspeccionar su cuerpo en busca de daños—. Sólo me asustaron.
Él se apartó con un ceño sombrío, pero mantuvo sus manos en los brazos de su hija.
—Está bien, escucha. Necesitas abandonar el colegio, haremos…
—Papi –le dijo con firmeza—, no abandonaré a menos de un año de graduarme. Estoy harta de escapar.
Aunque podía no seguir viva dentro de ocho meses, había una posibilidad de que pudiera. Hasta que estuviera segura, había jurado vivir su vida lo más normalmente posible.
Cassandra vio el horror en su rostro.
—Esto no es algo discutible, Cassandra. Le juré a tu madre que te mantendría a salvo de los Apolitas y lo haré. No permitiré que te maten también.
Ella apretó los dientes ante el recordatorio de un juramento que su padre consideraba tan sagrado como su oficina y su compañía. Conocía demasiado bien el legado que había heredado de la familia de su madre.
Siglos atrás, había sido su ancestro quien había causado que los Apolitas fueran malditos.
Por culpa de los celos, su tatara-tatara-algo había enviado soldados a asesinar al hijo y la amante del dios Apolo. En represalia, el dios griego del sol había quitado su apoyo a todos los Apolitas.
Como la reina de los Apolitas había ordenado a sus hombres que hicieran como si una bestia hubiese destruido a la madre y al hijo, Apolo le dio a los Apolitas rasgos de bestias: largos dientes caninos, velocidad, fuerza, y ojos de depredadores. Estaban forzados a alimentarse de la sangre de los demás para poder sobrevivir.
Los había desterrado de la luz del sol para que el furioso dios jamás tuviera que volver a verlos.
Pero el más crudo golpe de todos era que los había condenado a una vida de sólo veintisiete años; la misma edad que tenía su amante cuando había sido asesinada por los Apolitas.
En su vigésimo séptimo cumpleaños, un Apolita pasaba el día entero desintegrándose lenta y dolorosamente. Era una muerte tan horrenda que la mayoría de ellos se suicidaba según el ritual, el día anterior a su cumpleaños, para escapar de ella.
La única esperanza que tenía un Apolita era asesinar a un humano y tomar el alma dentro de su propio cuerpo. No existía otro modo de prolongar su corta vida.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Pero en el instante en que se convertía en Daimon, pasaban de un lado al otro e invocaban la ira de los dioses.
Entonces aparecían los Cazadores Oscuros, para matarlos y liberar las almas humanas antes de que al estar atrapadas se marchitaran y murieran.
En ocho breves meses, Cassandra cumpliría veintisiete años.
Era algo que la aterraba.
Era en parte humana y por esa razón podía caminar bajo el sol, pero tenía que mantenerse cubierta y no podía estar fuera demasiado tiempo sin quemarse severamente.
Sus largos dientes caninos habían sido limados por un dentista cuando tenía diez años, y aunque era anémica, su necesidad de sangre era satisfecha con transfusiones bimestrales.
Era afortunada. El puñado de Apolita-humanos que había conocido a través de los años se había inclinado principalmente hacia su herencia Apolita.
Todos ellos habían muerto a los veintisiete.
Todos ellos.
Pero Cassandra siempre se había aferrado a la esperanza de que tenía suficiente de humana como para pasar su cumpleaños.
Pero finalmente, no sabía, y nunca había podido encontrar a alguien que supiera más sobre su “condición” que ella misma.
Cassandra no quería morir. No ahora, cuando le quedaba tanto por vivir. Deseaba la mayoría de las cosas que los demás deseaban. Un esposo. Una familia.
Más que nada, un futuro.
—Quizás este Cazador Oscuro sabe algo acerca de mi sangre mezclada. Tal vez, él…
—Tu madre se volvería loca si escuchara su nombre –le dijo su padre mientras le acariciaba la mejilla—. Sé muy poco sobre los Apolitas, pero sé que todos ellos odian a los Cazadores Oscuros. Tu madre dijo que eran malvados asesinos sin alma con los que no se podía razonar.
—No son Terminator, papi.
—Por el modo en que tu madre hablaba de ellos, lo son.
Bueno, eso era cierto. Su madre había pasado horas advirtiéndole a ella y a sus hermanas para que se mantuvieran alejadas de tres cosas: Cazadores Oscuros, Daimons, y Apolitas; en ese orden.
—Mamá jamás conoció a ninguno. Todo lo que sabía era lo que sus padres le habían contado, y apostaría a que ellos tampoco conocieron a uno. Además, ¿qué tal si este Cazador Oscuro es la clave para ayudarme a encontrar un modo de vivir más tiempo?
Su padre apretó su mano con más fuerza.
—¿Y qué si fue enviado a matarte al igual que los Daimons y Apolitas que mataron a tu madre? Sabes lo que dice el mito. Te asesinan, y la maldición desaparece en ellos.
Ella pensó en eso un segundo.
—¿Y qué sucede si tienen razón? ¿Qué sucedería si mi muerte permitiese que los demás Apolitas vivieran normalmente? Quizás debería morir.
El rostro de su padre se enrojeció de furia. Su mirada quemó la de ella mientras la agarraba con más fuerza aún.
—Cassandra Elaine Peters, será mejor que jamás vuelva a oírte decir eso. ¿Me comprendes?
Cassandra asintió, arrepentida por haber elevado su presión sanguínea cuando eso era lo último que quería hacer.
—Lo sé, papi. Sólo estoy molesta.
Él le besó la frente.
—Lo sé, bebé. Lo sé.
Ella vio el tormento en su rostro mientras se levantaba y regresaba a su silla.
Él no dijo lo que ambos pensaban. Mucho tiempo atrás él había confiado a un pequeño grupo de investigadores la tarea de encontrar una “cura” para su extraña enfermedad, y sólo se encontró con que la ciencia moderna era impotente ante la ira de un antiguo dios.
Quizás él tenía razón, quizás Wulf era tan peligroso para ella como todos los demás. Sabía que los Cazadores Oscuros habían jurado matar a los Daimons, pero no sabía cómo se manejarían con los Apolitas.
Su madre le había dicho que no confiara en nadie, especialmente en quienes se ganaban la vida asesinando a su gente.
Aún así, su instinto le decía que una raza que había pasado la eternidad cazando a la suya sabría todo sobre ellos.
Además, ¿por qué un Cazador Oscuro ayudaría a un Apolita cuando eran enemigos jurados?
—Fue una idea estúpida, ¿verdad?
—No, Cassie –le dijo su padre amablemente—. No fue para nada estúpida. Simplemente no quiero verte herida.
Ella se levantó y fue a abrazarlo y darle un beso.
—Iré a clases y lo olvidaré.
—Aún deseo que pensaras en irte por un tiempo. Si esos Daimons te vieron, pueden haberle dicho a alguien más que estás aquí.
—Confía en mí, papi, no tuvieron tiempo. Nadie sabe que estoy aquí, y no quiero irme.
Jamás.
La palabra fue tácita entre ellos. Vio que los labios de su padre temblaban mientras ambos pensaban en el hecho de que el reloj estaba corriendo para ella.
—¿Por qué no vienes a cenar esta noche? –Le preguntó su padre—. Me iré del trabajo temprano, y…
—Le prometí a Michelle que podríamos hacer algo. ¿Nos vemos mañana?
Él asintió y le dio un apretón tan fuerte que ella dio un respingo ante la presión de los brazos alrededor de su cintura.
—Ten cuidado.
—Lo haré.
Por la expresión de su rostro, ella podía decir que su padre no quería que se fuera más de lo que ella misma quería partir.
—Te quiero, Cassandra.
—Lo sé. Yo también te quiero, papi.
Le sonrió y lo dejó solo con su trabajo.
Cassandra recorrió el camino desde la oficina hasta fuera del edificio, mientras sus pensamientos regresaban a sus sueños con Wulf y el modo en que lo había sentido entre sus brazos.
Kat se quedó detrás y se mantuvo completamente callada, dándole el espacio que necesitaba. Era lo que más adoraba de su guardaespaldas.
A veces parecía que Kat estaba conectada psíquicamente con ella.
—Necesito un Starbucks –le dijo Cassandra a Kat sobre el hombro—. ¿Y tú?
—Siempre lista para un java. Dame granos de café o mátame.
Mientras caminaba por la calle hacia la cafetería, Cassandra comenzó a pensar más y más acerca de los Cazadores Oscuros.
Como antes les había dado poca importancia, tomándolos como mitos que su madre había usado para asustarla, nunca los había investigado realmente mientras había estudiado sobre la Grecia antigua. Desde que era una niña había pasado su tiempo libre investigando la historia de su madre, y viejas leyendas.
No podía recordar haber encontrado una mención sobre los Cazadores Oscuros en sus lecturas, lo que en su mente simplemente había confirmado que su madre le transmitía historias sobre cucos, y no gente real.
Pero tal vez ella había pasado por alto…
—¡Hey, Cassandra!
Saliendo de sus meditaciones, levantó la vista y vio a uno de los chicos de la escuela saludándola con la mano mientras ella se acercaba a Starbucks. Él era un par de centímetros más bajo que ella y era muy lindo, en un estilo muy Boy Scout. Su corto cabello negro era ondulado, y tenía amistosos ojos azules.
Algo acerca de él le recordaba a Opie Taylor de The Andy Griffith Show, y ella esperaba a medias que él le dijera “señora.”
—Chris Eriksson –susurró Kat en voz baja cuando él se acercó.
—Gracias –le dijo Cassandra en un tono igualmente bajo, agradecida de que Kat recordara mejor los nombres que ella.
Siempre recordaba los rostros, pero los nombres se le escapaban con frecuencia.
Él se detuvo ante ellas.
—Hola, Chris –le dijo, sonriéndole. Él era verdaderamente agradable y siempre intentaba ayudar a quien lo necesitara—. ¿Qué te trae por aquí?
Lo notó instantáneamente incómodo.
—Yo… eh… estaba buscando algo para alguien.
Kat intercambió una mirada interesada con ella.
—Suena un poco sospechoso. Espero que no sea ilegal.
Él se sonrojó profusamente.
—No, no es ilegal. Simplemente un poco personal.
Por alguna razón, a Cassandra le agradaba más cómo sonaba lo de que fuera ilegal. Esperó un minuto o dos mientras él se veía bastante incómodo.
Chris era un estudiante universitario aún no graduado en su clase de Inglés Antiguo. En realidad no se habían hablado demasiado, excepto para comparar notas cada vez que ella había tenido problemas para traducir algo. Chris era el preferido del profesor y tenía una puntuación perfecta en todas las evaluaciones.
Todos en la clase querían colgarlo por elevar el promedio.
—¿Hiciste la tarea para la clase de esta tarde? –le preguntó finalmente. Ella asintió—. Fue genial, ¿cierto? Una cosa realmente emocionante.
Por su expresión, ella podía asegurar que hablaba en serio.
—Como que me perforen los dientes sin Novocaína –respondió ella, intentando ser graciosa y divertida.
Él no lo tomó de ese modo.
Su semblante se enserió.
—Lo siento. Estoy comportándome como un traga libros nuevamente. –Se tiró nerviosamente de la oreja y dejó caer la mirada al suelo—. Será mejor que me vaya. Hay otras cosas que necesito hacer.
Cuando comenzaba a alejarse, ella lo llamó.
—Hey, ¿Chris? –él se detuvo y la miró—. ¿Síndrome de hijo sobreprotegido?
—¿Perdón?
—También eres un hijo sobreprotegido, ¿verdad?
Chris se rascó la nuca.
—¿Cómo lo supiste?
—Créeme, tiene los clásicos síntomas. Yo también solía tenerlos, pero luego de años de intensa terapia, aprendí a esconderlos y ahora logro funcionar casi con normalidad.
Él se rió ante sus palabras.
—¿Tienes el nombre del terapeuta a mano?
Ella sonrió.
—Seguro. —Cassandra inclinó su cabeza hacia la cafetería—. ¿Tienes tiempo para acompañarnos a tomar una taza de café?
Él se veía como si ella acabara de abrirle las puertas de Fort Knox.
—Sí, gracias.
Entonces aparecían los Cazadores Oscuros, para matarlos y liberar las almas humanas antes de que al estar atrapadas se marchitaran y murieran.
En ocho breves meses, Cassandra cumpliría veintisiete años.
Era algo que la aterraba.
Era en parte humana y por esa razón podía caminar bajo el sol, pero tenía que mantenerse cubierta y no podía estar fuera demasiado tiempo sin quemarse severamente.
Sus largos dientes caninos habían sido limados por un dentista cuando tenía diez años, y aunque era anémica, su necesidad de sangre era satisfecha con transfusiones bimestrales.
Era afortunada. El puñado de Apolita-humanos que había conocido a través de los años se había inclinado principalmente hacia su herencia Apolita.
Todos ellos habían muerto a los veintisiete.
Todos ellos.
Pero Cassandra siempre se había aferrado a la esperanza de que tenía suficiente de humana como para pasar su cumpleaños.
Pero finalmente, no sabía, y nunca había podido encontrar a alguien que supiera más sobre su “condición” que ella misma.
Cassandra no quería morir. No ahora, cuando le quedaba tanto por vivir. Deseaba la mayoría de las cosas que los demás deseaban. Un esposo. Una familia.
Más que nada, un futuro.
—Quizás este Cazador Oscuro sabe algo acerca de mi sangre mezclada. Tal vez, él…
—Tu madre se volvería loca si escuchara su nombre –le dijo su padre mientras le acariciaba la mejilla—. Sé muy poco sobre los Apolitas, pero sé que todos ellos odian a los Cazadores Oscuros. Tu madre dijo que eran malvados asesinos sin alma con los que no se podía razonar.
—No son Terminator, papi.
—Por el modo en que tu madre hablaba de ellos, lo son.
Bueno, eso era cierto. Su madre había pasado horas advirtiéndole a ella y a sus hermanas para que se mantuvieran alejadas de tres cosas: Cazadores Oscuros, Daimons, y Apolitas; en ese orden.
—Mamá jamás conoció a ninguno. Todo lo que sabía era lo que sus padres le habían contado, y apostaría a que ellos tampoco conocieron a uno. Además, ¿qué tal si este Cazador Oscuro es la clave para ayudarme a encontrar un modo de vivir más tiempo?
Su padre apretó su mano con más fuerza.
—¿Y qué si fue enviado a matarte al igual que los Daimons y Apolitas que mataron a tu madre? Sabes lo que dice el mito. Te asesinan, y la maldición desaparece en ellos.
Ella pensó en eso un segundo.
—¿Y qué sucede si tienen razón? ¿Qué sucedería si mi muerte permitiese que los demás Apolitas vivieran normalmente? Quizás debería morir.
El rostro de su padre se enrojeció de furia. Su mirada quemó la de ella mientras la agarraba con más fuerza aún.
—Cassandra Elaine Peters, será mejor que jamás vuelva a oírte decir eso. ¿Me comprendes?
Cassandra asintió, arrepentida por haber elevado su presión sanguínea cuando eso era lo último que quería hacer.
—Lo sé, papi. Sólo estoy molesta.
Él le besó la frente.
—Lo sé, bebé. Lo sé.
Ella vio el tormento en su rostro mientras se levantaba y regresaba a su silla.
Él no dijo lo que ambos pensaban. Mucho tiempo atrás él había confiado a un pequeño grupo de investigadores la tarea de encontrar una “cura” para su extraña enfermedad, y sólo se encontró con que la ciencia moderna era impotente ante la ira de un antiguo dios.
Quizás él tenía razón, quizás Wulf era tan peligroso para ella como todos los demás. Sabía que los Cazadores Oscuros habían jurado matar a los Daimons, pero no sabía cómo se manejarían con los Apolitas.
Su madre le había dicho que no confiara en nadie, especialmente en quienes se ganaban la vida asesinando a su gente.
Aún así, su instinto le decía que una raza que había pasado la eternidad cazando a la suya sabría todo sobre ellos.
Además, ¿por qué un Cazador Oscuro ayudaría a un Apolita cuando eran enemigos jurados?
—Fue una idea estúpida, ¿verdad?
—No, Cassie –le dijo su padre amablemente—. No fue para nada estúpida. Simplemente no quiero verte herida.
Ella se levantó y fue a abrazarlo y darle un beso.
—Iré a clases y lo olvidaré.
—Aún deseo que pensaras en irte por un tiempo. Si esos Daimons te vieron, pueden haberle dicho a alguien más que estás aquí.
—Confía en mí, papi, no tuvieron tiempo. Nadie sabe que estoy aquí, y no quiero irme.
Jamás.
La palabra fue tácita entre ellos. Vio que los labios de su padre temblaban mientras ambos pensaban en el hecho de que el reloj estaba corriendo para ella.
—¿Por qué no vienes a cenar esta noche? –Le preguntó su padre—. Me iré del trabajo temprano, y…
—Le prometí a Michelle que podríamos hacer algo. ¿Nos vemos mañana?
Él asintió y le dio un apretón tan fuerte que ella dio un respingo ante la presión de los brazos alrededor de su cintura.
—Ten cuidado.
—Lo haré.
Por la expresión de su rostro, ella podía decir que su padre no quería que se fuera más de lo que ella misma quería partir.
—Te quiero, Cassandra.
—Lo sé. Yo también te quiero, papi.
Le sonrió y lo dejó solo con su trabajo.
Cassandra recorrió el camino desde la oficina hasta fuera del edificio, mientras sus pensamientos regresaban a sus sueños con Wulf y el modo en que lo había sentido entre sus brazos.
Kat se quedó detrás y se mantuvo completamente callada, dándole el espacio que necesitaba. Era lo que más adoraba de su guardaespaldas.
A veces parecía que Kat estaba conectada psíquicamente con ella.
—Necesito un Starbucks –le dijo Cassandra a Kat sobre el hombro—. ¿Y tú?
—Siempre lista para un java. Dame granos de café o mátame.
Mientras caminaba por la calle hacia la cafetería, Cassandra comenzó a pensar más y más acerca de los Cazadores Oscuros.
Como antes les había dado poca importancia, tomándolos como mitos que su madre había usado para asustarla, nunca los había investigado realmente mientras había estudiado sobre la Grecia antigua. Desde que era una niña había pasado su tiempo libre investigando la historia de su madre, y viejas leyendas.
No podía recordar haber encontrado una mención sobre los Cazadores Oscuros en sus lecturas, lo que en su mente simplemente había confirmado que su madre le transmitía historias sobre cucos, y no gente real.
Pero tal vez ella había pasado por alto…
—¡Hey, Cassandra!
Saliendo de sus meditaciones, levantó la vista y vio a uno de los chicos de la escuela saludándola con la mano mientras ella se acercaba a Starbucks. Él era un par de centímetros más bajo que ella y era muy lindo, en un estilo muy Boy Scout. Su corto cabello negro era ondulado, y tenía amistosos ojos azules.
Algo acerca de él le recordaba a Opie Taylor de The Andy Griffith Show, y ella esperaba a medias que él le dijera “señora.”
—Chris Eriksson –susurró Kat en voz baja cuando él se acercó.
—Gracias –le dijo Cassandra en un tono igualmente bajo, agradecida de que Kat recordara mejor los nombres que ella.
Siempre recordaba los rostros, pero los nombres se le escapaban con frecuencia.
Él se detuvo ante ellas.
—Hola, Chris –le dijo, sonriéndole. Él era verdaderamente agradable y siempre intentaba ayudar a quien lo necesitara—. ¿Qué te trae por aquí?
Lo notó instantáneamente incómodo.
—Yo… eh… estaba buscando algo para alguien.
Kat intercambió una mirada interesada con ella.
—Suena un poco sospechoso. Espero que no sea ilegal.
Él se sonrojó profusamente.
—No, no es ilegal. Simplemente un poco personal.
Por alguna razón, a Cassandra le agradaba más cómo sonaba lo de que fuera ilegal. Esperó un minuto o dos mientras él se veía bastante incómodo.
Chris era un estudiante universitario aún no graduado en su clase de Inglés Antiguo. En realidad no se habían hablado demasiado, excepto para comparar notas cada vez que ella había tenido problemas para traducir algo. Chris era el preferido del profesor y tenía una puntuación perfecta en todas las evaluaciones.
Todos en la clase querían colgarlo por elevar el promedio.
—¿Hiciste la tarea para la clase de esta tarde? –le preguntó finalmente. Ella asintió—. Fue genial, ¿cierto? Una cosa realmente emocionante.
Por su expresión, ella podía asegurar que hablaba en serio.
—Como que me perforen los dientes sin Novocaína –respondió ella, intentando ser graciosa y divertida.
Él no lo tomó de ese modo.
Su semblante se enserió.
—Lo siento. Estoy comportándome como un traga libros nuevamente. –Se tiró nerviosamente de la oreja y dejó caer la mirada al suelo—. Será mejor que me vaya. Hay otras cosas que necesito hacer.
Cuando comenzaba a alejarse, ella lo llamó.
—Hey, ¿Chris? –él se detuvo y la miró—. ¿Síndrome de hijo sobreprotegido?
—¿Perdón?
—También eres un hijo sobreprotegido, ¿verdad?
Chris se rascó la nuca.
—¿Cómo lo supiste?
—Créeme, tiene los clásicos síntomas. Yo también solía tenerlos, pero luego de años de intensa terapia, aprendí a esconderlos y ahora logro funcionar casi con normalidad.
Él se rió ante sus palabras.
—¿Tienes el nombre del terapeuta a mano?
Ella sonrió.
—Seguro. —Cassandra inclinó su cabeza hacia la cafetería—. ¿Tienes tiempo para acompañarnos a tomar una taza de café?
Él se veía como si ella acabara de abrirle las puertas de Fort Knox.
—Sí, gracias.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Cassandra y Kat fueron hacia Starbucks con Chris detrás de ellas, que parecía un cachorro contento de que su dueño estuviera en casa.
Luego de comprar sus bebidas, se sentaron en la parte trasera, alejados de las ventanas, donde la luz no podía quemarla.
—Entonces, ¿por qué estás cursando Inglés Antiguo? – Le preguntó Chris luego de que Kat se excusara para ir al tocador—. No pareces el tipo de persona que se ofrece voluntariamente para ese estilo de castigo.
—Siempre estoy intentando investigar… cosas viejas –le respondió, a falta de un mejor término. Era difícil explicar a un extraño que buscaba maldiciones y hechizos con la esperanza de alargar su vida—. ¿Y tú? Da la impresión de que estarías más cómodo en una clase de computación.
Él se encogió de hombros.
—Fue luego de aprobar con demasiada facilidad este semestre. Quería algo que me costara un poco más.
—Sí, pero, ¿Inglés Antiguo? ¿En qué clase de hogar vives?
—En uno donde lo hablan.
—¡Estás bromeando! – Le dijo, incrédula—. ¿Quién diablos habla ese idioma?
—Nosotros. En serio.
Entonces le dijo algo que ella no pudo entender.
—¿Acabas de insultarme?
—No –le dijo sinceramente—. Jamás haría algo así.
Ella sonrió mientras miraba de reojo la mochila de Chris, cuando tuvo una reacción tardía. Había una afligida agenda marrón que se veía dentro de una pequeña bolsa que tenía el cierre abierto. La agenda tenía una cinta borgoña colgando hacia afuera, con un interesante prendedor adherido. El prendedor tenía el dibujo de un escudo circular con dos espadas cruzadas, y sobre las espadas estaban las iniciales C.O.
Qué extraño era ver eso justamente hoy, cuando ella tenía en mente un tipo completamente diferente de C.O.
Tal vez era un presagio…
—¿C.O.? –le preguntó, tocando el emblema.
Lo dio vuelta y su corazón se detuvo cuando vio las palabras “Cazador Oscuro.com” grabadas en él.
—¿Eh? —Chris observó la mano de ella—. Oh… ¡Oh! –dijo, poniéndose otra vez repentinamente nervioso. Se lo quitó y lo metió de vuelta en su mochila, luego corrió el cierre—. Simplemente es algo con lo que juego a veces.
¿Por qué estaba tan tenso? ¿Tan evidentemente incómodo?
—¿Estás seguro de que no estás haciendo nada ilegal, Chris?
—Sí, confía en mí. Si tuviese siquiera un pensamiento ilegal, me atraparían y me patearían el trasero.
Cassandra no estaba tan segura de eso cuando Kat se les unió.
Cazador Oscuro.com…
No había intentado buscarlos sin un guión entre las palabras. Y ahora tenía una dirección para probar.
Conversaron algunos minutos más acerca de la clase y el colegio, luego se separaron para que Chris pudiera terminar con sus recados antes de su clase de Inglés Antiguo hacia finales de la tarde, y ella pudiera regresar al campus antes de la próxima.
Podía faltar a una clase por día, pero dos…
No. Cassandra era muy dedicada.
En poco tiempo, estaba a salvo y cómodamente establecida detrás de su escritorio, esperando que su profesor de Clásicos apareciera, mientras otros estudiantes conversaban a su alrededor. Kat estaba cerca, en una pequeña sala de espera donde leía una novela de Kinley MacGregor.
Mientras Cassandra esperaba al profesor, abrió su Palm Pilot y decidió navegar un poco en la red. Tipeó Cazador-Oscuro.com.
Esperó mientras la página se cargaba.
En el instante en que lo hizo, jadeó.
Oh, esto se estaba poniendo bueno…
Luego de comprar sus bebidas, se sentaron en la parte trasera, alejados de las ventanas, donde la luz no podía quemarla.
—Entonces, ¿por qué estás cursando Inglés Antiguo? – Le preguntó Chris luego de que Kat se excusara para ir al tocador—. No pareces el tipo de persona que se ofrece voluntariamente para ese estilo de castigo.
—Siempre estoy intentando investigar… cosas viejas –le respondió, a falta de un mejor término. Era difícil explicar a un extraño que buscaba maldiciones y hechizos con la esperanza de alargar su vida—. ¿Y tú? Da la impresión de que estarías más cómodo en una clase de computación.
Él se encogió de hombros.
—Fue luego de aprobar con demasiada facilidad este semestre. Quería algo que me costara un poco más.
—Sí, pero, ¿Inglés Antiguo? ¿En qué clase de hogar vives?
—En uno donde lo hablan.
—¡Estás bromeando! – Le dijo, incrédula—. ¿Quién diablos habla ese idioma?
—Nosotros. En serio.
Entonces le dijo algo que ella no pudo entender.
—¿Acabas de insultarme?
—No –le dijo sinceramente—. Jamás haría algo así.
Ella sonrió mientras miraba de reojo la mochila de Chris, cuando tuvo una reacción tardía. Había una afligida agenda marrón que se veía dentro de una pequeña bolsa que tenía el cierre abierto. La agenda tenía una cinta borgoña colgando hacia afuera, con un interesante prendedor adherido. El prendedor tenía el dibujo de un escudo circular con dos espadas cruzadas, y sobre las espadas estaban las iniciales C.O.
Qué extraño era ver eso justamente hoy, cuando ella tenía en mente un tipo completamente diferente de C.O.
Tal vez era un presagio…
—¿C.O.? –le preguntó, tocando el emblema.
Lo dio vuelta y su corazón se detuvo cuando vio las palabras “Cazador Oscuro.com” grabadas en él.
—¿Eh? —Chris observó la mano de ella—. Oh… ¡Oh! –dijo, poniéndose otra vez repentinamente nervioso. Se lo quitó y lo metió de vuelta en su mochila, luego corrió el cierre—. Simplemente es algo con lo que juego a veces.
¿Por qué estaba tan tenso? ¿Tan evidentemente incómodo?
—¿Estás seguro de que no estás haciendo nada ilegal, Chris?
—Sí, confía en mí. Si tuviese siquiera un pensamiento ilegal, me atraparían y me patearían el trasero.
Cassandra no estaba tan segura de eso cuando Kat se les unió.
Cazador Oscuro.com…
No había intentado buscarlos sin un guión entre las palabras. Y ahora tenía una dirección para probar.
Conversaron algunos minutos más acerca de la clase y el colegio, luego se separaron para que Chris pudiera terminar con sus recados antes de su clase de Inglés Antiguo hacia finales de la tarde, y ella pudiera regresar al campus antes de la próxima.
Podía faltar a una clase por día, pero dos…
No. Cassandra era muy dedicada.
En poco tiempo, estaba a salvo y cómodamente establecida detrás de su escritorio, esperando que su profesor de Clásicos apareciera, mientras otros estudiantes conversaban a su alrededor. Kat estaba cerca, en una pequeña sala de espera donde leía una novela de Kinley MacGregor.
Mientras Cassandra esperaba al profesor, abrió su Palm Pilot y decidió navegar un poco en la red. Tipeó Cazador-Oscuro.com.
Esperó mientras la página se cargaba.
En el instante en que lo hizo, jadeó.
Oh, esto se estaba poniendo bueno…
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 4
Chris suspiró mientras se acercaba a su aula de Inglés Antiguo. Era un típico día hartante y asqueroso. Su vida debería ser genial. Tenía todo el dinero del mundo. Cada lujo conocido. No había nada en el planeta con lo que pudiera soñar y no tenerlo.
En cuanto a eso, Wulf incluso había traído a Britney Spears en un avión, para que cantara en la fiesta del veintiún cumpleaños de Chris la primavera pasada. El único problema fue que los asistentes eran él, sus guardaespaldas y Wulf, quien estuvo todo el tiempo corriendo de un lado a otro, intentando asegurarse de que Chris no se lastimaba la cabeza.
Sin mencionar las tres millones de veces en que Wulf lo había incitado a insinuársele a Britney. O al menos que le propusiera matrimonio, lo cual ella había rechazado con tanta risa que aún resonaba en sus oídos.
Todo lo que Chris verdaderamente quería era una vida normal. Más que eso, quería su libertad.
Y eran las únicas dos cosas que no podía tener.
Wulf no lo dejaba salir de la casa a menos que estuviera seguido de cerca. El único momento en que Chris podía volar a cualquier sitio era si el mismísimo Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, venía y se lo llevaba, y lo mantenía al alcance de la vista todo el tiempo. Cada miembro del Consejo de los Escuderos comprendía que Chris era el último lazo de sangre que tenía Wulf con su hermano. Como tal, era protegido más celosamente que un tesoro nacional.
Él se sentía como una especie de extraterrestre, y deseaba encontrar algún lugar en el que no fuera un absoluto fenómeno.
Pero era imposible. No había modo de escapar a su destino.
No había modo de escapar a quien era…
El último heredero.
Sin Chris y sus hijos, Wulf estaría solo por toda la eternidad, porque sólo un humano nacido de la sangre de Wulf podría recordarlo.
El único problema con eso era encontrar a una madre para esos niños, y nadie se ofrecía como voluntaria.
Sus oídos aún zumbaban con el rechazo de Belinda, diez minutos atrás.
"¿Salir contigo? Por favooor. Llámame cuando crezcas y aprendas a vestirte bien."
Rechinando los dientes, intentó no pensar en sus duras palabras. Se había puesto sus mejores pantalones khaki y un suéter azul marino sólo para pedirle que salieran. Pero él sabía que no era afable o audaz.
Tenía la elegancia social de un idiota. El ordinario rostro de cualquier chico y la confianza de un caracol.
Dios, era patético.
Chris se detuvo en la puerta del aula para ver a los dos Escuderos Theti siguiéndolo a una distancia “discreta.” Con treinta y algo de años, ambos medían más de un metro ochenta y cinco, con cabello oscuro y rostros sombríos. Se los había asignado el Consejo de Escuderos, y su único deber era cuidarlo y asegurarse de que nada le sucediera hasta que hubiese engendrados los suficientes hijos como para que Wulf fuera feliz.
Y no es que hubiese alguna amenaza importante durante el día. En raras ocasiones un Doulos (sirvientes humanos de los Apolitas) podía atacar a un Escudero, pero eran tan inusuales en estos tiempos que valía la pena hacer una cobertura nacional sobre ellos en los noticieros.
Por la noche, Chris tenía prohibido abandonar la propiedad a menos que tuviera una cita. Lo cual parecía imposible luego de que su primera y única novia lo hubiese dejado.
Suspiró ante la perspectiva de intentar encontrar a alguien que saliera con él. ¿Por qué lo harían cuando tendrían que tomar exámenes de sangre y físicos?
Gruñó en voz baja.
Mientras estaba en clase, los Thetis se turnaban del otro lado de la puerta, lo cual garantizaba la categoría de Chris como un fenómeno incluso más que su naturaleza solitaria.
¿Y quién podía culparlo por ser solitario? Por dios, había crecido en una casa en la que no tenía permitido correr por miedo a que se lastimara. Si alguna vez tenía cualquier tipo de resfriado, el Consejo de Escuderos llamaba a especialistas de la Clínica Mayo para que lo trataran. Los pocos niños de otras familias de Escuderos que su padre había llevado para que jugaran con él, habían recibido estrictas órdenes de no tocarlo jamás, ni hacerlo enojar, ni hacer nada por lo que Wulf pudiera enojarse con ellos.
Entonces sus “amigos” iban, y se sentaban a ver televisión con él. Rara vez hablaban, por miedo a meterse en problemas, y ninguno se atrevía a llevar un regalo o compartir siquiera una papa frita. Todo debía ser totalmente examinado y desintoxicado antes de que Chris pudiera jugar con eso. Después de todo, un pequeño germen y el podría volverse estéril o, dios no lo permitiese, podría morir.
El peso de la civilización caía sobre él, o, mejor dicho, el peso del linaje de Wulf caía encima suyo.
El único amigo verdadero que Chris había tenido en la vida era Nick Gautier, un Escudero contratado a quien había conocido en línea un par de años atrás. Siendo demasiado nuevo en su mundo como para comprender la dorada posición de Chris, Nick lo había tratado como a un ser humano, y el Cajún concordaba en que la vida de Chris realmente apestaba, a pesar de los beneficios que traía.
Diablos, la única razón por la que había podido convencer a Wulf de que lo dejara asistir a la universidad, en lugar de contratar a profesores que fueran a la casa a enseñarle, era el hecho de que allí en realidad podría llegar a conocer a una aceptable donante de ovarios. Wulf había estado confundido con la idea y lo interrogaba cada noche acerca de si había conocido o no a una nueva mujer.
Y más aún, ¿se había acostado con ella?
Suspirando nuevamente, Chris entró a la habitación y mantuvo la vista baja para no tener que observar las miradas furibundas o los gestos de desprecio que le dirigían la mayoría de los estudiantes. Si no lo odiaban por ser el preferido del Dr. Mitchell, lo odiaban por ser un traga libros demasiado privilegiado. Estaba acostumbrado a eso.
Se dejó caer en una silla vacía en un rincón del fondo y extrajo su cuaderno y el libro.
—Hola, Chris.
Él se sobresaltó ante la amistosa voz femenina.
Mirando hacia arriba, se encontró con la radiante sonrisa de Cassandra.
Completamente enmudecido, pasó un minuto entero antes de que lograra responderle.
—Hola –dijo débilmente.
Se odiaba a sí mismo por ser tan terriblemente estúpido. Nick probablemente la tendría comiendo de su mano.
Ella se sentó junto a él.
Chris comenzó a sudar. Aclarándose la garganta, hizo su mejor intento de ignorar a Cassandra y a su ligero aroma a rosas, que llegaba hasta él. Siempre olía increíble.
Cassandra abrió su cuaderno en la tarea y observó a Chris. Parecía incluso más nervioso ahora de lo que había estado en la cafetería.
Ella observó su mochila, esperando echar otro vistazo al escudo, pero él lo había ocultado por completo.
Demonios.
—Entonces, Chris –le dijo suavemente, inclinándose un poquito hacia él—. Me preguntaba si puedo estudiar contigo más tarde.
Él palideció y pareció estar listo para salir corriendo.
—¿Estudiar? ¿Conmigo?
—Sí. Dijiste que sabías muy bien este tema y me gustaría sacarme un diez en el examen. ¿Qué piensas?
Él se frotó la nuca nerviosamente; era claramente un hábito, ya que parecía hacerlo con tanta frecuencia.
—¿Estás segura de que quieres que yo estudie contigo?
—Sí.
Él sonrió tímidamente, pero se rehusó a mirarla a los ojos.
—Seguro, supongo que eso estaría bien.
Cassandra se sentó cómodamente, con una sonrisa satisfecha, mientras el Dr. Mitchell entraba y le ordenaba a todos que se callaran.
Había pasado horas en la página web de Cazador Oscuro.com luego de su última clase, revisando cada parte de la misma. En apariencia, parecía ser una especie de grupo de simulación o de lectura.
Pero había secciones enteras protegidas por contraseña. Vueltas y áreas secretas a los que no pudo acceder por mucho que intentó. Había muchas cosas que le recordaban al sitio de los Apolitas.
No, este no era un grupo de juego. Se había tropezado con los verdaderos Cazadores Oscuros. Lo sabía.
Eran el último gran misterio del mundo moderno. Mitos vivientes de los que nadie sabía.
Pero ella sabía que estaban ahí. E iba a encontrar el modo de meterse en su sociedad y encontrar algunas respuestas aunque le costara la vida.
Quedarse sentada durante esa clase, mientras el profesor hablaba monótonamente acerca de Rothgar y Shield, era lo más difícil que había hecho en su vida. En cuanto terminó, levantó sus cosas y esperó a Chris.
Mientras se acercaban a la puerta, vio a dos hombres vestidos de negro que los flanquearon inmediatamente mientras la miraban de reojo.
Chris dejó escapar un sonido de desagrado.
Cassandra se rió contra su voluntad.
—¿Están contigo?
—Realmente desearía poder decirte que no.
Ella le palmeó el brazo comprensivamente. Sacudió el mentón para indicarle el sitio al final del pasillo donde Kat estaba poniéndose de pie y ocultando su libro.
—Tengo una propia.
Chris le sonrió.
—Gracias a dios, no soy el único.
—Noo, no te preocupes por eso. Te dije que te entendía completamente.
El alivio en su rostro era palpable.
—Entonces, ¿cuándo te gustaría estudiar?
—¿Qué tal ahora?
—Bien, ¿dónde?
Había un solo lugar en el que Cassandra estaba muriendo por meterse. Esperaba que escondiera más pistas acerca del hombre que había conocido la noche anterior.
—¿En tu casa?
Su nerviosismo retornó instantáneamente, confirmando sus sospechas.
Chris suspiró mientras se acercaba a su aula de Inglés Antiguo. Era un típico día hartante y asqueroso. Su vida debería ser genial. Tenía todo el dinero del mundo. Cada lujo conocido. No había nada en el planeta con lo que pudiera soñar y no tenerlo.
En cuanto a eso, Wulf incluso había traído a Britney Spears en un avión, para que cantara en la fiesta del veintiún cumpleaños de Chris la primavera pasada. El único problema fue que los asistentes eran él, sus guardaespaldas y Wulf, quien estuvo todo el tiempo corriendo de un lado a otro, intentando asegurarse de que Chris no se lastimaba la cabeza.
Sin mencionar las tres millones de veces en que Wulf lo había incitado a insinuársele a Britney. O al menos que le propusiera matrimonio, lo cual ella había rechazado con tanta risa que aún resonaba en sus oídos.
Todo lo que Chris verdaderamente quería era una vida normal. Más que eso, quería su libertad.
Y eran las únicas dos cosas que no podía tener.
Wulf no lo dejaba salir de la casa a menos que estuviera seguido de cerca. El único momento en que Chris podía volar a cualquier sitio era si el mismísimo Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, venía y se lo llevaba, y lo mantenía al alcance de la vista todo el tiempo. Cada miembro del Consejo de los Escuderos comprendía que Chris era el último lazo de sangre que tenía Wulf con su hermano. Como tal, era protegido más celosamente que un tesoro nacional.
Él se sentía como una especie de extraterrestre, y deseaba encontrar algún lugar en el que no fuera un absoluto fenómeno.
Pero era imposible. No había modo de escapar a su destino.
No había modo de escapar a quien era…
El último heredero.
Sin Chris y sus hijos, Wulf estaría solo por toda la eternidad, porque sólo un humano nacido de la sangre de Wulf podría recordarlo.
El único problema con eso era encontrar a una madre para esos niños, y nadie se ofrecía como voluntaria.
Sus oídos aún zumbaban con el rechazo de Belinda, diez minutos atrás.
"¿Salir contigo? Por favooor. Llámame cuando crezcas y aprendas a vestirte bien."
Rechinando los dientes, intentó no pensar en sus duras palabras. Se había puesto sus mejores pantalones khaki y un suéter azul marino sólo para pedirle que salieran. Pero él sabía que no era afable o audaz.
Tenía la elegancia social de un idiota. El ordinario rostro de cualquier chico y la confianza de un caracol.
Dios, era patético.
Chris se detuvo en la puerta del aula para ver a los dos Escuderos Theti siguiéndolo a una distancia “discreta.” Con treinta y algo de años, ambos medían más de un metro ochenta y cinco, con cabello oscuro y rostros sombríos. Se los había asignado el Consejo de Escuderos, y su único deber era cuidarlo y asegurarse de que nada le sucediera hasta que hubiese engendrados los suficientes hijos como para que Wulf fuera feliz.
Y no es que hubiese alguna amenaza importante durante el día. En raras ocasiones un Doulos (sirvientes humanos de los Apolitas) podía atacar a un Escudero, pero eran tan inusuales en estos tiempos que valía la pena hacer una cobertura nacional sobre ellos en los noticieros.
Por la noche, Chris tenía prohibido abandonar la propiedad a menos que tuviera una cita. Lo cual parecía imposible luego de que su primera y única novia lo hubiese dejado.
Suspiró ante la perspectiva de intentar encontrar a alguien que saliera con él. ¿Por qué lo harían cuando tendrían que tomar exámenes de sangre y físicos?
Gruñó en voz baja.
Mientras estaba en clase, los Thetis se turnaban del otro lado de la puerta, lo cual garantizaba la categoría de Chris como un fenómeno incluso más que su naturaleza solitaria.
¿Y quién podía culparlo por ser solitario? Por dios, había crecido en una casa en la que no tenía permitido correr por miedo a que se lastimara. Si alguna vez tenía cualquier tipo de resfriado, el Consejo de Escuderos llamaba a especialistas de la Clínica Mayo para que lo trataran. Los pocos niños de otras familias de Escuderos que su padre había llevado para que jugaran con él, habían recibido estrictas órdenes de no tocarlo jamás, ni hacerlo enojar, ni hacer nada por lo que Wulf pudiera enojarse con ellos.
Entonces sus “amigos” iban, y se sentaban a ver televisión con él. Rara vez hablaban, por miedo a meterse en problemas, y ninguno se atrevía a llevar un regalo o compartir siquiera una papa frita. Todo debía ser totalmente examinado y desintoxicado antes de que Chris pudiera jugar con eso. Después de todo, un pequeño germen y el podría volverse estéril o, dios no lo permitiese, podría morir.
El peso de la civilización caía sobre él, o, mejor dicho, el peso del linaje de Wulf caía encima suyo.
El único amigo verdadero que Chris había tenido en la vida era Nick Gautier, un Escudero contratado a quien había conocido en línea un par de años atrás. Siendo demasiado nuevo en su mundo como para comprender la dorada posición de Chris, Nick lo había tratado como a un ser humano, y el Cajún concordaba en que la vida de Chris realmente apestaba, a pesar de los beneficios que traía.
Diablos, la única razón por la que había podido convencer a Wulf de que lo dejara asistir a la universidad, en lugar de contratar a profesores que fueran a la casa a enseñarle, era el hecho de que allí en realidad podría llegar a conocer a una aceptable donante de ovarios. Wulf había estado confundido con la idea y lo interrogaba cada noche acerca de si había conocido o no a una nueva mujer.
Y más aún, ¿se había acostado con ella?
Suspirando nuevamente, Chris entró a la habitación y mantuvo la vista baja para no tener que observar las miradas furibundas o los gestos de desprecio que le dirigían la mayoría de los estudiantes. Si no lo odiaban por ser el preferido del Dr. Mitchell, lo odiaban por ser un traga libros demasiado privilegiado. Estaba acostumbrado a eso.
Se dejó caer en una silla vacía en un rincón del fondo y extrajo su cuaderno y el libro.
—Hola, Chris.
Él se sobresaltó ante la amistosa voz femenina.
Mirando hacia arriba, se encontró con la radiante sonrisa de Cassandra.
Completamente enmudecido, pasó un minuto entero antes de que lograra responderle.
—Hola –dijo débilmente.
Se odiaba a sí mismo por ser tan terriblemente estúpido. Nick probablemente la tendría comiendo de su mano.
Ella se sentó junto a él.
Chris comenzó a sudar. Aclarándose la garganta, hizo su mejor intento de ignorar a Cassandra y a su ligero aroma a rosas, que llegaba hasta él. Siempre olía increíble.
Cassandra abrió su cuaderno en la tarea y observó a Chris. Parecía incluso más nervioso ahora de lo que había estado en la cafetería.
Ella observó su mochila, esperando echar otro vistazo al escudo, pero él lo había ocultado por completo.
Demonios.
—Entonces, Chris –le dijo suavemente, inclinándose un poquito hacia él—. Me preguntaba si puedo estudiar contigo más tarde.
Él palideció y pareció estar listo para salir corriendo.
—¿Estudiar? ¿Conmigo?
—Sí. Dijiste que sabías muy bien este tema y me gustaría sacarme un diez en el examen. ¿Qué piensas?
Él se frotó la nuca nerviosamente; era claramente un hábito, ya que parecía hacerlo con tanta frecuencia.
—¿Estás segura de que quieres que yo estudie contigo?
—Sí.
Él sonrió tímidamente, pero se rehusó a mirarla a los ojos.
—Seguro, supongo que eso estaría bien.
Cassandra se sentó cómodamente, con una sonrisa satisfecha, mientras el Dr. Mitchell entraba y le ordenaba a todos que se callaran.
Había pasado horas en la página web de Cazador Oscuro.com luego de su última clase, revisando cada parte de la misma. En apariencia, parecía ser una especie de grupo de simulación o de lectura.
Pero había secciones enteras protegidas por contraseña. Vueltas y áreas secretas a los que no pudo acceder por mucho que intentó. Había muchas cosas que le recordaban al sitio de los Apolitas.
No, este no era un grupo de juego. Se había tropezado con los verdaderos Cazadores Oscuros. Lo sabía.
Eran el último gran misterio del mundo moderno. Mitos vivientes de los que nadie sabía.
Pero ella sabía que estaban ahí. E iba a encontrar el modo de meterse en su sociedad y encontrar algunas respuestas aunque le costara la vida.
Quedarse sentada durante esa clase, mientras el profesor hablaba monótonamente acerca de Rothgar y Shield, era lo más difícil que había hecho en su vida. En cuanto terminó, levantó sus cosas y esperó a Chris.
Mientras se acercaban a la puerta, vio a dos hombres vestidos de negro que los flanquearon inmediatamente mientras la miraban de reojo.
Chris dejó escapar un sonido de desagrado.
Cassandra se rió contra su voluntad.
—¿Están contigo?
—Realmente desearía poder decirte que no.
Ella le palmeó el brazo comprensivamente. Sacudió el mentón para indicarle el sitio al final del pasillo donde Kat estaba poniéndose de pie y ocultando su libro.
—Tengo una propia.
Chris le sonrió.
—Gracias a dios, no soy el único.
—Noo, no te preocupes por eso. Te dije que te entendía completamente.
El alivio en su rostro era palpable.
—Entonces, ¿cuándo te gustaría estudiar?
—¿Qué tal ahora?
—Bien, ¿dónde?
Había un solo lugar en el que Cassandra estaba muriendo por meterse. Esperaba que escondiera más pistas acerca del hombre que había conocido la noche anterior.
—¿En tu casa?
Su nerviosismo retornó instantáneamente, confirmando sus sospechas.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—No sé si sea una buena idea.
—¿Por qué?
—Es sólo que… yo… yo, eh, simplemente no creo que sea una buena idea, ¿está bien?
Ya era un obstáculo. Cassandra se forzó a ocultar su irritación. Tendría que andar con cuidado si quería superar sus defensas. Pero lo comprendía. Ella tenía sus propios secretos que ocultar.
—Está bien, elige tú el lugar.
—¿La biblioteca?
Se le pusieron los pelos de punta.
—Nunca logro sentirme cómoda ahí. Siempre temo que me manden a callar. ¿Quieres que vayamos a mi apartamento?
Él se veía completamente sorprendido por su ofrecimiento.
—¿En verdad?
—Seguro. En general no muerdo, ni nada de eso.
Chris se rió.
—Sí, yo tampoco. –Dio dos pasos más con ella, y luego giró hacia los hombres que los seguían—. Sólo iremos a su casa, ¿está bien? ¿Por qué no van a comerse unas rosquillas o algo?
No le agradecieron en lo más mínimo.
Kat se rió.
Cassandra los condujo hacia el estacionamiento de los estudiantes y luego le dio a Chris las indicaciones para llegar a su departamento.
—¿Nos vemos allí?
Él asintió y se encaminó hacia su Hummer rojo.
Cassandra fue rápidamente hacia su Mercedes gris, donde Kat la esperaba en el asiento del conductor. Fueron hacia la casa, mientras Cassandra esperaba que Chris no esperara mucho tiempo o, peor, cambiara de opinión.
Al menos no hasta que tuviera la oportunidad de registrar su mochila.
Le tomó dos horas de estudiar al aburrido Beowulf y una jarra de café antes de que Chris la dejara a solas con la mochila mientras iba al baño. Hacía rato que Kat se había retirado a su habitación, afirmando que la lengua muerta y el entusiasmo de Chris por la misma le estaban provocando una migraña.
En cuanto Chris desapareció, Cassandra comenzó a buscar.
Afortunadamente, no le llevó demasiado tiempo encontrar lo que estaba buscando…
Encontró la agenda donde la había visto antes. La cubierta era de cuero trabajado a mano, con un extraño emblema en el frente: un arco doble inclinado hacia arriba, con la flecha apuntando hacia la derecha.
Idéntico al que había visto en el hombro de Wulf en su sueño…
Pasó la mano sobre el cuero marrón, y entonces lo abrió, para encontrarse con que todo estaba escrito en Rúnico. El idioma era similar al Inglés Antiguo, pero no podía leerlo.
¿Nórdico Antiguo, tal vez?
—¿Qué estás haciendo?
Aprovechó la aguda pregunta de Chris. Le tomó un par de segundos pensar en algo que decir que no lo hiciera sospechar aún más.
—Eres uno de esos jugadores, ¿verdad?
Su mirada azul se estrechó y se volvió más penetrante.
—¿De qué estás hablando?
—Yo… eh, entré a esta página llamada Cazador Oscuro y encontré todos estos rompecabezas sobre una serie de libros y un juego. Como había visto tu libro antes, me preguntaba si serías uno de los miembros que juega ahí.
Cassandra podía darse cuenta de que él buscaba en su mente y estudiaba el rostro de ella para ver, si había algo, que debería decir.
—Sí, mi amigo Nick maneja el sitio –respondió luego de una larga pausa—. Tenemos a mucha gente interesante que juega allí.
—Eso vi. ¿Tienes uno de esos nombres como Hellion o Rogue con el que juegas?
Él se adelantó y le quitó la agenda.
—No, simplemente uso “Chris.”
—Ah. ¿Y qué sucede en las áreas privadas?
—Nada –le dijo un poco demasiado rápido—. Sólo estamos algunos, peleándonos.
—¿Entonces por qué es privado?
—Simplemente lo es. –Tomó el libro de las manos de ella y lo regresó a su mochila—. Escucha, tengo que irme ahora. Suerte en el examen.
Cassandra quería detenerlo y hacerle más preguntas, pero era lamentablemente evidente que él no tenía intención de dejarle saber nada más acerca de ellos o de sí mismo.
—Gracias, Chris. Te agradezco la ayuda.
Él asintió y partió precipitadamente.
Sola en su cocina, Cassandra se sentó en la silla, mordiéndose la uña del pulgar mientras debatía sobre el modo de proceder. Pensó en seguir a Chris hasta su casa, pero con eso no conseguiría nada bueno. No había duda de que sus guardaespaldas la atraparían, incluso con la absurda forma de manejar de Kat.
Levantándose, fue a su habitación, tomó la laptop y le quitó la funda.
Bien, el sitio de Cazador Oscuro estaba diseñado como si los Cazadores Oscuros fuesen personajes de un libro. La mayoría de la gente aceptaría eso, ¿pero qué sucedía si ella volvía a mirarla desde un punto de vista en el que nada en ese sitio era falso?
Ella había pasado toda su vida escondiéndose, y si había algo que hubiese aprendido… era que el mejor lugar para esconderse era a la luz. La gente tenía una tendencia a no ver lo que estaba justo frente a ellos.
Y aunque lo vieran, siempre inventaban algún modo de explicarlo. Decían que era un producto de su imaginación o una broma adolescente.
No cabían dudas de que los Cazadores Oscuros pensaban lo mismo. Después de todo, en este mundo moderno en que todos sabían acerca de los vampiros y los demonios, y pensaban que eran un mito de Hollywood, ni siquiera necesitarían esconderse. La mayor parte de las personas los clasificaría como excéntricos.
Cassandra observó la introducción al sitio, y luego pasó a la página de perfiles de cada uno de los Cazadores que figuraban.
Había uno de un personaje llamado Wulf Tryggvason cuyo Escudero se llamaba Chris Eriksson. Supuestamente, Wulf era un guerrero Vikingo que había sido hechizado…
Cassandra copió el nombre de Wulf y luego buscó en el Nillstrom –un buscador de leyendas e historias nórdicas.
—Bingo –susurró mientras aparecían varios artículos.
Nacido de una madre cristiana de Galia y un padre Escandinavo, Wulf Tryggvason había sido un renombrado aventurero e invasor de mediados del siglo VIII de cuya muerte no existía registro. De hecho, sólo decía que había desaparecido un día después de haber ganado una batalla contra un jefe militar Mercian quien había estado intentado matarlo. La creencia popular era que uno de los hijos del jefe militar lo había asesinado vengativamente esa noche.
Cassandra escuchó que la puerta de su cuarto se abría. Mirando hacia arriba, vio a Kat parada en la entrada.
—¿Estás ocupada? –le preguntó Kat.
—Simplemente investigaba un poco más.
—Ah. —Kat se adelantó para leer sobre su hombre—. “Wulf Tryggvason. Pirata, arriesgado, y guerrero, luchó a través de Europa, ofreciendo su servicio a cristianos y paganos por igual. Una vez se escribió que su única lealtad era hacia su espada y su hermano Erik, quien viajaba con él…” Interesante. ¿Crees que este sea el tipo al que viste en el Inferno?
—Quizás. ¿Alguna vez escuchaste de él?
—Para nada. ¿Quieres que le pregunte a Jimmy? Le encanta la historia de los Vikingos.
Cassandra lo pensó durante un segundo. El amigo de Kat estaba en la Sociedad de Anacronismo Creativo y vivía para estudiar la cultura Vikinga.
Pero no era el pasado de Wulf lo que le interesaba en este momento. Era su presente, y lo que más deseaba era su dirección actual.
—No, está bien.
—¿Segura?
—Sí.
Kat asintió.
—Bien, entonces regresaré a mi dormitorio a terminar con mi libro. ¿Quieres que te traiga algo para comer o beber?
Cassandra sonrió ante el ofrecimiento.
—Una gaseosa sería genial.
Kat desapareció sólo para regresar unos minutos más tarde con una Sprite. Cassandra le agradeció y volvió al trabajo mientras Kat la dejaba a solas.
Cassandra bebió a sorbos su bebida, sin prisa, mientras navegaba. Más o menos una hora más tarde estaba tan cansada que ya no podía mantener los ojos abiertos.
Bostezando, miró la hora. Eran apenas las cinco y media. Aún así, sus párpados estaban tan pesados que no podía continuar despierta por mucho que lo intentara.
Apagó su computadora y fue hacia la cama para tomar una pequeña siesta.
Se quedó dormida en el instante en que su cabeza tocó la almohada. Normalmente, Cassandra no soñaba mucho cuando tomaba una siesta.
Hoy era completamente diferente.
Hoy sus sueños comenzaron casi tan pronto como cerró los ojos.
Qué extraño…
Pero lo más raro de todo era que su reino de fantasía no se parecía a nada que hubiese soñado antes. En lugar de sus habituales sueños de glamour o de horror, este era pacífico. Gentil. Y la llenaba de una cálida seguridad.
Estaba vestida con un largo y suave vestido verde oscuro, como una dama medieval. Frunciendo el ceño, pasó la mano sobre la tela, que era más suave que la gamuza.
Sola, dentro de una cabaña de piedra donde un cálido fuego resplandecía en un enorme hogar, se mantenía a distancia, parada junto a una vieja mesa de madera. El viento rugía fuera de una ventana que estaba cubierta por una persiana de madera que sonaba estruendosamente mientras intentaba mantener fuera los vientos de invierno.
Escuchó que había alguien en la puerta, detrás suyo.
Cassandra se volteó justo a tiempo de ver a Wulf abriéndola con el hombro. Su corazón se detuvo mientras captaba su imagen vestida en una especie de chaleco de cota de malla. Sus macizos brazos estaban desnudos, y su torso y la cota de malla estaban cubiertos por un chaleco de cuero que tenía grabados algunos diseños nórdicos. Los diseños eran iguales al tatuaje en su hombro y bíceps derecho.
Su yelmo cónico cubría su cabeza, y tenía más malla unida a él, que cubría su rostro, prácticamente ocultándolo. Pero por esos intensos y calientes ojos, ella nunca hubiese sabido que era Wulf quien estaba ahí abajo. Sostenía una pequeña hacha de guerra en una mano, apoyándola sobre su hombro. Se veía salvaje y primitivo. El tipo de hombre que una vez había sido dueño del mundo. Uno que no temía a nada.
Su oscura mirada recorrió la habitación, luego se detuvo en ella. Vio que una sonrisa lenta y seductora cruzaba la parte inferior de su rostro, dejando ver sus colmillos.
—¿Por qué?
—Es sólo que… yo… yo, eh, simplemente no creo que sea una buena idea, ¿está bien?
Ya era un obstáculo. Cassandra se forzó a ocultar su irritación. Tendría que andar con cuidado si quería superar sus defensas. Pero lo comprendía. Ella tenía sus propios secretos que ocultar.
—Está bien, elige tú el lugar.
—¿La biblioteca?
Se le pusieron los pelos de punta.
—Nunca logro sentirme cómoda ahí. Siempre temo que me manden a callar. ¿Quieres que vayamos a mi apartamento?
Él se veía completamente sorprendido por su ofrecimiento.
—¿En verdad?
—Seguro. En general no muerdo, ni nada de eso.
Chris se rió.
—Sí, yo tampoco. –Dio dos pasos más con ella, y luego giró hacia los hombres que los seguían—. Sólo iremos a su casa, ¿está bien? ¿Por qué no van a comerse unas rosquillas o algo?
No le agradecieron en lo más mínimo.
Kat se rió.
Cassandra los condujo hacia el estacionamiento de los estudiantes y luego le dio a Chris las indicaciones para llegar a su departamento.
—¿Nos vemos allí?
Él asintió y se encaminó hacia su Hummer rojo.
Cassandra fue rápidamente hacia su Mercedes gris, donde Kat la esperaba en el asiento del conductor. Fueron hacia la casa, mientras Cassandra esperaba que Chris no esperara mucho tiempo o, peor, cambiara de opinión.
Al menos no hasta que tuviera la oportunidad de registrar su mochila.
Le tomó dos horas de estudiar al aburrido Beowulf y una jarra de café antes de que Chris la dejara a solas con la mochila mientras iba al baño. Hacía rato que Kat se había retirado a su habitación, afirmando que la lengua muerta y el entusiasmo de Chris por la misma le estaban provocando una migraña.
En cuanto Chris desapareció, Cassandra comenzó a buscar.
Afortunadamente, no le llevó demasiado tiempo encontrar lo que estaba buscando…
Encontró la agenda donde la había visto antes. La cubierta era de cuero trabajado a mano, con un extraño emblema en el frente: un arco doble inclinado hacia arriba, con la flecha apuntando hacia la derecha.
Idéntico al que había visto en el hombro de Wulf en su sueño…
Pasó la mano sobre el cuero marrón, y entonces lo abrió, para encontrarse con que todo estaba escrito en Rúnico. El idioma era similar al Inglés Antiguo, pero no podía leerlo.
¿Nórdico Antiguo, tal vez?
—¿Qué estás haciendo?
Aprovechó la aguda pregunta de Chris. Le tomó un par de segundos pensar en algo que decir que no lo hiciera sospechar aún más.
—Eres uno de esos jugadores, ¿verdad?
Su mirada azul se estrechó y se volvió más penetrante.
—¿De qué estás hablando?
—Yo… eh, entré a esta página llamada Cazador Oscuro y encontré todos estos rompecabezas sobre una serie de libros y un juego. Como había visto tu libro antes, me preguntaba si serías uno de los miembros que juega ahí.
Cassandra podía darse cuenta de que él buscaba en su mente y estudiaba el rostro de ella para ver, si había algo, que debería decir.
—Sí, mi amigo Nick maneja el sitio –respondió luego de una larga pausa—. Tenemos a mucha gente interesante que juega allí.
—Eso vi. ¿Tienes uno de esos nombres como Hellion o Rogue con el que juegas?
Él se adelantó y le quitó la agenda.
—No, simplemente uso “Chris.”
—Ah. ¿Y qué sucede en las áreas privadas?
—Nada –le dijo un poco demasiado rápido—. Sólo estamos algunos, peleándonos.
—¿Entonces por qué es privado?
—Simplemente lo es. –Tomó el libro de las manos de ella y lo regresó a su mochila—. Escucha, tengo que irme ahora. Suerte en el examen.
Cassandra quería detenerlo y hacerle más preguntas, pero era lamentablemente evidente que él no tenía intención de dejarle saber nada más acerca de ellos o de sí mismo.
—Gracias, Chris. Te agradezco la ayuda.
Él asintió y partió precipitadamente.
Sola en su cocina, Cassandra se sentó en la silla, mordiéndose la uña del pulgar mientras debatía sobre el modo de proceder. Pensó en seguir a Chris hasta su casa, pero con eso no conseguiría nada bueno. No había duda de que sus guardaespaldas la atraparían, incluso con la absurda forma de manejar de Kat.
Levantándose, fue a su habitación, tomó la laptop y le quitó la funda.
Bien, el sitio de Cazador Oscuro estaba diseñado como si los Cazadores Oscuros fuesen personajes de un libro. La mayoría de la gente aceptaría eso, ¿pero qué sucedía si ella volvía a mirarla desde un punto de vista en el que nada en ese sitio era falso?
Ella había pasado toda su vida escondiéndose, y si había algo que hubiese aprendido… era que el mejor lugar para esconderse era a la luz. La gente tenía una tendencia a no ver lo que estaba justo frente a ellos.
Y aunque lo vieran, siempre inventaban algún modo de explicarlo. Decían que era un producto de su imaginación o una broma adolescente.
No cabían dudas de que los Cazadores Oscuros pensaban lo mismo. Después de todo, en este mundo moderno en que todos sabían acerca de los vampiros y los demonios, y pensaban que eran un mito de Hollywood, ni siquiera necesitarían esconderse. La mayor parte de las personas los clasificaría como excéntricos.
Cassandra observó la introducción al sitio, y luego pasó a la página de perfiles de cada uno de los Cazadores que figuraban.
Había uno de un personaje llamado Wulf Tryggvason cuyo Escudero se llamaba Chris Eriksson. Supuestamente, Wulf era un guerrero Vikingo que había sido hechizado…
Cassandra copió el nombre de Wulf y luego buscó en el Nillstrom –un buscador de leyendas e historias nórdicas.
—Bingo –susurró mientras aparecían varios artículos.
Nacido de una madre cristiana de Galia y un padre Escandinavo, Wulf Tryggvason había sido un renombrado aventurero e invasor de mediados del siglo VIII de cuya muerte no existía registro. De hecho, sólo decía que había desaparecido un día después de haber ganado una batalla contra un jefe militar Mercian quien había estado intentado matarlo. La creencia popular era que uno de los hijos del jefe militar lo había asesinado vengativamente esa noche.
Cassandra escuchó que la puerta de su cuarto se abría. Mirando hacia arriba, vio a Kat parada en la entrada.
—¿Estás ocupada? –le preguntó Kat.
—Simplemente investigaba un poco más.
—Ah. —Kat se adelantó para leer sobre su hombre—. “Wulf Tryggvason. Pirata, arriesgado, y guerrero, luchó a través de Europa, ofreciendo su servicio a cristianos y paganos por igual. Una vez se escribió que su única lealtad era hacia su espada y su hermano Erik, quien viajaba con él…” Interesante. ¿Crees que este sea el tipo al que viste en el Inferno?
—Quizás. ¿Alguna vez escuchaste de él?
—Para nada. ¿Quieres que le pregunte a Jimmy? Le encanta la historia de los Vikingos.
Cassandra lo pensó durante un segundo. El amigo de Kat estaba en la Sociedad de Anacronismo Creativo y vivía para estudiar la cultura Vikinga.
Pero no era el pasado de Wulf lo que le interesaba en este momento. Era su presente, y lo que más deseaba era su dirección actual.
—No, está bien.
—¿Segura?
—Sí.
Kat asintió.
—Bien, entonces regresaré a mi dormitorio a terminar con mi libro. ¿Quieres que te traiga algo para comer o beber?
Cassandra sonrió ante el ofrecimiento.
—Una gaseosa sería genial.
Kat desapareció sólo para regresar unos minutos más tarde con una Sprite. Cassandra le agradeció y volvió al trabajo mientras Kat la dejaba a solas.
Cassandra bebió a sorbos su bebida, sin prisa, mientras navegaba. Más o menos una hora más tarde estaba tan cansada que ya no podía mantener los ojos abiertos.
Bostezando, miró la hora. Eran apenas las cinco y media. Aún así, sus párpados estaban tan pesados que no podía continuar despierta por mucho que lo intentara.
Apagó su computadora y fue hacia la cama para tomar una pequeña siesta.
Se quedó dormida en el instante en que su cabeza tocó la almohada. Normalmente, Cassandra no soñaba mucho cuando tomaba una siesta.
Hoy era completamente diferente.
Hoy sus sueños comenzaron casi tan pronto como cerró los ojos.
Qué extraño…
Pero lo más raro de todo era que su reino de fantasía no se parecía a nada que hubiese soñado antes. En lugar de sus habituales sueños de glamour o de horror, este era pacífico. Gentil. Y la llenaba de una cálida seguridad.
Estaba vestida con un largo y suave vestido verde oscuro, como una dama medieval. Frunciendo el ceño, pasó la mano sobre la tela, que era más suave que la gamuza.
Sola, dentro de una cabaña de piedra donde un cálido fuego resplandecía en un enorme hogar, se mantenía a distancia, parada junto a una vieja mesa de madera. El viento rugía fuera de una ventana que estaba cubierta por una persiana de madera que sonaba estruendosamente mientras intentaba mantener fuera los vientos de invierno.
Escuchó que había alguien en la puerta, detrás suyo.
Cassandra se volteó justo a tiempo de ver a Wulf abriéndola con el hombro. Su corazón se detuvo mientras captaba su imagen vestida en una especie de chaleco de cota de malla. Sus macizos brazos estaban desnudos, y su torso y la cota de malla estaban cubiertos por un chaleco de cuero que tenía grabados algunos diseños nórdicos. Los diseños eran iguales al tatuaje en su hombro y bíceps derecho.
Su yelmo cónico cubría su cabeza, y tenía más malla unida a él, que cubría su rostro, prácticamente ocultándolo. Pero por esos intensos y calientes ojos, ella nunca hubiese sabido que era Wulf quien estaba ahí abajo. Sostenía una pequeña hacha de guerra en una mano, apoyándola sobre su hombro. Se veía salvaje y primitivo. El tipo de hombre que una vez había sido dueño del mundo. Uno que no temía a nada.
Su oscura mirada recorrió la habitación, luego se detuvo en ella. Vio que una sonrisa lenta y seductora cruzaba la parte inferior de su rostro, dejando ver sus colmillos.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Cassandra, amor mío –la saludó, su voz cálida y encantadora—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—No tengo idea –le respondió, honestamente—. Ni siquiera estoy segura de dónde es aquí.
Él rió, con un sonido profundo y estruendoso, luego cerró la puerta y la atrancó.
—Estás en mi hogar, villkat. Al menos en lo que fue mi hogar mucho tiempo atrás.
Ella observó el espartano lugar, que estaba amoblado con una mesa, sillas, y una cama muy grande cubierta con pieles.
—Qué extraño, hubiese pensado que Wulf Tryggvason poseería un sitio mejor que este.
Él depositó el hacha sobre la mesa, luego se quitó el yelmo y lo colocó sobre el arma.
Cassandra estaba apabullada por la belleza masculina del hombre que estaba frente a ella. Rezumaba un atractivo sexual crudo con el que nadie jamás podría competir.
—Comparado con la pequeña granja donde crecí, esto es una mansión, señora mía.
—¿En serio?
Él asintió mientras la acercaba a sí. Sus ojos la quemaron y la llenaron de una profunda y dolorosa necesidad. Sabía exactamente lo que él quería, y aunque apenas lo conocía, estaba más que dispuesta a dárselo.
—Mi padre fue una vez un invasor guerrero que tomó un voto de pobreza años antes de que yo naciera –dijo Wulf roncamente.
Su confesión la sorprendió.
—¿Por qué lo hizo?
Wulf la apretó con más fuerza.
—La ruina de todos los hombres, me temo… Amor. Mi madre era una esclava cristiana capturada que había sido entregada a él por su padre luego de una de sus invasiones. Ella lo sedujo, y al final lo domó y convirtió a un orgulloso guerrero en un dócil granjero que se rehusaba a levantar su espada por temor a ofender a su nuevo dios.
Cassandra podía escuchar las crudas emociones en su voz. El desprecio que sentía por cualquiera que eligiese la paz antes que la guerra.
—¿No estabas de acuerdo con su elección?
—Sí, ¿qué tan bueno es un hombre que no puede protegerse a sí mismo ni a quienes ama? –Sus ojos se tornaron oscuros, implacables. La furia que había en ellos la hizo temblar—. Cuando los Jutes llegaron a nuestra aldea a saquear y tomar esclavos, me dijeron que él se quedó quieto y dejó que lo traspasaran con un arma. Todos los que sobrevivieron se burlaron de él por su cobardía. Él, quien una vez había hecho que sus enemigos temblaran de terror al oír su nombre, fue exterminado en la matanza como un ternero indefenso. Jamás he podido comprender cómo simplemente se quedó allí parado, tomando ese mortal golpe sin intentar defenderse.
Ella se estiró para suavizar su ceño con los dedos, mientras el dolor de él la alcanzaba. Pero no era odio ni condescendencia lo que oía en su voz. Era culpa.
—Lo siento tanto.
—Yo también lo lamenté –susurró, sus ojos se volvieron aún más tormentosos—. No fue suficiente dejarlo allí para que muriera, sino que también me llevé a mi hermano. No había nadie para protegerlo en nuestra ausencia.
—¿Dónde estaban ustedes?
El bajó la mirada, pero aún así ella podía ver su auto—recriminación. Quería regresar y modificar ese momento, tanto como ella deseaba cambiar la noche en que los Daimons Spathi habían matado a su madre y a sus hermanas.
—Había partido el verano anterior en busca de guerra y riquezas. –Él la soltó y observó su modesto hogar—. Luego de que me llegó la noticia de su muerte, las riquezas ya no me parecían importantes. Dejando de lado los desacuerdos, debería haber estado allí con él.
Cassandra tocó su brazo desnudo.
—Debes haber amado mucho a tu padre.
Wulf respiró cansadamente.
—A veces. Otras veces lo odiaba. Lo odiaba por no ser el hombre que debería haber sido. Su padre era un respetado jarl y aún así nosotros vivíamos como mendigos hambrientos. Burlados y despreciados por nuestros propios parientes. Mi madre se enorgullecía de los insultos, diciendo que era la voluntad de dios que sufriéramos. Que nos hacía mejores personas, pero nunca le creí. La ciega devoción de mi padre a sus creencias sólo me enfurecía más. Peleábamos, él y yo, constantemente. Él quería que siguiera sus pasos y que aceptara su abuso sin decir nada. —El tormento en sus ojos la conmovió aún más que la dulzura de su mano sobre la de ella—. Quería que fuera algo que no soy. Pero yo no podía poner la otra mejilla. Jamás estuvo en mi naturaleza no responder a un insulto con otro insulto. Golpe con golpe. –Él giró y la miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué estoy contándote esto?
Cassandra lo pensó por un segundo.
—El sueño, seguramente. Probablemente está en tu mente.
Aunque ella no podía imaginar porque sería en su sueño.
De hecho, este sueño se estaba volviendo más extraño a cada segundo, y no podía entender por qué su inconsciente la traería aquí.
¿Por qué estaría conjurando esta fantasía sobre su Cazador Oscuro…?
Él asintió.
—Sí, sin dudas. Me temo que le estoy haciendo a Christopher lo que una vez me hicieron a mí. Debería dejarlo vivir su vida y no interferir en sus elecciones con tanta frecuencia.
—¿Por qué no puedes?
—¿Sinceramente?
Cassandra sonrió.
—Desde luego que prefiero la verdad antes que una mentira.
Wulf rió suavemente, y entonces su rostro se volvió pensativo otra vez.
—No quiero perderlo a él también. –Su voz era tan profunda y dolorosa que hizo que su corazón se encogiera—. Y aún así sé que no tengo más opción que perderlo.
—¿Por qué?
—Todos mueren, señora mía. Al menos en el mundo mortal. Y yo sigo adelante mientras todo lo que me rodea perece una y otra vez. –Levantó la mirada hacia ella. La agonía de su rostro le llegó muy profundamente—. ¿Tienes alguna idea de lo que es sostener a alguien que amas en los brazos mientras muere?
El pecho de Cassandra se cerró mientras pensaba en la muerte de su madre y sus hermanas. Había querido acercarse luego de la explosión, pero su guardaespaldas la había apartado mientras ella aullaba de dolor por su pérdida.
"Es demasiado tarde para ayudarlas, Cassie. Tenemos que correr."
Su alma había gritado ese día.
Incluso ahora gritaba, a veces, por la injusticia de su vida.
—Sí, lo sé –susurró—. Yo también he visto morir a todas las personas que quiero. Mi padre es todo lo que me queda.
La mirada de Wulf se aguzó.
—Entonces imagina pasar por eso miles de veces, siglo tras siglo. Imagina verlos nacer, vivir, y luego morir mientras tú continúas y empiezas de nuevo con cada generación. Cada vez que veo a un miembro de mi familia morir, es como ver a mi hermano Erik muriendo nuevamente. Y Chris… —Dio un respingo como si la sola mención del nombre de Chris le provocara dolor—. Es idéntico a mi hermano, en cara y físico. –Una de sus comisuras se levantó en una forzada risa—. Y en sus gestos así como en su temperamento. Creo que de toda la familia que he perdido, su muerte será la más difícil de soportar.
Ella vio la vulnerabilidad en sus ojos y la afectó profundamente que este feroz hombre tuviera un defecto tan humano.
—Aún es joven. Tiene toda la vida por delante.
—Quizás… pero mi hermano tenía sólo veinticuatro años cuando fue asesinado por nuestros enemigos. Jamás olvidaré la expresión en el rostro de su hijo Bironulf cuando vio a su padre caer en batalla. Sólo pude pensar en salvar al chico.
—Obviamente, lo hiciste.
—Sí. Juré que jamás permitiría que Bironulf muriese como lo había hecho su padre. Lo mantuve a salvo toda su vida, y murió siendo viejo, mientras dormía. En paz. –Se detuvo un instante—. Creo que, al final, sigo más las creencias de mi madre que las de mi padre. Los escandinavos creían en morir jóvenes en la batalla, para poder entrar en los salones del Valhalla, pero al igual que mi madre, yo quería un destino diferente para aquellos a los que amaba. Es una pena que haya llegado a comprender sus sentimientos demasiado tarde. —Wulf sacudió la cabeza, como para borrar esos pensamientos. Frunció el ceño al mirarla—. No puedo creer que esté pensando en esto mientras tengo a una doncella tan hermosa conmigo. Realmente estoy envejeciendo si prefiero hablar antes que actuar –dijo con una profunda risa—. Ya es suficiente de pensamientos morbosos. –La atrajo hacia sí con fuerza—. ¿Por qué estamos perdiendo nuestro tiempo cuando podríamos estar pasándolo mucho más productivamente?
—¿Productivamente cómo?
La sonrisa de Wulf era traviesa, cálida, y la devoraba.
—Me parece que podría dar mejor uso a mi lengua. ¿Qué dices?
Él condujo dicho miembro por la columna de su garganta hasta que alcanzó a mordisquear su oreja. Su cálido aliento quemó su cuello, haciéndola estremecer.
—Oh, sí –jadeó Cassandra—. Pienso que ese es un modo mucho mejor de usar tu lengua.
Él rió mientras desenlazaba la parte trasera de su vestido. Lenta, seductoramente, lo bajó por los hombros y dejó que cayera directo al piso. La tela se deslizó sensualmente por la piel de Cassandra mientras abandonaba su cuerpo y el aire frío la acariciaba.
Desnuda frente a él, no pudo reprimir un profundo temblor. Era tan extraño estar expuesta mientras él estaba parado frente a ella vistiendo su armadura. La luz del fuego jugaba en sus oscuros ojos.
Wulf miró fijamente la simple belleza de la mujer ante él. Era aún más exquisita que la última vez que había soñado con ella. Pasó la mano tiernamente sobre su pecho, dejando que el pezón provocara a su palma.
Cassandra le recordaba a Saga, la diosa escandinava de la poesía. Elegante, refinada. Amable. Cosas que él había desdeñado mientras era un hombre mortal.
Ahora estaba cautivado por ella.
Aún no sabía porqué había confiado en ella. No era habitual en él hablar tan libremente, y aún así ella lo había seducido.
Pero no quería hacerle el amor aquí. No en el pasado, donde sus recuerdos y la culpabilidad por aquellos a quienes había fallado lo azotaban.
Ella merecía algo mejor.
Cerrando sus ojos, los invocó a una copia exacta de habitación actual. Sólo que había hecho algunas modificaciones…
Cassandra quedó boquiabierta mientras se echaba atrás ligeramente y miraba alrededor. Las paredes que los rodeaban eran de un negro que reflejaba, con decoraciones blancas, excepto la pared a su derecha, que estaba construida con ventanas que llegaban del suelo al techo. Las ventanas abiertas estaban enmarcadas por cortinas blancas de gasa que flotaban con el viento, estirándose hacia ellos y haciendo que la llama de docenas de velas que había en la habitación danzaran.
Pero las velas no se apagaban. Titilaban alrededor de ellos como estrellas.
Había una enorme cama en el centro de la habitación, elevada sobre una plataforma. Tenía sábanas de seda negra y un grueso edredón de duvet de seda
—No tengo idea –le respondió, honestamente—. Ni siquiera estoy segura de dónde es aquí.
Él rió, con un sonido profundo y estruendoso, luego cerró la puerta y la atrancó.
—Estás en mi hogar, villkat. Al menos en lo que fue mi hogar mucho tiempo atrás.
Ella observó el espartano lugar, que estaba amoblado con una mesa, sillas, y una cama muy grande cubierta con pieles.
—Qué extraño, hubiese pensado que Wulf Tryggvason poseería un sitio mejor que este.
Él depositó el hacha sobre la mesa, luego se quitó el yelmo y lo colocó sobre el arma.
Cassandra estaba apabullada por la belleza masculina del hombre que estaba frente a ella. Rezumaba un atractivo sexual crudo con el que nadie jamás podría competir.
—Comparado con la pequeña granja donde crecí, esto es una mansión, señora mía.
—¿En serio?
Él asintió mientras la acercaba a sí. Sus ojos la quemaron y la llenaron de una profunda y dolorosa necesidad. Sabía exactamente lo que él quería, y aunque apenas lo conocía, estaba más que dispuesta a dárselo.
—Mi padre fue una vez un invasor guerrero que tomó un voto de pobreza años antes de que yo naciera –dijo Wulf roncamente.
Su confesión la sorprendió.
—¿Por qué lo hizo?
Wulf la apretó con más fuerza.
—La ruina de todos los hombres, me temo… Amor. Mi madre era una esclava cristiana capturada que había sido entregada a él por su padre luego de una de sus invasiones. Ella lo sedujo, y al final lo domó y convirtió a un orgulloso guerrero en un dócil granjero que se rehusaba a levantar su espada por temor a ofender a su nuevo dios.
Cassandra podía escuchar las crudas emociones en su voz. El desprecio que sentía por cualquiera que eligiese la paz antes que la guerra.
—¿No estabas de acuerdo con su elección?
—Sí, ¿qué tan bueno es un hombre que no puede protegerse a sí mismo ni a quienes ama? –Sus ojos se tornaron oscuros, implacables. La furia que había en ellos la hizo temblar—. Cuando los Jutes llegaron a nuestra aldea a saquear y tomar esclavos, me dijeron que él se quedó quieto y dejó que lo traspasaran con un arma. Todos los que sobrevivieron se burlaron de él por su cobardía. Él, quien una vez había hecho que sus enemigos temblaran de terror al oír su nombre, fue exterminado en la matanza como un ternero indefenso. Jamás he podido comprender cómo simplemente se quedó allí parado, tomando ese mortal golpe sin intentar defenderse.
Ella se estiró para suavizar su ceño con los dedos, mientras el dolor de él la alcanzaba. Pero no era odio ni condescendencia lo que oía en su voz. Era culpa.
—Lo siento tanto.
—Yo también lo lamenté –susurró, sus ojos se volvieron aún más tormentosos—. No fue suficiente dejarlo allí para que muriera, sino que también me llevé a mi hermano. No había nadie para protegerlo en nuestra ausencia.
—¿Dónde estaban ustedes?
El bajó la mirada, pero aún así ella podía ver su auto—recriminación. Quería regresar y modificar ese momento, tanto como ella deseaba cambiar la noche en que los Daimons Spathi habían matado a su madre y a sus hermanas.
—Había partido el verano anterior en busca de guerra y riquezas. –Él la soltó y observó su modesto hogar—. Luego de que me llegó la noticia de su muerte, las riquezas ya no me parecían importantes. Dejando de lado los desacuerdos, debería haber estado allí con él.
Cassandra tocó su brazo desnudo.
—Debes haber amado mucho a tu padre.
Wulf respiró cansadamente.
—A veces. Otras veces lo odiaba. Lo odiaba por no ser el hombre que debería haber sido. Su padre era un respetado jarl y aún así nosotros vivíamos como mendigos hambrientos. Burlados y despreciados por nuestros propios parientes. Mi madre se enorgullecía de los insultos, diciendo que era la voluntad de dios que sufriéramos. Que nos hacía mejores personas, pero nunca le creí. La ciega devoción de mi padre a sus creencias sólo me enfurecía más. Peleábamos, él y yo, constantemente. Él quería que siguiera sus pasos y que aceptara su abuso sin decir nada. —El tormento en sus ojos la conmovió aún más que la dulzura de su mano sobre la de ella—. Quería que fuera algo que no soy. Pero yo no podía poner la otra mejilla. Jamás estuvo en mi naturaleza no responder a un insulto con otro insulto. Golpe con golpe. –Él giró y la miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué estoy contándote esto?
Cassandra lo pensó por un segundo.
—El sueño, seguramente. Probablemente está en tu mente.
Aunque ella no podía imaginar porque sería en su sueño.
De hecho, este sueño se estaba volviendo más extraño a cada segundo, y no podía entender por qué su inconsciente la traería aquí.
¿Por qué estaría conjurando esta fantasía sobre su Cazador Oscuro…?
Él asintió.
—Sí, sin dudas. Me temo que le estoy haciendo a Christopher lo que una vez me hicieron a mí. Debería dejarlo vivir su vida y no interferir en sus elecciones con tanta frecuencia.
—¿Por qué no puedes?
—¿Sinceramente?
Cassandra sonrió.
—Desde luego que prefiero la verdad antes que una mentira.
Wulf rió suavemente, y entonces su rostro se volvió pensativo otra vez.
—No quiero perderlo a él también. –Su voz era tan profunda y dolorosa que hizo que su corazón se encogiera—. Y aún así sé que no tengo más opción que perderlo.
—¿Por qué?
—Todos mueren, señora mía. Al menos en el mundo mortal. Y yo sigo adelante mientras todo lo que me rodea perece una y otra vez. –Levantó la mirada hacia ella. La agonía de su rostro le llegó muy profundamente—. ¿Tienes alguna idea de lo que es sostener a alguien que amas en los brazos mientras muere?
El pecho de Cassandra se cerró mientras pensaba en la muerte de su madre y sus hermanas. Había querido acercarse luego de la explosión, pero su guardaespaldas la había apartado mientras ella aullaba de dolor por su pérdida.
"Es demasiado tarde para ayudarlas, Cassie. Tenemos que correr."
Su alma había gritado ese día.
Incluso ahora gritaba, a veces, por la injusticia de su vida.
—Sí, lo sé –susurró—. Yo también he visto morir a todas las personas que quiero. Mi padre es todo lo que me queda.
La mirada de Wulf se aguzó.
—Entonces imagina pasar por eso miles de veces, siglo tras siglo. Imagina verlos nacer, vivir, y luego morir mientras tú continúas y empiezas de nuevo con cada generación. Cada vez que veo a un miembro de mi familia morir, es como ver a mi hermano Erik muriendo nuevamente. Y Chris… —Dio un respingo como si la sola mención del nombre de Chris le provocara dolor—. Es idéntico a mi hermano, en cara y físico. –Una de sus comisuras se levantó en una forzada risa—. Y en sus gestos así como en su temperamento. Creo que de toda la familia que he perdido, su muerte será la más difícil de soportar.
Ella vio la vulnerabilidad en sus ojos y la afectó profundamente que este feroz hombre tuviera un defecto tan humano.
—Aún es joven. Tiene toda la vida por delante.
—Quizás… pero mi hermano tenía sólo veinticuatro años cuando fue asesinado por nuestros enemigos. Jamás olvidaré la expresión en el rostro de su hijo Bironulf cuando vio a su padre caer en batalla. Sólo pude pensar en salvar al chico.
—Obviamente, lo hiciste.
—Sí. Juré que jamás permitiría que Bironulf muriese como lo había hecho su padre. Lo mantuve a salvo toda su vida, y murió siendo viejo, mientras dormía. En paz. –Se detuvo un instante—. Creo que, al final, sigo más las creencias de mi madre que las de mi padre. Los escandinavos creían en morir jóvenes en la batalla, para poder entrar en los salones del Valhalla, pero al igual que mi madre, yo quería un destino diferente para aquellos a los que amaba. Es una pena que haya llegado a comprender sus sentimientos demasiado tarde. —Wulf sacudió la cabeza, como para borrar esos pensamientos. Frunció el ceño al mirarla—. No puedo creer que esté pensando en esto mientras tengo a una doncella tan hermosa conmigo. Realmente estoy envejeciendo si prefiero hablar antes que actuar –dijo con una profunda risa—. Ya es suficiente de pensamientos morbosos. –La atrajo hacia sí con fuerza—. ¿Por qué estamos perdiendo nuestro tiempo cuando podríamos estar pasándolo mucho más productivamente?
—¿Productivamente cómo?
La sonrisa de Wulf era traviesa, cálida, y la devoraba.
—Me parece que podría dar mejor uso a mi lengua. ¿Qué dices?
Él condujo dicho miembro por la columna de su garganta hasta que alcanzó a mordisquear su oreja. Su cálido aliento quemó su cuello, haciéndola estremecer.
—Oh, sí –jadeó Cassandra—. Pienso que ese es un modo mucho mejor de usar tu lengua.
Él rió mientras desenlazaba la parte trasera de su vestido. Lenta, seductoramente, lo bajó por los hombros y dejó que cayera directo al piso. La tela se deslizó sensualmente por la piel de Cassandra mientras abandonaba su cuerpo y el aire frío la acariciaba.
Desnuda frente a él, no pudo reprimir un profundo temblor. Era tan extraño estar expuesta mientras él estaba parado frente a ella vistiendo su armadura. La luz del fuego jugaba en sus oscuros ojos.
Wulf miró fijamente la simple belleza de la mujer ante él. Era aún más exquisita que la última vez que había soñado con ella. Pasó la mano tiernamente sobre su pecho, dejando que el pezón provocara a su palma.
Cassandra le recordaba a Saga, la diosa escandinava de la poesía. Elegante, refinada. Amable. Cosas que él había desdeñado mientras era un hombre mortal.
Ahora estaba cautivado por ella.
Aún no sabía porqué había confiado en ella. No era habitual en él hablar tan libremente, y aún así ella lo había seducido.
Pero no quería hacerle el amor aquí. No en el pasado, donde sus recuerdos y la culpabilidad por aquellos a quienes había fallado lo azotaban.
Ella merecía algo mejor.
Cerrando sus ojos, los invocó a una copia exacta de habitación actual. Sólo que había hecho algunas modificaciones…
Cassandra quedó boquiabierta mientras se echaba atrás ligeramente y miraba alrededor. Las paredes que los rodeaban eran de un negro que reflejaba, con decoraciones blancas, excepto la pared a su derecha, que estaba construida con ventanas que llegaban del suelo al techo. Las ventanas abiertas estaban enmarcadas por cortinas blancas de gasa que flotaban con el viento, estirándose hacia ellos y haciendo que la llama de docenas de velas que había en la habitación danzaran.
Pero las velas no se apagaban. Titilaban alrededor de ellos como estrellas.
Había una enorme cama en el centro de la habitación, elevada sobre una plataforma. Tenía sábanas de seda negra y un grueso edredón de duvet de seda
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
negra sobre la colcha. La cama estaba hecha de una recargada fundición de hierro que formaba un intrincado cuadrado dosel entre cuatro postes. Había más gasa blanca envuelta alrededor del mismo, y estaba suelto para enroscarse con el viento.
Wulf estaba desnudo. La levantó en brazos y la cargó hacia la gigantesca y acogedora cama.
Cassandra suspiró al sentir el suave colchón debajo, mientras el peso de Wulf la aplastaba. Era como ser presionada contra una nube.
Mirando hacia arriba, rió al darse cuenta de que había un espejo en el techo, y vio que Wulf sostenía una rosa de tallo largo detrás de la espalda.
Las paredes destellaron, y entonces también se convirtieron en espejos.
—¿De quién es esta fantasía? –le preguntó mientras Wulf acercaba la rosa y pasaba sus suaves pétalos sobre el endurecido pezón de su seno derecho.
—Nuestra, blomster –dijo Wulf mientras apartaba sus muslos y reposaba su largo cuerpo entre sus piernas.
Cassandra gimió ante la intensa sensación de tener todo su suntuoso poder reposando sobre ella. Los vellos masculinos de su cuerpo provocaban al suyo hasta alcanzar una sobrecarga de éxtasis sensual.
Él se movió sinuosamente, como una bestia oscura y prohibida que había venido a consumirla.
Cassandra lo observó moverse en el espejo que estaba sobre ella. Qué extraño que lo hubiera creado en su sueño. Siempre había sido tan cautelosa en su vida. Tan cuidadosa de a quién permitía que la tocara. Así que había conjurado a un glorioso amante en su inconsciente, dado que no se atrevía a tener uno en la vida real.
Debido a su sentencia de muerte, no quería importarle a nadie, ni que se enamorasen de ella. No quería tener un hijo que lloraría su muerte. Un hijo que quedaría solo, asustado.
Cazado.
Lo último que deseaba era dejar detrás a alguien como Wulf que lamentara su muerte. Alguien que tendría que ver morir a su hijo en la flor de su juventud por culpa de una maldición que no tenía nada que ver con ninguno de sus actos.
Pero en sus sueños, era libre para amarlo con todo su cuerpo. Allí no había miedo. Ni promesas. Ni corazones que pudiesen romperse.
Sólo ellos y este momento perfecto.
Wulf gruñó gravemente mientras mordisqueaba su cadera. Ella siseó y acunó su cabeza. Él permitió que la suavidad de sus manos en el cabello lo calmara.
Por mucho tiempo, había vagado en sueños por el pasado. Siempre en busca de quien lo había engañado para cambiar lugares. Jamás estuvo destinado a ser un Cazador Oscuro. Nunca había prometido su alma a Artemisa o había recibido un Acto de Venganza a cambio de su servicio.
Wulf había estado buscando a alguien que aliviara el dolor que sentía por la muerte de su hermano. Un cuerpo tierno en el que pudiera hundirse y olvidar por un momento que él había conducido a Erik a una batalla, lejos de su hogar.
Morginne había parecido la respuesta perfecta. Lo deseaba tanto como él a ella.
Pero la mañana posterior a su única noche con la Cazadora Oscura, todo había cambiado. De algún modo, ya fuese durante o luego de su encuentro sexual, ella había intercambiado su alma con la de él. Ya no era mortal, y se encontró con una nueva vida.
Y perversamente hechizado por Morginne para que ningún mortal pudiera recordarlo. Mientras tanto ella había escapado al servicio de Artemisa, y podía pasar la eternidad con el dios nórdico Loki.
Su maldición de despedida había sido el golpe más duro de todos, y era algo que no comprendía hasta el día de hoy.
Ni siquiera su sobrino Bironulf lo había reconocido después.
Wulf estaría ahora completamente perdido si Acheron Parthenopaeus no se hubiese apiadado de su situación. Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, le había dicho que nadie podía deshacer la magia de Morginne, pero que él podía modificarla. Tomando una gota de la sangre de Bironulf, Acheron había hecho que todos aquellos que llevaran su sangre recordaran a Wulf. Además, el Atlante había otorgado a Wulf poderes psíquicos y le había explicado cómo se había convertido en inmortal y cuáles eran sus limitaciones, tales como su sensibilidad a la luz del sol.
Y como Artemisa poseía la “nueva” alma de Wulf, no tenía otra opción más que servirla.
Artemisa no tenía intención de dejarlo ir jamás. No era que a él en realidad le importara. La inmortalidad tenía sus beneficios.
La mujer debajo de él era definitivamente uno de ellos. Pasó su mano hacia abajo por el muslo y escuchó su respiración. Ella sabía a sal y a mujer. Olía a talco y rosas.
Su sabor y su aroma lo incitaban hasta un punto que jamás había llegado. Por primera vez en siglos, se sintió posesivo hacia una mujer.
Quería quedarse con ésta. El Vikingo dentro de él rugió a la vida. En su tiempo como humano, la habría cargado y asesinado a cualquiera que hubiese osado intentar apartarla de él.
Y luego de todos esos siglos, no estaba más cerca de ser civilizado. Tomaba lo que quería. Siempre.
Cassandra gritó en el instante en que Wulf la tomó en la boca. Su cuerpo hervía de deseo por él. Arqueó la espalda y lo observó a través del espejo que había sobre la cama.
Jamás había visto algo más erótico que la imagen de Wulf provocándola mientras los músculos de su espalda se flexionaban. Podía ver cada centímetro de su cuerpo desnudo y bronceado mientras le daba placer. Y tenía un cuerpo increíble.
Un cuerpo que ella deseaba tocar.
Moviendo las piernas debajo de su cuerpo, utilizó los pies para acariciar lentamente la rígida extensión de su pene.
Él gruñó en respuesta.
—Tienes unos pies muy talentosos, villkatt.
—Para acariciarte mejor –dijo suavemente, mientras pensaba que de hecho se sentía como Caperucita Roja siendo comida por el Gran Lobo Malo.
La risa de Wulf se unió a la suya. Cassandra enterró las manos en las suaves ondas de su cabello y dejó que se saliera con la suya. Su lengua era la cosa más increíble que había conocido, mientras la hacía girar a su alrededor. Lamiendo, incitando, saboreando.
Justo cuando pensaba que no podía sentirse mejor, él deslizó dos dedos profundamente dentro de ella.
Cassandra tuvo un orgasmo inmediatamente.
Aún así, él continuó acariciándola hasta que estuvo ardiendo y débil de felicidad.
—Mmm –murmuró, apartándose de ella—. Creo que mi gatita está hambrienta.
—Famélica –dijo ella, levantándolo sobre su cuerpo para poder deleitarse con su piel del modo en que él se había deleitado con ella.
Enterró los labios en su cuello y lo mordisqueó con cada parte suya que estaba desesperadamente hambrienta por él. ¿Qué tenía este hombre, que la volvía loca de deseo? Era magnífico. Estupendo. Sexy. Jamás había deseado a alguien de este modo.
Wulf no podía soportar el modo en que lo estaba agarrando. Lo hacía enloquecer por ella. Elevaba su necesidad hasta estar prácticamente mareado.
Incapaz de tolerarlo más, la hizo rodar hacia el costado y entró en ella.
Cassandra gritó ante el inesperado placer que la llenó. Jamás había tenido dentro a un hombre en esta posición, completamente recostada sobre su lado. Wulf estaba metido tan profundo que ella juró que podía sentirlo hasta el útero.
Lo observó en la pared espejada mientras él embestía una y otra vez dentro suyo, más y más profundamente, hasta que quiso gritar de placer.
El poder y la fuerza de Wulf no eran parecidos a nada que hubiese conocido. Cada enérgica embestida la dejaba débil, sin aliento.
Ella tuvo otro orgasmo justo antes que él.
Wulf se apartó de ella y se recostó a su lado.
Su corazón saltaba por la furia de su pasión. Pero aún no estaba saciado. Alcanzándola, la subió a su pecho para poder sentir cada centímetro de su cuerpo.
—Eres espectacular, villkat.
Ella hociqueó su pecho con el rostro.
—Tú no estás tan mal, villwulf.
Él rió ante su expresión cariñosa inventada. Realmente le gustaba esta mujer, y su ingenio.
Cassandra permaneció en la paz de los brazos de Wulf. Por primera vez en su vida, se sentía completamente a salvo. Como si nadie ni nada pudiera tocarla. Nunca se había sentido de ese modo. Ni siquiera cuando era pequeña. Había crecido con temor cada vez que alguien desconocido golpeaba a la puerta.
Cada extraño era sospechoso. Por la noche, fácilmente podía ser un Daimon o un Apolita que la buscaban para verla muerta. Durante el día, podía ser un Doulos quien la perseguía.
Pero algo le decía que Wulf no permitiría que la amenazaran.
"¿Cassandra?”
Frunció el ceño ante el sonido de la voz de una mujer entrometiéndose en su sueño.
—¿Cassandra?
Contra su voluntad, salió de su sueño sólo para encontrarse dormida en su propia cama.
Los golpes continuaban.
—¿Cass? ¿Estás bien?
Reconoció la voz de Michelle. Era un esfuerzo despertarse lo suficiente como para poder sentarse en la cama.
Una vez más, estaba desnuda.
Frunciendo el ceño, Cassandra vio su ropa hecha un montón desordenado. ¿Qué diablos era esto? ¿Se había vuelto sonámbula o algo así?
—Estoy aquí, Chel –dijo mientras se levantaba y se ponía su bata de baño roja.
Abrió la puerta para encontrar a su amiga y a Kat del otro lado.
—¿Estás bien? –preguntó Michelle.
Bostezando, Cassandra se frotó los ojos.
—Estoy bien. Sólo tomaba una siesta. —Pero no se sentía realmente bien. Se sentía como si estuviera bajo el efecto de un narcótico—. ¿Qué hora es?
—Son las ocho y media, corazón –respondió Kat.
Michelle miró a una y luego a otra.
—Dijeron que irían al Inferno conmigo, pero si no se sienten…
Cassandra captó la decepción en la voz de Michelle.
—No, no, está bien. Deja que me cambie, e iremos.
Michelle sonrió radiantemente.
Kat la miró sospechosamente.
—¿Estás segura de que tienes ánimos para ir?
—Estoy bien, en serio. No dormí bien anoche, y sólo necesitaba una siesta.
Kat hizo un sonido desagradable.
—Es todo ese Beowulf que tú y Chris estuvieron leyendo. Absorbió toda tu energía. Beowulf… íncubo… lo mismo.
Eso era demasiado cercano a la realidad para el alivio de Cassandra.
Rió nerviosamente.
—Sí. Estaré lista en unos minutos.
Cassandra cerró la puerta y se volvió hacia su pila de ropa arrugada.
¿Qué estaba sucediendo allí?
¿Beowulf era verdaderamente un íncubo?
Quizás…
Dejando el ridículo pensamiento a un lado, recogió su ropa y la agregó al cesto de la lavandería; luego se puso un par de jeans y un suéter azul oscuro.
Mientras se preparaba para salir, la recorrió un extraño estremecimiento. Algo iba a suceder esta noche. Lo sabía. No tenía los poderes psíquicos de su madre, pero sí tenía fuertes presentimientos cada vez que algo bueno o malo iba a suceder.
Desafortunadamente, no podía saber cuál sería hasta que era demasiado tarde.
Pero definitivamente, algo pasaría esta noche.
Wulf estaba desnudo. La levantó en brazos y la cargó hacia la gigantesca y acogedora cama.
Cassandra suspiró al sentir el suave colchón debajo, mientras el peso de Wulf la aplastaba. Era como ser presionada contra una nube.
Mirando hacia arriba, rió al darse cuenta de que había un espejo en el techo, y vio que Wulf sostenía una rosa de tallo largo detrás de la espalda.
Las paredes destellaron, y entonces también se convirtieron en espejos.
—¿De quién es esta fantasía? –le preguntó mientras Wulf acercaba la rosa y pasaba sus suaves pétalos sobre el endurecido pezón de su seno derecho.
—Nuestra, blomster –dijo Wulf mientras apartaba sus muslos y reposaba su largo cuerpo entre sus piernas.
Cassandra gimió ante la intensa sensación de tener todo su suntuoso poder reposando sobre ella. Los vellos masculinos de su cuerpo provocaban al suyo hasta alcanzar una sobrecarga de éxtasis sensual.
Él se movió sinuosamente, como una bestia oscura y prohibida que había venido a consumirla.
Cassandra lo observó moverse en el espejo que estaba sobre ella. Qué extraño que lo hubiera creado en su sueño. Siempre había sido tan cautelosa en su vida. Tan cuidadosa de a quién permitía que la tocara. Así que había conjurado a un glorioso amante en su inconsciente, dado que no se atrevía a tener uno en la vida real.
Debido a su sentencia de muerte, no quería importarle a nadie, ni que se enamorasen de ella. No quería tener un hijo que lloraría su muerte. Un hijo que quedaría solo, asustado.
Cazado.
Lo último que deseaba era dejar detrás a alguien como Wulf que lamentara su muerte. Alguien que tendría que ver morir a su hijo en la flor de su juventud por culpa de una maldición que no tenía nada que ver con ninguno de sus actos.
Pero en sus sueños, era libre para amarlo con todo su cuerpo. Allí no había miedo. Ni promesas. Ni corazones que pudiesen romperse.
Sólo ellos y este momento perfecto.
Wulf gruñó gravemente mientras mordisqueaba su cadera. Ella siseó y acunó su cabeza. Él permitió que la suavidad de sus manos en el cabello lo calmara.
Por mucho tiempo, había vagado en sueños por el pasado. Siempre en busca de quien lo había engañado para cambiar lugares. Jamás estuvo destinado a ser un Cazador Oscuro. Nunca había prometido su alma a Artemisa o había recibido un Acto de Venganza a cambio de su servicio.
Wulf había estado buscando a alguien que aliviara el dolor que sentía por la muerte de su hermano. Un cuerpo tierno en el que pudiera hundirse y olvidar por un momento que él había conducido a Erik a una batalla, lejos de su hogar.
Morginne había parecido la respuesta perfecta. Lo deseaba tanto como él a ella.
Pero la mañana posterior a su única noche con la Cazadora Oscura, todo había cambiado. De algún modo, ya fuese durante o luego de su encuentro sexual, ella había intercambiado su alma con la de él. Ya no era mortal, y se encontró con una nueva vida.
Y perversamente hechizado por Morginne para que ningún mortal pudiera recordarlo. Mientras tanto ella había escapado al servicio de Artemisa, y podía pasar la eternidad con el dios nórdico Loki.
Su maldición de despedida había sido el golpe más duro de todos, y era algo que no comprendía hasta el día de hoy.
Ni siquiera su sobrino Bironulf lo había reconocido después.
Wulf estaría ahora completamente perdido si Acheron Parthenopaeus no se hubiese apiadado de su situación. Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, le había dicho que nadie podía deshacer la magia de Morginne, pero que él podía modificarla. Tomando una gota de la sangre de Bironulf, Acheron había hecho que todos aquellos que llevaran su sangre recordaran a Wulf. Además, el Atlante había otorgado a Wulf poderes psíquicos y le había explicado cómo se había convertido en inmortal y cuáles eran sus limitaciones, tales como su sensibilidad a la luz del sol.
Y como Artemisa poseía la “nueva” alma de Wulf, no tenía otra opción más que servirla.
Artemisa no tenía intención de dejarlo ir jamás. No era que a él en realidad le importara. La inmortalidad tenía sus beneficios.
La mujer debajo de él era definitivamente uno de ellos. Pasó su mano hacia abajo por el muslo y escuchó su respiración. Ella sabía a sal y a mujer. Olía a talco y rosas.
Su sabor y su aroma lo incitaban hasta un punto que jamás había llegado. Por primera vez en siglos, se sintió posesivo hacia una mujer.
Quería quedarse con ésta. El Vikingo dentro de él rugió a la vida. En su tiempo como humano, la habría cargado y asesinado a cualquiera que hubiese osado intentar apartarla de él.
Y luego de todos esos siglos, no estaba más cerca de ser civilizado. Tomaba lo que quería. Siempre.
Cassandra gritó en el instante en que Wulf la tomó en la boca. Su cuerpo hervía de deseo por él. Arqueó la espalda y lo observó a través del espejo que había sobre la cama.
Jamás había visto algo más erótico que la imagen de Wulf provocándola mientras los músculos de su espalda se flexionaban. Podía ver cada centímetro de su cuerpo desnudo y bronceado mientras le daba placer. Y tenía un cuerpo increíble.
Un cuerpo que ella deseaba tocar.
Moviendo las piernas debajo de su cuerpo, utilizó los pies para acariciar lentamente la rígida extensión de su pene.
Él gruñó en respuesta.
—Tienes unos pies muy talentosos, villkatt.
—Para acariciarte mejor –dijo suavemente, mientras pensaba que de hecho se sentía como Caperucita Roja siendo comida por el Gran Lobo Malo.
La risa de Wulf se unió a la suya. Cassandra enterró las manos en las suaves ondas de su cabello y dejó que se saliera con la suya. Su lengua era la cosa más increíble que había conocido, mientras la hacía girar a su alrededor. Lamiendo, incitando, saboreando.
Justo cuando pensaba que no podía sentirse mejor, él deslizó dos dedos profundamente dentro de ella.
Cassandra tuvo un orgasmo inmediatamente.
Aún así, él continuó acariciándola hasta que estuvo ardiendo y débil de felicidad.
—Mmm –murmuró, apartándose de ella—. Creo que mi gatita está hambrienta.
—Famélica –dijo ella, levantándolo sobre su cuerpo para poder deleitarse con su piel del modo en que él se había deleitado con ella.
Enterró los labios en su cuello y lo mordisqueó con cada parte suya que estaba desesperadamente hambrienta por él. ¿Qué tenía este hombre, que la volvía loca de deseo? Era magnífico. Estupendo. Sexy. Jamás había deseado a alguien de este modo.
Wulf no podía soportar el modo en que lo estaba agarrando. Lo hacía enloquecer por ella. Elevaba su necesidad hasta estar prácticamente mareado.
Incapaz de tolerarlo más, la hizo rodar hacia el costado y entró en ella.
Cassandra gritó ante el inesperado placer que la llenó. Jamás había tenido dentro a un hombre en esta posición, completamente recostada sobre su lado. Wulf estaba metido tan profundo que ella juró que podía sentirlo hasta el útero.
Lo observó en la pared espejada mientras él embestía una y otra vez dentro suyo, más y más profundamente, hasta que quiso gritar de placer.
El poder y la fuerza de Wulf no eran parecidos a nada que hubiese conocido. Cada enérgica embestida la dejaba débil, sin aliento.
Ella tuvo otro orgasmo justo antes que él.
Wulf se apartó de ella y se recostó a su lado.
Su corazón saltaba por la furia de su pasión. Pero aún no estaba saciado. Alcanzándola, la subió a su pecho para poder sentir cada centímetro de su cuerpo.
—Eres espectacular, villkat.
Ella hociqueó su pecho con el rostro.
—Tú no estás tan mal, villwulf.
Él rió ante su expresión cariñosa inventada. Realmente le gustaba esta mujer, y su ingenio.
Cassandra permaneció en la paz de los brazos de Wulf. Por primera vez en su vida, se sentía completamente a salvo. Como si nadie ni nada pudiera tocarla. Nunca se había sentido de ese modo. Ni siquiera cuando era pequeña. Había crecido con temor cada vez que alguien desconocido golpeaba a la puerta.
Cada extraño era sospechoso. Por la noche, fácilmente podía ser un Daimon o un Apolita que la buscaban para verla muerta. Durante el día, podía ser un Doulos quien la perseguía.
Pero algo le decía que Wulf no permitiría que la amenazaran.
"¿Cassandra?”
Frunció el ceño ante el sonido de la voz de una mujer entrometiéndose en su sueño.
—¿Cassandra?
Contra su voluntad, salió de su sueño sólo para encontrarse dormida en su propia cama.
Los golpes continuaban.
—¿Cass? ¿Estás bien?
Reconoció la voz de Michelle. Era un esfuerzo despertarse lo suficiente como para poder sentarse en la cama.
Una vez más, estaba desnuda.
Frunciendo el ceño, Cassandra vio su ropa hecha un montón desordenado. ¿Qué diablos era esto? ¿Se había vuelto sonámbula o algo así?
—Estoy aquí, Chel –dijo mientras se levantaba y se ponía su bata de baño roja.
Abrió la puerta para encontrar a su amiga y a Kat del otro lado.
—¿Estás bien? –preguntó Michelle.
Bostezando, Cassandra se frotó los ojos.
—Estoy bien. Sólo tomaba una siesta. —Pero no se sentía realmente bien. Se sentía como si estuviera bajo el efecto de un narcótico—. ¿Qué hora es?
—Son las ocho y media, corazón –respondió Kat.
Michelle miró a una y luego a otra.
—Dijeron que irían al Inferno conmigo, pero si no se sienten…
Cassandra captó la decepción en la voz de Michelle.
—No, no, está bien. Deja que me cambie, e iremos.
Michelle sonrió radiantemente.
Kat la miró sospechosamente.
—¿Estás segura de que tienes ánimos para ir?
—Estoy bien, en serio. No dormí bien anoche, y sólo necesitaba una siesta.
Kat hizo un sonido desagradable.
—Es todo ese Beowulf que tú y Chris estuvieron leyendo. Absorbió toda tu energía. Beowulf… íncubo… lo mismo.
Eso era demasiado cercano a la realidad para el alivio de Cassandra.
Rió nerviosamente.
—Sí. Estaré lista en unos minutos.
Cassandra cerró la puerta y se volvió hacia su pila de ropa arrugada.
¿Qué estaba sucediendo allí?
¿Beowulf era verdaderamente un íncubo?
Quizás…
Dejando el ridículo pensamiento a un lado, recogió su ropa y la agregó al cesto de la lavandería; luego se puso un par de jeans y un suéter azul oscuro.
Mientras se preparaba para salir, la recorrió un extraño estremecimiento. Algo iba a suceder esta noche. Lo sabía. No tenía los poderes psíquicos de su madre, pero sí tenía fuertes presentimientos cada vez que algo bueno o malo iba a suceder.
Desafortunadamente, no podía saber cuál sería hasta que era demasiado tarde.
Pero definitivamente, algo pasaría esta noche.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 5
—Bienvenido a kolasi –dijo Stryker en voz baja, pronunciando la palabra Atlante para “infierno” mientras inspeccionaba a los líderes de su ejército de Daimons, que estaba siempre listo para atacar ante su orden.
Durante once mil años él, el hijo de la Destructora Atlante, los había liderado.
Escogidos por la propia Destructora y entrenados por Stryker, estos Daimons eran asesinos de elite. Sus propios hermanos se referían a ellos como los Daimons Spathi. Un término que había sido menospreciado por los Apolitas y los Cazadores Oscuros, que no comprendían lo que era un verdadero Spathi.
En lugar de eso, aplicaban el término a cualquier Daimon con el que luchaban. Pero eso no estaba bien. Los verdaderos Spathi eran algo enteramente diferente.
No eran hijos de Apolo. Eran los enemigos de Apolo, así como eran enemigos de los Cazadores Oscuros y de los humanos. Los Spathis habían renunciado a cualquier herencia Griega o Apolita que tuviesen mucho tiempo atrás.
Eran los últimos Atlantes, y estaban orgullosos de serlo.
Sin que los Cazadores Oscuros ni los humanos lo supieran, había miles de ellos. Miles. Todos mucho más antiguos de lo que cualquier patético humano, Apolita, o Cazador Oscuro se atreviera a imaginar. Mientras los Daimons más débiles vivían escondiéndose en la tierra, los Spathis usaban láminas o aberturas astrales para viajar de este reino al humano.
Sus hogares existían en otra dimensión. En Kalosis, donde la misma Destructora residía bajo prisión, y donde la letal luz de Apolo jamás brillaba. Eran sus soldados.
Sus hijos e hijas.
Sólo una mínima parte de ellos podía evocar a las láminas por sí mismos; era un presente que la Destructora no legaba con frecuencia. Como hijo suyo, Stryker podía ir y venir a su voluntad, pero él elegía mantenerse cerca de su madre.
Como lo había hecho en los últimos once mil años…
Todo ese tiempo, habían planeado bien esta noche. Luego de que su padre Apolo los maldijo y abandonó a Stryker y a sus hijos que muriesen horriblemente, Stryker había aceptado a su madre de buena gana.
Había sido Apollymi quien le había enseñado el camino. Ella les había enseñado a tomar las almas de los humanos dentro de sus cuerpos para que pudieran sobrevivir, a pesar de que su padre los había condenado a todos a morir a los veintisiete años.
"Ustedes son mis elegidos" –le había dicho—. "Peleen a mi lado y el mundo le pertenecerá una vez más a los dioses Atlantes."
Desde ese día, habían reclutado a su ejército cuidadosamente. Las tres docenas de generales que pasaban el rato junto a él en el salón del "banquete", estaban entre los mejores luchadores. Todos esperaban noticias de su espía acerca de cuándo reaparecería la heredera perdida.
Había estado fuera de su alcance todo el día. Pero ahora que el sol se había puesto, estaba cerca otra vez.
En cualquier momento sería libres de correr hacia la noche y arrancarle el corazón.
Era un precioso pensamiento que Stryker abrigaba.
Las puertas del salón se abrieron, y de la oscuridad exterior apareció el último hijo sobreviviente de Stryker, Urian. Vestido absolutamente de negro, al igual que su padre, Urian tenía el cabello rubio oscuro que llevaba en una coleta, sujeta con un cordón de cuero negro.
Su hijo era más apuesto que cualquier otro, pero por otra parte, todos los de su raza eran hermosos.
Los ojos azul oscuro de Urian brillaron mientras caminaba con la gracia y el orgullo de un depredador letal. Cuando Stryker había traído por primera vez a su hijo mayor, había sido extraño jugar a ser el padre de un hombre que físicamente tenía la misma edad que él, pero dejando eso de lado, eran padre e hijo.
Más que eso, eran aliados.
Y Stryker podría matar a quienquiera que amenazara a su hijo.
—¿Alguna novedad? –le preguntó.
—Aún no. El Were-Hunter dijo que ha perdido su rastro, pero que la encontrará nuevamente.
Stryker asintió. Había sido su espía Were-Hunter quien les había traído noticias la noche anterior sobre la pelea en la cual un grupo de Daimons había muerto en el bar.
Normalmente una pelea semejante no significaría nada para ellos, pero el Were-Hunter les había dicho que los Daimons habían llamado “la heredera” a su víctima.
Stryker había recorrido la tierra buscándola. Cinco años atrás, en Bélgica, casi la habían matado, pero su guardaespaldas se había sacrificado y le había permitido escapar.
Desde entonces, no la habían visto. Ningún encuentro entre los soplones y su gente. La heredera había demostrado ser tan astuta como su madre.
Entonces habían jugado el juego.
Esta noche, el juego terminaría. Entre las patrullas que Stryker tenía en St. Paul y los Were-Hunters que lo servían, estaba seguro que de que la encontraría esta noche.
Palmeó a su hijo en la espalda.
—Quiero al menos a veinte de nosotros preparados. No hay modo de que se nos escape.
—Invocaré a los Illuminati.
Stryker inclinó su cabeza con aprobación. Los Illuminati constaban de él y su hijo, así como otros treinta que eran los guardaespaldas de la Destructora. Cada uno de ellos había tomado un juramento de sangre hacia su madre, para ocuparse de que ella fuera liberada de su infierno y pudiera gobernar la tierra nuevamente.
Cuando ese día llegara, ellos serían los príncipes del mundo. Responsables sólo ante ella.
Ese día finalmente había llegado.
Wulf no sabía por qué se conducía al Inferno esta noche, aparte de que sentía un impulso interno que no quería entrar en razón.
Sospechaba que se debía a su insensata necesidad de sentir más cerca a la mujer que rondaba sus sueños. Aún ahora podía ver la belleza de su sonrisa, sentir su cuerpo dándole la bienvenida al suyo.
O mejor aún, saborearla.
Los pensamientos acerca de ella lo atormentaban. Dejaban salir sentimientos y necesidades que había apartado siglos atrás, sin arrepentirse jamás.
¿Quién lo necesitaba? Y sin embargo no había nada que deseara más que verla de nuevo.
No tenía sentido.
Las posibilidades de que estuviera en el mismo sitio esta noche eran casi imposibles.
Aún así, fue. No pudo evitarlo. Era como si no tuviese control sobre sí mismo, sino que estaba siendo guiado por una fuerza invisible.
Luego de estacionar su auto, caminó por la tranquila calle como un fantasma silencioso en la helada noche. Los vientos de invierno azotaban a su alrededor, cortando la piel que quedaba expuesta.
Había sido una noche muy similar a esta la que lo había llevado a servir a Artemisa. También había estado en una búsqueda. Sólo que entonces la naturaleza de su búsqueda había sido diferente.
¿O no?
Eres un alma errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única esperanza es aceptarlo.
Hasta el día de hoy, no comprendía realmente qué era lo que la vieja adivina había intentado decirle la noche en que la había buscado, queriendo que le explicase cómo Morginne y Loki habían trocado sus almas.
Quizás no había una explicación real. Después de todo, el mundo en que vivía era extraño, y parecía volverse más raro a cada segundo.
Wulf entró al Inferno. Pintado de negro por dentro y por fuera, también tenía dibujadas unas llamas en el interior y en el exterior, que brillaban de un modo espeluznante bajo las luces apagadas y saltarinas del club.
El dueño del club, Dante Pontis, se encontró con él en la puerta, donde él y otros dos “hombres” estaban cobrando la entrada y pidiendo identificaciones. En su forma humana, la pantera Katagari estaba irónicamente vestida como un “vampiro.” Pero por otra parte, Dante pensaba que ese tipo de cosas eran graciosas; de ahí el hombre del club.
Dante vestía pantalones de cuero negro, botas de motociclista que lucían llamas rojas y anaranjadas, y una camisola negra. La pantera había dejado su camisa desatada y el borde fruncido enroscado alrededor de su cuello, mientras que los lazos de seda caían por su pecho. Su larga chaqueta negra de cuero también tenía una apariencia siglo XIX, pero Wulf sabía que era una copia; una de las ventajas de haber estado vivo en esa época era que recordaba la moda de ese tiempo.
El extenso cabello negro de Dante caía libremente sobre sus hombros.
—Wulf –dijo, dejando ver un par de colmillos que Wulf sabía que no eran reales.
La pantera sólo tenía dientes así cuando estaba en su verdadera forma animal.
Wulf señaló con la cabeza lo que veía.
—¿Qué diablos son esos?
Dante sonrió ampliamente, mostrando los dientes.
—Las mujeres los aman. Te recomendaría que consiguieras un par, pero ya vienes bien equipado.
Wulf se rió.
—No lo haré.
—Por favor, no lo hagas.
Aún así, dejando de lado los dobles significados, siempre se sentía bien al ir al Inferno, incluso si los Were-Hunters no lo querían realmente allí. Era uno de los pocos sitios en que alguien recordaba su nombre. Sí, está bien, se sentía como Sam Malone en Cheers, pero no había ningún Norm o Cliff sentado en el bar. Más bien eran Spike y Switchblade.
El “hombre” parado junto a Dante se inclinó.
—¿Él es un C.O.?
Los ojos de Dante se entrecerraron. Agarró al hombre y lo empujó hacia el otro encargado de la entrada.
—Lleva al maldito espía Arcadio y encárgate de él.
La cara del hombre se volvió pálida.
—¿Qué? No soy Arcadio.
—Bienvenido a kolasi –dijo Stryker en voz baja, pronunciando la palabra Atlante para “infierno” mientras inspeccionaba a los líderes de su ejército de Daimons, que estaba siempre listo para atacar ante su orden.
Durante once mil años él, el hijo de la Destructora Atlante, los había liderado.
Escogidos por la propia Destructora y entrenados por Stryker, estos Daimons eran asesinos de elite. Sus propios hermanos se referían a ellos como los Daimons Spathi. Un término que había sido menospreciado por los Apolitas y los Cazadores Oscuros, que no comprendían lo que era un verdadero Spathi.
En lugar de eso, aplicaban el término a cualquier Daimon con el que luchaban. Pero eso no estaba bien. Los verdaderos Spathi eran algo enteramente diferente.
No eran hijos de Apolo. Eran los enemigos de Apolo, así como eran enemigos de los Cazadores Oscuros y de los humanos. Los Spathis habían renunciado a cualquier herencia Griega o Apolita que tuviesen mucho tiempo atrás.
Eran los últimos Atlantes, y estaban orgullosos de serlo.
Sin que los Cazadores Oscuros ni los humanos lo supieran, había miles de ellos. Miles. Todos mucho más antiguos de lo que cualquier patético humano, Apolita, o Cazador Oscuro se atreviera a imaginar. Mientras los Daimons más débiles vivían escondiéndose en la tierra, los Spathis usaban láminas o aberturas astrales para viajar de este reino al humano.
Sus hogares existían en otra dimensión. En Kalosis, donde la misma Destructora residía bajo prisión, y donde la letal luz de Apolo jamás brillaba. Eran sus soldados.
Sus hijos e hijas.
Sólo una mínima parte de ellos podía evocar a las láminas por sí mismos; era un presente que la Destructora no legaba con frecuencia. Como hijo suyo, Stryker podía ir y venir a su voluntad, pero él elegía mantenerse cerca de su madre.
Como lo había hecho en los últimos once mil años…
Todo ese tiempo, habían planeado bien esta noche. Luego de que su padre Apolo los maldijo y abandonó a Stryker y a sus hijos que muriesen horriblemente, Stryker había aceptado a su madre de buena gana.
Había sido Apollymi quien le había enseñado el camino. Ella les había enseñado a tomar las almas de los humanos dentro de sus cuerpos para que pudieran sobrevivir, a pesar de que su padre los había condenado a todos a morir a los veintisiete años.
"Ustedes son mis elegidos" –le había dicho—. "Peleen a mi lado y el mundo le pertenecerá una vez más a los dioses Atlantes."
Desde ese día, habían reclutado a su ejército cuidadosamente. Las tres docenas de generales que pasaban el rato junto a él en el salón del "banquete", estaban entre los mejores luchadores. Todos esperaban noticias de su espía acerca de cuándo reaparecería la heredera perdida.
Había estado fuera de su alcance todo el día. Pero ahora que el sol se había puesto, estaba cerca otra vez.
En cualquier momento sería libres de correr hacia la noche y arrancarle el corazón.
Era un precioso pensamiento que Stryker abrigaba.
Las puertas del salón se abrieron, y de la oscuridad exterior apareció el último hijo sobreviviente de Stryker, Urian. Vestido absolutamente de negro, al igual que su padre, Urian tenía el cabello rubio oscuro que llevaba en una coleta, sujeta con un cordón de cuero negro.
Su hijo era más apuesto que cualquier otro, pero por otra parte, todos los de su raza eran hermosos.
Los ojos azul oscuro de Urian brillaron mientras caminaba con la gracia y el orgullo de un depredador letal. Cuando Stryker había traído por primera vez a su hijo mayor, había sido extraño jugar a ser el padre de un hombre que físicamente tenía la misma edad que él, pero dejando eso de lado, eran padre e hijo.
Más que eso, eran aliados.
Y Stryker podría matar a quienquiera que amenazara a su hijo.
—¿Alguna novedad? –le preguntó.
—Aún no. El Were-Hunter dijo que ha perdido su rastro, pero que la encontrará nuevamente.
Stryker asintió. Había sido su espía Were-Hunter quien les había traído noticias la noche anterior sobre la pelea en la cual un grupo de Daimons había muerto en el bar.
Normalmente una pelea semejante no significaría nada para ellos, pero el Were-Hunter les había dicho que los Daimons habían llamado “la heredera” a su víctima.
Stryker había recorrido la tierra buscándola. Cinco años atrás, en Bélgica, casi la habían matado, pero su guardaespaldas se había sacrificado y le había permitido escapar.
Desde entonces, no la habían visto. Ningún encuentro entre los soplones y su gente. La heredera había demostrado ser tan astuta como su madre.
Entonces habían jugado el juego.
Esta noche, el juego terminaría. Entre las patrullas que Stryker tenía en St. Paul y los Were-Hunters que lo servían, estaba seguro que de que la encontraría esta noche.
Palmeó a su hijo en la espalda.
—Quiero al menos a veinte de nosotros preparados. No hay modo de que se nos escape.
—Invocaré a los Illuminati.
Stryker inclinó su cabeza con aprobación. Los Illuminati constaban de él y su hijo, así como otros treinta que eran los guardaespaldas de la Destructora. Cada uno de ellos había tomado un juramento de sangre hacia su madre, para ocuparse de que ella fuera liberada de su infierno y pudiera gobernar la tierra nuevamente.
Cuando ese día llegara, ellos serían los príncipes del mundo. Responsables sólo ante ella.
Ese día finalmente había llegado.
Wulf no sabía por qué se conducía al Inferno esta noche, aparte de que sentía un impulso interno que no quería entrar en razón.
Sospechaba que se debía a su insensata necesidad de sentir más cerca a la mujer que rondaba sus sueños. Aún ahora podía ver la belleza de su sonrisa, sentir su cuerpo dándole la bienvenida al suyo.
O mejor aún, saborearla.
Los pensamientos acerca de ella lo atormentaban. Dejaban salir sentimientos y necesidades que había apartado siglos atrás, sin arrepentirse jamás.
¿Quién lo necesitaba? Y sin embargo no había nada que deseara más que verla de nuevo.
No tenía sentido.
Las posibilidades de que estuviera en el mismo sitio esta noche eran casi imposibles.
Aún así, fue. No pudo evitarlo. Era como si no tuviese control sobre sí mismo, sino que estaba siendo guiado por una fuerza invisible.
Luego de estacionar su auto, caminó por la tranquila calle como un fantasma silencioso en la helada noche. Los vientos de invierno azotaban a su alrededor, cortando la piel que quedaba expuesta.
Había sido una noche muy similar a esta la que lo había llevado a servir a Artemisa. También había estado en una búsqueda. Sólo que entonces la naturaleza de su búsqueda había sido diferente.
¿O no?
Eres un alma errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única esperanza es aceptarlo.
Hasta el día de hoy, no comprendía realmente qué era lo que la vieja adivina había intentado decirle la noche en que la había buscado, queriendo que le explicase cómo Morginne y Loki habían trocado sus almas.
Quizás no había una explicación real. Después de todo, el mundo en que vivía era extraño, y parecía volverse más raro a cada segundo.
Wulf entró al Inferno. Pintado de negro por dentro y por fuera, también tenía dibujadas unas llamas en el interior y en el exterior, que brillaban de un modo espeluznante bajo las luces apagadas y saltarinas del club.
El dueño del club, Dante Pontis, se encontró con él en la puerta, donde él y otros dos “hombres” estaban cobrando la entrada y pidiendo identificaciones. En su forma humana, la pantera Katagari estaba irónicamente vestida como un “vampiro.” Pero por otra parte, Dante pensaba que ese tipo de cosas eran graciosas; de ahí el hombre del club.
Dante vestía pantalones de cuero negro, botas de motociclista que lucían llamas rojas y anaranjadas, y una camisola negra. La pantera había dejado su camisa desatada y el borde fruncido enroscado alrededor de su cuello, mientras que los lazos de seda caían por su pecho. Su larga chaqueta negra de cuero también tenía una apariencia siglo XIX, pero Wulf sabía que era una copia; una de las ventajas de haber estado vivo en esa época era que recordaba la moda de ese tiempo.
El extenso cabello negro de Dante caía libremente sobre sus hombros.
—Wulf –dijo, dejando ver un par de colmillos que Wulf sabía que no eran reales.
La pantera sólo tenía dientes así cuando estaba en su verdadera forma animal.
Wulf señaló con la cabeza lo que veía.
—¿Qué diablos son esos?
Dante sonrió ampliamente, mostrando los dientes.
—Las mujeres los aman. Te recomendaría que consiguieras un par, pero ya vienes bien equipado.
Wulf se rió.
—No lo haré.
—Por favor, no lo hagas.
Aún así, dejando de lado los dobles significados, siempre se sentía bien al ir al Inferno, incluso si los Were-Hunters no lo querían realmente allí. Era uno de los pocos sitios en que alguien recordaba su nombre. Sí, está bien, se sentía como Sam Malone en Cheers, pero no había ningún Norm o Cliff sentado en el bar. Más bien eran Spike y Switchblade.
El “hombre” parado junto a Dante se inclinó.
—¿Él es un C.O.?
Los ojos de Dante se entrecerraron. Agarró al hombre y lo empujó hacia el otro encargado de la entrada.
—Lleva al maldito espía Arcadio y encárgate de él.
La cara del hombre se volvió pálida.
—¿Qué? No soy Arcadio.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Mierda –refunfuñó Dante—. Conociste a Wulf dos semanas atrás y si realmente fueras Katagaria, lo recordarías. Sólo un maldito were-panther no puede.
Wulf arqueó una ceja al escuchar el insulto que ninguno de los Katagaria usaba con ligereza. La raíz del término "were" significaba humano. Colocar ese término antes de su nombre animal era un desagradable insulto a los Katagaria, quienes se enorgullecían del hecho de que eran animales que podían tomar la forma humana, y no al revés.
La única razón por la que toleraban ser llamados Were-Hunters era el hecho de que verdaderamente cazaban y mataban a los Arcadios, que eran humanos capaces de cobrar forma animal. Sin mencionar el hecho de que los machos de su especie frecuentemente cazaban mujeres humanas para sus propósitos sexuales. Aparentemente, el sexo era mucho más agradable para ellos como humanos que como animales, y los machos tenían apetitos voraces en ese departamento.
Desgraciadamente para Wulf, las mujeres Were-Hunters que podían recordarlo jamás buscaban compañeros fuera de su especie. A diferencia de los hombres, las mujeres tenían sexo con la esperanza de encontrar pareja. Los hombres simplemente buscaban placer.
—¿Qué vas a hacerle? –preguntó Wulf mientras el encargado de Dante sacaba fuera al Arcadio.
—¿Qué tiene que ver contigo, Cazador Oscuro? Yo no me meto en tus asuntos, tú no te metes en los míos.
Wulf debatió acerca de qué hacer, pero, si el otro hombre era realmente un espía Arcadio, posiblemente podría manejar la situación por sí solo y no le haría ninguna gracia la idea de que lo ayudaran, especialmente un Cazador Oscuro. Los Weres eran extremadamente independientes y odiaban que cualquier cosa o persona interfiriera con ellos.
Así que Wulf cambió de tema.
—¿Algún Daimon en el club? –le preguntó a Dante.
Dante negó con la cabeza.
—Pero Corbin está dentro. Llegó hace una hora. Dijo que esta noche estaba aburrida. Hace demasiado frío en la calle para los Daimons.
Wulf asintió ante la mención de la Cazadora Oscura que también estaba asignada al área. Entonces no podría quedarse mucho rato, no al menos hasta que Corbin estuviera lista para partir.
Adentrándose, se acercó a saludarla.
No había banda sobre el escenario esta noche. En su lugar, un DJ pasaba una música de ópera fuerte que recordaba vagamente que Chris había llamado Goth Metal.
El club estaba oscuro, y había luces estroboscópicas encendidas. Causaba estragos a su vista de Cazador Oscuro, y era un intento de parte de Dante de mantener al mínimo las interferencias de los Cazadores Oscuros mientras estuviesen en el club. Wulf sacó sus anteojos de sol y se los puso para aliviar un poco el dolor que le causaba.
La gente bailaba en la pista, olvidados de todo lo que los rodeaba.
—Saludos.
Se sobresaltó ante el sonido de la voz de Corbin en su oído. La mujer tenía el poder de manejar el tiempo y la tele-transportación. Vivía para sorprender a la gente, andando a hurtadillas junto a ellos.
Él se dio vuelta para ver a la pelirroja extremadamente atractiva que estaba detrás de él. Alta, grácil y mortal, Corbin había sido una reina griega en su vida como humana. Aún poseía ese majestuoso porte, y una mirada de semejante supremacía altanera que podía hacer sentir a cualquiera como si debiesen lavarse las manos antes de tocarla.
Había muerto intentando salvar a su país de la invasión de una tribu bárbara que era, sin dudas, los antepasados de su propia gente.
—Hola, Binny –le dijo, llamándola por un sobrenombre que sólo permitía que usaran unos pocos elegidos.
Ella le puso una mano sobre el hombro.
—¿Estás bien? Te ves cansado.
—Estoy bien.
—No lo sé. Quizás debería enviar a Sara para que reemplace a Chris algunos días y se ocupe de ti.
Wulf cubrió la mano de Corbin con la suya, regocijado por su preocupación.
Sara Addams era su Escudera.
—Eso es todo lo que necesito. Una Escudera que no puede recordar que se supone que debe servirme.
—Oh, sí —dijo Corbin, frunciendo la nariz—. Olvidé esa inconveniencia.
—No te preocupes. No es por Chris. Es sólo que no he podido dormir bien.
—Lamento oír eso.
Wulf se percató de que varios Weres los miraban fijamente.
—Creo que los estamos poniendo nerviosos.
Ella rió mientras echaba un vistazo por el club.
—Tal vez. Pero mi dinero dice que ellos sienten lo que hago.
—¿Lo cual es?
—Algo va a suceder aquí esta noche. Por eso es que vine. ¿No lo sientes, también?
—No tengo ese poder.
—Agradécelo, entonces, porque es una porquería. —Corbin se apartó unos pasos de él—. Pero como estás aquí, saldré a tomar un poco de aire fresco y te dejaré el club a ti. No quiero que mis poderes sean drenados.
—Hasta luego, entonces.
Ella asintió y desapareció en un destello. Wulf sólo esperaba que ningún humano la hubiera visto hacer eso.
Caminó a través del club sintiéndose extraño, indiferente. No sabía porqué estaba allí. Era tan estúpido.
Él también podría irse.
Dándose vuelta, se quedó petrificado…
Cassandra se había sentido tan rara estando en el Inferno esta noche. Su mente regresaba una y otra vez a la noche anterior. Hasta Kat sentía su incomodidad.
Había dos voces luchando en su cabeza. Una que le decía que se fuera inmediatamente, y otra diciéndole que se quedara.
Estaba comenzando a temer que estuviese esquizofrénica o algo así.
Michelle y Tom se acercaron a ellas.
—Hey, chicas, odio dejarlas plantadas, pero Tom y yo nos vamos a algún sitio tranquilo a conversar, ¿está bien?
Cassandra les sonrió.
—Seguro. Diviértanse —En cuanto se fueron, miró a Kat—. No hay necesidad de que nos quedemos, ¿eh?
—¿Estás segura de que quieres irte?
—Sí, creo que sí.
Cassandra se levantó de la silla y tomó su cartera. Mientras se ponía el abrigo no prestó atención a nada, hasta que chocó con alguien que estaba quieto como una pared.
—Oh, lo lamen… —sus palabras se detuvieron cuando miró unos diez centímetros hacia arriba y se encontró con el rostro que había rondado sus sueños.
¡Era él!
Ella conocía cada centímetro de ese sólido y espléndido cuerpo masculino en el sentido bíblico.
—¿Wulf?
Wulf quedó estupefacto más allá de lo comprensible cuando escuchó su nombre en los labios de ella.
—¿Me conoces?
Un atractivo rubor coloreó su rostro y fue entonces que él lo supo…
No habían sido sueños.
Ella comenzó a alejarse de él.
—Cassandra, espera.
Cassandra se quedó helada al escuchar su nombre en los labios de él.
Él sabía su nombre…
“¡Corre!” Sonó como la voz de su madre en su cabeza, pero la orden fue ahogada por la parte de ella que no quería apartarse de él.
Él estiró la mano hacia ella.
Cassandra no podía respirar mientras lo miraba fijamente, deseando su contacto. Su verdadero contacto.
Antes de poder detenerse, se estiró hacia él.
Justo cuando estaba a punto de tocarlo, un resplandor sobre el hombro de Wulf le llamó la atención.
Miró más allá de él y se encontró con que una extraña imagen parecida a un espejo aparecía en la pista de baile. Del medio de la misma salió un hombre que era la encarnación del mal.
Medía al menos dos metros diez, vestía de negro y con el corto cabello color ébano que enmarcaba el rostro de la perfección. Era tan apuesto como Wulf. Y al igual que Wulf, llevaba un par de anteojos de sol oscuros. El único color que llevaba era un brillante sol amarillo con un dragón negro en el centro, pintado en el frente de su chaqueta de motociclista.
A pesar de su cabello negro, era un Daimon. Lo sabía, con cada instinto Apolita que poseía. Y además, fue seguido a través de la apertura por más Daimons. Los cuales eran todos rubios y vestían de negro.
Exudaban una atracción y virilidades inhumanas. Más que nada, exudaban una precisión mortal.
No estaban aquí para alimentarse. Estaban aquí para matar.
Dio un paso atrás con un jadeo.
Wulf giró para ver qué había sobresaltado a Cassandra. Sintió que se le aflojaba la mandíbula mientras veía a los Daimons salir de un bolt-hole en el centro del club.
Dante llegó corriendo del frente en forma humana, y se transformó en pantera mientras corría. Antes de que pudiera acercarse, el Daimon de cabello oscuro lanzó un rayo divino directo hacia él.
El Katagaria cayó al suelo con un grito mientras el rayo eléctricamente cargado lo transformaba de pantera a humano nuevamente.
El bar se enloqueció.
—¡Escuden mentalmente a los humanos! –gritó el DJ por el intercomunicador, alertando a los Katagaria que estaban presentes de que los humanos necesitaban ser reunidos y sus recuerdos de la noche debían ser reorganizados y/o purgados, como hacían rutinariamente cada vez que algo “extraño” sucedía en su club.
Más que nada, los humanos necesitaban ser protegidos.
Los Daimons se abrieron en abanico, rodeando el club y atacando a cualquier Katagaria que se acercara a ellos.
Wulf se lanzó a través de la multitud para atacar.
Atrapó al Daimon que tenía una coleta rubia y lo hizo girar. El Daimon saltó hacia atrás, apartándose de su alcance.
—Esta no es tu guerra, Cazador Oscuro.
Wulf extrajo dos de sus largas dagas de adentro de las botas.
—Me parece que sí lo es.
Wulf arqueó una ceja al escuchar el insulto que ninguno de los Katagaria usaba con ligereza. La raíz del término "were" significaba humano. Colocar ese término antes de su nombre animal era un desagradable insulto a los Katagaria, quienes se enorgullecían del hecho de que eran animales que podían tomar la forma humana, y no al revés.
La única razón por la que toleraban ser llamados Were-Hunters era el hecho de que verdaderamente cazaban y mataban a los Arcadios, que eran humanos capaces de cobrar forma animal. Sin mencionar el hecho de que los machos de su especie frecuentemente cazaban mujeres humanas para sus propósitos sexuales. Aparentemente, el sexo era mucho más agradable para ellos como humanos que como animales, y los machos tenían apetitos voraces en ese departamento.
Desgraciadamente para Wulf, las mujeres Were-Hunters que podían recordarlo jamás buscaban compañeros fuera de su especie. A diferencia de los hombres, las mujeres tenían sexo con la esperanza de encontrar pareja. Los hombres simplemente buscaban placer.
—¿Qué vas a hacerle? –preguntó Wulf mientras el encargado de Dante sacaba fuera al Arcadio.
—¿Qué tiene que ver contigo, Cazador Oscuro? Yo no me meto en tus asuntos, tú no te metes en los míos.
Wulf debatió acerca de qué hacer, pero, si el otro hombre era realmente un espía Arcadio, posiblemente podría manejar la situación por sí solo y no le haría ninguna gracia la idea de que lo ayudaran, especialmente un Cazador Oscuro. Los Weres eran extremadamente independientes y odiaban que cualquier cosa o persona interfiriera con ellos.
Así que Wulf cambió de tema.
—¿Algún Daimon en el club? –le preguntó a Dante.
Dante negó con la cabeza.
—Pero Corbin está dentro. Llegó hace una hora. Dijo que esta noche estaba aburrida. Hace demasiado frío en la calle para los Daimons.
Wulf asintió ante la mención de la Cazadora Oscura que también estaba asignada al área. Entonces no podría quedarse mucho rato, no al menos hasta que Corbin estuviera lista para partir.
Adentrándose, se acercó a saludarla.
No había banda sobre el escenario esta noche. En su lugar, un DJ pasaba una música de ópera fuerte que recordaba vagamente que Chris había llamado Goth Metal.
El club estaba oscuro, y había luces estroboscópicas encendidas. Causaba estragos a su vista de Cazador Oscuro, y era un intento de parte de Dante de mantener al mínimo las interferencias de los Cazadores Oscuros mientras estuviesen en el club. Wulf sacó sus anteojos de sol y se los puso para aliviar un poco el dolor que le causaba.
La gente bailaba en la pista, olvidados de todo lo que los rodeaba.
—Saludos.
Se sobresaltó ante el sonido de la voz de Corbin en su oído. La mujer tenía el poder de manejar el tiempo y la tele-transportación. Vivía para sorprender a la gente, andando a hurtadillas junto a ellos.
Él se dio vuelta para ver a la pelirroja extremadamente atractiva que estaba detrás de él. Alta, grácil y mortal, Corbin había sido una reina griega en su vida como humana. Aún poseía ese majestuoso porte, y una mirada de semejante supremacía altanera que podía hacer sentir a cualquiera como si debiesen lavarse las manos antes de tocarla.
Había muerto intentando salvar a su país de la invasión de una tribu bárbara que era, sin dudas, los antepasados de su propia gente.
—Hola, Binny –le dijo, llamándola por un sobrenombre que sólo permitía que usaran unos pocos elegidos.
Ella le puso una mano sobre el hombro.
—¿Estás bien? Te ves cansado.
—Estoy bien.
—No lo sé. Quizás debería enviar a Sara para que reemplace a Chris algunos días y se ocupe de ti.
Wulf cubrió la mano de Corbin con la suya, regocijado por su preocupación.
Sara Addams era su Escudera.
—Eso es todo lo que necesito. Una Escudera que no puede recordar que se supone que debe servirme.
—Oh, sí —dijo Corbin, frunciendo la nariz—. Olvidé esa inconveniencia.
—No te preocupes. No es por Chris. Es sólo que no he podido dormir bien.
—Lamento oír eso.
Wulf se percató de que varios Weres los miraban fijamente.
—Creo que los estamos poniendo nerviosos.
Ella rió mientras echaba un vistazo por el club.
—Tal vez. Pero mi dinero dice que ellos sienten lo que hago.
—¿Lo cual es?
—Algo va a suceder aquí esta noche. Por eso es que vine. ¿No lo sientes, también?
—No tengo ese poder.
—Agradécelo, entonces, porque es una porquería. —Corbin se apartó unos pasos de él—. Pero como estás aquí, saldré a tomar un poco de aire fresco y te dejaré el club a ti. No quiero que mis poderes sean drenados.
—Hasta luego, entonces.
Ella asintió y desapareció en un destello. Wulf sólo esperaba que ningún humano la hubiera visto hacer eso.
Caminó a través del club sintiéndose extraño, indiferente. No sabía porqué estaba allí. Era tan estúpido.
Él también podría irse.
Dándose vuelta, se quedó petrificado…
Cassandra se había sentido tan rara estando en el Inferno esta noche. Su mente regresaba una y otra vez a la noche anterior. Hasta Kat sentía su incomodidad.
Había dos voces luchando en su cabeza. Una que le decía que se fuera inmediatamente, y otra diciéndole que se quedara.
Estaba comenzando a temer que estuviese esquizofrénica o algo así.
Michelle y Tom se acercaron a ellas.
—Hey, chicas, odio dejarlas plantadas, pero Tom y yo nos vamos a algún sitio tranquilo a conversar, ¿está bien?
Cassandra les sonrió.
—Seguro. Diviértanse —En cuanto se fueron, miró a Kat—. No hay necesidad de que nos quedemos, ¿eh?
—¿Estás segura de que quieres irte?
—Sí, creo que sí.
Cassandra se levantó de la silla y tomó su cartera. Mientras se ponía el abrigo no prestó atención a nada, hasta que chocó con alguien que estaba quieto como una pared.
—Oh, lo lamen… —sus palabras se detuvieron cuando miró unos diez centímetros hacia arriba y se encontró con el rostro que había rondado sus sueños.
¡Era él!
Ella conocía cada centímetro de ese sólido y espléndido cuerpo masculino en el sentido bíblico.
—¿Wulf?
Wulf quedó estupefacto más allá de lo comprensible cuando escuchó su nombre en los labios de ella.
—¿Me conoces?
Un atractivo rubor coloreó su rostro y fue entonces que él lo supo…
No habían sido sueños.
Ella comenzó a alejarse de él.
—Cassandra, espera.
Cassandra se quedó helada al escuchar su nombre en los labios de él.
Él sabía su nombre…
“¡Corre!” Sonó como la voz de su madre en su cabeza, pero la orden fue ahogada por la parte de ella que no quería apartarse de él.
Él estiró la mano hacia ella.
Cassandra no podía respirar mientras lo miraba fijamente, deseando su contacto. Su verdadero contacto.
Antes de poder detenerse, se estiró hacia él.
Justo cuando estaba a punto de tocarlo, un resplandor sobre el hombro de Wulf le llamó la atención.
Miró más allá de él y se encontró con que una extraña imagen parecida a un espejo aparecía en la pista de baile. Del medio de la misma salió un hombre que era la encarnación del mal.
Medía al menos dos metros diez, vestía de negro y con el corto cabello color ébano que enmarcaba el rostro de la perfección. Era tan apuesto como Wulf. Y al igual que Wulf, llevaba un par de anteojos de sol oscuros. El único color que llevaba era un brillante sol amarillo con un dragón negro en el centro, pintado en el frente de su chaqueta de motociclista.
A pesar de su cabello negro, era un Daimon. Lo sabía, con cada instinto Apolita que poseía. Y además, fue seguido a través de la apertura por más Daimons. Los cuales eran todos rubios y vestían de negro.
Exudaban una atracción y virilidades inhumanas. Más que nada, exudaban una precisión mortal.
No estaban aquí para alimentarse. Estaban aquí para matar.
Dio un paso atrás con un jadeo.
Wulf giró para ver qué había sobresaltado a Cassandra. Sintió que se le aflojaba la mandíbula mientras veía a los Daimons salir de un bolt-hole en el centro del club.
Dante llegó corriendo del frente en forma humana, y se transformó en pantera mientras corría. Antes de que pudiera acercarse, el Daimon de cabello oscuro lanzó un rayo divino directo hacia él.
El Katagaria cayó al suelo con un grito mientras el rayo eléctricamente cargado lo transformaba de pantera a humano nuevamente.
El bar se enloqueció.
—¡Escuden mentalmente a los humanos! –gritó el DJ por el intercomunicador, alertando a los Katagaria que estaban presentes de que los humanos necesitaban ser reunidos y sus recuerdos de la noche debían ser reorganizados y/o purgados, como hacían rutinariamente cada vez que algo “extraño” sucedía en su club.
Más que nada, los humanos necesitaban ser protegidos.
Los Daimons se abrieron en abanico, rodeando el club y atacando a cualquier Katagaria que se acercara a ellos.
Wulf se lanzó a través de la multitud para atacar.
Atrapó al Daimon que tenía una coleta rubia y lo hizo girar. El Daimon saltó hacia atrás, apartándose de su alcance.
—Esta no es tu guerra, Cazador Oscuro.
Wulf extrajo dos de sus largas dagas de adentro de las botas.
—Me parece que sí lo es.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Atacó, pero para su asombro, el Daimon se movió como un rayo. Cada movimiento que Wulf hacía para atacar era contrarrestado y devuelto.
Mierda. Jamás en su vida había visto que los Daimons se movieran así.
—¿Qué eres? –le preguntó Wulf.
El Daimon rubio rió.
—Somos Spathis, Cazador Oscuro. Somos lo único que es verdaderamente mortal en la oscuridad de la noche. Mientras que tú… —dio una repugnante mirada al cuerpo de Wulf—. Tú eres sólo un simulador.
El Daimon lo tomó del cuello y lo tiró al piso. Wulf se tumbó con fuerza. Perdió el aliento con un violento woof mientras los cuchillos volaban de sus manos.
El Daimon saltó encima suyo, aporreándolo como si fuese un bebé indefenso.
Wulf se lo quitó de encima, pero fue difícil. Había peleas por todo el lugar mientras los Were-Hunters libraban combate con los Daimons.
Preocupado por Cassandra, miró y la encontró escondida con una mujer rubia en un rincón lejano.
Tenía que sacarla de ahí.
El Daimon con el que estaba luchando miró hacia donde Wulf había observado.
—Padre —gritó—La heredera —. Señaló directamente a Cassandra.
Wulf tomó ventaja de su distracción y pateó al Daimon.
Como una unidad cohesiva, los Spathi abandonaron a sus oponentes y saltaron desde sus lugares al sitio donde Cassandra y la mujer rubia estaban escondidas.
Literalmente cayeron del cielo y aterrizaron en formación.
Wulf corrió hacia ellas, pero antes de que pudiera alcanzar a las mujeres, la rubia que estaba acuclillada con Cassandra se puso de pie.
El líder Daimon se quedó helado instantáneamente.
La rubia estiró los brazos como para mantener alejados a los Daimons de Cassandra. De repente, un viento de origen desconocido azotó el club.
Los Daimons quedaron petrificados.
Otra brillante puerta se abrió en la pista de baile.
—Es la laminas –dijo con desprecio el Daimon que había estado peleando con Wulf.
Giró hacia la mujer rubia y la miró con rabia.
Con los rostros enfurecidos, los Spathi desarmaron la formación y caminaron uno por uno de regreso a través de la puerta.
Excepto el líder.
Con una mirada sin titubeos, observó furiosamente a la mujer rubia.
—Esto no ha terminado —gruñó.
Ella no se movió ni retrocedió. Era como si estuviese hecha de piedra. O en un coma.
El líder Daimon dio la vuelta, y caminó lentamente a través del portal. Desapareció en el instante en que lo atravesó.
—¿Kat? –preguntó Cassandra mientras se ponía de pie.
La mujer rubia se tambaleó hacia atrás.
—Oh, dios, pensé que estaba muerta —susurró Kat, con el cuerpo temblando—. ¿Los viste? —Cassandra asintió mientras Wulf se les unía—. ¿Qué eran? –preguntó Kat.
—Daimons Spathi —susurró Cassandra. Miró incrédula a su acompañante—. ¿Qué les hiciste?
—Nada –dijo Kat, con una expresión inocente—. Simplemente me paré ahí. Tú me viste. ¿Por qué se fueron?
Wulf miró a Kat sospechosamente. No había razón para que se fueran. Habían estado ganando la pelea.
Por primera vez en su vida, en realidad había sentido una duda momentánea sobre su habilidad para derrotarlos.
Corbin se acercó a ellos.
—¿Atrapaste a alguno? —Wulf negó con la cabeza, preguntándose cuándo había regresado Corbin. Ni siquiera se había dado cuenta del desgaste de sus poderes, pero dado el modo en que los Spathis estaban pateando su trasero, no era nada raro. Corbin se frotó el hombro como si estuviera lastimada por la pelea—. Yo tampoco.
El impacto de esa declaración no pasó desapercibido para ninguno de ellos.
Los dos giraron hacia Cassandra.
—¿Venían por ti? –preguntó Wulf. Cassandra se veía extremadamente incómoda—. Ocúpate de Dante y su equipo –le dijo a Corbin—. Yo me ocupo de esto. —Corbin se fue mientras Wulf regresaba a las mujeres—. ¿Cómo puedes recordarme? —Pero la respuesta era tan obvia que ya lo sabía—. Eres Apolita, ¿verdad?
Era seguro que no era una Were-Hunter. Tenían un aura inconfundible.
Cassandra dejó caer la mirada al piso mientras susurraba:
—Mitad.
Él maldijo. Ya le parecía.
—¿Entonces tú eres la heredera Apolita que tienen que matar para terminar con su maldición?
—Sí.
—¿Es por eso que has estado jodiendo mis sueños? ¿Pensaste que iba a protegerte?
Ofendida, ella lo abarcó con una mirada furibunda.
—No he estado haciéndote nada, compañero. Eres tú quien ha estado viniendo a mí.
Oh, ésa era buena.
—Sí, claro. Bueno, no funcionó. Mi trabajo es matar a los de tu especie, no protegerte. Estás sola, princesa.
Él giró y se alejó con un paso impresionante.
Cassandra estaba atormentada entre el deseo de golpearlo y llorar.
En lugar de eso, fue detrás de él y lo hizo detener.
—Que conste que no te necesito a ti ni a nadie más para que me proteja, y lo último que haría sería pedirle al Satanás de mi gente que me ayudara. No eres más que un asesino y ni un poquito mejor que los Daimons a los que cazas. Al menos ellos aún tienen sus almas.
Con el rostro endurecido, Wulf liberó el brazo de su agarre y partió.
Cassandra quería gritar por el modo en que habían salido las cosas. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que una parte de ella en realidad había comenzado a gustar de él. Había sido tan tierno en sus sueños.
Amable.
Y ahí quedaba la idea de preguntarle sobre su gente. No era el mismo hombre con el que había soñado. En carne y hueso era horrible. ¡Horrible!
Miró alrededor del club donde las mesas habían sido volcadas, y los Katagaria estaban intentando ordenar el lío.
En qué pesadilla se había convertido todo esto.
—Vamos –dijo Kat—. Vayamos a casa antes de que esos Daimons regresen.
Sí, ella quería irse a casa. Quería olvidar que esta noche había ocurrido, y si Wulf venía a ella esta noche…
Bueno, si pensaba que los Spathis eran duros con él, no había visto nada.
Stryker dejó a sus hombres en el salón y fue a ver a Apollymi. Era el único Spathi que tenía permitido estar en su presencia.
Su templo era el edificio más grande de todo Kalosis. El mármol negro resplandecía incluso con la débil luz de su infierno. Adentro, el templo estaba custodiado por un par de violentos ceredons (criaturas con cabeza de perro, cuerpo de dragón, y cola de escorpión). Los dos le gruñeron, pero se mantuvieron alejados. Habían aprendido mucho tiempo atrás que Stryker era uno de los cuatro seres que la Destructora permitía que se le acercaran.
Encontró a su madre en su sala de estar con dos de sus demonios Carontes flanqueando su sillón. Xedrix, su propio guardia personal, estaba a su derecha. Su piel era color azul marino, sus ojos de un vibrante amarillo. Cuernos negros sobresalían de su azul cabello y sus alas eran de un oscuro rojo sangre. Estaba parado, inmóvil, con una mano cerca al hombro de la Destructora.
El otro demonio era de una orden menor, pero por alguna razón, su madre prefería a Sabina. Ella tenía largo cabello verde que complementaba su piel amarilla. Sus ojos eran del mismo color que el cabello, y sus cuernos y alas eran de un extraño tono de anaranjado.
Los demonios lo observaban de cerca, pero no se movieron ni hablaron mientras su madre estaba sentada, como perdida en sus pensamientos.
Las ventanas estaban abiertas y daban hacia un jardín donde sólo crecían flores negras, en memoria de su hermano muerto. El otro hijo de la Destructora había perecido indescriptiblemente siglos atrás, y hasta este día ella lloraba su muerte.
Así como se regocijaba con la vida continuada de Stryker.
Su largo cabello rubio plateado caía a su alrededor en perfectas ondas. Aunque era más antigua que el tiempo, Apollymi tenía el rostro de una hermosa joven de veinticinco años. Su vestido de gasa negra se entremezclaba con el negro de su sillón, dificultando ver dónde terminaba uno y empezaba otro.
Estaba inmóvil mientras miraba hacia afuera, aferrando un almohadón de satén negro sobre su falda.
—Están intentando liberarme.
Él se detuvo ante sus palabras.
—¿Quién?
—Esos estúpidos griegos. Piensan que me pondré de su lado por gratitud –rió amargamente.
Stryker sonrió irónicamente ante la sola idea. Su madre odiaba fervorosamente al panteón griego.
—¿Tendrán éxito?
—No. El Elekti los detendrá. Como siempre hace.
Ella giró la cabeza para mirarlo. Sus pálidos, pálidos ojos no tenían color. El hielo brillaba en sus pestañas, y su translúcida piel era iridiscente, otorgándole una apariencia frágil y delicada. Pero no había nada frágil acerca de la Destructora.
Ella era, tal como su nombre lo declaraba, destrucción. Había consignado a cada miembro de su familia al reino de muerte del cual jamás regresarían.
Su poder era absoluto y era sólo por la traición que había terminado aprisionada aquí en Kalosis, desde donde podía observar el mundo humano, pero no participar en él. Stryker y sus compañeros Daimons podían usar las aberturas astrales para ir y venir de este reino, pero ella no.
No hasta que el sello de la Atlántida fuese destruido, y Stryker no tenía idea de cómo hacerlo. Apollymi jamás se lo había revelado.
—¿Por qué no asesinaste a la heredera? –le preguntó.
—La Abadonna abrió el portal.
Nuevamente su madre estaba tan quieta que no parecía real. Luego de varios segundos, ella rió. El sonido era suave y gentil, sonando a través del aire como música.
—Muy bien, Artemisa –dijo en voz alta—. Estás aprendiendo. Pero no va a salvarte a ti ni a ese despreciable hermano tuyo al que proteges. –Se levantó del sillón, depositó el almohadón, y caminó hacia Stryker—. ¿Te lastimaron, m'gios?
Siempre sentía un arrebato de calidez cuando ella se refería a él como su hijo.
—No.
Xedrix se movió para susurrar en el oído de la Destructora.
—No –dijo en voz alta—. La Abadonna no será tocada. Tiene lealtades divididas y no tomaré ventaja de su bondadosa naturaleza, a diferencia de algunas diosas que puedo mencionar. Ella es inocente en esto, y no la castigaré por eso. —La Destructora tamborileó dos dedos contra su mentón—. La pregunta es, ¿qué está planeando esa arpía de Artemisa? –Cerró los ojos—. Katra –susurró, llamando a la Abadonna. Luego de algunos segundos, Apollymi dejó escapar un sonido disgustado—. Se rehúsa a contestar… Bien –dijo en un tono que Stryker sabía quepodía trascender este reino y ser escuchada por Katra—. Protege a la heredera de Artemisa y de Apolo si debes hacerlo. Pero ahora no puedes detenerme. Nadie puede hacerlo. –Le dio la espalda a Stryker—. Tendremos que separar a Katra de la heredera.
—¿Cómo? Si la Abadonna continúa abriendo el portal, estamos indefensos. Sabes que debemos atravesarlo cada vez que se abre.
La Destructora rió nuevamente.
—La vida es un juego de ajedrez, Strykerius, ¿aún no has aprendido eso? Cuando te mueves para proteger a los peones, dejas a la reina abierta al ataque.
—¿Y con eso quieres decir…?
—La Abadonna no puede estar en todos lados al mismo tiempo. Si no puedes acercarte a la heredera, entonces ataca otra cosa que a la Abadonna le importe.
Él sonrió.
—Estaba esperando que dijeras eso.
Mierda. Jamás en su vida había visto que los Daimons se movieran así.
—¿Qué eres? –le preguntó Wulf.
El Daimon rubio rió.
—Somos Spathis, Cazador Oscuro. Somos lo único que es verdaderamente mortal en la oscuridad de la noche. Mientras que tú… —dio una repugnante mirada al cuerpo de Wulf—. Tú eres sólo un simulador.
El Daimon lo tomó del cuello y lo tiró al piso. Wulf se tumbó con fuerza. Perdió el aliento con un violento woof mientras los cuchillos volaban de sus manos.
El Daimon saltó encima suyo, aporreándolo como si fuese un bebé indefenso.
Wulf se lo quitó de encima, pero fue difícil. Había peleas por todo el lugar mientras los Were-Hunters libraban combate con los Daimons.
Preocupado por Cassandra, miró y la encontró escondida con una mujer rubia en un rincón lejano.
Tenía que sacarla de ahí.
El Daimon con el que estaba luchando miró hacia donde Wulf había observado.
—Padre —gritó—La heredera —. Señaló directamente a Cassandra.
Wulf tomó ventaja de su distracción y pateó al Daimon.
Como una unidad cohesiva, los Spathi abandonaron a sus oponentes y saltaron desde sus lugares al sitio donde Cassandra y la mujer rubia estaban escondidas.
Literalmente cayeron del cielo y aterrizaron en formación.
Wulf corrió hacia ellas, pero antes de que pudiera alcanzar a las mujeres, la rubia que estaba acuclillada con Cassandra se puso de pie.
El líder Daimon se quedó helado instantáneamente.
La rubia estiró los brazos como para mantener alejados a los Daimons de Cassandra. De repente, un viento de origen desconocido azotó el club.
Los Daimons quedaron petrificados.
Otra brillante puerta se abrió en la pista de baile.
—Es la laminas –dijo con desprecio el Daimon que había estado peleando con Wulf.
Giró hacia la mujer rubia y la miró con rabia.
Con los rostros enfurecidos, los Spathi desarmaron la formación y caminaron uno por uno de regreso a través de la puerta.
Excepto el líder.
Con una mirada sin titubeos, observó furiosamente a la mujer rubia.
—Esto no ha terminado —gruñó.
Ella no se movió ni retrocedió. Era como si estuviese hecha de piedra. O en un coma.
El líder Daimon dio la vuelta, y caminó lentamente a través del portal. Desapareció en el instante en que lo atravesó.
—¿Kat? –preguntó Cassandra mientras se ponía de pie.
La mujer rubia se tambaleó hacia atrás.
—Oh, dios, pensé que estaba muerta —susurró Kat, con el cuerpo temblando—. ¿Los viste? —Cassandra asintió mientras Wulf se les unía—. ¿Qué eran? –preguntó Kat.
—Daimons Spathi —susurró Cassandra. Miró incrédula a su acompañante—. ¿Qué les hiciste?
—Nada –dijo Kat, con una expresión inocente—. Simplemente me paré ahí. Tú me viste. ¿Por qué se fueron?
Wulf miró a Kat sospechosamente. No había razón para que se fueran. Habían estado ganando la pelea.
Por primera vez en su vida, en realidad había sentido una duda momentánea sobre su habilidad para derrotarlos.
Corbin se acercó a ellos.
—¿Atrapaste a alguno? —Wulf negó con la cabeza, preguntándose cuándo había regresado Corbin. Ni siquiera se había dado cuenta del desgaste de sus poderes, pero dado el modo en que los Spathis estaban pateando su trasero, no era nada raro. Corbin se frotó el hombro como si estuviera lastimada por la pelea—. Yo tampoco.
El impacto de esa declaración no pasó desapercibido para ninguno de ellos.
Los dos giraron hacia Cassandra.
—¿Venían por ti? –preguntó Wulf. Cassandra se veía extremadamente incómoda—. Ocúpate de Dante y su equipo –le dijo a Corbin—. Yo me ocupo de esto. —Corbin se fue mientras Wulf regresaba a las mujeres—. ¿Cómo puedes recordarme? —Pero la respuesta era tan obvia que ya lo sabía—. Eres Apolita, ¿verdad?
Era seguro que no era una Were-Hunter. Tenían un aura inconfundible.
Cassandra dejó caer la mirada al piso mientras susurraba:
—Mitad.
Él maldijo. Ya le parecía.
—¿Entonces tú eres la heredera Apolita que tienen que matar para terminar con su maldición?
—Sí.
—¿Es por eso que has estado jodiendo mis sueños? ¿Pensaste que iba a protegerte?
Ofendida, ella lo abarcó con una mirada furibunda.
—No he estado haciéndote nada, compañero. Eres tú quien ha estado viniendo a mí.
Oh, ésa era buena.
—Sí, claro. Bueno, no funcionó. Mi trabajo es matar a los de tu especie, no protegerte. Estás sola, princesa.
Él giró y se alejó con un paso impresionante.
Cassandra estaba atormentada entre el deseo de golpearlo y llorar.
En lugar de eso, fue detrás de él y lo hizo detener.
—Que conste que no te necesito a ti ni a nadie más para que me proteja, y lo último que haría sería pedirle al Satanás de mi gente que me ayudara. No eres más que un asesino y ni un poquito mejor que los Daimons a los que cazas. Al menos ellos aún tienen sus almas.
Con el rostro endurecido, Wulf liberó el brazo de su agarre y partió.
Cassandra quería gritar por el modo en que habían salido las cosas. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que una parte de ella en realidad había comenzado a gustar de él. Había sido tan tierno en sus sueños.
Amable.
Y ahí quedaba la idea de preguntarle sobre su gente. No era el mismo hombre con el que había soñado. En carne y hueso era horrible. ¡Horrible!
Miró alrededor del club donde las mesas habían sido volcadas, y los Katagaria estaban intentando ordenar el lío.
En qué pesadilla se había convertido todo esto.
—Vamos –dijo Kat—. Vayamos a casa antes de que esos Daimons regresen.
Sí, ella quería irse a casa. Quería olvidar que esta noche había ocurrido, y si Wulf venía a ella esta noche…
Bueno, si pensaba que los Spathis eran duros con él, no había visto nada.
Stryker dejó a sus hombres en el salón y fue a ver a Apollymi. Era el único Spathi que tenía permitido estar en su presencia.
Su templo era el edificio más grande de todo Kalosis. El mármol negro resplandecía incluso con la débil luz de su infierno. Adentro, el templo estaba custodiado por un par de violentos ceredons (criaturas con cabeza de perro, cuerpo de dragón, y cola de escorpión). Los dos le gruñeron, pero se mantuvieron alejados. Habían aprendido mucho tiempo atrás que Stryker era uno de los cuatro seres que la Destructora permitía que se le acercaran.
Encontró a su madre en su sala de estar con dos de sus demonios Carontes flanqueando su sillón. Xedrix, su propio guardia personal, estaba a su derecha. Su piel era color azul marino, sus ojos de un vibrante amarillo. Cuernos negros sobresalían de su azul cabello y sus alas eran de un oscuro rojo sangre. Estaba parado, inmóvil, con una mano cerca al hombro de la Destructora.
El otro demonio era de una orden menor, pero por alguna razón, su madre prefería a Sabina. Ella tenía largo cabello verde que complementaba su piel amarilla. Sus ojos eran del mismo color que el cabello, y sus cuernos y alas eran de un extraño tono de anaranjado.
Los demonios lo observaban de cerca, pero no se movieron ni hablaron mientras su madre estaba sentada, como perdida en sus pensamientos.
Las ventanas estaban abiertas y daban hacia un jardín donde sólo crecían flores negras, en memoria de su hermano muerto. El otro hijo de la Destructora había perecido indescriptiblemente siglos atrás, y hasta este día ella lloraba su muerte.
Así como se regocijaba con la vida continuada de Stryker.
Su largo cabello rubio plateado caía a su alrededor en perfectas ondas. Aunque era más antigua que el tiempo, Apollymi tenía el rostro de una hermosa joven de veinticinco años. Su vestido de gasa negra se entremezclaba con el negro de su sillón, dificultando ver dónde terminaba uno y empezaba otro.
Estaba inmóvil mientras miraba hacia afuera, aferrando un almohadón de satén negro sobre su falda.
—Están intentando liberarme.
Él se detuvo ante sus palabras.
—¿Quién?
—Esos estúpidos griegos. Piensan que me pondré de su lado por gratitud –rió amargamente.
Stryker sonrió irónicamente ante la sola idea. Su madre odiaba fervorosamente al panteón griego.
—¿Tendrán éxito?
—No. El Elekti los detendrá. Como siempre hace.
Ella giró la cabeza para mirarlo. Sus pálidos, pálidos ojos no tenían color. El hielo brillaba en sus pestañas, y su translúcida piel era iridiscente, otorgándole una apariencia frágil y delicada. Pero no había nada frágil acerca de la Destructora.
Ella era, tal como su nombre lo declaraba, destrucción. Había consignado a cada miembro de su familia al reino de muerte del cual jamás regresarían.
Su poder era absoluto y era sólo por la traición que había terminado aprisionada aquí en Kalosis, desde donde podía observar el mundo humano, pero no participar en él. Stryker y sus compañeros Daimons podían usar las aberturas astrales para ir y venir de este reino, pero ella no.
No hasta que el sello de la Atlántida fuese destruido, y Stryker no tenía idea de cómo hacerlo. Apollymi jamás se lo había revelado.
—¿Por qué no asesinaste a la heredera? –le preguntó.
—La Abadonna abrió el portal.
Nuevamente su madre estaba tan quieta que no parecía real. Luego de varios segundos, ella rió. El sonido era suave y gentil, sonando a través del aire como música.
—Muy bien, Artemisa –dijo en voz alta—. Estás aprendiendo. Pero no va a salvarte a ti ni a ese despreciable hermano tuyo al que proteges. –Se levantó del sillón, depositó el almohadón, y caminó hacia Stryker—. ¿Te lastimaron, m'gios?
Siempre sentía un arrebato de calidez cuando ella se refería a él como su hijo.
—No.
Xedrix se movió para susurrar en el oído de la Destructora.
—No –dijo en voz alta—. La Abadonna no será tocada. Tiene lealtades divididas y no tomaré ventaja de su bondadosa naturaleza, a diferencia de algunas diosas que puedo mencionar. Ella es inocente en esto, y no la castigaré por eso. —La Destructora tamborileó dos dedos contra su mentón—. La pregunta es, ¿qué está planeando esa arpía de Artemisa? –Cerró los ojos—. Katra –susurró, llamando a la Abadonna. Luego de algunos segundos, Apollymi dejó escapar un sonido disgustado—. Se rehúsa a contestar… Bien –dijo en un tono que Stryker sabía quepodía trascender este reino y ser escuchada por Katra—. Protege a la heredera de Artemisa y de Apolo si debes hacerlo. Pero ahora no puedes detenerme. Nadie puede hacerlo. –Le dio la espalda a Stryker—. Tendremos que separar a Katra de la heredera.
—¿Cómo? Si la Abadonna continúa abriendo el portal, estamos indefensos. Sabes que debemos atravesarlo cada vez que se abre.
La Destructora rió nuevamente.
—La vida es un juego de ajedrez, Strykerius, ¿aún no has aprendido eso? Cuando te mueves para proteger a los peones, dejas a la reina abierta al ataque.
—¿Y con eso quieres decir…?
—La Abadonna no puede estar en todos lados al mismo tiempo. Si no puedes acercarte a la heredera, entonces ataca otra cosa que a la Abadonna le importe.
Él sonrió.
—Estaba esperando que dijeras eso.
Barachiel- Cinefilo
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 6
Cassandra estaba tan enojada que no sabía qué hacer. En realidad, sí lo sabía. Pero eso incluía tener a Wulf atado en una habitación y ella con una enorme escoba en las manos para golpearlo.
¡O mejor aún, un palo con espinas!
Desdichadamente, necesitaría más que Kat y ella para atar al insoportable patán.
Mientras Kat conducía de regreso a su apartamento, luchó contra las ganas de gritar y denostar al imbécil que tenía la misma cantidad de compasión que un puerro.
No se había percatado de cuánto se había abierto al Wulf de sus sueños. Cuánto le había dado de sí misma. Jamás había sido el tipo de mujer que confiara en alguien, menos que menos en un hombre. Y aún así lo había acogido en su corazón y en su cuerpo.
Cuánto más…
Detuvo su silenciosa perorata mientras sus pensamientos cambiaban de rumbo.
Esperen…
Él también recordaba sus sueños.
La había acusado de intentar…
—¿Por qué no pensé en eso mientras estábamos en el club? –preguntó Cassandra en voz alta.
—¿Pensar en qué?
Miró a Kat, cuyo rostro estaba iluminado por la luz del tablero.
—¿Recuerdas lo que Wulf dijo en el bar? Me recordó de sus sueños y yo lo recordé de los míos. ¿Crees que nuestros sueños podrían ser reales?
—¿Wulf estaba en el bar? –Preguntó Kat mientras fruncía el ceño mirando a Cassandra—. ¿El Cazador Oscuro con el que has estado soñando estaba allí esta noche? ¿Cuándo?
—¿No lo viste? – Replicó Cassandra—. Vino directo hacia nosotras después de la pelea y me gritó por ser Apolita.
—La única persona que se acercó a nosotras fue el Daimon.
Cassandra abrió la boca para corregirla, pero entonces recordó lo que Wulf había dicho acerca de que la gente lo olvidaba. Por dios, lo que sea que fuese había hecho que su guardaespaldas también se olvidara completamente de él.
—Está bien –dijo, intentando nuevamente—. Olvida que Wulf estuvo ahí y regresemos a la otra pregunta. ¿Crees que los sueños pueden haber sido reales? ¿Quizás una especie de conciencia alterna o algo así?
Kat resopló.
—Cinco años atrás no creía que los vampiros fueran reales. Me has demostrado lo contrario. Querida, considerando tú extraña vida, diría que casi cualquier cosa es posible.
Cierto.
—Sí, pero nunca escuché de nadie que pudiera hacer esto.
—No lo sé. ¿Recuerdas eso que vimos hoy temprano en línea acerca de los Cazadores de Sueños? Pueden infiltrarse en los sueños. ¿Crees que puedan tener algo que ver con esto?
—No lo sé. Tal vez. Pero el sitio de cazador-de-sueños.com decía que ellos mismos se infiltraban en los sueños. No había nada allí sobre que reunieran a dos personas en un sueño.
—Sí, pero si son dioses del sueño, es evidente que podrían reunir a dos personas en su propio territorio.
—¿Qué estás diciendo, Kat?
—Sólo estoy diciendo que quizás conoces a Wulf mejor de lo que crees. Quizás cada sueño que has tenido con él ha sido real.
Wulf no tenía ningún destino en mente mientras conducía por St. Paul. En lo único que podía concentrarse era en Cassandra y la traición que sentía.
—Ya me parecía –refunfuñó. Todo este tiempo y cuando finalmente encontraba una mujer adecuada que lo recordara resultaba ser una Apolita; el único tipo de mujer con la que estaba completamente prohibido que interactuara—. Soy un idiota.
Su teléfono sonó. Wulf lo tomó y atendió.
—¿Qué sucedió?
Se sobresaltó al oír la voz fuertemente acentuada de Acheron Parthenopaeus del otro lado. Cada vez que Ash se enojaba realmente, revertía a su acento Atlante.
Wulf decidió hacerse el desentendido.
—¿Qué?
—Acabo de recibir una llamada de Dante sobre el ataque de esta noche en su club. ¿Qué sucedió exactamente?
Wulf dejó escapar un suspiro cansado.
—No lo sé. Se abrió un bolt-hole y de él salió un grupo de Daimons. A propósito, su líder tenía cabello negro. No pensé que eso fuera posible.
—No es su color natural de cabello. Confía en mí. Stryker descubrió a L'Oreal algún tiempo atrás.
Wulf se apartó de la ruta mientras ese bocado lo traspasaba como un cuchillo en llamas.
—¿Conoces a ese tipo?
Acheron no respondió.
—Necesito que tú y Corbin se aparten de Stryker y sus hombres.
Hubo algo en el tono de Acheron que hizo que la sangre de Wulf se congelara. Si no supiera lo que debía hacer, juraría que había oído una verdadera advertencia.
—Es sólo un Daimon, Ash.
—No lo es, y no viene a alimentarse como los demás.
—¿Qué quieres decir?
—Es una larga historia. Mira, no puedo irme de Nueva Orleáns ahora mismo. Tengo suficiente mierda con la que lidiar aquí, y probablemente es la razón por la que Stryker está sacando sus porquerías ahora. Sabe que estoy distraído.
—Sí, bueno, no te preocupes por eso. Aún no he conocido a un Daimon del que no pueda encargarme.
Acheron hizo un sonido de desacuerdo.
—Adivina de nuevo, hermanito. Acabas de conocer a uno y, confía en mí, no es parecido a ningún otro que hayas conocido antes. Hace que Desiderius parezca un hámster.
Wulf se recostó en el asiento mientras el tráfico corría junto a él. Definitivamente había algo más que lo que Acheron estaba revelando. Por supuesto, el tipo era bueno para eso. Acheron guardaba secretos de todos los Cazadores Oscuros y jamás revelaba ninguna información personal sobre sí mismo.
Enigmático, engreído y poderoso, Acheron era el más viejo de los Cazadores Oscuros y a quien todos recurrían en busca de información y consejos. Durante dos mil años, Acheron había luchado solo contra los Daimons, sin otros Cazadores Oscuros. Diablos, el hombre había existido desde antes de que los Daimons fueran creados.
Ash sabía cosas que ellos sólo podían imaginar. Y ahora mismo, Wulf necesitaba algunas respuestas.
—¿Cómo es que sabes tanto acerca de este y no sabías mucho de Desiderius? –preguntó Wulf.
Como esperaba, Ash no respondió.
—Las panteras dijeron que estuviste con una mujer esta noche. Cassandra Peters.
—¿También la conoces?
Nuevamente, Ash ignoró la pregunta.
—Necesito que la protejas.
—Mierda –dijo Wulf bruscamente, enojado por el hecho de que ya se sentía usado por ella. Lo último que deseaba era darle otra oportunidad de entretenerse con su mente. Jamás le había gustado que alguien jugara con él, y luego del modo en que Morginne lo había usado y traicionado, lo último que necesitaba era a otra mujer que lo jodiera para obtener lo que deseaba—. Ella es Apolita.
—Sé lo que es, y debe ser protegida a toda costa.
—¿Por qué?
Para su asombro, Acheron en realidad le contestó.
—Porque ella tiene el destino del mundo en sus manos, Wulf. Si la matan, los Daimons van a ser el menor de nuestros problemas.
Eso no era lo que quería escuchar esta noche.
Wulf le gruñó a Ash.
—Realmente odio cuando dices cosas así. –Se quedó callado mientras se le ocurría otra idea—. Si ella es tan importante, ¿por qué no estás tú aquí custodiándola?
—Principalmente porque esto no es Buffy y no hay una sola Puerta del Infierno que proteger. Estoy metido hasta los codos en este Armagedon aquí en Nueva Orleáns y ni siquiera yo puedo estar físicamente en dos sitios al mismo tiempo. Ella es tu responsabilidad, Wulf. No me decepciones —Contra su opinión, Wulf escuchó que Ash le daba la dirección de Cassandra—. Y, ¿Wulf?
—¿Sí?
—¿Alguna vez has notado que la salvación, al igual que las llaves del auto, generalmente suelen estar donde y cuando menos lo esperas?
Frunció el ceño ante las esotéricas palabras de Ash. El tipo era realmente, realmente raro.
—¿Qué diablos significa eso?
—Ya lo verás. —Ash colgó.
—Realmente odio cuando juega al Oráculo –dijo con los dientes apretados mientras daba vuelta su SUV y se encaminaba a lo de Cassandra.
Esto apestaba. Lo último que deseaba era estar cerca de una mujer que lo había seducido tan completamente.
Una mujer a la que sabía que jamás podría tocar en carne y hueso. Que sería un error aún mayor del que ya había cometido. Ella era Apolita. Y por los últimos mil doscientos años, él había pasado su vida persiguiendo a su especie y matándolos.
Y aún así la mujer lo atraía de un modo que lo desgarraba.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo podía sostener su código como Cazador Oscuro y mantenerse alejado de ella cuando todo lo que verdaderamente deseaba hacer era tomarla en sus brazos y saber si ella sabía tan bien en la vida real como en sus sueños…?
Kat registró todo el apartamento antes de permitir que Cassandra cerrara la puerta con llave.
—¿Por qué estás tan nerviosa? – Preguntó Cassandra—. Derrotamos a los Daimons.
—Tal vez –dijo Kat—. Es sólo que sigo escuchando la voz de ese tipo en mi cabeza, diciéndome que esto no ha terminado. Creo que nuestros amigos regresarán. Muy pronto.
El nerviosismo de Cassandra volvió con venganza. Habían estado demasiado cerca esta noche. El simple hecho de que Kat se hubiese rehusado a dejarlas luchar contra los Daimons y en lugar de eso hubiese optado por esconderse en un rincón del bar le demostraba qué tan peligrosos eran estos hombres.
Aún no estaba segura de porqué Kat las había apartado de ellos.
Ninguna de ellas se encogía de miedo ante nada ni nadie.
No hasta ahora.
—Entonces, ¿qué deberíamos hacer? –preguntó Cassandra.
Kat pasó las tres trabas de la puerta y sacó su arma de la cartera.
—Poner la cabeza entre las piernas y dar el beso de despedida a nuestros traseros.
Cassandra estaba sorprendida por esas inesperadas palabras.
—¿Perdón?
—Nada. —Kat le ofreció una sonrisa alentadora que no llegó a sus ojos—. Haré una llamada, ¿está bien?
—Seguro.
Cassandra fue a su habitación, e hizo su mejor intento para no recordar la noche en que su madre había muerto. Había tenido una mala sensación en la boca del estómago todo el día. Igual que ahora.
No estaba a salvo. Ningún Daimon la había atacado del modo en que lo habían hecho esta noche.
Los Daimons del club no habían aparecido para alimentarse o para divertirse. Estaban especialmente entrenados y habían aparecido como si hubiesen sabido exactamente dónde estaba ella.
Quién era ella.
¿Pero cómo?
¿Podrían encontrarla incluso ahora?
Se llenó de terror. Fue hacia el vestidor y abrió el primer cajón. Dentro del mismo había un pequeño arsenal de armas, incluyendo la daga, de la gente de su madre, que le había sido entregada.
Cassandra no sabía cuánta gente tenía una daga como manta de seguridad, pero por otro lado, tampoco había muchas personas que hubiesen crecido del modo en que ella había crecido.
Aseguró la vaina a su cintura y la escondió en la base de la espina dorsal. Su muerte podría ser inminente en un par de meses, pero no tenía intención de morir un día antes de lo que correspondía.
Golpearon la puerta del frente.
Cuidadosamente, salió de la habitación y entró al living, esperando ver a Kat allí, también curiosa acerca de su inesperado visitante.
Pero no estaba allí.
—¿Kat? –la llamó, dando un paso dentro del dormitorio de su guardaespaldas. Nadie respondió—. ¿Kat?
Los golpes continuaron, más exigentes que antes.
Ya asustada, fue al cuarto de Kat y abrió la puerta. La habitación estaba vacía. Completamente. No había señales de que Kat hubiera estado allí alguna vez.
Su corazón martilleó. Quizás Kat había salido a buscar algo al auto y se hubiese quedado afuera sin llave.
Cassandra estaba tan enojada que no sabía qué hacer. En realidad, sí lo sabía. Pero eso incluía tener a Wulf atado en una habitación y ella con una enorme escoba en las manos para golpearlo.
¡O mejor aún, un palo con espinas!
Desdichadamente, necesitaría más que Kat y ella para atar al insoportable patán.
Mientras Kat conducía de regreso a su apartamento, luchó contra las ganas de gritar y denostar al imbécil que tenía la misma cantidad de compasión que un puerro.
No se había percatado de cuánto se había abierto al Wulf de sus sueños. Cuánto le había dado de sí misma. Jamás había sido el tipo de mujer que confiara en alguien, menos que menos en un hombre. Y aún así lo había acogido en su corazón y en su cuerpo.
Cuánto más…
Detuvo su silenciosa perorata mientras sus pensamientos cambiaban de rumbo.
Esperen…
Él también recordaba sus sueños.
La había acusado de intentar…
—¿Por qué no pensé en eso mientras estábamos en el club? –preguntó Cassandra en voz alta.
—¿Pensar en qué?
Miró a Kat, cuyo rostro estaba iluminado por la luz del tablero.
—¿Recuerdas lo que Wulf dijo en el bar? Me recordó de sus sueños y yo lo recordé de los míos. ¿Crees que nuestros sueños podrían ser reales?
—¿Wulf estaba en el bar? –Preguntó Kat mientras fruncía el ceño mirando a Cassandra—. ¿El Cazador Oscuro con el que has estado soñando estaba allí esta noche? ¿Cuándo?
—¿No lo viste? – Replicó Cassandra—. Vino directo hacia nosotras después de la pelea y me gritó por ser Apolita.
—La única persona que se acercó a nosotras fue el Daimon.
Cassandra abrió la boca para corregirla, pero entonces recordó lo que Wulf había dicho acerca de que la gente lo olvidaba. Por dios, lo que sea que fuese había hecho que su guardaespaldas también se olvidara completamente de él.
—Está bien –dijo, intentando nuevamente—. Olvida que Wulf estuvo ahí y regresemos a la otra pregunta. ¿Crees que los sueños pueden haber sido reales? ¿Quizás una especie de conciencia alterna o algo así?
Kat resopló.
—Cinco años atrás no creía que los vampiros fueran reales. Me has demostrado lo contrario. Querida, considerando tú extraña vida, diría que casi cualquier cosa es posible.
Cierto.
—Sí, pero nunca escuché de nadie que pudiera hacer esto.
—No lo sé. ¿Recuerdas eso que vimos hoy temprano en línea acerca de los Cazadores de Sueños? Pueden infiltrarse en los sueños. ¿Crees que puedan tener algo que ver con esto?
—No lo sé. Tal vez. Pero el sitio de cazador-de-sueños.com decía que ellos mismos se infiltraban en los sueños. No había nada allí sobre que reunieran a dos personas en un sueño.
—Sí, pero si son dioses del sueño, es evidente que podrían reunir a dos personas en su propio territorio.
—¿Qué estás diciendo, Kat?
—Sólo estoy diciendo que quizás conoces a Wulf mejor de lo que crees. Quizás cada sueño que has tenido con él ha sido real.
Wulf no tenía ningún destino en mente mientras conducía por St. Paul. En lo único que podía concentrarse era en Cassandra y la traición que sentía.
—Ya me parecía –refunfuñó. Todo este tiempo y cuando finalmente encontraba una mujer adecuada que lo recordara resultaba ser una Apolita; el único tipo de mujer con la que estaba completamente prohibido que interactuara—. Soy un idiota.
Su teléfono sonó. Wulf lo tomó y atendió.
—¿Qué sucedió?
Se sobresaltó al oír la voz fuertemente acentuada de Acheron Parthenopaeus del otro lado. Cada vez que Ash se enojaba realmente, revertía a su acento Atlante.
Wulf decidió hacerse el desentendido.
—¿Qué?
—Acabo de recibir una llamada de Dante sobre el ataque de esta noche en su club. ¿Qué sucedió exactamente?
Wulf dejó escapar un suspiro cansado.
—No lo sé. Se abrió un bolt-hole y de él salió un grupo de Daimons. A propósito, su líder tenía cabello negro. No pensé que eso fuera posible.
—No es su color natural de cabello. Confía en mí. Stryker descubrió a L'Oreal algún tiempo atrás.
Wulf se apartó de la ruta mientras ese bocado lo traspasaba como un cuchillo en llamas.
—¿Conoces a ese tipo?
Acheron no respondió.
—Necesito que tú y Corbin se aparten de Stryker y sus hombres.
Hubo algo en el tono de Acheron que hizo que la sangre de Wulf se congelara. Si no supiera lo que debía hacer, juraría que había oído una verdadera advertencia.
—Es sólo un Daimon, Ash.
—No lo es, y no viene a alimentarse como los demás.
—¿Qué quieres decir?
—Es una larga historia. Mira, no puedo irme de Nueva Orleáns ahora mismo. Tengo suficiente mierda con la que lidiar aquí, y probablemente es la razón por la que Stryker está sacando sus porquerías ahora. Sabe que estoy distraído.
—Sí, bueno, no te preocupes por eso. Aún no he conocido a un Daimon del que no pueda encargarme.
Acheron hizo un sonido de desacuerdo.
—Adivina de nuevo, hermanito. Acabas de conocer a uno y, confía en mí, no es parecido a ningún otro que hayas conocido antes. Hace que Desiderius parezca un hámster.
Wulf se recostó en el asiento mientras el tráfico corría junto a él. Definitivamente había algo más que lo que Acheron estaba revelando. Por supuesto, el tipo era bueno para eso. Acheron guardaba secretos de todos los Cazadores Oscuros y jamás revelaba ninguna información personal sobre sí mismo.
Enigmático, engreído y poderoso, Acheron era el más viejo de los Cazadores Oscuros y a quien todos recurrían en busca de información y consejos. Durante dos mil años, Acheron había luchado solo contra los Daimons, sin otros Cazadores Oscuros. Diablos, el hombre había existido desde antes de que los Daimons fueran creados.
Ash sabía cosas que ellos sólo podían imaginar. Y ahora mismo, Wulf necesitaba algunas respuestas.
—¿Cómo es que sabes tanto acerca de este y no sabías mucho de Desiderius? –preguntó Wulf.
Como esperaba, Ash no respondió.
—Las panteras dijeron que estuviste con una mujer esta noche. Cassandra Peters.
—¿También la conoces?
Nuevamente, Ash ignoró la pregunta.
—Necesito que la protejas.
—Mierda –dijo Wulf bruscamente, enojado por el hecho de que ya se sentía usado por ella. Lo último que deseaba era darle otra oportunidad de entretenerse con su mente. Jamás le había gustado que alguien jugara con él, y luego del modo en que Morginne lo había usado y traicionado, lo último que necesitaba era a otra mujer que lo jodiera para obtener lo que deseaba—. Ella es Apolita.
—Sé lo que es, y debe ser protegida a toda costa.
—¿Por qué?
Para su asombro, Acheron en realidad le contestó.
—Porque ella tiene el destino del mundo en sus manos, Wulf. Si la matan, los Daimons van a ser el menor de nuestros problemas.
Eso no era lo que quería escuchar esta noche.
Wulf le gruñó a Ash.
—Realmente odio cuando dices cosas así. –Se quedó callado mientras se le ocurría otra idea—. Si ella es tan importante, ¿por qué no estás tú aquí custodiándola?
—Principalmente porque esto no es Buffy y no hay una sola Puerta del Infierno que proteger. Estoy metido hasta los codos en este Armagedon aquí en Nueva Orleáns y ni siquiera yo puedo estar físicamente en dos sitios al mismo tiempo. Ella es tu responsabilidad, Wulf. No me decepciones —Contra su opinión, Wulf escuchó que Ash le daba la dirección de Cassandra—. Y, ¿Wulf?
—¿Sí?
—¿Alguna vez has notado que la salvación, al igual que las llaves del auto, generalmente suelen estar donde y cuando menos lo esperas?
Frunció el ceño ante las esotéricas palabras de Ash. El tipo era realmente, realmente raro.
—¿Qué diablos significa eso?
—Ya lo verás. —Ash colgó.
—Realmente odio cuando juega al Oráculo –dijo con los dientes apretados mientras daba vuelta su SUV y se encaminaba a lo de Cassandra.
Esto apestaba. Lo último que deseaba era estar cerca de una mujer que lo había seducido tan completamente.
Una mujer a la que sabía que jamás podría tocar en carne y hueso. Que sería un error aún mayor del que ya había cometido. Ella era Apolita. Y por los últimos mil doscientos años, él había pasado su vida persiguiendo a su especie y matándolos.
Y aún así la mujer lo atraía de un modo que lo desgarraba.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo podía sostener su código como Cazador Oscuro y mantenerse alejado de ella cuando todo lo que verdaderamente deseaba hacer era tomarla en sus brazos y saber si ella sabía tan bien en la vida real como en sus sueños…?
Kat registró todo el apartamento antes de permitir que Cassandra cerrara la puerta con llave.
—¿Por qué estás tan nerviosa? – Preguntó Cassandra—. Derrotamos a los Daimons.
—Tal vez –dijo Kat—. Es sólo que sigo escuchando la voz de ese tipo en mi cabeza, diciéndome que esto no ha terminado. Creo que nuestros amigos regresarán. Muy pronto.
El nerviosismo de Cassandra volvió con venganza. Habían estado demasiado cerca esta noche. El simple hecho de que Kat se hubiese rehusado a dejarlas luchar contra los Daimons y en lugar de eso hubiese optado por esconderse en un rincón del bar le demostraba qué tan peligrosos eran estos hombres.
Aún no estaba segura de porqué Kat las había apartado de ellos.
Ninguna de ellas se encogía de miedo ante nada ni nadie.
No hasta ahora.
—Entonces, ¿qué deberíamos hacer? –preguntó Cassandra.
Kat pasó las tres trabas de la puerta y sacó su arma de la cartera.
—Poner la cabeza entre las piernas y dar el beso de despedida a nuestros traseros.
Cassandra estaba sorprendida por esas inesperadas palabras.
—¿Perdón?
—Nada. —Kat le ofreció una sonrisa alentadora que no llegó a sus ojos—. Haré una llamada, ¿está bien?
—Seguro.
Cassandra fue a su habitación, e hizo su mejor intento para no recordar la noche en que su madre había muerto. Había tenido una mala sensación en la boca del estómago todo el día. Igual que ahora.
No estaba a salvo. Ningún Daimon la había atacado del modo en que lo habían hecho esta noche.
Los Daimons del club no habían aparecido para alimentarse o para divertirse. Estaban especialmente entrenados y habían aparecido como si hubiesen sabido exactamente dónde estaba ella.
Quién era ella.
¿Pero cómo?
¿Podrían encontrarla incluso ahora?
Se llenó de terror. Fue hacia el vestidor y abrió el primer cajón. Dentro del mismo había un pequeño arsenal de armas, incluyendo la daga, de la gente de su madre, que le había sido entregada.
Cassandra no sabía cuánta gente tenía una daga como manta de seguridad, pero por otro lado, tampoco había muchas personas que hubiesen crecido del modo en que ella había crecido.
Aseguró la vaina a su cintura y la escondió en la base de la espina dorsal. Su muerte podría ser inminente en un par de meses, pero no tenía intención de morir un día antes de lo que correspondía.
Golpearon la puerta del frente.
Cuidadosamente, salió de la habitación y entró al living, esperando ver a Kat allí, también curiosa acerca de su inesperado visitante.
Pero no estaba allí.
—¿Kat? –la llamó, dando un paso dentro del dormitorio de su guardaespaldas. Nadie respondió—. ¿Kat?
Los golpes continuaron, más exigentes que antes.
Ya asustada, fue al cuarto de Kat y abrió la puerta. La habitación estaba vacía. Completamente. No había señales de que Kat hubiera estado allí alguna vez.
Su corazón martilleó. Quizás Kat había salido a buscar algo al auto y se hubiese quedado afuera sin llave.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Regresó a la puerta.
—Kat, ¿eres tú?
—Sí, déjame entrar.
Cassandra rió nerviosamente ante su estúpida conducta y abrió la puerta de par en par.
No era Kat quien estaba afuera.
El Daimon de cabello oscuro le sonrió.
—¿Me extrañaste, princesa? –dijo con una voz idéntica a la de Kat.
No podía creerlo. No podía ser real. Este tipo de cosas pasaban en las películas, no en la vida real.
—¿Qué eres, el maldito Terminator?
—No –dijo él calmadamente, con su propia voz—. Soy el Presagio, quien simplemente está preparando el camino para la Destructora.
Se estiró hacia ella.
Cassandra dio un paso atrás. Él no podía entrar a la casa sin ser invitado. Buscando detrás de ella extrajo la daga y le cortó el brazo.
Él se echó para atrás con un siseo.
Cassandra giró cuando vio a alguien detrás de ella.
Era otro Daimon. Lo golpeó en el pecho con su daga.
Él se evaporó en una nube negro-dorada.
Otra sombra le pasó al lado.
Girando, pateó a Stryker, pero él no salió completamente por la puerta. En lugar de eso, sólo la bloqueó más.
—Eres rápida –dijo mientras su brazo se curaba instantáneamente ante los ojos de Cassandra—. Lo reconozco.
—No sabes ni la mitad.
Los Daimons se le acercaron por todos lados. ¿Cómo diablos habían entrado a su hogar? Pero no tenía tiempo para pensar en eso. Ahora mismo, en lo único que podía concentrarse era en sobrevivir.
Le dio un rodillazo al siguiente Daimon que se le acercó y alejó a otro. Stryker se mantuvo apartado, como si la pelea lo entretuviese.
Otro Daimon, con una larga coleta rubia, atacó. Cassandra lo lanzó por el aire. Cuando iba a apuñalarlo, Stryker apareció de la nada para sostenerle el brazo.
—Nadie ataca a Urian.
Ella chilló mientras él arrancaba la daga de su mano. Cassandra se movió para golpearlo, pero en el instante en que sus miradas se encontraron, todos sus pensamientos se dispersaron.
Los ojos de Stryker se volvieron de un extraño y arremolinado plateado. Se movieron en una hipnótica danza que la mantuvo hechizada y convirtió sus pensamientos en gachas de avena.
Toda su lucha interna se desvaneció instantáneamente. Una sonrisa traviesa y seductora curvó los labios de Stryker.
—¿Ves lo sencillo que es cuando no te resistes?
Ella sintió su respiración sobre la garganta.
Una fuerza invisible inclinó su cabeza a un costado para darle acceso a Stryker a su cuello, y a la palpitante arteria carótida que ella podía sentir latiendo violentamente por el miedo.
Por dentro, Cassandra se estaba gritando a sí misma que debía luchar.
Su cuerpo se rehusaba a obedecer.
La risa de Stryker retumbó un momento antes de que hundiera sus largos dientes en el cuello de Cassandra. Ella siseó mientras el dolor la atravesaba.
—¿Interrumpo?
Cassandra sólo podía reconocer vagamente la voz de Wulf a través de la adormecida confusión de su mente.
Algo apartó bruscamente a Stryker de ella. Pasaron unos pocos segundos antes de que se diera cuenta de que era Wulf quien estaba golpeando al Daimon.
Wulf la tomó rápidamente en sus brazos y corrió con ella. Cassandra apenas podía evitar que su cabeza pendiera hacia atrás mientras él se dirigía al enorme Expedition verde oscuro y la tiraba dentro.
En el instante en que Wulf estuvo en el auto, algo los golpeó fuertemente. De la oscuridad apareció un dragón negro y enorme sobre el capó.
—Déjala salir y tú puedes seguir con vida –dijo el dragón con la voz de Stryker.
Wulf respondió poniendo su SUV en marcha atrás y acelerándolo a fondo. Giró el volante y la bestia salió volando.
El dragón dio un chillido y les lanzó una ráfaga de fuego. Wulf siguió adelante. El dragón huyó y saltó sobre ellos, luego se arqueó hacia arriba, muy arriba hacia el cielo, antes de desvanecerse en una brillante nube de oro.
—¿Qué diablos era eso? –preguntó Wulf.
—Él es Apostolos –murmuró Cassandra mientras luchaba por salir de su aturdimiento—. Es el hijo de la Destructora Atlante y dios por derecho propio. Estamos jodidos.
Wulf dejó escapar un sonido indignado.
—Sí, bueno, no dejo que nadie me joda sin antes haberme besado, y como no hay ni siquiera una mínima posibilidad en el mundo de que bese a ese bastardo, no estamos jodidos.
Pero cuando su Expedition se vio repentinamente rodeada por ocho Daimons en motocicletas, lo reconsideró.
Al menos por tres segundos.
Wulf rió mientras examinaba a los Daimons.
—¿Sabes qué es lo hermoso de manejar uno de estos?
—No.
Desvió su Expedition hacia tres de las motos y las sacó de la ruta.
—Puedes aplastar a un Daimon como a un mosquito.
—Bueno, ya que ambos son insectos chupasangres, diría que vayas por ellos.
Wulf la miró de costado. Una mujer que podía mantener el humor incluso en medio de la muerte. Le gustaba eso.
Los Daimons restantes debían haber pensado nuevamente sobre actuar a lo Mad Max con él, y se apartaron de su SUV. Él observó cómo desaparecían de su vista en el espejo retrovisor.
Cassandra soltó un aliviado suspiro y se incorporó en el asiento. Giró la cabeza e intentó ver dónde habían desaparecido los Daimons. No había señales de ellos.
—Qué noche –dijo tranquilamente, mientras sus pensamientos se aclaraban y recordaba todo lo que había sucedido en el apartamento. Una vez más, el pánico la consumió al recordar que Kat no había aparecido—. ¡Espera! Tenemos que regresar.
—¿Por qué?
—Mi guardaespaldas –dijo, agarrando el brazo de Wulf—. No sé qué le sucedió.
Él mantuvo su mirada en el camino que tenían delante.
—¿Estaba en el apartamento?
—Sí… quizás. —Cassandra se interrumpió mientras lo pensaba—. No estoy precisamente segura. Fue a realizar una llamada a su habitación, y luego no estaba allí cuando fui a buscarla para que me acompañase a abrir la puerta. –Soltó su brazo. El miedo y el dolor luchaban dentro de su corazón. ¿Qué pasaba si algo le había sucedido a Kat luego de todos estos años que habían estado juntas?—. ¿Crees que la mataron?
Él la miró, luego cambió de carril.
—No lo sé. ¿Es la mujer rubia del bar?
—Sí.
Extrajo su teléfono celular del cinturón e hizo una llamada.
Cassandra se mordía las uñas mientras esperaba.
Escuchó la débil voz de alguien en el teléfono.
—Hola, Binny –dijo Wulf—. Necesito un favor. Acabo de partir de los departamentos de estudiantes de Sherwood frente a la Universidad de Minnesota y podríamos tener una víctima allí… —Observó a Cassandra, pero sus ojos no dejaban traslucir nada de lo que estaba pensando o sintiendo—. Sí, sé que esta noche ha sido una verdadera locura. No sabes ni la mitad. –Pasó el teléfono de una mano a la otra—. ¿Cuál es el nombre de tu amiga? –le preguntó a Cassandra.
—Kat Agrotera.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué conozco ese nombre? –Se lo transmitió a quienquiera que estuviera del otro lado—. Mierda –dijo, luego de una breve pausa—. ¿Crees que podrían estar relacionados con ella? –Una vez más, miró en dirección a Cassandra. Sólo que esta vez, su ceño era más siniestro—. No lo sé. Ash me dijo que la protegiera y ahora su guardaespaldas tiene un apellido que la ata a Artemisa. ¿Podría ser una extraña coincidencia?
Cassandra levantó la cabeza al oírlo. Jamás había pensado en el hecho de que el apellido de Kat era también uno de los muchos epítetos que los antiguos Griegos usaban para Artemisa.
Había conocido a Kat en Grecia luego de haber volado desde Bélgica con un montón de Daimons pisándole los talones. Luego de ayudarla en una pelea una noche, Kat le había dicho que era una norteamericana que había viajado ese verano a conocer las raíces de su herencia griega.
Había sido un beneficio que Kat hubiese mencionado que era una experta en artes marciales con un don para usar explosivos. Cassandra le había explicado que estaba buscando un nuevo guardaespaldas que reemplazara al anterior, y Kat había firmado el contrato con ella inmediatamente.
"Amo lastimar a las cosas malvadas" le había confesado Kat.
Wulf suspiró.
—Tampoco lo sé. Está bien. Ve a buscar a Kat y yo llevaré a Cassandra a casa conmigo. Avísame qué encuentras. Gracias.
Colgó y regresó el teléfono a su cinto.
—¿Qué dijo?
Él no respondió a su pregunta. Al menos no exactamente.
—Dijo que Agrotera es uno de los nombres griegos para Artemisa. Significa “fuerza” o “cazadora salvaje.” ¿Sabías eso?
—Más o menos. –Una gota de esperanza brotó dentro de ella. Si eso fuese cierto, tal vez los dioses no habían abandonado a su familia, después de todo. Quizás había alguna esperanza para ella y su futuro—. ¿Ustedes dos piensan que Artemisa envió a Kat para que me protegiera?
Wulf aferró con más fuerza el volante.
—A este punto, no sé qué pensar. El vocero de Artemisa me dijo que eres la clave para el fin del mundo y que tenía que protegerte, y…
—¿Qué quieres decir con “clave para el fin del mundo”? –preguntó, interrumpiéndolo.
Él parecía tan sorprendido como ella se sentía.
—¿Quieres decir que no sabes eso?
Bien, entonces era evidente que los Cazadores Oscuros podían drogarse y delirar.
—No. De hecho, en este momento estoy pensando que uno de nosotros, si no los dos, necesita soltar la pipa y empezar esta noche de nuevo.
Wulf rió suavemente ante su comentario.
—Si no fuera por el hecho de que no puedo drogarme, podría estar de acuerdo con eso.
La mente de Cassandra se aceleró. ¿Había algo de verdad en lo que acababa de decir?
—Bueno, si tienes razón y soy la clave para la destrucción mundial, si fuera tú estaría haciendo un testamento.
—¿Por qué?
—Kat, ¿eres tú?
—Sí, déjame entrar.
Cassandra rió nerviosamente ante su estúpida conducta y abrió la puerta de par en par.
No era Kat quien estaba afuera.
El Daimon de cabello oscuro le sonrió.
—¿Me extrañaste, princesa? –dijo con una voz idéntica a la de Kat.
No podía creerlo. No podía ser real. Este tipo de cosas pasaban en las películas, no en la vida real.
—¿Qué eres, el maldito Terminator?
—No –dijo él calmadamente, con su propia voz—. Soy el Presagio, quien simplemente está preparando el camino para la Destructora.
Se estiró hacia ella.
Cassandra dio un paso atrás. Él no podía entrar a la casa sin ser invitado. Buscando detrás de ella extrajo la daga y le cortó el brazo.
Él se echó para atrás con un siseo.
Cassandra giró cuando vio a alguien detrás de ella.
Era otro Daimon. Lo golpeó en el pecho con su daga.
Él se evaporó en una nube negro-dorada.
Otra sombra le pasó al lado.
Girando, pateó a Stryker, pero él no salió completamente por la puerta. En lugar de eso, sólo la bloqueó más.
—Eres rápida –dijo mientras su brazo se curaba instantáneamente ante los ojos de Cassandra—. Lo reconozco.
—No sabes ni la mitad.
Los Daimons se le acercaron por todos lados. ¿Cómo diablos habían entrado a su hogar? Pero no tenía tiempo para pensar en eso. Ahora mismo, en lo único que podía concentrarse era en sobrevivir.
Le dio un rodillazo al siguiente Daimon que se le acercó y alejó a otro. Stryker se mantuvo apartado, como si la pelea lo entretuviese.
Otro Daimon, con una larga coleta rubia, atacó. Cassandra lo lanzó por el aire. Cuando iba a apuñalarlo, Stryker apareció de la nada para sostenerle el brazo.
—Nadie ataca a Urian.
Ella chilló mientras él arrancaba la daga de su mano. Cassandra se movió para golpearlo, pero en el instante en que sus miradas se encontraron, todos sus pensamientos se dispersaron.
Los ojos de Stryker se volvieron de un extraño y arremolinado plateado. Se movieron en una hipnótica danza que la mantuvo hechizada y convirtió sus pensamientos en gachas de avena.
Toda su lucha interna se desvaneció instantáneamente. Una sonrisa traviesa y seductora curvó los labios de Stryker.
—¿Ves lo sencillo que es cuando no te resistes?
Ella sintió su respiración sobre la garganta.
Una fuerza invisible inclinó su cabeza a un costado para darle acceso a Stryker a su cuello, y a la palpitante arteria carótida que ella podía sentir latiendo violentamente por el miedo.
Por dentro, Cassandra se estaba gritando a sí misma que debía luchar.
Su cuerpo se rehusaba a obedecer.
La risa de Stryker retumbó un momento antes de que hundiera sus largos dientes en el cuello de Cassandra. Ella siseó mientras el dolor la atravesaba.
—¿Interrumpo?
Cassandra sólo podía reconocer vagamente la voz de Wulf a través de la adormecida confusión de su mente.
Algo apartó bruscamente a Stryker de ella. Pasaron unos pocos segundos antes de que se diera cuenta de que era Wulf quien estaba golpeando al Daimon.
Wulf la tomó rápidamente en sus brazos y corrió con ella. Cassandra apenas podía evitar que su cabeza pendiera hacia atrás mientras él se dirigía al enorme Expedition verde oscuro y la tiraba dentro.
En el instante en que Wulf estuvo en el auto, algo los golpeó fuertemente. De la oscuridad apareció un dragón negro y enorme sobre el capó.
—Déjala salir y tú puedes seguir con vida –dijo el dragón con la voz de Stryker.
Wulf respondió poniendo su SUV en marcha atrás y acelerándolo a fondo. Giró el volante y la bestia salió volando.
El dragón dio un chillido y les lanzó una ráfaga de fuego. Wulf siguió adelante. El dragón huyó y saltó sobre ellos, luego se arqueó hacia arriba, muy arriba hacia el cielo, antes de desvanecerse en una brillante nube de oro.
—¿Qué diablos era eso? –preguntó Wulf.
—Él es Apostolos –murmuró Cassandra mientras luchaba por salir de su aturdimiento—. Es el hijo de la Destructora Atlante y dios por derecho propio. Estamos jodidos.
Wulf dejó escapar un sonido indignado.
—Sí, bueno, no dejo que nadie me joda sin antes haberme besado, y como no hay ni siquiera una mínima posibilidad en el mundo de que bese a ese bastardo, no estamos jodidos.
Pero cuando su Expedition se vio repentinamente rodeada por ocho Daimons en motocicletas, lo reconsideró.
Al menos por tres segundos.
Wulf rió mientras examinaba a los Daimons.
—¿Sabes qué es lo hermoso de manejar uno de estos?
—No.
Desvió su Expedition hacia tres de las motos y las sacó de la ruta.
—Puedes aplastar a un Daimon como a un mosquito.
—Bueno, ya que ambos son insectos chupasangres, diría que vayas por ellos.
Wulf la miró de costado. Una mujer que podía mantener el humor incluso en medio de la muerte. Le gustaba eso.
Los Daimons restantes debían haber pensado nuevamente sobre actuar a lo Mad Max con él, y se apartaron de su SUV. Él observó cómo desaparecían de su vista en el espejo retrovisor.
Cassandra soltó un aliviado suspiro y se incorporó en el asiento. Giró la cabeza e intentó ver dónde habían desaparecido los Daimons. No había señales de ellos.
—Qué noche –dijo tranquilamente, mientras sus pensamientos se aclaraban y recordaba todo lo que había sucedido en el apartamento. Una vez más, el pánico la consumió al recordar que Kat no había aparecido—. ¡Espera! Tenemos que regresar.
—¿Por qué?
—Mi guardaespaldas –dijo, agarrando el brazo de Wulf—. No sé qué le sucedió.
Él mantuvo su mirada en el camino que tenían delante.
—¿Estaba en el apartamento?
—Sí… quizás. —Cassandra se interrumpió mientras lo pensaba—. No estoy precisamente segura. Fue a realizar una llamada a su habitación, y luego no estaba allí cuando fui a buscarla para que me acompañase a abrir la puerta. –Soltó su brazo. El miedo y el dolor luchaban dentro de su corazón. ¿Qué pasaba si algo le había sucedido a Kat luego de todos estos años que habían estado juntas?—. ¿Crees que la mataron?
Él la miró, luego cambió de carril.
—No lo sé. ¿Es la mujer rubia del bar?
—Sí.
Extrajo su teléfono celular del cinturón e hizo una llamada.
Cassandra se mordía las uñas mientras esperaba.
Escuchó la débil voz de alguien en el teléfono.
—Hola, Binny –dijo Wulf—. Necesito un favor. Acabo de partir de los departamentos de estudiantes de Sherwood frente a la Universidad de Minnesota y podríamos tener una víctima allí… —Observó a Cassandra, pero sus ojos no dejaban traslucir nada de lo que estaba pensando o sintiendo—. Sí, sé que esta noche ha sido una verdadera locura. No sabes ni la mitad. –Pasó el teléfono de una mano a la otra—. ¿Cuál es el nombre de tu amiga? –le preguntó a Cassandra.
—Kat Agrotera.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué conozco ese nombre? –Se lo transmitió a quienquiera que estuviera del otro lado—. Mierda –dijo, luego de una breve pausa—. ¿Crees que podrían estar relacionados con ella? –Una vez más, miró en dirección a Cassandra. Sólo que esta vez, su ceño era más siniestro—. No lo sé. Ash me dijo que la protegiera y ahora su guardaespaldas tiene un apellido que la ata a Artemisa. ¿Podría ser una extraña coincidencia?
Cassandra levantó la cabeza al oírlo. Jamás había pensado en el hecho de que el apellido de Kat era también uno de los muchos epítetos que los antiguos Griegos usaban para Artemisa.
Había conocido a Kat en Grecia luego de haber volado desde Bélgica con un montón de Daimons pisándole los talones. Luego de ayudarla en una pelea una noche, Kat le había dicho que era una norteamericana que había viajado ese verano a conocer las raíces de su herencia griega.
Había sido un beneficio que Kat hubiese mencionado que era una experta en artes marciales con un don para usar explosivos. Cassandra le había explicado que estaba buscando un nuevo guardaespaldas que reemplazara al anterior, y Kat había firmado el contrato con ella inmediatamente.
"Amo lastimar a las cosas malvadas" le había confesado Kat.
Wulf suspiró.
—Tampoco lo sé. Está bien. Ve a buscar a Kat y yo llevaré a Cassandra a casa conmigo. Avísame qué encuentras. Gracias.
Colgó y regresó el teléfono a su cinto.
—¿Qué dijo?
Él no respondió a su pregunta. Al menos no exactamente.
—Dijo que Agrotera es uno de los nombres griegos para Artemisa. Significa “fuerza” o “cazadora salvaje.” ¿Sabías eso?
—Más o menos. –Una gota de esperanza brotó dentro de ella. Si eso fuese cierto, tal vez los dioses no habían abandonado a su familia, después de todo. Quizás había alguna esperanza para ella y su futuro—. ¿Ustedes dos piensan que Artemisa envió a Kat para que me protegiera?
Wulf aferró con más fuerza el volante.
—A este punto, no sé qué pensar. El vocero de Artemisa me dijo que eres la clave para el fin del mundo y que tenía que protegerte, y…
—¿Qué quieres decir con “clave para el fin del mundo”? –preguntó, interrumpiéndolo.
Él parecía tan sorprendido como ella se sentía.
—¿Quieres decir que no sabes eso?
Bien, entonces era evidente que los Cazadores Oscuros podían drogarse y delirar.
—No. De hecho, en este momento estoy pensando que uno de nosotros, si no los dos, necesita soltar la pipa y empezar esta noche de nuevo.
Wulf rió suavemente ante su comentario.
—Si no fuera por el hecho de que no puedo drogarme, podría estar de acuerdo con eso.
La mente de Cassandra se aceleró. ¿Había algo de verdad en lo que acababa de decir?
—Bueno, si tienes razón y soy la clave para la destrucción mundial, si fuera tú estaría haciendo un testamento.
—¿Por qué?
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Porque en menos de ocho meses cumplo veintisiete años.
Wulf oyó el dolor en su voz mientras pronunciaba esas palabras, y comprendió muy bien el destino que estaba enfrentando.
—Dijiste que eras sólo medio Apolita.
—Sí, pero jamás conocí a un medio Apolita que sobreviviera la maldición, ¿y tú?
Él negó con la cabeza.
—Sólo los Were-Hunters parecen inmunes a la maldición Apolita.
Cassandra se quedó sentada en silencio, observando al tráfico por la ventanilla mientras meditaba sobre lo que había sucedido esta noche.
—Espera –dijo, mientras recordaba a los Daimons entrando a su apartamento—. ¿Cómo entró ese tipo a mi casa? Pensé que los Daimons tenían prohibido entrar a una casa sin una invitación.
La respuesta de Wulf fue muy poco reconfortante.
—Pretextos.
—¿Perdón? – Le preguntó, arqueando ambas cejas—. ¿Qué quieres decir con “pretextos”?
Él salió de la autopista por una rampa de salida.
—Es imposible no llegar a amar a esos dioses. El mismo pretexto que permite a los Daimons entrar en centros comerciales y áreas públicas les permite entrar a los condominios y apartamentos.
—¿Cómo es eso?
—Los centros comerciales, departamentos, y cosas así pertenecen a una sola entidad. Cuando esa persona o esa compañía permiten que sus edificios sirvan abiertamente a varios grupos de personas, esencialmente ponen un felpudo de bienvenida cósmico para todo, incluidos los Daimons.
Oh, ¡esto era malditamente increíble! Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Ahora me dices esto? ¿Por qué nadie me dijo esto antes? Pensé que estaba a salvo todo este tiempo.
—Tu guardaespaldas debería haberlo sabido. Si en realidad está conectada con Artemisa.
—Pero quizás no lo está. Sabes, podría ser sólo una persona normal.
—Sí, ¿una persona que estira los brazos y espanta a los Daimons Spathi?
Él tenía razón. O algo así.
—Dijo que no sabía porque se habían ido corriendo.
—Y más tarde te dejó sola para ir a enfrentarlos…
Cassandra se frotó los ojos mientras captaba su indirecta. ¿Kat podría estar trabajando con los Daimons? ¿Artemisa la quería viva o muerta?
—Oh, dios, no puedo confiar en nadie, ¿verdad? –susurró Cassandra cansadamente.
—Bienvenida al mundo real, duquesa. La única persona en la que podemos confiar es en nosotros mismos.
Ella no quería creer en eso, pero después de esta noche, parecía ser la única verdad que tenía.
¿Kat podía ser realmente una traidora luego de todo lo que habían pasado juntas?
—Hermoso, simplemente hermoso –susurró—. Dime algo, ¿puedo ir a dormir y que este día entero cambie?
Él dejó escapar una risa breve.
—Lo siento, no hay cambios.
Ella lo miró con malhumor.
—Oye, estás repleto de consuelo, ¿verdad?
Él no respondió.
Cassandra observó los autos que llegaban mientras intentaba pensar qué debería hacer. Por dónde debería comenzar para intentar entender lo que había sucedido esta noche.
Wulf condujo fuera de la ciudad hacia un enorme estado a las afuera de Minnetonka. Todas las casas del lugar pertenecían a algunas de las personas más ricas del país.
Wulf giró por un camino de entrada tan largo que ella no podía ver dónde terminaba. Claro que los bancos de nieve de un metro cincuenta de alto no ayudaban.
Él apretó un diminuto botón en su visor.
Las puertas de hierro se abrieron de par en par.
Cassandra suspiró lenta y apreciativamente mientras continuaban por el camino de entrada y vislumbraba su “casa.” “Palacio” hubiese sido más adecuado, y dado el hecho de que la casa de su padre no era exactamente una caja de fósforos, eso decía mucho.
Parecía muy la vuelta del siglo con enormes columnas griegas y jardines que aparecían esculpidos incluso en medio de la profunda nieve y frialdad del invierno.
Wulf los condujo por el serpenteante camino de entrada hasta un garaje para cinco autos que estaba diseñado para parecer un establo. Adentro se encontraban el Hummer de Chris (era difícil pasar por alto la presuntuosa patente que decía VIKINGO), dos Harleys clásicas, una elegante Ferrari, y un Excalibur verdaderamente excelente. El garaje estaba tan limpio por dentro que le recordaba a un salón de exhibiciones. Todo, desde las recargadas molduras rematadas hasta el piso de mármol decía “riqueza más allá de tus sueños más salvajes.”
Ella arqueó una ceja.
—Has progresado mucho desde tu pequeña casa de campo junto al fiordo. Debes haber decidido que las riquezas no eran tan malas después de todo.
Estacionando el SUV, Wulf giró su rostro hacia ella con un ceño.
—¿Recuerdas eso?
Ella paseó su mirada desde lo alto de su hermosa cabeza hasta la punta de sus botas de motociclista negras. Aunque seguía enojada con él, no podía reprimir el cálido estremecimiento de conciencia sexual que sentía al estar tan cerca de un hombre tan atractivo. Estaba para chuparse los dedos, el muy tonto. Y hablando de eso, tenía un muy buen trasero también.
—Recuerdo todos los sueños sobre nosotros.
Su ceño se oscureció.
—Entonces realmente estabas jodiendo con mi cabeza.
—¡Difícilmente! – Dijo con brusquedad, ofendida por su tono y la acusación—. No tuve nada que ver con eso. Por lo que sé, eras tú quien estaba metiéndose conmigo.
Wulf salió de la camioneta y cerró con fuerza la puerta.
Cassandra siguió su ejemplo.
—¡D'Aria! – Gritó él hacia el techo—. Baja tu trasero aquí mismo. ¡Ahora!
Cassandra se sorprendió cuando una bruma celeste brilló junto a Wulf y apareció una hermosa joven. Con el cabello azabache y los ojos azul pálido, casi parecía un ángel.
Con el rostro sin emociones, D'Aria lo miró a los ojos.
—Me dicen que eso fue rudo, Wulf. Si tuviera sentimientos, los hubieses lastimado.
—Lo siento –dijo arrepentidamente—. No quería ser brusco, pero necesitaba preguntarte algo acerca de mis sueños.
D'Aria pasó su mirada de él a Cassandra, y entonces Cassandra comprendió. Esta era una de las Cazadoras de Sueños sobre las que había leído en la página web de cazadores-de-sueños.com. Todos los Cazadores de Sueños tenían cabello negro y ojos pálidos. Estos dioses griegos del sueño habían sido malditos una vez por Zeus para que ninguno de ellos fuese capaz de sentir emociones.
Eran verdaderamente hermosos. Etéreos. Y aunque D'Aria era sólida, había algo acerca de ella que también era trémulo. Algo que te dejaba saber que ella no era tan real como todo lo demás en la habitación.
Cassandra sintió un impulso repentino y casi infantil de estirarse y tocar a la diosa de los sueños, para ver si D'Aria estaba hecha de carne y hueso o de algo más.
—¿Ustedes dos se encontraron en sus sueños? –le preguntó D'Aria a Wulf.
Wulf asintió.
—¿Fue real?
D'Aria inclinó la cabeza levemente mientras pensaba en eso. Sus pálidos ojos tenían una mirada lejana y frágil.
—Si los dos lo recuerdan, entonces sí. –Su mirada se aguzó mientras levantaba la vista hacia Wulf—. Pero no fue ninguno de nosotros. Desde que estás bajo mi cuidado, ninguno de los otros Oneroi hubiese interferido con tus sueños sin decírmelo.
—¿Estás segura? –preguntó enfáticamente.
—Sí. Es el único código que todos nos cuidamos de cumplir. Cuando un Cazador Oscuro nos es otorgado para custodiar, jamás entramos sin una invitación directa.
Ese ceño tan familiar frunció las cejas de Wulf. Cassandra estaba comenzando a preguntarse si el “verdadero” Wulf era capaz de tener alguna otra expresión más que esa siniestra e intensa mirada.
—Ya que estoy bajo tu cuidado, ¿cómo es que no sabes acerca de los sueños que he tenido con ella?
D'Aria se encogió de hombros en un gesto que se veía bastante torpe en ella. Era evidente que era una expresión practicada.
—No me convocaste en tus sueños, ni estabas lastimado o necesitabas que te curara. No espío en tu mente inconsciente sin una causa, Wulf. Los sueños son asuntos privados y sólo los malvados Skoti van donde no son invitados. —D'Aria giró para mirarla. Estiró la mano—. Puedes tocarme, Cassandra.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ella sabe todo sobre ti –dijo Wulf—. Los Cazadores de Sueños pueden ver a través de nosotros.
Cassandra tocó tentativamente la mano de D'Aria. Era suave y tibia. Humana. Aún así, había un extraño campo eléctrico alrededor que era similar a la electricidad estática, pero diferente. Era extrañamente calmante.
—No somos tan diferentes en este sueño –dijo D'Aria tranquilamente.
Cassandra retiró la mano.
—¿Pero no tienes emociones?
—A veces podemos, si hemos estado recientemente dentro del sueño de un humano. Es posible continuar aspirando emociones por un breve tiempo.
—Los Skoti pueden aspirar por períodos más extensos –agregó Wulf—. Son parecidos a los Daimons en ese sentido. En lugar de alimentarse de tu alma, los Skoti se alimentan de tus emociones.
—Vampiros de energía –dijo Cassandra.
D'Aria asintió.
Cassandra había leído extensamente sobre los Cazadores de Sueños. A diferencia de los Cazadores Oscuros, había montones de literatura antigua sobre los Oneroi que habían sobrevivido. Los dioses del sueño aparecían durante toda la literatura griega, pero rara vez se mencionaba a los malvados Skoti que cazaban a las personas mientras dormían.
Todo lo que Cassandra sabía acerca de ellos era que eran muy temidos en las civilizaciones antiguas. Tanto, que muchos antiguos humanos tenían miedo hasta de mencionar a los Skoti por su nombre por temor a que incurrieran una visita de medianoche de los demonios del sueños.
—¿Artemisa nos habría hecho esto? –le preguntó Wulf a D'Aria.
—¿Por qué lo haría? –respondió D'Aria.
Wulf se movió ligeramente.
Wulf oyó el dolor en su voz mientras pronunciaba esas palabras, y comprendió muy bien el destino que estaba enfrentando.
—Dijiste que eras sólo medio Apolita.
—Sí, pero jamás conocí a un medio Apolita que sobreviviera la maldición, ¿y tú?
Él negó con la cabeza.
—Sólo los Were-Hunters parecen inmunes a la maldición Apolita.
Cassandra se quedó sentada en silencio, observando al tráfico por la ventanilla mientras meditaba sobre lo que había sucedido esta noche.
—Espera –dijo, mientras recordaba a los Daimons entrando a su apartamento—. ¿Cómo entró ese tipo a mi casa? Pensé que los Daimons tenían prohibido entrar a una casa sin una invitación.
La respuesta de Wulf fue muy poco reconfortante.
—Pretextos.
—¿Perdón? – Le preguntó, arqueando ambas cejas—. ¿Qué quieres decir con “pretextos”?
Él salió de la autopista por una rampa de salida.
—Es imposible no llegar a amar a esos dioses. El mismo pretexto que permite a los Daimons entrar en centros comerciales y áreas públicas les permite entrar a los condominios y apartamentos.
—¿Cómo es eso?
—Los centros comerciales, departamentos, y cosas así pertenecen a una sola entidad. Cuando esa persona o esa compañía permiten que sus edificios sirvan abiertamente a varios grupos de personas, esencialmente ponen un felpudo de bienvenida cósmico para todo, incluidos los Daimons.
Oh, ¡esto era malditamente increíble! Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Ahora me dices esto? ¿Por qué nadie me dijo esto antes? Pensé que estaba a salvo todo este tiempo.
—Tu guardaespaldas debería haberlo sabido. Si en realidad está conectada con Artemisa.
—Pero quizás no lo está. Sabes, podría ser sólo una persona normal.
—Sí, ¿una persona que estira los brazos y espanta a los Daimons Spathi?
Él tenía razón. O algo así.
—Dijo que no sabía porque se habían ido corriendo.
—Y más tarde te dejó sola para ir a enfrentarlos…
Cassandra se frotó los ojos mientras captaba su indirecta. ¿Kat podría estar trabajando con los Daimons? ¿Artemisa la quería viva o muerta?
—Oh, dios, no puedo confiar en nadie, ¿verdad? –susurró Cassandra cansadamente.
—Bienvenida al mundo real, duquesa. La única persona en la que podemos confiar es en nosotros mismos.
Ella no quería creer en eso, pero después de esta noche, parecía ser la única verdad que tenía.
¿Kat podía ser realmente una traidora luego de todo lo que habían pasado juntas?
—Hermoso, simplemente hermoso –susurró—. Dime algo, ¿puedo ir a dormir y que este día entero cambie?
Él dejó escapar una risa breve.
—Lo siento, no hay cambios.
Ella lo miró con malhumor.
—Oye, estás repleto de consuelo, ¿verdad?
Él no respondió.
Cassandra observó los autos que llegaban mientras intentaba pensar qué debería hacer. Por dónde debería comenzar para intentar entender lo que había sucedido esta noche.
Wulf condujo fuera de la ciudad hacia un enorme estado a las afuera de Minnetonka. Todas las casas del lugar pertenecían a algunas de las personas más ricas del país.
Wulf giró por un camino de entrada tan largo que ella no podía ver dónde terminaba. Claro que los bancos de nieve de un metro cincuenta de alto no ayudaban.
Él apretó un diminuto botón en su visor.
Las puertas de hierro se abrieron de par en par.
Cassandra suspiró lenta y apreciativamente mientras continuaban por el camino de entrada y vislumbraba su “casa.” “Palacio” hubiese sido más adecuado, y dado el hecho de que la casa de su padre no era exactamente una caja de fósforos, eso decía mucho.
Parecía muy la vuelta del siglo con enormes columnas griegas y jardines que aparecían esculpidos incluso en medio de la profunda nieve y frialdad del invierno.
Wulf los condujo por el serpenteante camino de entrada hasta un garaje para cinco autos que estaba diseñado para parecer un establo. Adentro se encontraban el Hummer de Chris (era difícil pasar por alto la presuntuosa patente que decía VIKINGO), dos Harleys clásicas, una elegante Ferrari, y un Excalibur verdaderamente excelente. El garaje estaba tan limpio por dentro que le recordaba a un salón de exhibiciones. Todo, desde las recargadas molduras rematadas hasta el piso de mármol decía “riqueza más allá de tus sueños más salvajes.”
Ella arqueó una ceja.
—Has progresado mucho desde tu pequeña casa de campo junto al fiordo. Debes haber decidido que las riquezas no eran tan malas después de todo.
Estacionando el SUV, Wulf giró su rostro hacia ella con un ceño.
—¿Recuerdas eso?
Ella paseó su mirada desde lo alto de su hermosa cabeza hasta la punta de sus botas de motociclista negras. Aunque seguía enojada con él, no podía reprimir el cálido estremecimiento de conciencia sexual que sentía al estar tan cerca de un hombre tan atractivo. Estaba para chuparse los dedos, el muy tonto. Y hablando de eso, tenía un muy buen trasero también.
—Recuerdo todos los sueños sobre nosotros.
Su ceño se oscureció.
—Entonces realmente estabas jodiendo con mi cabeza.
—¡Difícilmente! – Dijo con brusquedad, ofendida por su tono y la acusación—. No tuve nada que ver con eso. Por lo que sé, eras tú quien estaba metiéndose conmigo.
Wulf salió de la camioneta y cerró con fuerza la puerta.
Cassandra siguió su ejemplo.
—¡D'Aria! – Gritó él hacia el techo—. Baja tu trasero aquí mismo. ¡Ahora!
Cassandra se sorprendió cuando una bruma celeste brilló junto a Wulf y apareció una hermosa joven. Con el cabello azabache y los ojos azul pálido, casi parecía un ángel.
Con el rostro sin emociones, D'Aria lo miró a los ojos.
—Me dicen que eso fue rudo, Wulf. Si tuviera sentimientos, los hubieses lastimado.
—Lo siento –dijo arrepentidamente—. No quería ser brusco, pero necesitaba preguntarte algo acerca de mis sueños.
D'Aria pasó su mirada de él a Cassandra, y entonces Cassandra comprendió. Esta era una de las Cazadoras de Sueños sobre las que había leído en la página web de cazadores-de-sueños.com. Todos los Cazadores de Sueños tenían cabello negro y ojos pálidos. Estos dioses griegos del sueño habían sido malditos una vez por Zeus para que ninguno de ellos fuese capaz de sentir emociones.
Eran verdaderamente hermosos. Etéreos. Y aunque D'Aria era sólida, había algo acerca de ella que también era trémulo. Algo que te dejaba saber que ella no era tan real como todo lo demás en la habitación.
Cassandra sintió un impulso repentino y casi infantil de estirarse y tocar a la diosa de los sueños, para ver si D'Aria estaba hecha de carne y hueso o de algo más.
—¿Ustedes dos se encontraron en sus sueños? –le preguntó D'Aria a Wulf.
Wulf asintió.
—¿Fue real?
D'Aria inclinó la cabeza levemente mientras pensaba en eso. Sus pálidos ojos tenían una mirada lejana y frágil.
—Si los dos lo recuerdan, entonces sí. –Su mirada se aguzó mientras levantaba la vista hacia Wulf—. Pero no fue ninguno de nosotros. Desde que estás bajo mi cuidado, ninguno de los otros Oneroi hubiese interferido con tus sueños sin decírmelo.
—¿Estás segura? –preguntó enfáticamente.
—Sí. Es el único código que todos nos cuidamos de cumplir. Cuando un Cazador Oscuro nos es otorgado para custodiar, jamás entramos sin una invitación directa.
Ese ceño tan familiar frunció las cejas de Wulf. Cassandra estaba comenzando a preguntarse si el “verdadero” Wulf era capaz de tener alguna otra expresión más que esa siniestra e intensa mirada.
—Ya que estoy bajo tu cuidado, ¿cómo es que no sabes acerca de los sueños que he tenido con ella?
D'Aria se encogió de hombros en un gesto que se veía bastante torpe en ella. Era evidente que era una expresión practicada.
—No me convocaste en tus sueños, ni estabas lastimado o necesitabas que te curara. No espío en tu mente inconsciente sin una causa, Wulf. Los sueños son asuntos privados y sólo los malvados Skoti van donde no son invitados. —D'Aria giró para mirarla. Estiró la mano—. Puedes tocarme, Cassandra.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ella sabe todo sobre ti –dijo Wulf—. Los Cazadores de Sueños pueden ver a través de nosotros.
Cassandra tocó tentativamente la mano de D'Aria. Era suave y tibia. Humana. Aún así, había un extraño campo eléctrico alrededor que era similar a la electricidad estática, pero diferente. Era extrañamente calmante.
—No somos tan diferentes en este sueño –dijo D'Aria tranquilamente.
Cassandra retiró la mano.
—¿Pero no tienes emociones?
—A veces podemos, si hemos estado recientemente dentro del sueño de un humano. Es posible continuar aspirando emociones por un breve tiempo.
—Los Skoti pueden aspirar por períodos más extensos –agregó Wulf—. Son parecidos a los Daimons en ese sentido. En lugar de alimentarse de tu alma, los Skoti se alimentan de tus emociones.
—Vampiros de energía –dijo Cassandra.
D'Aria asintió.
Cassandra había leído extensamente sobre los Cazadores de Sueños. A diferencia de los Cazadores Oscuros, había montones de literatura antigua sobre los Oneroi que habían sobrevivido. Los dioses del sueño aparecían durante toda la literatura griega, pero rara vez se mencionaba a los malvados Skoti que cazaban a las personas mientras dormían.
Todo lo que Cassandra sabía acerca de ellos era que eran muy temidos en las civilizaciones antiguas. Tanto, que muchos antiguos humanos tenían miedo hasta de mencionar a los Skoti por su nombre por temor a que incurrieran una visita de medianoche de los demonios del sueños.
—¿Artemisa nos habría hecho esto? –le preguntó Wulf a D'Aria.
—¿Por qué lo haría? –respondió D'Aria.
Wulf se movió ligeramente.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Artemisa parece estar protegiendo a la princesa. ¿Podría haberla enviado a mis sueños con ese propósito?
—Supongo que casi todo es posible.
Cassandra aprovechó las palabras de D'Aria con fervor y un extraño rayo de esperanza.
—¿Es posible que no tenga que morir en mi próximo cumpleaños?
La mirada sin emoción de D'Aria no prometía mucho más que sus palabras.
—Si estás pidiéndome una profecía, hija, no puedo dártela. El futuro es algo que cada uno de nosotros debe conocer por sí mismo. Lo que diga ahora puede o no ser verdad.
—¿Pero todos los Apolitas tienen que morir a los veintisiete años? –preguntó Cassandra nuevamente, desesperada por una respuesta.
—Esa también es una pregunta de Oráculo.
Cassandra cerró los ojos con frustración. Todo lo que quería era un poco de esperanza. Una pequeña guía.
Un año más de vida.
Algo. Pero aparentemente estaba pidiendo demasiado.
—Gracias, D'Aria –dijo Wulf, su voz fuerte y profunda.
La Cazadora de Sueños inclinó la cabeza ante ellos, y luego desapareció. No había rastros de ella. Ninguna señal.
Cassandra observó el elegante garaje de un hombre que había vivido durante incalculables siglos. Luego miró el pequeño anillo de sello que tenía en la mano derecha, que su madre le había dado días antes de morir. Un anillo que había sido transmitido a través de su familia desde que su primer ancestro se había desintegrado prematuramente en polvo.
De pronto, Cassandra se largó a reír.
Wulf pareció divertido por su humor.
—¿Estás bien?
—No –dijo, intentando calmarse—. Me parece que se me soltó un cable en algún momento esta noche. O como mínimo ingresé al reino de la Dimensión Desconocida de Rod Serling.
El ceño de Wulf se acentuó.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, veamos… —observó su reloj de oro Harry Winston—. Son sólo las once de la noche y hoy he ido a un club cuyos dueños parecen ser panteras que cambian de forma, donde un grupo de vampiros—asesinos a sueldo y un posible dios me atacaron. Regresé a casa sólo para ser atacada nuevamente por los ya mencionados asesinos, el dios, y luego un dragón. Un Cazador Oscuro me salvó. Mi guardaespaldas podría o no estar bajo el servicio de una diosa y acabo de conocer a un espíritu de los sueños. Terrible día, ¿eh?
Por primera vez desde que lo había conocido en persona, vio un asomo de sonrisa en el pícaramente apuesto rostro de Wulf.
—Sólo un típico día en la vida, en mi opinión —dijo.
Se aproximó a ella y revisó su cuello, donde Stryker la había mordido. Sus dedos eran tibios contra su piel. Gentil y tranquilizador. Su aroma llenó la cabeza de Cassandra y la hizo desear que pudiesen regresar por un momento, y sólo ser amigos nuevamente.
Había un poquito de sangre en su camisa.
—Parece que ya está cerrada.
—Lo sé –dijo con calma.
Había un gel coagulante en la saliva de los Apolitas, que era la razón por la cual tenían que chupar la sangre continuamente una vez que abrían una herida. De otro modo, la herida se cerraría antes de que tuvieran la oportunidad de alimentarse. El gel que secretaban también podía cegar a los humanos si un Apolita escupía en sus ojos.
Ella sólo estaba agradecida que la mordedura no la hubiese unido a Stryker de ningún modo. Sólo los Were-Hunters tenían esa habilidad.
Wulf se apartó de ella y la condujo hacia su casa. No estaba seguro de porqué le habían encargado a él la tarea de protegerla, pero hasta que Acheron le dijera lo contrario, él cumpliría con su deber. Y condenados sus sentimientos.
Mientras abría la puerta, su celular sonó.
Wulf contestó y se encontró con que era Corbin del otro lado.
—Hey, ¿encontraste a Kat?
—Sí –dijo Corbin—. Me dijo que simplemente salió a quitar la basura y al regresar Cassandra no estaba.
Él le transmitió la información a Cassandra, quien pareció confundida.
—¿Qué quieres que haga con Kat? –le preguntó Wulf.
—¿Puede venir aquí?
Sí. Cuando el ecuador se congele. No pensaba permitir que Kat estuviera cerca de Chris o de su hogar hasta que supiera más sobre ella y sus lealtades.
—Hey, Bin, ¿puede quedarse contigo?
Cassandra lo miró con los ojos verdes entrecerrados con malicia.
—Eso no es lo que dije.
Él levantó la mano para silenciarla.
—Sí, está bien. Te llamaré una vez que estemos instalados –y colgó.
Cassandra se erizó ante su actitud despótica.
—No me gusta que me hagan callar.
—Mira –dijo, ajustando el teléfono a su cinto—. Hasta que sepa más de tu amiga, no voy a invitarla a mi hogar, donde vive Christopher. No me importa jugar con mi vida, pero que me condenen nuevamente antes de jugar con la de él. ¿Entendiste?
Cassandra dudó mientras recordaba lo que le había dicho en sus sueños acerca de Chris y cuánto significaba para él.
—Lo siento. No pensé en eso. Así que, ¿él vive aquí también?
Wulf asintió mientras encendía una luz en el pasillo trasero. A su derecha había una escalera y a la izquierda un pequeño baño. Más adelante por el pasillo estaba la cocina. Grande y bien ventilada, estaba escrupulosamente limpia y tenía un diseño muy moderno.
Wulf colgó sus llaves en un pequeño llavero junto al horno.
—Siéntete como en casa. Hay cerveza, vino, leche, jugo y gaseosa en el refrigerador.
Le mostró el sitio donde estaban los vasos y los platos, sobre el lavavajillas.
Salieron de la cocina y él apagó las luces antes de conducirla hacia un living abierto y atrayente. Había dos sofás de cuero negro, un sillón que hacía conjunto, y una florida caja de plata de diseño medieval como mesa de centro. Sobre una pared había un centro de entretenimiento, completo con una TV de pantalla gigante, estéreo, DVD y video-casetera, junto a cada sistema de videojuegos conocido por la humanidad.
Levantó la cabeza ante lo que veía, mientras imaginaba al enorme y voluminoso guerrero Vikingo jugando a los juegos. Parecía completamente incompatible con él y su actitud demasiado seria.
—¿Juegas?
—A veces –dijo, con la voz grave—. Más que nada, Chris juega. Yo prefiero vegetar frente a mi computadora.
Se abstuvo de reír ante la imagen que tenía. Wulf era demasiado intenso para simplemente "vegetar."
Wulf se quitó el abrigo y lo echó encima del sillón. Cassandra escuchó que alguien se acercaba por el pasillo hacia el living.
—Hey, hombretón, ¿no has visto…? –la voz de Chris se fue apagando mientras entraba a la habitación vistiendo un pantalón pijama de franela azul marino y una remera blanca.
Se quedó boquiabierto.
—Hola, Chris –dijo Cassandra.
Chris no habló por varios minutos, mientras miraba a uno y a otro alternativamente.
Cuando finalmente habló, su voz era una mezcla entre exasperación y enojo.
—No, no, no. Esto no está bien. Finalmente encuentro a una mujer que en realidad me permite entrar a su hogar y, ¿la traes a casa para ti mismo? –El rostro de Chris palideció, como si hubiese pensado en otra cosa—. Oh, por favor dime que la trajiste a casa para ti y no para mí. No estás haciendo de proxeneta otra vez, ¿verdad, Wulf? Juro que voy a clavarte una estaca mientras duermes si lo hiciste.
—Discúlpame –dijo Cassandra, interrumpiendo la perorata de Chris, que parecía entretener a Wulf—. Resulta que estoy parada aquí mismo. ¿Qué tipo de mujer crees que soy?
—Una muy agradable –dijo Chris, redimiéndose instantáneamente—, pero Wulf es extremadamente autoritario, y tiende a intimidar a las personas para que hagan lo que él desea.
Wulf resopló al escuchar eso.
—¿Entonces por qué no puedo intimidarte para que procrees?
—¡Ves! –dijo Chris, levantando su mano, triunfante—. Soy el único humano en la historia en tener a un Vikingo entrometido propio. Dios, cómo desearía que mi padre hubiese sido un hombre fértil.
Cassandra rió ante la imagen que las palabras de Chris habían conjurado en su mente.
—Vikingo entrometido, ¿eh?
Chris suspiró con irritación.
—No tienes idea… —se quedó callado y luego los miró con el ceño fruncido—. ¿Y por qué está ella aquí, Wulf?
—La estoy protegiendo.
—¿De?
—Daimons.
—Grandes y malos –agregó Cassandra.
Chris se lo tomó mejor de lo que ella hubiese imaginado.
—¿Ella sabe acerca de nosotros?
Wulf asintió.
—Sabe prácticamente todo.
—¿Es por eso que estabas preguntando por cazadoroscuro.com? –le preguntó Chris a Cassandra.
—Sí. Quería encontrar a Wulf.
Chris sospechó inmediatamente.
—Está bien, Chris –explicó Wulf—. Va a quedarse con nosotros algún tiempo. No tienes que ocultarle nada.
—¿Lo juras?
—Sí.
Chris pareció muy complacido por eso.
—Así que lucharon contra algunos Daimons, ¿eh? Ojalá pudiera. Wulf se vuelve loco incluso si tomo un cuchillo de untar. —Cassandra rió—. En serio –dijo Chris sinceramente—. Es peor que una mamá gallina. Entonces, ¿a cuántos Daimons mataron?
—Ninguno –murmuró Wulf—. Estos son mucho más fuertes que los típicos chupa—almas.
—Bueno, eso debería hacerte feliz –le dijo Chris a Wulf—. Finalmente tienes a alguien contra quien puedes pelear hasta estar ensangrentado y amoratado. –Se volvió hacia Cassandra—. ¿Wulf te ha explicado su pequeño problema?
Los ojos de Cassandra se ensancharon mientras intentaba pensar en qué “pequeño” problema podría tener Wulf.
Inconscientemente, su mirada bajó hacia su entrepierna.
—¡Hey! – Dijo Wulf con brusquedad—. Ese jamás ha sido mi problema. Ese es el problema de él.
—Supongo que casi todo es posible.
Cassandra aprovechó las palabras de D'Aria con fervor y un extraño rayo de esperanza.
—¿Es posible que no tenga que morir en mi próximo cumpleaños?
La mirada sin emoción de D'Aria no prometía mucho más que sus palabras.
—Si estás pidiéndome una profecía, hija, no puedo dártela. El futuro es algo que cada uno de nosotros debe conocer por sí mismo. Lo que diga ahora puede o no ser verdad.
—¿Pero todos los Apolitas tienen que morir a los veintisiete años? –preguntó Cassandra nuevamente, desesperada por una respuesta.
—Esa también es una pregunta de Oráculo.
Cassandra cerró los ojos con frustración. Todo lo que quería era un poco de esperanza. Una pequeña guía.
Un año más de vida.
Algo. Pero aparentemente estaba pidiendo demasiado.
—Gracias, D'Aria –dijo Wulf, su voz fuerte y profunda.
La Cazadora de Sueños inclinó la cabeza ante ellos, y luego desapareció. No había rastros de ella. Ninguna señal.
Cassandra observó el elegante garaje de un hombre que había vivido durante incalculables siglos. Luego miró el pequeño anillo de sello que tenía en la mano derecha, que su madre le había dado días antes de morir. Un anillo que había sido transmitido a través de su familia desde que su primer ancestro se había desintegrado prematuramente en polvo.
De pronto, Cassandra se largó a reír.
Wulf pareció divertido por su humor.
—¿Estás bien?
—No –dijo, intentando calmarse—. Me parece que se me soltó un cable en algún momento esta noche. O como mínimo ingresé al reino de la Dimensión Desconocida de Rod Serling.
El ceño de Wulf se acentuó.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, veamos… —observó su reloj de oro Harry Winston—. Son sólo las once de la noche y hoy he ido a un club cuyos dueños parecen ser panteras que cambian de forma, donde un grupo de vampiros—asesinos a sueldo y un posible dios me atacaron. Regresé a casa sólo para ser atacada nuevamente por los ya mencionados asesinos, el dios, y luego un dragón. Un Cazador Oscuro me salvó. Mi guardaespaldas podría o no estar bajo el servicio de una diosa y acabo de conocer a un espíritu de los sueños. Terrible día, ¿eh?
Por primera vez desde que lo había conocido en persona, vio un asomo de sonrisa en el pícaramente apuesto rostro de Wulf.
—Sólo un típico día en la vida, en mi opinión —dijo.
Se aproximó a ella y revisó su cuello, donde Stryker la había mordido. Sus dedos eran tibios contra su piel. Gentil y tranquilizador. Su aroma llenó la cabeza de Cassandra y la hizo desear que pudiesen regresar por un momento, y sólo ser amigos nuevamente.
Había un poquito de sangre en su camisa.
—Parece que ya está cerrada.
—Lo sé –dijo con calma.
Había un gel coagulante en la saliva de los Apolitas, que era la razón por la cual tenían que chupar la sangre continuamente una vez que abrían una herida. De otro modo, la herida se cerraría antes de que tuvieran la oportunidad de alimentarse. El gel que secretaban también podía cegar a los humanos si un Apolita escupía en sus ojos.
Ella sólo estaba agradecida que la mordedura no la hubiese unido a Stryker de ningún modo. Sólo los Were-Hunters tenían esa habilidad.
Wulf se apartó de ella y la condujo hacia su casa. No estaba seguro de porqué le habían encargado a él la tarea de protegerla, pero hasta que Acheron le dijera lo contrario, él cumpliría con su deber. Y condenados sus sentimientos.
Mientras abría la puerta, su celular sonó.
Wulf contestó y se encontró con que era Corbin del otro lado.
—Hey, ¿encontraste a Kat?
—Sí –dijo Corbin—. Me dijo que simplemente salió a quitar la basura y al regresar Cassandra no estaba.
Él le transmitió la información a Cassandra, quien pareció confundida.
—¿Qué quieres que haga con Kat? –le preguntó Wulf.
—¿Puede venir aquí?
Sí. Cuando el ecuador se congele. No pensaba permitir que Kat estuviera cerca de Chris o de su hogar hasta que supiera más sobre ella y sus lealtades.
—Hey, Bin, ¿puede quedarse contigo?
Cassandra lo miró con los ojos verdes entrecerrados con malicia.
—Eso no es lo que dije.
Él levantó la mano para silenciarla.
—Sí, está bien. Te llamaré una vez que estemos instalados –y colgó.
Cassandra se erizó ante su actitud despótica.
—No me gusta que me hagan callar.
—Mira –dijo, ajustando el teléfono a su cinto—. Hasta que sepa más de tu amiga, no voy a invitarla a mi hogar, donde vive Christopher. No me importa jugar con mi vida, pero que me condenen nuevamente antes de jugar con la de él. ¿Entendiste?
Cassandra dudó mientras recordaba lo que le había dicho en sus sueños acerca de Chris y cuánto significaba para él.
—Lo siento. No pensé en eso. Así que, ¿él vive aquí también?
Wulf asintió mientras encendía una luz en el pasillo trasero. A su derecha había una escalera y a la izquierda un pequeño baño. Más adelante por el pasillo estaba la cocina. Grande y bien ventilada, estaba escrupulosamente limpia y tenía un diseño muy moderno.
Wulf colgó sus llaves en un pequeño llavero junto al horno.
—Siéntete como en casa. Hay cerveza, vino, leche, jugo y gaseosa en el refrigerador.
Le mostró el sitio donde estaban los vasos y los platos, sobre el lavavajillas.
Salieron de la cocina y él apagó las luces antes de conducirla hacia un living abierto y atrayente. Había dos sofás de cuero negro, un sillón que hacía conjunto, y una florida caja de plata de diseño medieval como mesa de centro. Sobre una pared había un centro de entretenimiento, completo con una TV de pantalla gigante, estéreo, DVD y video-casetera, junto a cada sistema de videojuegos conocido por la humanidad.
Levantó la cabeza ante lo que veía, mientras imaginaba al enorme y voluminoso guerrero Vikingo jugando a los juegos. Parecía completamente incompatible con él y su actitud demasiado seria.
—¿Juegas?
—A veces –dijo, con la voz grave—. Más que nada, Chris juega. Yo prefiero vegetar frente a mi computadora.
Se abstuvo de reír ante la imagen que tenía. Wulf era demasiado intenso para simplemente "vegetar."
Wulf se quitó el abrigo y lo echó encima del sillón. Cassandra escuchó que alguien se acercaba por el pasillo hacia el living.
—Hey, hombretón, ¿no has visto…? –la voz de Chris se fue apagando mientras entraba a la habitación vistiendo un pantalón pijama de franela azul marino y una remera blanca.
Se quedó boquiabierto.
—Hola, Chris –dijo Cassandra.
Chris no habló por varios minutos, mientras miraba a uno y a otro alternativamente.
Cuando finalmente habló, su voz era una mezcla entre exasperación y enojo.
—No, no, no. Esto no está bien. Finalmente encuentro a una mujer que en realidad me permite entrar a su hogar y, ¿la traes a casa para ti mismo? –El rostro de Chris palideció, como si hubiese pensado en otra cosa—. Oh, por favor dime que la trajiste a casa para ti y no para mí. No estás haciendo de proxeneta otra vez, ¿verdad, Wulf? Juro que voy a clavarte una estaca mientras duermes si lo hiciste.
—Discúlpame –dijo Cassandra, interrumpiendo la perorata de Chris, que parecía entretener a Wulf—. Resulta que estoy parada aquí mismo. ¿Qué tipo de mujer crees que soy?
—Una muy agradable –dijo Chris, redimiéndose instantáneamente—, pero Wulf es extremadamente autoritario, y tiende a intimidar a las personas para que hagan lo que él desea.
Wulf resopló al escuchar eso.
—¿Entonces por qué no puedo intimidarte para que procrees?
—¡Ves! –dijo Chris, levantando su mano, triunfante—. Soy el único humano en la historia en tener a un Vikingo entrometido propio. Dios, cómo desearía que mi padre hubiese sido un hombre fértil.
Cassandra rió ante la imagen que las palabras de Chris habían conjurado en su mente.
—Vikingo entrometido, ¿eh?
Chris suspiró con irritación.
—No tienes idea… —se quedó callado y luego los miró con el ceño fruncido—. ¿Y por qué está ella aquí, Wulf?
—La estoy protegiendo.
—¿De?
—Daimons.
—Grandes y malos –agregó Cassandra.
Chris se lo tomó mejor de lo que ella hubiese imaginado.
—¿Ella sabe acerca de nosotros?
Wulf asintió.
—Sabe prácticamente todo.
—¿Es por eso que estabas preguntando por cazadoroscuro.com? –le preguntó Chris a Cassandra.
—Sí. Quería encontrar a Wulf.
Chris sospechó inmediatamente.
—Está bien, Chris –explicó Wulf—. Va a quedarse con nosotros algún tiempo. No tienes que ocultarle nada.
—¿Lo juras?
—Sí.
Chris pareció muy complacido por eso.
—Así que lucharon contra algunos Daimons, ¿eh? Ojalá pudiera. Wulf se vuelve loco incluso si tomo un cuchillo de untar. —Cassandra rió—. En serio –dijo Chris sinceramente—. Es peor que una mamá gallina. Entonces, ¿a cuántos Daimons mataron?
—Ninguno –murmuró Wulf—. Estos son mucho más fuertes que los típicos chupa—almas.
—Bueno, eso debería hacerte feliz –le dijo Chris a Wulf—. Finalmente tienes a alguien contra quien puedes pelear hasta estar ensangrentado y amoratado. –Se volvió hacia Cassandra—. ¿Wulf te ha explicado su pequeño problema?
Los ojos de Cassandra se ensancharon mientras intentaba pensar en qué “pequeño” problema podría tener Wulf.
Inconscientemente, su mirada bajó hacia su entrepierna.
—¡Hey! – Dijo Wulf con brusquedad—. Ese jamás ha sido mi problema. Ese es el problema de él.
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