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HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 14
Para cuando llegó el viernes, Cassandra estaba más que preparada para que se realizase la boda. Su hermana y Kat la habían mantenido ocupada y frenética toda la semana. Wulf se había mantenido felizmente fuera de su camino.
Si alguna vez le pedían su opinión sobre algo, su respuesta siempre era: Sé que no debo meterme en medio de tres mujeres discutiendo. Si lo recuerdas, la guerra de Troya comenzó por eso.
Chris no era tan sabio, y finalmente había aprendido a mantenerse fuera del apartamento lo más posible. O salir corriendo en el instante en que las veía aproximándose a él.
Ahora Cassandra estaba en el dormitorio, con su vestido de novia y esperando. Su largo cabello rubio—rojizo caía alrededor de sus hombros, como era la costumbre de la gente de Wulf. Llevaba una corona de plata entrelazada con flores frescas; otra costumbre nórdica. Chris le había dicho que la corona había pasado por todas las generaciones de la familia de Wulf desde su cuñada.
Significaba mucho para ella estar llevándola ahora. Sentirse conectada con el pasado de Wulf.
Wulf también llevaría la espada familiar para el evento, y cuando su bebé se casara, él también llevaría la espada atada a su costado.
La puerta se abrió lentamente para revelar a Urian del otro lado. Su largo cabello rubio colgaba sobre sus hombros, y vestía un elegante traje de seda negra.
—¿Estás lista?
Luego de mucho debatir habían decidido permitir que fuera su padrino. Los Apolitas no tenían las mismas costumbres que los humanos. Como había una gran posibilidad de que los padres de la novia ya hubiesen muerto, elegían a un padrino que pudiera escoltar a la novia hacia el altar, y decir las palabras acostumbradas para unir a la pareja.
Cassandra deseaba que pudieran tener a un pastor para el evento, pero tanto ella como Wulf había estado de acuerdo en que arriesgaría demasiado a la comunidad traer uno. Así que se casarían al verdadero modo Apolita.
Al principio, Urian se había negado a la idea de ser su padrino, pero Phoebe lo había convencido rápidamente de que sería mejor para él cooperar con sus deseos.
“Lo harás, y sé agradable con Wulf o dormirás en el sillón. Para siempre, y considerando tu edad, eso significa algo.”
—¿Wulf está listo? —le preguntó Cassandra a Urian.
Él asintió.
—Él y Chris están esperándote en el complejo principal.
Kat le alcanzó una rosa blanca que estaba envuelta en cintas rojas y rosadas. Otra costumbre Apolita.
Cassandra tomó la rosa.
Kat y Phoebe tomaron sus lugares frente a ella y abrieron el camino. Tomados del brazo, ella y Urian caminaron detrás de ellas.
La costumbre escandinava era que las bodas se hicieran al aire libre. Como semejante cosa era incluso más peligrosa que traer a un pastor, habían alquilado la abierta parte comercial. Shanus y varios miembros del consejo se habían tomado la molestia de traer flores y plantas hidropónicas para simular un jardín.
Incluso habían construido una pequeña fuente.
Cassandra vaciló al entrar al complejo.
Wulf y Chris estaban parados frente a la cascada construida apresuradamente, que aún así era hermosa. Ella esperaba a medias que Wulf estuviese vestido con sus ropas nórdicas. En cambio, él y Chris llevaban smokings iguales al de Urian.
Wulf llevaba el cabello largo y suelto, apartado de su rostro. La seda de su traje se moldeaba perfectamente a su cuerpo, acentuando cada curva musculosa. Jamás en su vida había visto a un hombre más apuesto.
Era absolutamente hermoso.
—Me encargaré de esto.
Cassandra se quedó boquiabierta al escuchar la voz de su padre detrás de ella.
—¿Papi? —dijo, girando para encontrarlo con una amplia sonrisa en su rostro.
—Realmente no pensaste que me perdería a mi bebé casándose, ¿verdad?
Cassandra lo miró de los pies a la cabeza, con el corazón martilleando. No podía creer que él estaba allí, con ella.
—Pero, ¿cómo?
Señaló a Wulf con la cabeza.
—Wulf fue a casa anoche y me trajo aquí. Dijo que no sería una boda para ti a menos que viniera. Y me contó acerca de Phoebe. Pasé la noche en su apartamento con ella, para poder ponernos al día y luego sorprenderte —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba fijamente el vientre de Cassandra—. Estás hermosa, bebé.
Ella se arrojó a sus brazos, o al menos lo más que pudo debido a su panza extendida, y lo sostuvo con fuerza. Era el mejor regalo que Wulf podría haberle dado.
Estaba lloriqueando como una niña.
—¿Deberíamos cancelar la boda antes de que nos ahogues en lágrimas? —preguntó Kat.
—¡No! —dijo Cassandra, recomponiéndose con una aspiración—. Estoy bien. En serio.
Su padre le dio un beso en la mejilla, puso su mano en la curva de su brazo, y la condujo hacia Wulf. Kat y Phoebe fueron a pararse detrás de Chris mientras Urian tomaba su lugar al lado de Phoebe. La otra única persona presente era Shanus, quien se mantenía alejado pero los observaba con una expresión amistosa que demostraba que estaba más que feliz de ser testigo del evento.
—Gracias —le dijo en silencio a Wulf, quien le regaló una pequeña y desgarradora sonrisa.
En ese momento, Cassandra sintió toda la intensidad de su amor por él. Él sería un buen esposo para ella en los próximos meses, y sería un padre excelente.
A pesar de lo que Chris hubiese dicho.
Una vez que llegaron hasta su futuro esposo, su padre tomó su mano y la puso sobre la de Wulf. Luego su padre tomó las cintas rojas y rosadas de la rosa y las ató alrededor de sus manos unidas.
Cassandra miró fijamente a Wulf. Sus ojos eran cálidos. Bondadosos. Ardían con pasión y orgullo mientras la miraba. La hizo estremecer. La excitó.
Su mirada tocaba cada parte de su cuerpo.
Él apretó su mano mientras el padre comenzaba a decir las palabras que los ligarían.
—En la noche…
—Luz —susurró fuertemente Urian, interrumpiéndolo.
El rostro de su padre se sonrojó un poquito.
—Lo siento. Tuve que aprender esto con bastante prisa. —Aclaró su garganta y comenzó de nuevo—. En la luz nacemos, y en… en… —su padre vaciló. Urian se adelantó para susurrar al oído de su suegro—. Gracias —dijo—. Esta ceremonia no es nada parecida a la nuestra. —Urian inclinó la cabeza y dio un paso atrás, pero no sin antes guiñarle el ojo a Cassandra, en un gesto poco característico en él—. En la luz nacemos, y en la noche viajamos. La luz es el amor de nuestros padres, quienes nos reciben y nos dan la bienvenida a este mundo, y es con el amor de nuestro compañero que partimos de él. Wulf y Cassandra han elegido estar juntos, para aliviar su restante viaje y reconfortarse mutuamente en las noches que vendrán. Y cuando la noche final caiga sobre ellos… —Su padre se detuvo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. La miró. La desdicha y el horror que vio en sus ojos hizo que en los de Cassandra también brotaran lágrimas—. No puedo —dijo en voz baja.
—¿Papi?
Él dio un paso atrás mientras una lágrima descendía por su mejilla.
Phoebe se adelantó y lo envolvió con sus brazos.
Cassandra comenzó a acercarse a él, pero Phoebe la detuvo.
—Termínalo, por favor, Uri.
Phoebe llevó a su padre a un costado.
Cassandra quería unirse a ellos, pero podía notar que su padre ya estaba demasiado avergonzado y apenado por haber arruinado su boda. Así que se quedó junto a Wulf.
Urian fue a pararse frente a ellos.
—Cuando la noche final caiga sobre nosotros, juramos mantenernos unidos y aliviar a quien parta primero. Alma con alma, hemos tocado. Carne a carne, hemos respirado. Y es en soledad que debemos abandonar esta existencia, hasta que llegue la noche en que los Destinos sentencien que nos reunamos en Katoteros.
Cassandra sintió que sus propias lágrimas regresaban mientras Urian pronunciaba el término Atlante para “paraíso.”
Urian subió al pedestal que tenía una elaborada copa de oro. Los tres Destinos estaban grabados en ella. Se la alcanzó a Cassandra.
—Normalmente esta sería la sangre de ambos combinada, pero como ninguno de ustedes está precisamente emocionado por beber eso, es vino.
Urian le pasó la copa a Cassandra, quien dio un sorbo, luego se la dio a Wulf, que siguió su ejemplo. Wulf le regresó la copa a Urian. Como era la costumbre Apolita, Wulf se inclinó y la besó, para que el sabor del vino estuviese mezclado con ellos.
Urian devolvió la copa al pedestal y terminó la ceremonia.
—He aquí la novia, Cassandra. Es única en este mundo. Su belleza, gracia y encanto son el legado de su ascendencia, y serán dotados a quienes nazcan de ella. Este hombre, Wulf, por otro lado, he aquí siendo producto de… —Urian frunció el ceño mientras hacía una pausa—. Bueno, él es producto de una perra que no puede soportar la idea de que los hijos de Apolo gobiernen la tierra.
—¡Urian, compórtate! —dijo Phoebe bruscamente desde su sitio junto a su padre.
Él se agitó ante su orden.
—Considerando el hecho de que acabo de unir a un miembro de tu familia con una de las personas que he jurado aniquilar, creo que estoy siendo admirablemente bueno.
Phoebe lo observó de un modo que proclamaba a los gritos que él dormiría solo durante al menos una semana.
Si no más.
Urian frunció los labios al mirar a Wulf. Estaba claro a quién culpaba por el malestar de su esposa.
—Bien. Me alegro de no haber dicho lo que realmente pensaba —murmuró en voz baja. Hablando más alto, Urian regresó a la ceremonia—. Son sus similitudes las que los unieron, y sus diferencias las que añaden variedad y chispas a su vida. Que los dioses bendigan y protejan su unión, y que sean… —se detuvo nuevamente—. Bueno, ya han sido bendecidos con fertilidad, así que saltearemos eso.
Phoebe gruñó en voz baja mientras Cassandra lo miraba furiosamente.
Urian asesinó con la mirada a Wulf otra vez.
—Que ambos disfruten cada minuto que les quede.
Entonces, Urian tomó las cintas que unían sus manos y las ató con un doble nudo. Las cintas permanecerían toda la noche, y por la mañana serían cortadas y enterradas para la buena suerte.
Chris y Kat condujeron al grupo de regreso al apartamento.
Su padre se acercó y la abrazó por la cintura.
—Lamento no haber podido terminar.
—Está bien, papi. Comprendo.
Y así era. La perspectiva de decirle adiós también la lastimaba.
Cuando llegaron al apartamento, Wulf, como indicaba la costumbre nórdica, la levantó en brazos y la cargó a través del umbral. La sorprendió, porque él tuvo que hacerlo con un solo brazo, ya que la otra mano aún estaba unida a la suya.
Chris sirvió bebidas para todos.
—Y ahora es cuando la gente de Wulf se embriagaría y tendría fiestas por una semana entera. ¡Todos aclamen a los Vikingos, antepasados de los chicos de las fraternidades!
—Tú puedes divertirte —le dijo Wulf—, pero será mejor que no te encuentre ebrio.
Chris puso los ojos en blanco, luego se inclinó y le habló al vientre de Cassandra.
—Sé inteligente, pequeñito, quédate allí dentro donde el Rey Neurótico no puede terminar con toda tu diversión.
Wulf sacudió la cabeza.
—Me sorprende que estés aquí sin tus recién encontradas amigas.
—Sí, lo sé. Voy a buscarlas en un rato. Kyra está trabajando en un nuevo programa y yo voy a probarlo.
Urian resopló al escucharlo.
—Esa es una forma de decirlo.
El rostro de Chris se puso rojo como un tomate.
—Y yo pensé que él —dijo señalando a Wulf con el pulgar—, era malo. ¿Qué sucede con las mujeres Peters que las atraen los perdedores?
—Creo que eso me ofende —dijo el padre.
Wulf rió.
—Será mejor que vayas a buscar a Kyra antes de enterrarte aún más.
—Sí, creo que estoy de acuerdo.
Chris se disculpó y salió.
Kat apareció detrás de Cassandra y le quitó la corona de la cabeza.
—Voy a asegurarme de guardarla en su estuche.
Para cuando llegó el viernes, Cassandra estaba más que preparada para que se realizase la boda. Su hermana y Kat la habían mantenido ocupada y frenética toda la semana. Wulf se había mantenido felizmente fuera de su camino.
Si alguna vez le pedían su opinión sobre algo, su respuesta siempre era: Sé que no debo meterme en medio de tres mujeres discutiendo. Si lo recuerdas, la guerra de Troya comenzó por eso.
Chris no era tan sabio, y finalmente había aprendido a mantenerse fuera del apartamento lo más posible. O salir corriendo en el instante en que las veía aproximándose a él.
Ahora Cassandra estaba en el dormitorio, con su vestido de novia y esperando. Su largo cabello rubio—rojizo caía alrededor de sus hombros, como era la costumbre de la gente de Wulf. Llevaba una corona de plata entrelazada con flores frescas; otra costumbre nórdica. Chris le había dicho que la corona había pasado por todas las generaciones de la familia de Wulf desde su cuñada.
Significaba mucho para ella estar llevándola ahora. Sentirse conectada con el pasado de Wulf.
Wulf también llevaría la espada familiar para el evento, y cuando su bebé se casara, él también llevaría la espada atada a su costado.
La puerta se abrió lentamente para revelar a Urian del otro lado. Su largo cabello rubio colgaba sobre sus hombros, y vestía un elegante traje de seda negra.
—¿Estás lista?
Luego de mucho debatir habían decidido permitir que fuera su padrino. Los Apolitas no tenían las mismas costumbres que los humanos. Como había una gran posibilidad de que los padres de la novia ya hubiesen muerto, elegían a un padrino que pudiera escoltar a la novia hacia el altar, y decir las palabras acostumbradas para unir a la pareja.
Cassandra deseaba que pudieran tener a un pastor para el evento, pero tanto ella como Wulf había estado de acuerdo en que arriesgaría demasiado a la comunidad traer uno. Así que se casarían al verdadero modo Apolita.
Al principio, Urian se había negado a la idea de ser su padrino, pero Phoebe lo había convencido rápidamente de que sería mejor para él cooperar con sus deseos.
“Lo harás, y sé agradable con Wulf o dormirás en el sillón. Para siempre, y considerando tu edad, eso significa algo.”
—¿Wulf está listo? —le preguntó Cassandra a Urian.
Él asintió.
—Él y Chris están esperándote en el complejo principal.
Kat le alcanzó una rosa blanca que estaba envuelta en cintas rojas y rosadas. Otra costumbre Apolita.
Cassandra tomó la rosa.
Kat y Phoebe tomaron sus lugares frente a ella y abrieron el camino. Tomados del brazo, ella y Urian caminaron detrás de ellas.
La costumbre escandinava era que las bodas se hicieran al aire libre. Como semejante cosa era incluso más peligrosa que traer a un pastor, habían alquilado la abierta parte comercial. Shanus y varios miembros del consejo se habían tomado la molestia de traer flores y plantas hidropónicas para simular un jardín.
Incluso habían construido una pequeña fuente.
Cassandra vaciló al entrar al complejo.
Wulf y Chris estaban parados frente a la cascada construida apresuradamente, que aún así era hermosa. Ella esperaba a medias que Wulf estuviese vestido con sus ropas nórdicas. En cambio, él y Chris llevaban smokings iguales al de Urian.
Wulf llevaba el cabello largo y suelto, apartado de su rostro. La seda de su traje se moldeaba perfectamente a su cuerpo, acentuando cada curva musculosa. Jamás en su vida había visto a un hombre más apuesto.
Era absolutamente hermoso.
—Me encargaré de esto.
Cassandra se quedó boquiabierta al escuchar la voz de su padre detrás de ella.
—¿Papi? —dijo, girando para encontrarlo con una amplia sonrisa en su rostro.
—Realmente no pensaste que me perdería a mi bebé casándose, ¿verdad?
Cassandra lo miró de los pies a la cabeza, con el corazón martilleando. No podía creer que él estaba allí, con ella.
—Pero, ¿cómo?
Señaló a Wulf con la cabeza.
—Wulf fue a casa anoche y me trajo aquí. Dijo que no sería una boda para ti a menos que viniera. Y me contó acerca de Phoebe. Pasé la noche en su apartamento con ella, para poder ponernos al día y luego sorprenderte —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba fijamente el vientre de Cassandra—. Estás hermosa, bebé.
Ella se arrojó a sus brazos, o al menos lo más que pudo debido a su panza extendida, y lo sostuvo con fuerza. Era el mejor regalo que Wulf podría haberle dado.
Estaba lloriqueando como una niña.
—¿Deberíamos cancelar la boda antes de que nos ahogues en lágrimas? —preguntó Kat.
—¡No! —dijo Cassandra, recomponiéndose con una aspiración—. Estoy bien. En serio.
Su padre le dio un beso en la mejilla, puso su mano en la curva de su brazo, y la condujo hacia Wulf. Kat y Phoebe fueron a pararse detrás de Chris mientras Urian tomaba su lugar al lado de Phoebe. La otra única persona presente era Shanus, quien se mantenía alejado pero los observaba con una expresión amistosa que demostraba que estaba más que feliz de ser testigo del evento.
—Gracias —le dijo en silencio a Wulf, quien le regaló una pequeña y desgarradora sonrisa.
En ese momento, Cassandra sintió toda la intensidad de su amor por él. Él sería un buen esposo para ella en los próximos meses, y sería un padre excelente.
A pesar de lo que Chris hubiese dicho.
Una vez que llegaron hasta su futuro esposo, su padre tomó su mano y la puso sobre la de Wulf. Luego su padre tomó las cintas rojas y rosadas de la rosa y las ató alrededor de sus manos unidas.
Cassandra miró fijamente a Wulf. Sus ojos eran cálidos. Bondadosos. Ardían con pasión y orgullo mientras la miraba. La hizo estremecer. La excitó.
Su mirada tocaba cada parte de su cuerpo.
Él apretó su mano mientras el padre comenzaba a decir las palabras que los ligarían.
—En la noche…
—Luz —susurró fuertemente Urian, interrumpiéndolo.
El rostro de su padre se sonrojó un poquito.
—Lo siento. Tuve que aprender esto con bastante prisa. —Aclaró su garganta y comenzó de nuevo—. En la luz nacemos, y en… en… —su padre vaciló. Urian se adelantó para susurrar al oído de su suegro—. Gracias —dijo—. Esta ceremonia no es nada parecida a la nuestra. —Urian inclinó la cabeza y dio un paso atrás, pero no sin antes guiñarle el ojo a Cassandra, en un gesto poco característico en él—. En la luz nacemos, y en la noche viajamos. La luz es el amor de nuestros padres, quienes nos reciben y nos dan la bienvenida a este mundo, y es con el amor de nuestro compañero que partimos de él. Wulf y Cassandra han elegido estar juntos, para aliviar su restante viaje y reconfortarse mutuamente en las noches que vendrán. Y cuando la noche final caiga sobre ellos… —Su padre se detuvo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. La miró. La desdicha y el horror que vio en sus ojos hizo que en los de Cassandra también brotaran lágrimas—. No puedo —dijo en voz baja.
—¿Papi?
Él dio un paso atrás mientras una lágrima descendía por su mejilla.
Phoebe se adelantó y lo envolvió con sus brazos.
Cassandra comenzó a acercarse a él, pero Phoebe la detuvo.
—Termínalo, por favor, Uri.
Phoebe llevó a su padre a un costado.
Cassandra quería unirse a ellos, pero podía notar que su padre ya estaba demasiado avergonzado y apenado por haber arruinado su boda. Así que se quedó junto a Wulf.
Urian fue a pararse frente a ellos.
—Cuando la noche final caiga sobre nosotros, juramos mantenernos unidos y aliviar a quien parta primero. Alma con alma, hemos tocado. Carne a carne, hemos respirado. Y es en soledad que debemos abandonar esta existencia, hasta que llegue la noche en que los Destinos sentencien que nos reunamos en Katoteros.
Cassandra sintió que sus propias lágrimas regresaban mientras Urian pronunciaba el término Atlante para “paraíso.”
Urian subió al pedestal que tenía una elaborada copa de oro. Los tres Destinos estaban grabados en ella. Se la alcanzó a Cassandra.
—Normalmente esta sería la sangre de ambos combinada, pero como ninguno de ustedes está precisamente emocionado por beber eso, es vino.
Urian le pasó la copa a Cassandra, quien dio un sorbo, luego se la dio a Wulf, que siguió su ejemplo. Wulf le regresó la copa a Urian. Como era la costumbre Apolita, Wulf se inclinó y la besó, para que el sabor del vino estuviese mezclado con ellos.
Urian devolvió la copa al pedestal y terminó la ceremonia.
—He aquí la novia, Cassandra. Es única en este mundo. Su belleza, gracia y encanto son el legado de su ascendencia, y serán dotados a quienes nazcan de ella. Este hombre, Wulf, por otro lado, he aquí siendo producto de… —Urian frunció el ceño mientras hacía una pausa—. Bueno, él es producto de una perra que no puede soportar la idea de que los hijos de Apolo gobiernen la tierra.
—¡Urian, compórtate! —dijo Phoebe bruscamente desde su sitio junto a su padre.
Él se agitó ante su orden.
—Considerando el hecho de que acabo de unir a un miembro de tu familia con una de las personas que he jurado aniquilar, creo que estoy siendo admirablemente bueno.
Phoebe lo observó de un modo que proclamaba a los gritos que él dormiría solo durante al menos una semana.
Si no más.
Urian frunció los labios al mirar a Wulf. Estaba claro a quién culpaba por el malestar de su esposa.
—Bien. Me alegro de no haber dicho lo que realmente pensaba —murmuró en voz baja. Hablando más alto, Urian regresó a la ceremonia—. Son sus similitudes las que los unieron, y sus diferencias las que añaden variedad y chispas a su vida. Que los dioses bendigan y protejan su unión, y que sean… —se detuvo nuevamente—. Bueno, ya han sido bendecidos con fertilidad, así que saltearemos eso.
Phoebe gruñó en voz baja mientras Cassandra lo miraba furiosamente.
Urian asesinó con la mirada a Wulf otra vez.
—Que ambos disfruten cada minuto que les quede.
Entonces, Urian tomó las cintas que unían sus manos y las ató con un doble nudo. Las cintas permanecerían toda la noche, y por la mañana serían cortadas y enterradas para la buena suerte.
Chris y Kat condujeron al grupo de regreso al apartamento.
Su padre se acercó y la abrazó por la cintura.
—Lamento no haber podido terminar.
—Está bien, papi. Comprendo.
Y así era. La perspectiva de decirle adiós también la lastimaba.
Cuando llegaron al apartamento, Wulf, como indicaba la costumbre nórdica, la levantó en brazos y la cargó a través del umbral. La sorprendió, porque él tuvo que hacerlo con un solo brazo, ya que la otra mano aún estaba unida a la suya.
Chris sirvió bebidas para todos.
—Y ahora es cuando la gente de Wulf se embriagaría y tendría fiestas por una semana entera. ¡Todos aclamen a los Vikingos, antepasados de los chicos de las fraternidades!
—Tú puedes divertirte —le dijo Wulf—, pero será mejor que no te encuentre ebrio.
Chris puso los ojos en blanco, luego se inclinó y le habló al vientre de Cassandra.
—Sé inteligente, pequeñito, quédate allí dentro donde el Rey Neurótico no puede terminar con toda tu diversión.
Wulf sacudió la cabeza.
—Me sorprende que estés aquí sin tus recién encontradas amigas.
—Sí, lo sé. Voy a buscarlas en un rato. Kyra está trabajando en un nuevo programa y yo voy a probarlo.
Urian resopló al escucharlo.
—Esa es una forma de decirlo.
El rostro de Chris se puso rojo como un tomate.
—Y yo pensé que él —dijo señalando a Wulf con el pulgar—, era malo. ¿Qué sucede con las mujeres Peters que las atraen los perdedores?
—Creo que eso me ofende —dijo el padre.
Wulf rió.
—Será mejor que vayas a buscar a Kyra antes de enterrarte aún más.
—Sí, creo que estoy de acuerdo.
Chris se disculpó y salió.
Kat apareció detrás de Cassandra y le quitó la corona de la cabeza.
—Voy a asegurarme de guardarla en su estuche.
Barachiel- Cinefilo
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Puntos de Agradecimiento : 3
Fecha de inscripción : 01/04/2009
Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Gracias.
De pronto, una sensación un poco incómoda inundó la habitación.
—¿Papi? ¿Quieres regresar a casa con nosotros? —preguntó Phoebe.
—Seguro. —Le dio un beso en la mejilla a Cassandra—. No fue una gran recepción, pero creo que deberían estar a solas.
Kat se les unió mientras partían.
Ahora estaban a solas, y Wulf extrajo de su bolsillo un perfecto anillo de diamantes de un quilate y lo deslizó en el dedo de Cassandra. El anillo era una trama enrejada nórdica muy delicada. Jamás había visto algo tan adorable.
—Gracias, Wulf —susurró.
Wulf asintió. La miró fijamente bajo la pálida luz, los ojos de Cassandra brillaban con calidez.
Su esposa.
Lo único que jamás había pensado en tener. Al menos no en los últimos mil doscientos años.
Normalmente una pareja en su luna de miel estaría pensando en su futuro juntos. Cómo pasarían sus vidas…
Él no quería pensar en el futuro. Era demasiado sombrío. Demasiado doloroso. Debería haber mantenido a Cassandra fuera de su corazón. Cada día lo intentaba, y cada día la encontraba metida aún más profundamente en él que antes.
—Cassandra Tryggvason —susurró, probando su nuevo nombre.
—Suena agradable, ¿verdad?
Él tocó sus labios con los dedos. Era suaves y delicados, como ella. Tentadores.
—¿Eres feliz?
—Sí.
Y aún así, sus ojos verdes estaban teñidos de tristeza.
Cómo deseaba poder eliminar esa tristeza para siempre.
Cassandra se puso en puntas de pie y lo besó. Wulf gruñó ante su sabor. Ante el modo en que se sentía la mano de Cassandra sobre su nuca mientras sus largos y gráciles dedos le enroscaban el cabello.
Su aroma a rosas lo atravesó, embriagándolo y excitándolo.
—Eres hermosa, mi Cassandra.
Cassandra se estremeció ante sus palabras gravemente pronunciadas. Le encantaba cuando él se refería a ella como suya.
Tomando su mano atada con la de él, lo condujo hacia el dormitorio.
Cassandra se mordió los labios mientras lo observaba. Era tan alto y devastador. Él la recostó cuidadosamente en la cama, luego se detuvo.
—¿Cómo se supone que nos quitemos la ropa con esto en las muñecas?
—Mis mangas pueden sacarse.
—Las mías no.
—Entonces tendrás ese smoking toda la noche. ¡Ew!
—¿Ew? —preguntó él, juguetonamente—. ¿Ahora soy “ew”?
Ella gimió mientras él acunaba su mentón y mordisqueaba sus labios con los dientes.
—Extremadamente “ew” —lo provocó sin aliento.
Ella sintió que Wulf bajaba la cremallera en la espalda de su vestido lentamente, como si estuviese saboreando la anticipación de tenerla desnuda con él.
—Sabes, según la tradición Vikinga, hubiésemos tenido testigos para esto.
Cassandra se estremeció mientras la caliente mano de Wulf rozaba su piel desnuda.
—No quiero ofenderte, pero me alegro de que esta no sea tu época.
—También yo. Tendría que matar a cualquier hombre que viera lo hermosa que eres realmente. Si te viesen, sé que estarían soñando contigo, y jamás podría permitir eso.
Ella cerró los ojos, saboreando esas palabras, mientras él le quitaba el vestido.
Se detuvo sólo lo necesario para besar su vientre abultado. En el instante en que sus labios la rozaron, ella sintió el ligero y aleteante movimiento en su interior.
—Oh, dios mío —susurró—. ¡Acabo de sentir al bebé!
Él se apartó.
—¿Qué?
Con los ojos llenándose de lágrimas, ella colocó su mano sobre el punto que los labios de Wulf habían tocado, deseando sentir al bebé de nuevo.
—Lo sentí —repitió—. Recién.
El orgullo brilló vivamente en los ojos de Wulf mientras bajaba la cabeza y besaba su estómago nuevamente. Le acarició la piel con su mejilla barbuda.
Cassandra debería haberse sentido avergonzada de tener a un hombre tan perfectamente formado acariciándola cuando ella tenía el tamaño de una ballena, pero no lo estaba. Era tan reconfortante tenerlo a su lado.
Él era su defensor. No por haber salvado su vida, sino por el modo se quedaba junto a ella ahora. El modo en que la abrazaba cuando lloraba. El modo en que la consolaba.
Él era su fuerza. Su coraje.
Y ella estaba terriblemente agradecida de tenerlo. No quería enfrentar sola el final.
Wulf no se lo permitiría. Estaría allí con ella, aunque iba a matarlo verla morir. Él sostendría su mano, y cuando ella se hubiese ido, sería recordada a través del tiempo.
—Ni siquiera sé el nombre de mi abuela.
Wulf frunció el ceño.
—¿Qué?
—No sé el nombre de mi abuela. Mi madre murió antes de que pudiera preguntárselo. Phoebe dijo que ella tampoco se lo había preguntado jamás. No sé que apariencia tenían ella ni mi abuelo. Sólo conozco a los padres de mi padre por fotografías. Estaba pensando que sólo seré una foto para el bebé. Él me verá como yo solía verlos a ellos. Personas abstractas. Nunca realmente reales.
Los ojos de Wulf brillaron con intensidad.
—Serás real para él, Cassandra. Te lo prometo.
Cómo deseaba ella que eso fuera verdad.
Él la envolvió en sus brazos y la sostuvo cerca. Cassandra se aferró, necesitando su calor. Apartó el arrepentimiento y el sufrimiento de su mente.
No había nada que pudiera hacer. Inevitable significaba inevitable. Al menos tenía este momento.
Comenzó a reír y llorar al mismo tiempo.
Wulf la apartó y la miró, confundido.
—Lo siento —dijo ella, intentando controlar sus emociones—. Sólo estaba pensando en esa estúpida canción, “Estaciones en el sol.” Ya sabes, “tuvimos alegría, nos divertimos, tuvimos estaciones en el sol.” Por dios, debería ser una paciente mental.
Él le secó las lágrimas y besó sus mejillas. Sus cálidos labios le quemaron la piel.
—Tienes más fuerza que cualquier guerrero que haya conocido. Nunca vuelvas a disculparte por esos pocos momentos en que me muestras tu miedo, Cassandra.
El amor que sentía por él la atravesó, ahogándola aún más que sus arrepentimientos.
—Te amo, Wulf —susurró—. Más de lo que creo haber amado jamás.
Wulf no podía respirar mientras escuchaba esas sinceras palabras. Lo cortaron como un vidrio hecho añicos.
—Yo también te amo —dijo, con la garganta apretada por la verdad.
No quería dejarla ir. Jamás.
Pero no había nada que pudiese hacer para detenerlo.
Cassandra jadeó mientras él la besaba apasionadamente. Terminó de desvestirla en un instante. Ella desabotonó su camisa y cuando no pudieron encontrar un modo de quitarla, ni tampoco su chaqueta, Wulf las desgarró.
Ella rió ante su imagen. Pero la risa se detuvo en el instante en que él recostó su pesado y caliente cuerpo contra el de ella y regresó a sus labios.
Wulf rodó sobre su espalda y la subió encima suyo. Siempre tenía mucho cuidado, para no presionar su vientre y lastimarla a ella o al bebé.
Con los ojos ardiendo, la colocó sobre él.
Ambos gruñeron en el instante en que la penetró. Hicieron el amor furiosamente, cada uno consciente del hecho de que el final se estaba aproximando hacia ellos con rapidez.
Conscientes de que cada día que pasaba se acercaban a un resultado que ninguno de los dos podía controlar ni evitar.
Era aterrador.
Cassandra gritó mientras alcanzaba una ola de pasión fundida. Wulf la atrajo contra sí mientras la acompañaba.
Sus manos unidas descansaban sobre la cama, encima de sus cabezas. Wulf entrelazó sus dedos con los de ella y le hizo una promesa con la respiración entrecortada.
—No te dejaré ir sin luchar.
De pronto, una sensación un poco incómoda inundó la habitación.
—¿Papi? ¿Quieres regresar a casa con nosotros? —preguntó Phoebe.
—Seguro. —Le dio un beso en la mejilla a Cassandra—. No fue una gran recepción, pero creo que deberían estar a solas.
Kat se les unió mientras partían.
Ahora estaban a solas, y Wulf extrajo de su bolsillo un perfecto anillo de diamantes de un quilate y lo deslizó en el dedo de Cassandra. El anillo era una trama enrejada nórdica muy delicada. Jamás había visto algo tan adorable.
—Gracias, Wulf —susurró.
Wulf asintió. La miró fijamente bajo la pálida luz, los ojos de Cassandra brillaban con calidez.
Su esposa.
Lo único que jamás había pensado en tener. Al menos no en los últimos mil doscientos años.
Normalmente una pareja en su luna de miel estaría pensando en su futuro juntos. Cómo pasarían sus vidas…
Él no quería pensar en el futuro. Era demasiado sombrío. Demasiado doloroso. Debería haber mantenido a Cassandra fuera de su corazón. Cada día lo intentaba, y cada día la encontraba metida aún más profundamente en él que antes.
—Cassandra Tryggvason —susurró, probando su nuevo nombre.
—Suena agradable, ¿verdad?
Él tocó sus labios con los dedos. Era suaves y delicados, como ella. Tentadores.
—¿Eres feliz?
—Sí.
Y aún así, sus ojos verdes estaban teñidos de tristeza.
Cómo deseaba poder eliminar esa tristeza para siempre.
Cassandra se puso en puntas de pie y lo besó. Wulf gruñó ante su sabor. Ante el modo en que se sentía la mano de Cassandra sobre su nuca mientras sus largos y gráciles dedos le enroscaban el cabello.
Su aroma a rosas lo atravesó, embriagándolo y excitándolo.
—Eres hermosa, mi Cassandra.
Cassandra se estremeció ante sus palabras gravemente pronunciadas. Le encantaba cuando él se refería a ella como suya.
Tomando su mano atada con la de él, lo condujo hacia el dormitorio.
Cassandra se mordió los labios mientras lo observaba. Era tan alto y devastador. Él la recostó cuidadosamente en la cama, luego se detuvo.
—¿Cómo se supone que nos quitemos la ropa con esto en las muñecas?
—Mis mangas pueden sacarse.
—Las mías no.
—Entonces tendrás ese smoking toda la noche. ¡Ew!
—¿Ew? —preguntó él, juguetonamente—. ¿Ahora soy “ew”?
Ella gimió mientras él acunaba su mentón y mordisqueaba sus labios con los dientes.
—Extremadamente “ew” —lo provocó sin aliento.
Ella sintió que Wulf bajaba la cremallera en la espalda de su vestido lentamente, como si estuviese saboreando la anticipación de tenerla desnuda con él.
—Sabes, según la tradición Vikinga, hubiésemos tenido testigos para esto.
Cassandra se estremeció mientras la caliente mano de Wulf rozaba su piel desnuda.
—No quiero ofenderte, pero me alegro de que esta no sea tu época.
—También yo. Tendría que matar a cualquier hombre que viera lo hermosa que eres realmente. Si te viesen, sé que estarían soñando contigo, y jamás podría permitir eso.
Ella cerró los ojos, saboreando esas palabras, mientras él le quitaba el vestido.
Se detuvo sólo lo necesario para besar su vientre abultado. En el instante en que sus labios la rozaron, ella sintió el ligero y aleteante movimiento en su interior.
—Oh, dios mío —susurró—. ¡Acabo de sentir al bebé!
Él se apartó.
—¿Qué?
Con los ojos llenándose de lágrimas, ella colocó su mano sobre el punto que los labios de Wulf habían tocado, deseando sentir al bebé de nuevo.
—Lo sentí —repitió—. Recién.
El orgullo brilló vivamente en los ojos de Wulf mientras bajaba la cabeza y besaba su estómago nuevamente. Le acarició la piel con su mejilla barbuda.
Cassandra debería haberse sentido avergonzada de tener a un hombre tan perfectamente formado acariciándola cuando ella tenía el tamaño de una ballena, pero no lo estaba. Era tan reconfortante tenerlo a su lado.
Él era su defensor. No por haber salvado su vida, sino por el modo se quedaba junto a ella ahora. El modo en que la abrazaba cuando lloraba. El modo en que la consolaba.
Él era su fuerza. Su coraje.
Y ella estaba terriblemente agradecida de tenerlo. No quería enfrentar sola el final.
Wulf no se lo permitiría. Estaría allí con ella, aunque iba a matarlo verla morir. Él sostendría su mano, y cuando ella se hubiese ido, sería recordada a través del tiempo.
—Ni siquiera sé el nombre de mi abuela.
Wulf frunció el ceño.
—¿Qué?
—No sé el nombre de mi abuela. Mi madre murió antes de que pudiera preguntárselo. Phoebe dijo que ella tampoco se lo había preguntado jamás. No sé que apariencia tenían ella ni mi abuelo. Sólo conozco a los padres de mi padre por fotografías. Estaba pensando que sólo seré una foto para el bebé. Él me verá como yo solía verlos a ellos. Personas abstractas. Nunca realmente reales.
Los ojos de Wulf brillaron con intensidad.
—Serás real para él, Cassandra. Te lo prometo.
Cómo deseaba ella que eso fuera verdad.
Él la envolvió en sus brazos y la sostuvo cerca. Cassandra se aferró, necesitando su calor. Apartó el arrepentimiento y el sufrimiento de su mente.
No había nada que pudiera hacer. Inevitable significaba inevitable. Al menos tenía este momento.
Comenzó a reír y llorar al mismo tiempo.
Wulf la apartó y la miró, confundido.
—Lo siento —dijo ella, intentando controlar sus emociones—. Sólo estaba pensando en esa estúpida canción, “Estaciones en el sol.” Ya sabes, “tuvimos alegría, nos divertimos, tuvimos estaciones en el sol.” Por dios, debería ser una paciente mental.
Él le secó las lágrimas y besó sus mejillas. Sus cálidos labios le quemaron la piel.
—Tienes más fuerza que cualquier guerrero que haya conocido. Nunca vuelvas a disculparte por esos pocos momentos en que me muestras tu miedo, Cassandra.
El amor que sentía por él la atravesó, ahogándola aún más que sus arrepentimientos.
—Te amo, Wulf —susurró—. Más de lo que creo haber amado jamás.
Wulf no podía respirar mientras escuchaba esas sinceras palabras. Lo cortaron como un vidrio hecho añicos.
—Yo también te amo —dijo, con la garganta apretada por la verdad.
No quería dejarla ir. Jamás.
Pero no había nada que pudiese hacer para detenerlo.
Cassandra jadeó mientras él la besaba apasionadamente. Terminó de desvestirla en un instante. Ella desabotonó su camisa y cuando no pudieron encontrar un modo de quitarla, ni tampoco su chaqueta, Wulf las desgarró.
Ella rió ante su imagen. Pero la risa se detuvo en el instante en que él recostó su pesado y caliente cuerpo contra el de ella y regresó a sus labios.
Wulf rodó sobre su espalda y la subió encima suyo. Siempre tenía mucho cuidado, para no presionar su vientre y lastimarla a ella o al bebé.
Con los ojos ardiendo, la colocó sobre él.
Ambos gruñeron en el instante en que la penetró. Hicieron el amor furiosamente, cada uno consciente del hecho de que el final se estaba aproximando hacia ellos con rapidez.
Conscientes de que cada día que pasaba se acercaban a un resultado que ninguno de los dos podía controlar ni evitar.
Era aterrador.
Cassandra gritó mientras alcanzaba una ola de pasión fundida. Wulf la atrajo contra sí mientras la acompañaba.
Sus manos unidas descansaban sobre la cama, encima de sus cabezas. Wulf entrelazó sus dedos con los de ella y le hizo una promesa con la respiración entrecortada.
—No te dejaré ir sin luchar.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 15
Las siguientes semanas pasaron en una nebulosa mientras Cassandra terminaba la caja de recuerdos del bebé. Por primera vez en su vida, se sentía verdaderamente a salvo en algún lugar.
Era una sensación gloriosa.
Chris y Kyra, la supuesta “nena Apolita” que Chris había encontrado, pasaba mucho tiempo en el apartamento. Kyra era una mujer agradable que con frecuencia simulaba no recordar a Wulf sólo para hacerlo enojar.
La alta y delgada Apolita lo miraba inocentemente y preguntaba: “¿Te conozco?”
Irritaba a Wulf pero entretenía a todos los demás.
Mientras el embarazo progresaba, Cassandra se dio cuenta de otra razón por la cual los Daimons no podían tener hijos. Necesitaba cada vez más sangre. Sus transfusiones quincenales se convirtieron en diarias, y en las últimas semanas había necesitado dos o tres por día.
El incremento la preocupaba. ¿Significaba que el bebé sería más Apolita que humano?
La Dra. Lakis le había dicho que en realidad no tenía nada que ver con la biología del bebé, y que debería relajarse. Pero era difícil.
Cassandra había estado bastante deprimida y demasiado cansada para moverse toda la noche. Había ido a la cama temprano, incluso antes del amanecer, deseando descansar y estar cómodo algunos minutos.
Wulf entró y la despertó lo suficiente como para preguntarle cómo se sentía.
—Estoy durmiendo –le dijo bruscamente—. Déjame en paz.
Él había levantado las manos en señal de rendición, había reído bondadosamente y luego se había acurrucado contra ella. Cassandra tenía que admitir que le encantaba la sensación de tenerlo allí. La sensación de la mano de Wulf sobre su estómago.
Siempre parecía que el bebé sabía cuándo era la mano de Wulf la que estaba sobre él. Inmediatamente se volvía más activo, como si quisiera decir: “Hola, papi, no puedo esperar para conocerte.”
También reaccionaba ante la voz de su padre.
Cerrando los ojos, Cassandra intentó dormirse otra vez, pero no era sencillo, ya que el pequeño Pie Grande comenzó a bailar fandango y decidió darle rodillazos en las costillas un par de veces.
Se quedó allí recostada durante más o menos una hora, hasta que el dolor en su espalda baja disminuyó. A los veinte minutos se dio cuenta de que sus contracciones se habían estabilizado y eran continuas.
Wulf estaba durmiendo pacíficamente cuando Cassandra lo despertó.
—El bebé está llegando —jadeó.
—¿Estás segura? –Con una sola mirada a su rostro exasperado supo la respuesta a esa estúpida pregunta—. Está bien –dijo, intentando despertarse y aclarar la bruma de su cabeza—. Quédate aquí y convocaré a las tropas.
Salió corriendo de la habitación para despertar a Kat y enviar a Chris en busca de la doctora, luego regresó rápidamente al dormitorio para estar con Cassandra, quien se había levantado y estaba caminando.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy paseando para aliviar el dolor.
—Sí, pero…
—Está bien, querido –dijo Kat atravesando la puerta—. El bebé no caerá de cabeza.
Wulf no estaba seguro acerca de eso, pero había aprendido que no debía discutir con Cassandra embarazada. Estaba bastante tensa y emotiva, y podía despellejar con sus palabras cuando quería.
Era mejor darle lo que quería.
—¿Qué puedo traerte? –preguntó Wulf.
Cassandra estaba resoplando.
—¿Qué tal a alguien que tenga a este niño por mí?
Él rió. Al menos hasta que ella lo miró como para asesinarlo.
Calmándose, se aclaró la garganta.
—Ojalá pudiera.
Para el momento en que la doctora llegó, Wulf estaba parado junto a ella, sosteniendo su vientre y ayudándola a respirar durante las contracciones. Podía sentir cada contracción apretando contra sus palmas, y sabía exactamente cuándo iba a maldecir por el dolor que le causaba.
Wulf odiaba que Cassandra tuviera que pasar por esto. Ya estaba transpirada por el esfuerzo, y apenas había comenzado con la labor de traer a su hijo al mundo.
Las horas pasaron lentamente mientras trabajaban juntos, y Cassandra gritaba todo tipo de obscenidades a Wulf, a todos los hombres en general, y a los dioses en particular.
Wulf sostenía su mano y limpiaba su frente mientras la doctora les decía qué hacer.
Eran recién pasadas las cinco de la tarde cuando su hijo finalmente nació.
Wulf observó al diminuto niño que estaba en manos de la doctora mientras el bebé berreaba con un par de pulmones que tenían que pertenecer a un niño sano.
—Realmente está aquí –sollozó Cassandra mientras se aferraba a la mano de Wulf y miraba al bebé que había dado a luz.
—Está aquí –rió Wulf, besando su húmeda sien—. Y es hermoso.
La doctora lo limpió y lo examinó, luego se lo dio a su madre.
Cassandra no podría respirar mientras sostenía a su hijo por primera vez. Sus diminutos puños estaban apretados mientras sus gritos dejaban saber a todos que estaba aquí. Su rostro estaba arrugado como el de un anciano, pero aún así era hermoso para Cassandra.
—Mira su cabello –dijo, peinando la densa masa de cabello negro—. Se parece a su padre.
Wulf sonrió mientras el bebé envolvía su pequeña mano alrededor del índice de su padre.
—Tiene tus pulmones.
—¡Oh, por favor! –dijo ella indignada.
—Confía en mí —le dijo Wulf, encontrándose con su mirada—. Cada Apolita ahora sabe que mis padres no estaban casados cuando nací, y que si sobrevives a esta noche, planeas convertirme en eunuco.
Ella se rió y lo besó mientras sostenía a su hijo.
—A propósito, si hablabas en serio acerca de eso, Cassandra –dijo la doctora, con los ojos bajos—. Tengo un bisturí que puedo prestarte.
Cassandra rió otra vez.
—No me tientes.
Wulf tomó al bebé y lo sostuvo cuidadosamente con sus grandes manos. Su hijo. La alegría y el miedo dentro suyo eran debilitantes. Nunca había sentido algo así.
El bebé era tan increíblemente pequeño. Un milagro de la vida. ¿Cómo podría algo tan diminuto sobrevivir? Wulf sabía que mataría o dañaría seriamente a cualquiera que amenazara a su hijo alguna vez.
—¿Cómo vas a llamarlo? –le preguntó Wulf a Cassandra.
Todas estas semanas se había mantenido fuera de esa decisión a propósito. Quería que su madre le pusiera el nombre.
Sería su legado perdurable para su hijo, quien jamás la conocería realmente.
—¿Qué te parece Erik Jefferson Tryggvason?
Wulf parpadeó, incrédulo.
—¿Estás segura? –Ella asintió mientras él tocaba suavemente la mejilla del bebé—. Hola, pequeño Erik –susurró Wulf. Su corazón se encogió mientras lo llamaba por el nombre de su hermano—. Bienvenido a casa.
—El bebé probablemente quiera alimentarse ahora –dijo la Dra. Lakis mientras terminaba de limpiar todo—. Podría devolvérselo a su madre un momento. —Wulf hizo lo que le sugerían—. ¿Necesitarás una nodriza? –le preguntó la Dra. Lakis a Cassandra—. Los bebés Apolitas generalmente no toman mamaderas ni mezclas nutritivas, especialmente cuando tienen una herencia mixta. No hay una mezcla realmente adecuada que podamos probar, ya que no sabemos cuánto hay de Apolita o de humano en él.
—Creo que la nodriza será una buena idea –dijo Cassandra—. No quiero echar a perder esto e impedir su crecimiento, o convertirlo en un mutante o algo así.
La doctora tenía una extraña expresión en el rostro, que básicamente decía: “pensé que tu hijo era un mutante.”
Sabiamente, se quedó callada.
Wulf acompañó a la doctora afuera.
—Gracias –le dijo mientras pasaban al living, donde Chris y Kat estaban sentados esperando.
—¡Já! –Dijo Kat en cuanto vio a Wulf—. Te dije que llegaría sano y salvo.
—Demonios –murmuró Chris antes de entregarle un billete de veinte—. Me dijeron que habías sido castrado después de todo.
Ambos fueron rápidamente hacia el dormitorio para ver al bebé, mientras Wulf hablaba con la doctora.
Ella le sonrió con tristeza.
—Supongo que es, de algún modo, apropiado.
—¿Qué cosa?
—Que el último bebé al que ayudé a llegar al mundo sea el destinado a mantenerlo a salvo.
Wulf frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con “el último bebé”?
La Dra. Lakis suspiró como si el peso del Armagedon estuviese sobre sus hombros.
—El jueves es mi cumpleaños.
Wulf se quedó helado ante sus palabras, y lo que ellas significaban.
—¿El vigésimo séptimo?
Ella asintió.
—La Dra. Cassus se ocupará de vigilar la salud de ambos. Será quien le dé a Cassandra su examen físico mensual y se asegure que todo prosigue como debería.
La Dra. Lakis se encaminó hacia la puerta.
—Doctora, espere. –Ella giró hacia él—. Lo…
—No diga que lo lamenta. Soy sólo otra Apolita para usted.
—No –dijo él, sinceramente—. No lo es. Usted es la mujer que mantuvo a mi esposa a salvo y que ayudó a mi hijo a nacer. Jamás olvidaré eso.
Ella le ofreció una sonrisa trémula.
—Le deseo suerte con su hijo. Espero que crezca para ser un hombre como su padre.
Wulf la observó partir con el corazón pesado. Había intentado con tanta fuerza mantenerse indiferente a todos aquí. Sin preocuparse y sin ver cuán humanos eran sus enemigos. Pero era imposible. Tan imposible como era mantenerse apartado de Cassandra.
Contra su voluntad y su sentido común, todos ellos habían invadido su corazón.
¿Cómo podría volver a su papel de Cazador Oscuro luego de esto?
¿Cómo podría matar a otro Daimon cuando los comprendía tan bien? ¿Cómo?
Para el momento en que Wulf regresó junto a ella, Cassandra estaba exhausta. Kat y la nodriza habían tomado al bebé para cuidarlo y que ella pudiese descansar. Por supuesto, tendrían que despertarla cuando fuera tiempo de su próxima comida, pero por un ratito, Cassandra podría descansar cómodamente.
—Cierra los ojos –dijo Wulf.
Cassandra hizo lo que le pedía sin discutir, y sintió que él ponía algo alrededor de su cuello. Abriendo los ojos, vio un anticuado e intrincado collar. El diseño era evidentemente nórdico. Tenía cuatro piezas cuadradas de ámbar montadas de costado, en forma de diamante. En el centro había una pieza circular con otra piedra ámbar incrustada, y cayendo de la misma había un diminuto barco Vikingo, cuya vela estaba hecha de más ámbar.
—Es hermoso.
—Erik y yo compramos dos de ellos a un comerciante danés en Bizancio. Nos recordaba a nuestro hogar. Él le dio el suyo a su esposa y yo iba a darle el mío a mi hermana, Brynhild.
—¿Por qué no se lo diste?
—No quería aceptarlo. Estaba demasiado enojada conmigo por no haber estado allí cuando nuestro padre había muerto, enojada porque hacía incursiones. Dijo que jamás quería volver a verme, así que me fui y he tenido el collar conmigo desde entonces. Lo saqué de mi caja fuerte cuando fui con Kat a buscar mi espada.
Su tristeza la alcanzó. En los últimos meses, había aprendido cuánto habían significado sus hermanos para él.
—Lo siento, Wulf.
—No lo hagas. Me agrada verlo en ti. Es como si tuviese que estar allí. –Le pasó la mano por el cabello—. ¿Quieres que vaya a dormir al sofá?
—¿Por qué querría eso?
—Más temprano dijiste que jamás dejarías que me aproximara a tu cama.
Ella rió suavemente.
—Ni siquiera recuerdo la mitad de lo que dije.
—Está bien. Creo que Chris estaba grabándolo en la otra habitación, para la posteridad.
Ella se cubrió el rostro con las manos.
—Espero que estés bromeando.
—No, en realidad no.
Cassandra pasó su mano por el sedoso cabello de Wulf, y dejó que los mechones se deslizaran entre sus dedos.
—Bueno, ahora que terminó todo, soy mucho más tolerante contigo. Así que, ven y acurrúcate. Creo que podría venirme bien.
Wulf la obedeció rápidamente.
Cassandra exhaló larga y cansadamente, y luego se quedó dormida.
Las siguientes semanas pasaron en una nebulosa mientras Cassandra terminaba la caja de recuerdos del bebé. Por primera vez en su vida, se sentía verdaderamente a salvo en algún lugar.
Era una sensación gloriosa.
Chris y Kyra, la supuesta “nena Apolita” que Chris había encontrado, pasaba mucho tiempo en el apartamento. Kyra era una mujer agradable que con frecuencia simulaba no recordar a Wulf sólo para hacerlo enojar.
La alta y delgada Apolita lo miraba inocentemente y preguntaba: “¿Te conozco?”
Irritaba a Wulf pero entretenía a todos los demás.
Mientras el embarazo progresaba, Cassandra se dio cuenta de otra razón por la cual los Daimons no podían tener hijos. Necesitaba cada vez más sangre. Sus transfusiones quincenales se convirtieron en diarias, y en las últimas semanas había necesitado dos o tres por día.
El incremento la preocupaba. ¿Significaba que el bebé sería más Apolita que humano?
La Dra. Lakis le había dicho que en realidad no tenía nada que ver con la biología del bebé, y que debería relajarse. Pero era difícil.
Cassandra había estado bastante deprimida y demasiado cansada para moverse toda la noche. Había ido a la cama temprano, incluso antes del amanecer, deseando descansar y estar cómodo algunos minutos.
Wulf entró y la despertó lo suficiente como para preguntarle cómo se sentía.
—Estoy durmiendo –le dijo bruscamente—. Déjame en paz.
Él había levantado las manos en señal de rendición, había reído bondadosamente y luego se había acurrucado contra ella. Cassandra tenía que admitir que le encantaba la sensación de tenerlo allí. La sensación de la mano de Wulf sobre su estómago.
Siempre parecía que el bebé sabía cuándo era la mano de Wulf la que estaba sobre él. Inmediatamente se volvía más activo, como si quisiera decir: “Hola, papi, no puedo esperar para conocerte.”
También reaccionaba ante la voz de su padre.
Cerrando los ojos, Cassandra intentó dormirse otra vez, pero no era sencillo, ya que el pequeño Pie Grande comenzó a bailar fandango y decidió darle rodillazos en las costillas un par de veces.
Se quedó allí recostada durante más o menos una hora, hasta que el dolor en su espalda baja disminuyó. A los veinte minutos se dio cuenta de que sus contracciones se habían estabilizado y eran continuas.
Wulf estaba durmiendo pacíficamente cuando Cassandra lo despertó.
—El bebé está llegando —jadeó.
—¿Estás segura? –Con una sola mirada a su rostro exasperado supo la respuesta a esa estúpida pregunta—. Está bien –dijo, intentando despertarse y aclarar la bruma de su cabeza—. Quédate aquí y convocaré a las tropas.
Salió corriendo de la habitación para despertar a Kat y enviar a Chris en busca de la doctora, luego regresó rápidamente al dormitorio para estar con Cassandra, quien se había levantado y estaba caminando.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy paseando para aliviar el dolor.
—Sí, pero…
—Está bien, querido –dijo Kat atravesando la puerta—. El bebé no caerá de cabeza.
Wulf no estaba seguro acerca de eso, pero había aprendido que no debía discutir con Cassandra embarazada. Estaba bastante tensa y emotiva, y podía despellejar con sus palabras cuando quería.
Era mejor darle lo que quería.
—¿Qué puedo traerte? –preguntó Wulf.
Cassandra estaba resoplando.
—¿Qué tal a alguien que tenga a este niño por mí?
Él rió. Al menos hasta que ella lo miró como para asesinarlo.
Calmándose, se aclaró la garganta.
—Ojalá pudiera.
Para el momento en que la doctora llegó, Wulf estaba parado junto a ella, sosteniendo su vientre y ayudándola a respirar durante las contracciones. Podía sentir cada contracción apretando contra sus palmas, y sabía exactamente cuándo iba a maldecir por el dolor que le causaba.
Wulf odiaba que Cassandra tuviera que pasar por esto. Ya estaba transpirada por el esfuerzo, y apenas había comenzado con la labor de traer a su hijo al mundo.
Las horas pasaron lentamente mientras trabajaban juntos, y Cassandra gritaba todo tipo de obscenidades a Wulf, a todos los hombres en general, y a los dioses en particular.
Wulf sostenía su mano y limpiaba su frente mientras la doctora les decía qué hacer.
Eran recién pasadas las cinco de la tarde cuando su hijo finalmente nació.
Wulf observó al diminuto niño que estaba en manos de la doctora mientras el bebé berreaba con un par de pulmones que tenían que pertenecer a un niño sano.
—Realmente está aquí –sollozó Cassandra mientras se aferraba a la mano de Wulf y miraba al bebé que había dado a luz.
—Está aquí –rió Wulf, besando su húmeda sien—. Y es hermoso.
La doctora lo limpió y lo examinó, luego se lo dio a su madre.
Cassandra no podría respirar mientras sostenía a su hijo por primera vez. Sus diminutos puños estaban apretados mientras sus gritos dejaban saber a todos que estaba aquí. Su rostro estaba arrugado como el de un anciano, pero aún así era hermoso para Cassandra.
—Mira su cabello –dijo, peinando la densa masa de cabello negro—. Se parece a su padre.
Wulf sonrió mientras el bebé envolvía su pequeña mano alrededor del índice de su padre.
—Tiene tus pulmones.
—¡Oh, por favor! –dijo ella indignada.
—Confía en mí —le dijo Wulf, encontrándose con su mirada—. Cada Apolita ahora sabe que mis padres no estaban casados cuando nací, y que si sobrevives a esta noche, planeas convertirme en eunuco.
Ella se rió y lo besó mientras sostenía a su hijo.
—A propósito, si hablabas en serio acerca de eso, Cassandra –dijo la doctora, con los ojos bajos—. Tengo un bisturí que puedo prestarte.
Cassandra rió otra vez.
—No me tientes.
Wulf tomó al bebé y lo sostuvo cuidadosamente con sus grandes manos. Su hijo. La alegría y el miedo dentro suyo eran debilitantes. Nunca había sentido algo así.
El bebé era tan increíblemente pequeño. Un milagro de la vida. ¿Cómo podría algo tan diminuto sobrevivir? Wulf sabía que mataría o dañaría seriamente a cualquiera que amenazara a su hijo alguna vez.
—¿Cómo vas a llamarlo? –le preguntó Wulf a Cassandra.
Todas estas semanas se había mantenido fuera de esa decisión a propósito. Quería que su madre le pusiera el nombre.
Sería su legado perdurable para su hijo, quien jamás la conocería realmente.
—¿Qué te parece Erik Jefferson Tryggvason?
Wulf parpadeó, incrédulo.
—¿Estás segura? –Ella asintió mientras él tocaba suavemente la mejilla del bebé—. Hola, pequeño Erik –susurró Wulf. Su corazón se encogió mientras lo llamaba por el nombre de su hermano—. Bienvenido a casa.
—El bebé probablemente quiera alimentarse ahora –dijo la Dra. Lakis mientras terminaba de limpiar todo—. Podría devolvérselo a su madre un momento. —Wulf hizo lo que le sugerían—. ¿Necesitarás una nodriza? –le preguntó la Dra. Lakis a Cassandra—. Los bebés Apolitas generalmente no toman mamaderas ni mezclas nutritivas, especialmente cuando tienen una herencia mixta. No hay una mezcla realmente adecuada que podamos probar, ya que no sabemos cuánto hay de Apolita o de humano en él.
—Creo que la nodriza será una buena idea –dijo Cassandra—. No quiero echar a perder esto e impedir su crecimiento, o convertirlo en un mutante o algo así.
La doctora tenía una extraña expresión en el rostro, que básicamente decía: “pensé que tu hijo era un mutante.”
Sabiamente, se quedó callada.
Wulf acompañó a la doctora afuera.
—Gracias –le dijo mientras pasaban al living, donde Chris y Kat estaban sentados esperando.
—¡Já! –Dijo Kat en cuanto vio a Wulf—. Te dije que llegaría sano y salvo.
—Demonios –murmuró Chris antes de entregarle un billete de veinte—. Me dijeron que habías sido castrado después de todo.
Ambos fueron rápidamente hacia el dormitorio para ver al bebé, mientras Wulf hablaba con la doctora.
Ella le sonrió con tristeza.
—Supongo que es, de algún modo, apropiado.
—¿Qué cosa?
—Que el último bebé al que ayudé a llegar al mundo sea el destinado a mantenerlo a salvo.
Wulf frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con “el último bebé”?
La Dra. Lakis suspiró como si el peso del Armagedon estuviese sobre sus hombros.
—El jueves es mi cumpleaños.
Wulf se quedó helado ante sus palabras, y lo que ellas significaban.
—¿El vigésimo séptimo?
Ella asintió.
—La Dra. Cassus se ocupará de vigilar la salud de ambos. Será quien le dé a Cassandra su examen físico mensual y se asegure que todo prosigue como debería.
La Dra. Lakis se encaminó hacia la puerta.
—Doctora, espere. –Ella giró hacia él—. Lo…
—No diga que lo lamenta. Soy sólo otra Apolita para usted.
—No –dijo él, sinceramente—. No lo es. Usted es la mujer que mantuvo a mi esposa a salvo y que ayudó a mi hijo a nacer. Jamás olvidaré eso.
Ella le ofreció una sonrisa trémula.
—Le deseo suerte con su hijo. Espero que crezca para ser un hombre como su padre.
Wulf la observó partir con el corazón pesado. Había intentado con tanta fuerza mantenerse indiferente a todos aquí. Sin preocuparse y sin ver cuán humanos eran sus enemigos. Pero era imposible. Tan imposible como era mantenerse apartado de Cassandra.
Contra su voluntad y su sentido común, todos ellos habían invadido su corazón.
¿Cómo podría volver a su papel de Cazador Oscuro luego de esto?
¿Cómo podría matar a otro Daimon cuando los comprendía tan bien? ¿Cómo?
Para el momento en que Wulf regresó junto a ella, Cassandra estaba exhausta. Kat y la nodriza habían tomado al bebé para cuidarlo y que ella pudiese descansar. Por supuesto, tendrían que despertarla cuando fuera tiempo de su próxima comida, pero por un ratito, Cassandra podría descansar cómodamente.
—Cierra los ojos –dijo Wulf.
Cassandra hizo lo que le pedía sin discutir, y sintió que él ponía algo alrededor de su cuello. Abriendo los ojos, vio un anticuado e intrincado collar. El diseño era evidentemente nórdico. Tenía cuatro piezas cuadradas de ámbar montadas de costado, en forma de diamante. En el centro había una pieza circular con otra piedra ámbar incrustada, y cayendo de la misma había un diminuto barco Vikingo, cuya vela estaba hecha de más ámbar.
—Es hermoso.
—Erik y yo compramos dos de ellos a un comerciante danés en Bizancio. Nos recordaba a nuestro hogar. Él le dio el suyo a su esposa y yo iba a darle el mío a mi hermana, Brynhild.
—¿Por qué no se lo diste?
—No quería aceptarlo. Estaba demasiado enojada conmigo por no haber estado allí cuando nuestro padre había muerto, enojada porque hacía incursiones. Dijo que jamás quería volver a verme, así que me fui y he tenido el collar conmigo desde entonces. Lo saqué de mi caja fuerte cuando fui con Kat a buscar mi espada.
Su tristeza la alcanzó. En los últimos meses, había aprendido cuánto habían significado sus hermanos para él.
—Lo siento, Wulf.
—No lo hagas. Me agrada verlo en ti. Es como si tuviese que estar allí. –Le pasó la mano por el cabello—. ¿Quieres que vaya a dormir al sofá?
—¿Por qué querría eso?
—Más temprano dijiste que jamás dejarías que me aproximara a tu cama.
Ella rió suavemente.
—Ni siquiera recuerdo la mitad de lo que dije.
—Está bien. Creo que Chris estaba grabándolo en la otra habitación, para la posteridad.
Ella se cubrió el rostro con las manos.
—Espero que estés bromeando.
—No, en realidad no.
Cassandra pasó su mano por el sedoso cabello de Wulf, y dejó que los mechones se deslizaran entre sus dedos.
—Bueno, ahora que terminó todo, soy mucho más tolerante contigo. Así que, ven y acurrúcate. Creo que podría venirme bien.
Wulf la obedeció rápidamente.
Cassandra exhaló larga y cansadamente, y luego se quedó dormida.
Barachiel- Cinefilo
- Cantidad de envíos : 297
Escudo de Armas : BRACCHI
Puntos de Agradecimiento : 3
Fecha de inscripción : 01/04/2009
Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Wulf la observó mientras permitía que la cálida suavidad de su cuerpo se filtrara en su corazón. Tomó la mano de Cassandra y estudió su delicada forma.
—No me dejes, Cassandra –susurró—. No quiero criar a nuestro hijo sin ti.
Pero desear que ella se quedara era tan productivo como desear recuperar su alma.
La mañana del jueves Wulf no podía dormir. Cassandra y Erik estaban felizmente inconscientes. Pero sus pensamientos no se asentaban lo suficiente como para dejarlo descansar.
Levantándose, se vistió y abandonó el apartamento. Como pocos Apolitas se habían levantado de la cama, no tuvo que soportar muchos gestos de desprecio y miradas furibundas.
Sabía que no tenía nada que hacer en el sitio al que se dirigía, pero no podía evitarlo.
Tenía que decirle adiós a la Dra. Lakis. Extrañamente, ella se había convertido en otro miembro de su pequeña tropa en las semanas que había mantenido vigilia sobre la salud de Cassandra y Erik.
Su apartamento no quedaba lejos del de Phoebe.
Inseguro de cómo lo recibirían, golpeó a la puerta.
Un chico de aproximadamente doce años respondió.
—¿Tú eres Ty? –le preguntó, recordando a la Dra. Lakis hablando de su hijo mayor.
—Mi mamá no va a convertirse en Daimon. Puede dejarla en paz.
Wulf retrocedió ante sus furiosas palabras.
—Sé que no lo hará. Sólo quería verla un minuto.
—Tía Millicent –gritó el chico sin permitirle entrar—. El Cazador Oscuro quiere ver a mamá.
Una hermosa mujer de la edad de Chris se acercó a la puerta.
—¿Qué desea?
—Quiero ver a la Dra. Lakis.
—¡Va a matarla! –dijo el chico, detrás de ella.
La mujer lo ignoró. Entrecerrando los ojos, dio un paso atrás y dejó entrar a Wulf.
Wulf respiró hondo, aliviado, mientras lo conducía a una habitación a su izquierda. La puerta se abrió y le mostró un dormitorio con cinco pequeños y otra mujer de la edad de Millicent. La Dra. Lakis estaba recostada en la cama, pero él apenas la reconoció. En lugar de la joven y vibrante mujer que había traído a su bebé al mundo, ya se veía como si tuviese cincuenta años.
Millicent hizo salir a los niños y a la otra mujer.
—Tiene sólo cinco minutos, Cazador Oscuro. Queremos estar con ella tanto como podamos.
Él asintió, y una vez que estuvo a solas con ella, se arrodilló junto a la cama.
—¿Por qué está aquí, Wulf? –preguntó la Dra. Lakis.
Era la primera vez que usaba su nombre.
—No estoy seguro. Sólo quería agradecerle otra vez.
Ella parpadeó sus ojos llenos de lágrimas y pareció envejecer diez años más.
—Esta no es la peor parte –susurró—. Esa viene después, cuando nuestros cuerpos se despedazan mientras estamos vivos. Si tenemos suerte, nuestros órganos fallan rápidamente y morimos. De otro modo dura horas, y es muy doloroso.
Esas palabras lo desgarraron por dentro mientras pensaba en Cassandra pasando por eso. Sufriendo mucho más dolor del que había pasado cuando Erik había nacido.
—Lo siento tanto.
La Dra. Lakis no sintió pena por él.
—Sólo respóndame una pregunta.
—Lo que sea.
Su mirada lo taladró con su calor fundido.
—¿Comprende?
Él asintió. Sí, sabía por lo que pasaban, y entendía porqué los Daimons se convertían. ¿Quién podría culparlos?
La Dra. Lakis se estiró y tocó la mano de Wulf con la suya.
—Espero que su hijo se salve de esto. Realmente, realmente lo deseo. Por el bien de ambos. Nadie debería morir así. Nadie.
Wulf miró fijamente la mano que ahora tenía arrugas y manchas. Una mano que había sido tan suave como la suya unas pocas horas atrás.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted? –le preguntó.
—Cuide a su familia y no permita que Cassandra muera sola. No hay nada peor que pasar esto solo.
Su familia regresó a la habitación.
Wulf se levantó y los dejó con la persona que amaban. Cuando iba hacia la puerta, la Dra. Lakis lo detuvo.
—En caso de que desee saberlo, Wulf, mi nombre es Maia.
—Buen viaje, Maia –le dijo, con la voz profunda por las emociones reprimidas—. Espero que sus dioses sean mucho más piadosos en la próxima vida.
Lo último que Wulf vio fue a su hijo cayendo en sus brazos y llorando.
Wulf abandonó el apartamento y fue hacia el suyo. Para el momento en que llegó, su furia ardía. Entró a la habitación y vio a Cassandra durmiendo con Erik a su lado.
Se veían tan hermosos. Ella era una joven mujer que debería tener el resto de su vida por delante. Tenía un bebé que necesitaba conocer a su madre.
Más que nada, Wulf la necesitaba.
No podía terminar de este modo. No podía.
Él no iba a permitirlo.
Tomando su teléfono celular, regresó al living y llamó a Acheron.
Para su sorpresa, Ash respondió al primer repique.
—¿Regresaste? –preguntó Wulf.
—Aparentemente.
Él ignoró el habitual sarcasmo de Ash y fue directo al asunto.
—¿Tienes alguna idea de lo que ha sucedido mientras no estabas?
—Lo sé, Wulf –dijo Ash en un tono compasivo—. Felicitaciones por tu matrimonio y por Erik.
Wulf se atragantó ante la mención de su hijo. No se molestó en preguntarle a Ash cómo se había enterado de los dos eventos. Ash no le respondería, y todos sabían que el hombre era anormal.
—¿Hay algo…?
Wulf ni siquiera podía resignarse a preguntar si tenían o no alguna esperanza de un futuro juntos.
—No estás preparado para la respuesta.
Su furia explotó.
—Maldito seas, Ash. ¿Qué quieres decir con que no estoy preparado?
—Escúchame, Wulf –dijo en el tono paciente de un padre tratando con un hijo molesto—. Escucha con atención. A veces, para tener lo que más deseamos, debemos abandonar todo lo que creemos. Aún no estás listo para hacer eso.
Wulf apretó con más fuerza el teléfono.
—Ni siquiera sé de lo que estás hablando. ¿Por qué nunca puedes responder a una simple pregunta?
—Hazme una pregunta sencilla y obtendrás una respuesta sencilla. Lo que me preguntas es extremadamente complicado. Has hecho lo que Artemisa quería que hicieras. Has salvado a tu linaje y al de su hermano.
—¿Entonces por qué no pareces alegrarte por eso?
—No me gusta ver que usen o jueguen con nadie. Sé que ahora mismo estás sufriendo. Sé que estás furioso. Lo comprendo. Tienes todo el derecho a sentir cada emoción que está agitándose dentro tuyo. Pero esto no ha terminado. Cuando estés preparado, responderé a tu pregunta.
El bastardo le colgó.
Wulf se quedó allí parado, sintiéndose aún más traicionado. Quería la sangre de Ash, pero más que nada quería la sangre de Artemisa y la de Apolo. Cómo se atrevían a joderlo así, como si no fuera nada.
La puerta de su dormitorio se abrió, para mostrarle a Cassandra allí parada, con la frente arrugada por la preocupación.
—Hola –dijo ella; se veía muy cansada.
—Deberías estar en la cama.
—También tú. Me preocupé cuando desperté y no estabas. ¿Todo está bien?
Por alguna razón, todo siempre estaba bien cuando ella estaba cerca. Era lo que hacía que fuese tan difícil estar con ella ahora.
Wulf intentó imaginar cómo sería sostener su mano mientras ella envejecía frente a él.
Cómo sería cuando la viese desintegrarse como polvo…
El dolor lo atormentó tan violentamente que hizo todo lo que pudo para no demostrarlo. Para no gritar con toda su furia hasta hacer temblar los propios pasillos del Olimpo.
La deseaba entonces, deseaba tanto estar dentro de ella que apenas podía pensar.
Pero era demasiado pronto. Aún estaba dolorida por dar a luz a su hijo. Y sin importar cuánto deseara el consuelo físico de su cuerpo, jamás sería tan egoísta.
Cassandra no esperaba que Wulf la levantara y la acorralara contra la pared detrás suyo. Sus labios cubrieron los de ella mientras la besaba como si nunca fuese a tener otra oportunidad de hacerlo.
Sin aliento, ella respiró el aroma de su antiguo guerrero. Permitió que la sensación de sus brazos sosteniéndola la llevaran lejos de la realidad de lo que era inevitable.
Cassandra sabía que la necesitaba. Él no lo admitiría. También sabía eso. Wulf era demasiado fuerte como para admitir alguna vez que tenía una debilidad. Como para decir que tenía miedo, pero, ¿cómo podía no estar asustado?
Ninguno de ellos sabía si su hijo era humano o Apolita. La prueba preliminar no había sido concluyente. Y pasarían tres meses más antes de que pudiesen analizar a Erik nuevamente, para ver qué ADN era dominante en él.
Cualquiera que fuese el resultado, Wulf estaría solo para ocuparse de las necesidades de Erik.
La soltó.
Cassandra tomó su mano y lo llevó de regreso al dormitorio. Lo hizo sentar sobre la cama, y luego lo forzó a recostarse.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó Wulf.
Ella bajó el cierre de sus pantalones.
—Luego de todos estos siglos, pensé que serías capaz de reconocer a una mujer seduciéndote.
Él cayó sobre sus manos. Cassandra descendió la mano por el largo de su pene. Ya estaba duro y goteando. Ella trazó su punta, permitiendo que la humedad cubriera sus dedos.
Wulf no podía respirar mientras la observaba. Acunó el rostro de Cassandra entre sus manos mientras ella se inclinaba para provocarlo con su dulce boca.
Con la respiración entrecortada, vio mientras ella lamía todo el camino hasta la punta mientras su mano acunaba suavemente sus testículos. Era tan agradable hacer el amor con alguien que lo conocía. Alguien que recordaba cómo le gustaba que lo tocaran y lo acariciaran.
Alguien que lo recordaba.
Durante siglos, sólo extrañas lo habían tocado. Con ninguna de ellas se había sentido así. Ninguna de ellas había entibiado ese frío lugar dentro de su corazón y lo había debilitado.
—No me dejes, Cassandra –susurró—. No quiero criar a nuestro hijo sin ti.
Pero desear que ella se quedara era tan productivo como desear recuperar su alma.
La mañana del jueves Wulf no podía dormir. Cassandra y Erik estaban felizmente inconscientes. Pero sus pensamientos no se asentaban lo suficiente como para dejarlo descansar.
Levantándose, se vistió y abandonó el apartamento. Como pocos Apolitas se habían levantado de la cama, no tuvo que soportar muchos gestos de desprecio y miradas furibundas.
Sabía que no tenía nada que hacer en el sitio al que se dirigía, pero no podía evitarlo.
Tenía que decirle adiós a la Dra. Lakis. Extrañamente, ella se había convertido en otro miembro de su pequeña tropa en las semanas que había mantenido vigilia sobre la salud de Cassandra y Erik.
Su apartamento no quedaba lejos del de Phoebe.
Inseguro de cómo lo recibirían, golpeó a la puerta.
Un chico de aproximadamente doce años respondió.
—¿Tú eres Ty? –le preguntó, recordando a la Dra. Lakis hablando de su hijo mayor.
—Mi mamá no va a convertirse en Daimon. Puede dejarla en paz.
Wulf retrocedió ante sus furiosas palabras.
—Sé que no lo hará. Sólo quería verla un minuto.
—Tía Millicent –gritó el chico sin permitirle entrar—. El Cazador Oscuro quiere ver a mamá.
Una hermosa mujer de la edad de Chris se acercó a la puerta.
—¿Qué desea?
—Quiero ver a la Dra. Lakis.
—¡Va a matarla! –dijo el chico, detrás de ella.
La mujer lo ignoró. Entrecerrando los ojos, dio un paso atrás y dejó entrar a Wulf.
Wulf respiró hondo, aliviado, mientras lo conducía a una habitación a su izquierda. La puerta se abrió y le mostró un dormitorio con cinco pequeños y otra mujer de la edad de Millicent. La Dra. Lakis estaba recostada en la cama, pero él apenas la reconoció. En lugar de la joven y vibrante mujer que había traído a su bebé al mundo, ya se veía como si tuviese cincuenta años.
Millicent hizo salir a los niños y a la otra mujer.
—Tiene sólo cinco minutos, Cazador Oscuro. Queremos estar con ella tanto como podamos.
Él asintió, y una vez que estuvo a solas con ella, se arrodilló junto a la cama.
—¿Por qué está aquí, Wulf? –preguntó la Dra. Lakis.
Era la primera vez que usaba su nombre.
—No estoy seguro. Sólo quería agradecerle otra vez.
Ella parpadeó sus ojos llenos de lágrimas y pareció envejecer diez años más.
—Esta no es la peor parte –susurró—. Esa viene después, cuando nuestros cuerpos se despedazan mientras estamos vivos. Si tenemos suerte, nuestros órganos fallan rápidamente y morimos. De otro modo dura horas, y es muy doloroso.
Esas palabras lo desgarraron por dentro mientras pensaba en Cassandra pasando por eso. Sufriendo mucho más dolor del que había pasado cuando Erik había nacido.
—Lo siento tanto.
La Dra. Lakis no sintió pena por él.
—Sólo respóndame una pregunta.
—Lo que sea.
Su mirada lo taladró con su calor fundido.
—¿Comprende?
Él asintió. Sí, sabía por lo que pasaban, y entendía porqué los Daimons se convertían. ¿Quién podría culparlos?
La Dra. Lakis se estiró y tocó la mano de Wulf con la suya.
—Espero que su hijo se salve de esto. Realmente, realmente lo deseo. Por el bien de ambos. Nadie debería morir así. Nadie.
Wulf miró fijamente la mano que ahora tenía arrugas y manchas. Una mano que había sido tan suave como la suya unas pocas horas atrás.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted? –le preguntó.
—Cuide a su familia y no permita que Cassandra muera sola. No hay nada peor que pasar esto solo.
Su familia regresó a la habitación.
Wulf se levantó y los dejó con la persona que amaban. Cuando iba hacia la puerta, la Dra. Lakis lo detuvo.
—En caso de que desee saberlo, Wulf, mi nombre es Maia.
—Buen viaje, Maia –le dijo, con la voz profunda por las emociones reprimidas—. Espero que sus dioses sean mucho más piadosos en la próxima vida.
Lo último que Wulf vio fue a su hijo cayendo en sus brazos y llorando.
Wulf abandonó el apartamento y fue hacia el suyo. Para el momento en que llegó, su furia ardía. Entró a la habitación y vio a Cassandra durmiendo con Erik a su lado.
Se veían tan hermosos. Ella era una joven mujer que debería tener el resto de su vida por delante. Tenía un bebé que necesitaba conocer a su madre.
Más que nada, Wulf la necesitaba.
No podía terminar de este modo. No podía.
Él no iba a permitirlo.
Tomando su teléfono celular, regresó al living y llamó a Acheron.
Para su sorpresa, Ash respondió al primer repique.
—¿Regresaste? –preguntó Wulf.
—Aparentemente.
Él ignoró el habitual sarcasmo de Ash y fue directo al asunto.
—¿Tienes alguna idea de lo que ha sucedido mientras no estabas?
—Lo sé, Wulf –dijo Ash en un tono compasivo—. Felicitaciones por tu matrimonio y por Erik.
Wulf se atragantó ante la mención de su hijo. No se molestó en preguntarle a Ash cómo se había enterado de los dos eventos. Ash no le respondería, y todos sabían que el hombre era anormal.
—¿Hay algo…?
Wulf ni siquiera podía resignarse a preguntar si tenían o no alguna esperanza de un futuro juntos.
—No estás preparado para la respuesta.
Su furia explotó.
—Maldito seas, Ash. ¿Qué quieres decir con que no estoy preparado?
—Escúchame, Wulf –dijo en el tono paciente de un padre tratando con un hijo molesto—. Escucha con atención. A veces, para tener lo que más deseamos, debemos abandonar todo lo que creemos. Aún no estás listo para hacer eso.
Wulf apretó con más fuerza el teléfono.
—Ni siquiera sé de lo que estás hablando. ¿Por qué nunca puedes responder a una simple pregunta?
—Hazme una pregunta sencilla y obtendrás una respuesta sencilla. Lo que me preguntas es extremadamente complicado. Has hecho lo que Artemisa quería que hicieras. Has salvado a tu linaje y al de su hermano.
—¿Entonces por qué no pareces alegrarte por eso?
—No me gusta ver que usen o jueguen con nadie. Sé que ahora mismo estás sufriendo. Sé que estás furioso. Lo comprendo. Tienes todo el derecho a sentir cada emoción que está agitándose dentro tuyo. Pero esto no ha terminado. Cuando estés preparado, responderé a tu pregunta.
El bastardo le colgó.
Wulf se quedó allí parado, sintiéndose aún más traicionado. Quería la sangre de Ash, pero más que nada quería la sangre de Artemisa y la de Apolo. Cómo se atrevían a joderlo así, como si no fuera nada.
La puerta de su dormitorio se abrió, para mostrarle a Cassandra allí parada, con la frente arrugada por la preocupación.
—Hola –dijo ella; se veía muy cansada.
—Deberías estar en la cama.
—También tú. Me preocupé cuando desperté y no estabas. ¿Todo está bien?
Por alguna razón, todo siempre estaba bien cuando ella estaba cerca. Era lo que hacía que fuese tan difícil estar con ella ahora.
Wulf intentó imaginar cómo sería sostener su mano mientras ella envejecía frente a él.
Cómo sería cuando la viese desintegrarse como polvo…
El dolor lo atormentó tan violentamente que hizo todo lo que pudo para no demostrarlo. Para no gritar con toda su furia hasta hacer temblar los propios pasillos del Olimpo.
La deseaba entonces, deseaba tanto estar dentro de ella que apenas podía pensar.
Pero era demasiado pronto. Aún estaba dolorida por dar a luz a su hijo. Y sin importar cuánto deseara el consuelo físico de su cuerpo, jamás sería tan egoísta.
Cassandra no esperaba que Wulf la levantara y la acorralara contra la pared detrás suyo. Sus labios cubrieron los de ella mientras la besaba como si nunca fuese a tener otra oportunidad de hacerlo.
Sin aliento, ella respiró el aroma de su antiguo guerrero. Permitió que la sensación de sus brazos sosteniéndola la llevaran lejos de la realidad de lo que era inevitable.
Cassandra sabía que la necesitaba. Él no lo admitiría. También sabía eso. Wulf era demasiado fuerte como para admitir alguna vez que tenía una debilidad. Como para decir que tenía miedo, pero, ¿cómo podía no estar asustado?
Ninguno de ellos sabía si su hijo era humano o Apolita. La prueba preliminar no había sido concluyente. Y pasarían tres meses más antes de que pudiesen analizar a Erik nuevamente, para ver qué ADN era dominante en él.
Cualquiera que fuese el resultado, Wulf estaría solo para ocuparse de las necesidades de Erik.
La soltó.
Cassandra tomó su mano y lo llevó de regreso al dormitorio. Lo hizo sentar sobre la cama, y luego lo forzó a recostarse.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó Wulf.
Ella bajó el cierre de sus pantalones.
—Luego de todos estos siglos, pensé que serías capaz de reconocer a una mujer seduciéndote.
Él cayó sobre sus manos. Cassandra descendió la mano por el largo de su pene. Ya estaba duro y goteando. Ella trazó su punta, permitiendo que la humedad cubriera sus dedos.
Wulf no podía respirar mientras la observaba. Acunó el rostro de Cassandra entre sus manos mientras ella se inclinaba para provocarlo con su dulce boca.
Con la respiración entrecortada, vio mientras ella lamía todo el camino hasta la punta mientras su mano acunaba suavemente sus testículos. Era tan agradable hacer el amor con alguien que lo conocía. Alguien que recordaba cómo le gustaba que lo tocaran y lo acariciaran.
Alguien que lo recordaba.
Durante siglos, sólo extrañas lo habían tocado. Con ninguna de ellas se había sentido así. Ninguna de ellas había entibiado ese frío lugar dentro de su corazón y lo había debilitado.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Sólo Cassandra hacía eso.
Ella sintió que el cuerpo de Wulf se relajaba más con cada suave lamida y cada succión que le daba.
Llegó al orgasmo con un feroz gruñido.
Una vez que estuvo completamente vacío y saciado, se quedó recostado en la cama, jadeando, con los ojos cerrados mientras ella se sentaba a horcajadas encima de él y se recostaba sobre su pecho. Los brazos de Wulf la encerraron mientras ella escuchaba su corazón latiendo fuertemente.
—Gracias –le dijo suavemente, acariciando su pelo.
—De nada. ¿Te sientes mejor?
—No.
—Bueno, lo intenté.
Él le rió en un tono agridulce.
—No eres tú, amor. Realmente no es tu culpa.
De repente, Erik despertó llorando. Wulf se ajustó el pantalón mientras Cassandra alzaba al bebé y lo consolaba.
Wulf vio que ella se levantaba la remera para amamantar a su bebé. Observó lleno de admiración la imagen, que tocó cada salvaje parte masculina de él. Estos eran su esposa y su hijo.
Se sentía primitivo cerca de ellos. Protector. Mataría a cualquiera que se atreviese a amenazarlos.
Se sentó en la cama y abrazó a Cassandra mientras ella alimentaba a su hijo.
—Esta mañana comenzamos a congelar mi leche de pecho –dijo Cassandra tranquilamente.
—¿Por qué?
—Para Erik. La Dra. Lakis dijo que sería probable que él necesite mi leche hasta los seis meses. Los Apolitas han desarrollado un modo de preservarla, ya que tantas de sus mujeres mueren antes de que sus hijos se hayan destetado.
—No lo hagas –susurró contra su sien, incapaz de soportar la idea de su muerte—. Yo… he estado pensando acerca de esto. Mucho.
—¿Y?
—Quiero que te conviertas en Daimon.
Cassandra se reclinó para mirarlo, conmocionada.
—¿Wulf? ¿Hablas en serio?
—Sí. Tiene sentido. De ese modo…
—No puedo hacer eso –dijo ella, interrumpiéndolo.
—Claro que puedes. Todo lo que tienes que hacer es…
—Matar a gente inocente. –Ella parecía horrorizada—. No puedo.
—Phoebe no mata a nadie.
—Pero ella se alimenta de alguien que sí lo hace, y ella tiene que chupar su sangre. Sin ánimos de ofender, ¡puaj! Sin mencionar el pequeño detalle de que ya no estoy equipada para chupar la sangre de nadie, y a la última persona que quiero morder es a Urian. Y ya que estamos con este tema, no olvidemos que tú y tus compañeros estarán detrás mío si alguna vez pongo un pie fuera de Elysia para cazar a alguien.
—No, no lo harán –dijo él, enfáticamente—. No se los permitiré. Puedo mantenerte a salvo, Cassandra. Lo juro. Puedes quedarte en el sótano conmigo. Nadie tiene que saberlo.
Los rasgos de Cassandra se suavizaron. Puso su suave y cálida mano sobre la mejilla de Wulf.
—Yo lo sabría, Wulf. Erik lo sabría. Chris…
—Por favor, Cassandra –le rogó, pensando en la Dra. Lakis y cómo se veía. Cómo había envejecido. El sufrimiento en su rostro—. No quiero que mueras. Especialmente no como…
—Yo tampoco –dijo, interrumpiéndolo—. Puedes creerme.
—Entonces lucha por mí. Lucha por Erik.
Ella dio un respingo.
—Eso no es para nada justo. No deseo morir más de lo que tú deseas que muera, pero lo que me estás pidiendo es imposible. Va contra todo lo que has combatido y contra todo lo que crees. Me odiarías.
—Jamás podría odiarte.
Ella sacudió la cabeza, incrédula.
—Las cortes de divorcio están llenas de maridos que pensaban eso cuando se casaron con sus esposas. ¿Cómo te sentirías de aquí a un año, luego de que haya tomado varias vidas inocentes?
Wulf no quería pensar en eso. Sólo quería pensar en ellos. Por una vez en la eternidad quería ser egoísta. Al diablo con el mundo. Durante mil doscientos años había defendido a los humanos.
Todo lo que pedía era un año de felicidad. ¿Era tanto, luego de todo lo que había hecho por la humanidad?
—¿Al menos lo pensarías, por mí? –le pidió tranquilamente, aunque sabía que ella tenía razón.
“Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo.” Las palabras de Talon lo perseguían.
—Está bien –susurró Cassandra, pero aunque dijo esas palabras, sabía lo que debía hacer.
Ambos saltaron cuando el teléfono sonó.
Pensando que era Ash, ya que no registraba la identidad de quien llamaba ni el número, Wulf lo extrajo de su cinto y atendió.
—Hola, Vikingo.
Su sangre se heló ante el sonido del grueso acento griego que recordaba demasiado bien.
—¿Stryker?
—Sí. Muy bien. Estoy orgulloso de ti.
—¿Cómo conseguiste mi número?
Si Urian los había traicionado, que dios lo ayudara, porque Wulf arrancaría su corazón de Daimon y se lo haría comer.
—Ah, esa es una interesante pregunta, ¿verdad? Te daré crédito. Me has llevado a una alegre persecución por toda la ciudad. Pero tengo mis fuentes. Afortunadamente, una de ellas vive justo aquí.
—¿Quién? –exigió Wulf.
Stryker se burló.
—La anticipación debe estar matándote, ¿no? ¿A quién tengo? ¿Qué quiero? ¿Mataré a esta persona que tengo conmigo? –Se detuvo para hacer un sonido de deleite—. Bueno, tendré piedad de ti. Creo que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que estoy buscando.
—No te daré a Cassandra. No me importa a quién tengas.
—Oh, ya no quiero a Cassandra, Vikingo. Usa la cabeza. De cualquier modo ella estará muerta en algunas semanas. Lo que quiero es a tu hijo, y lo quiero ahora.
—¡Vete al demonio!
El Daimon se burló de él nuevamente.
—¿Esa es tu respuesta final? ¿Ni siquiera deseas saber de quién es el alma que voy a devorar?
No cuando la comparaba a su hijo o a Cassandra. Realmente no importaba. Nadie en el mundo era más importante para Wulf. Pero tenía que saberlo.
—¿A quién tienes?
El teléfono quedó en silencio varios segundos, mientras Wulf aguantaba la respiración. No podía tener a Cassandra, ni a Erik, ni a Chris. ¿Quién quedaba?
La respuesta heló su sangre.
—¿Wulf?
Era el padre de Cassandra.
Ella sintió que el cuerpo de Wulf se relajaba más con cada suave lamida y cada succión que le daba.
Llegó al orgasmo con un feroz gruñido.
Una vez que estuvo completamente vacío y saciado, se quedó recostado en la cama, jadeando, con los ojos cerrados mientras ella se sentaba a horcajadas encima de él y se recostaba sobre su pecho. Los brazos de Wulf la encerraron mientras ella escuchaba su corazón latiendo fuertemente.
—Gracias –le dijo suavemente, acariciando su pelo.
—De nada. ¿Te sientes mejor?
—No.
—Bueno, lo intenté.
Él le rió en un tono agridulce.
—No eres tú, amor. Realmente no es tu culpa.
De repente, Erik despertó llorando. Wulf se ajustó el pantalón mientras Cassandra alzaba al bebé y lo consolaba.
Wulf vio que ella se levantaba la remera para amamantar a su bebé. Observó lleno de admiración la imagen, que tocó cada salvaje parte masculina de él. Estos eran su esposa y su hijo.
Se sentía primitivo cerca de ellos. Protector. Mataría a cualquiera que se atreviese a amenazarlos.
Se sentó en la cama y abrazó a Cassandra mientras ella alimentaba a su hijo.
—Esta mañana comenzamos a congelar mi leche de pecho –dijo Cassandra tranquilamente.
—¿Por qué?
—Para Erik. La Dra. Lakis dijo que sería probable que él necesite mi leche hasta los seis meses. Los Apolitas han desarrollado un modo de preservarla, ya que tantas de sus mujeres mueren antes de que sus hijos se hayan destetado.
—No lo hagas –susurró contra su sien, incapaz de soportar la idea de su muerte—. Yo… he estado pensando acerca de esto. Mucho.
—¿Y?
—Quiero que te conviertas en Daimon.
Cassandra se reclinó para mirarlo, conmocionada.
—¿Wulf? ¿Hablas en serio?
—Sí. Tiene sentido. De ese modo…
—No puedo hacer eso –dijo ella, interrumpiéndolo.
—Claro que puedes. Todo lo que tienes que hacer es…
—Matar a gente inocente. –Ella parecía horrorizada—. No puedo.
—Phoebe no mata a nadie.
—Pero ella se alimenta de alguien que sí lo hace, y ella tiene que chupar su sangre. Sin ánimos de ofender, ¡puaj! Sin mencionar el pequeño detalle de que ya no estoy equipada para chupar la sangre de nadie, y a la última persona que quiero morder es a Urian. Y ya que estamos con este tema, no olvidemos que tú y tus compañeros estarán detrás mío si alguna vez pongo un pie fuera de Elysia para cazar a alguien.
—No, no lo harán –dijo él, enfáticamente—. No se los permitiré. Puedo mantenerte a salvo, Cassandra. Lo juro. Puedes quedarte en el sótano conmigo. Nadie tiene que saberlo.
Los rasgos de Cassandra se suavizaron. Puso su suave y cálida mano sobre la mejilla de Wulf.
—Yo lo sabría, Wulf. Erik lo sabría. Chris…
—Por favor, Cassandra –le rogó, pensando en la Dra. Lakis y cómo se veía. Cómo había envejecido. El sufrimiento en su rostro—. No quiero que mueras. Especialmente no como…
—Yo tampoco –dijo, interrumpiéndolo—. Puedes creerme.
—Entonces lucha por mí. Lucha por Erik.
Ella dio un respingo.
—Eso no es para nada justo. No deseo morir más de lo que tú deseas que muera, pero lo que me estás pidiendo es imposible. Va contra todo lo que has combatido y contra todo lo que crees. Me odiarías.
—Jamás podría odiarte.
Ella sacudió la cabeza, incrédula.
—Las cortes de divorcio están llenas de maridos que pensaban eso cuando se casaron con sus esposas. ¿Cómo te sentirías de aquí a un año, luego de que haya tomado varias vidas inocentes?
Wulf no quería pensar en eso. Sólo quería pensar en ellos. Por una vez en la eternidad quería ser egoísta. Al diablo con el mundo. Durante mil doscientos años había defendido a los humanos.
Todo lo que pedía era un año de felicidad. ¿Era tanto, luego de todo lo que había hecho por la humanidad?
—¿Al menos lo pensarías, por mí? –le pidió tranquilamente, aunque sabía que ella tenía razón.
“Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo.” Las palabras de Talon lo perseguían.
—Está bien –susurró Cassandra, pero aunque dijo esas palabras, sabía lo que debía hacer.
Ambos saltaron cuando el teléfono sonó.
Pensando que era Ash, ya que no registraba la identidad de quien llamaba ni el número, Wulf lo extrajo de su cinto y atendió.
—Hola, Vikingo.
Su sangre se heló ante el sonido del grueso acento griego que recordaba demasiado bien.
—¿Stryker?
—Sí. Muy bien. Estoy orgulloso de ti.
—¿Cómo conseguiste mi número?
Si Urian los había traicionado, que dios lo ayudara, porque Wulf arrancaría su corazón de Daimon y se lo haría comer.
—Ah, esa es una interesante pregunta, ¿verdad? Te daré crédito. Me has llevado a una alegre persecución por toda la ciudad. Pero tengo mis fuentes. Afortunadamente, una de ellas vive justo aquí.
—¿Quién? –exigió Wulf.
Stryker se burló.
—La anticipación debe estar matándote, ¿no? ¿A quién tengo? ¿Qué quiero? ¿Mataré a esta persona que tengo conmigo? –Se detuvo para hacer un sonido de deleite—. Bueno, tendré piedad de ti. Creo que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo que estoy buscando.
—No te daré a Cassandra. No me importa a quién tengas.
—Oh, ya no quiero a Cassandra, Vikingo. Usa la cabeza. De cualquier modo ella estará muerta en algunas semanas. Lo que quiero es a tu hijo, y lo quiero ahora.
—¡Vete al demonio!
El Daimon se burló de él nuevamente.
—¿Esa es tu respuesta final? ¿Ni siquiera deseas saber de quién es el alma que voy a devorar?
No cuando la comparaba a su hijo o a Cassandra. Realmente no importaba. Nadie en el mundo era más importante para Wulf. Pero tenía que saberlo.
—¿A quién tienes?
El teléfono quedó en silencio varios segundos, mientras Wulf aguantaba la respiración. No podía tener a Cassandra, ni a Erik, ni a Chris. ¿Quién quedaba?
La respuesta heló su sangre.
—¿Wulf?
Era el padre de Cassandra.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 16
Wulf colgó, con los pensamientos revueltos. Miró a Cassandra, que había empalidecido.
—¿Qué dijo?
Una parte de él quería mentirle, pero no podía. Su relación estaba más allá de eso. Jamás le había ocultado nada. No iba a comenzar a hacerlo ahora. Ella tenía derecho a saber lo que estaba pasando.
—Stryker quiere cambiar a tu padre por Erik. Si nos negamos, tu padre muere.
Lo que no le dijo era que su padre probablemente moriría, de cualquier modo, dado lo que conocía de Stryker. Estaba casi garantizado.
Pero tal vez Urian podría mantener con vida a Jefferson Peters, ya que tenía un interés personal en la salud de ese hombre.
Cassandra se cubrió la boca con la mano. Sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de terror.
—¿Qué hacemos? No puedo permitir que mate a mi padre, y está malditamente claro que no puedo darle a mi bebé.
Wulf se puso de pie y mantuvo su voz calma para no alarmar más a Cassandra. Ella tenía que preocuparse por su salud y la de Erik. Él se ocuparía de lo demás.
—Sólo hay una cosa que sé hacer. Iré a matar a Stryker.
Ella se veía poco convencida.
—Hemos intentado eso, ¿recuerdas? No funcionó. Creo recordar que él y sus hombres hicieron muñequitos de papel contigo, los Were-Hunters, y Corbin.
—Lo sé, pero lo que tenemos los Vikingos es que sabemos cómo tomar ventaja de los ataques sorpresa, y desorientar a nuestros oponentes. Él no esperará que yo ataque.
—Claro que sí. No es estúpido y sabe con quién está tratando.
—¿Entonces qué quieres que haga? –le preguntó, frustrado—. ¿Quieres que le entregue a Erik y diga bon appétit?
—¡No!
—Entonces ofréceme otra solución.
Cassandra intentó desesperadamente pensar en algo. Pero él tenía razón. No había otro modo.
Tal vez si pudieran contactar a Urian, pero ya hacía varios días que se había ido y nadie, ni siquiera Phoebe, había visto un pelo de él.
—¿Cuándo y dónde se supone que te encuentres con él? –le preguntó.
—Esta noche en el Inferno.
—Pensaremos en algo para entonces.
Eso esperaba Wulf. La alternativa era completamente inaceptable para él.
—Iré a ayudar.
Tanto Wulf como Kat miraron a Chris como si hubiese perdido la cabeza.
—¿Qué se supone que hagamos contigo, Chris? –Preguntó Wulf—. ¿Arrojarte por encima de ellos?
Chris se erizó, ofendido.
—No soy un bebé, Wulf. Resulta que sé cómo pelear. Demonios, he estado entrenando contigo durante años.
—Sí, pero nunca te golpeé en realidad.
Chris pareció aún más ofendido.
Kat le palmeó el brazo.
—No te preocupes, Chris. El día en que Sony PlayStation ataque al mundo y amenace con destruirlo, te llamaremos.
Chris hizo un sonido de irritación.
—¿Para qué me molesto?
Wulf respiró hondo mientras ajustaba su espada.
—Tu trabajo es proteger a Cassandra y a Erik. Te necesito aquí, niño.
—Sí, sí. Siempre soy inútil.
Wulf tomó a Chris por la nuca y lo acercó a sí.
—Tú nunca eres inútil para mí. No quiero volver a escucharte decir eso. ¿Me entiendes?
—Está bien. —Chris cedió mientras intentaba soltarse del fuerte agarre de Wulf—. Supongo que mis habilidades para hacer bebés no están completamente difuntas con el nuevo heredero, ¿eh?
Wulf le revolvió el cabello, luego giró hacia Kat.
—¿Estás lista?
—Supongo. ¿Te das cuenta de que simplemente escaparán de mí?
—Bien. Mantenlos en movimiento. Si están ocupados preocupándose por no lastimarte, entonces no podrán concentrarse en cortarme en pedazos.
—Buen punto.
Mientras iba hacia la puerta, Cassandra lo detuvo. Lo atrajo contra sí y lo abrazó con fuerza.
—Vuelve a mí, Wulf.
—Tengo toda la intención de hacerlo. Si dios y Odín quieren.
Ella lo besó y luego lo dejó ir.
Wulf miró por última vez a su esposa y al bebé que dormía en el suelo, completamente inconsciente de lo que estaba sucediendo esta noche. Inconsciente de que si Stryker se salía con la suya, Erik moriría y el mundo también.
Cómo deseaba poder ser así de ignorante.
Pero no podía. Tenía un trabajo que hacer y demasiado que perder si fallaba.
En el fondo de su mente se repetía una idea… ¿cómo se había enterado Stryker acerca del padre de Cassandra?
¿Podía haberlos traicionado Urian? ¿Lo habría hecho?
Una parte suya quería creer que era una coincidencia. La otra no podía evitar preguntarse si Urian habría cambiado de opinión sobre ayudar a Stryker después de todo. El hombre era su padre…
Wulf y Kat abandonaron el apartamento y se encontraron con Phoebe en la entrada principal. Ella extrajo un collar y lo colocó alrededor del cuello de Wulf.
—Esto permitirá que la puerta de Elysia se abra cuando regreses. No pude ponerme en contacto con Urian y eso me preocupa. Sólo ruego que no se hayan enterado de la ayuda que nos otorga.
—Él está bien, Phoebe –la tranquilizó Kat—. Créeme, es un gran actor. No tenía idea de que no era un completo idiota. Estoy segura de que su padre tampoco lo sabe. —Phoebe parecía irritada por sus palabras—. Era una broma, Phoebe –dijo Kat—. Alíviate.
Phoebe sacudió la cabeza.
—¿Cómo puedes estar tan impasible cuando sabes lo que está en juego?
—Porque a diferencia de ustedes, sé que sobreviviré a esta noche, de un modo u otro. A menos que la tierra sea destruida o que me corten en pedazos, no corro peligro. Sólo temo por ustedes.
—Entonces asegúrate de mantenerte cerca mío –dijo Wulf, sólo bromeando a medias—. Necesito una armadura cubierta de teflón.
Kat lo empujó hacia la salida.
—Sí, sí. El gran defensor Vikingo escondiéndose detrás de mí. Creeré eso cuando lo vea.
Wulf encabezó el camino fuera de la ciudad, hacia la superficie. La camioneta en la que habían llegado había sido llevada a una cueva cercana que albergaba varios vehículos, guardados en caso de que una de sus personas se convirtiera en Daimon y necesitase una conexión con el mundo humano.
Era enfermo, pero esta vez Wulf estaba agradecido por su “preocupación” hacia los Daimons.
El deshielo de la primavera había comenzado, y el suelo no estaba tan congelado como antes.
Shanus le había entregado varias llaves para que escogiera el automóvil que pudiera sacarlos de allí más rápidamente. Wulf eligió un Mountaineer azul marino.
Kat entró primero. Él miró hacia atrás, por el camino en que habían llegado mientras sus pensamientos regresaban a su familia.
—Todo estará bien, Wulf.
—Sí –susurró él.
Sabía que así sería. Se iba a asegurar de eso, maldita sea.
Wulf subió a la camioneta y condujo de regreso a la ciudad. La primera parada sería su casa. O lo que quedaba de ella. Quería estar totalmente armado para este conflicto.
Viajaron al menos durante una hora antes de llegar a su propiedad. Wulf entró al camino que conducía a la casa y vaciló. Ya no había señales de batalla. Su garaje, sus ventanas, todo estaba intacto.
Incluso el portón de entrada estaba de pie.
—¿Stryker lo reparó? –le preguntó a Kat.
Ella se echó a reír.
—No es su estilo. Créeme. Jamás repara el daño que causa. No tengo idea de lo que sucedió aquí. ¿Quizás tu Consejo de Escuderos?
—No. Ellos ni siquiera estaban enterados de esto.
Wulf abrió la traba del portón y luego se aproximó lentamente a la casa, esperando lo peor.
Mientras se acercaba a la puerta principal, se detuvo repentinamente.
Allí, en las sombras al lado de su casa, vio movimiento.
La bruma que provenía del lago era espesa, remolineante. Apagó las luces para que su visión no fuese dañada por ellas, y buscó la espada retráctil debajo de su asiento.
Había tres hombres muy altos, vestidos de negro, caminando hacia ellos lentamente, arrogantemente, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Estaban unidos en poder y fuerza, y su ansia de luchar brotaba de cada uno de sus poros.
Todos ellos eran rubios.
—Quédate aquí –le advirtió a Kat mientras se bajaba de la camioneta, preparado para la lucha.
La niebla se arremolinó alrededor de los tres hombres a medida que se aproximaban.
Probablemente de no más de un metro noventa y dos, uno de ellos vestía pantalones, un suéter y un sobretodo de lana. Una parte del abrigo estaba apartada para mostrar una antigua vaina y espada de diseño Griego. El del medio era cinco centímetros más alto. Él también vestía pantalones de lana y un suéter, junto con una larga chaqueta de cuero negra.
El tercero tenía el cabello corto, apenas más oscuro que el de los otros dos. Vestido completamente en cuero negro, tenía dos trenzas que caían desde su sien izquierda.
Y en ese instante, Wulf lo recordó.
—¿Talon?
El motociclista sonrió ampliamente.
—Por el modo en que sostienes esa espada, me preguntaba si ibas a recordarme o no, Vikingo.
Wulf rió mientras su viejo amigo se acercaba. No se habían visto por más de un siglo. Estrechó felizmente la mano del Celta.
Wulf se volvió hacia el hombre el medio y también lo recordó, por el breve tiempo que había pasado en Nueva Orleáns más de cien años atrás, durante Mardi Gras.
—¿Kyrian? —preguntó.
El antiguo general Griego había cambiado un poco desde la última vez que lo había visto.
En ese entonces, el cabello de Kyrian estaba muy corto y usaba barba. Ahora le llegaba a los hombros y su rostro estaba perfectamente afeitado.
—Me agrada verte de nuevo –dijo Kyrian, tomando su mano—. Y este es mi amigo Julian de Macedonia.
Wulf colgó, con los pensamientos revueltos. Miró a Cassandra, que había empalidecido.
—¿Qué dijo?
Una parte de él quería mentirle, pero no podía. Su relación estaba más allá de eso. Jamás le había ocultado nada. No iba a comenzar a hacerlo ahora. Ella tenía derecho a saber lo que estaba pasando.
—Stryker quiere cambiar a tu padre por Erik. Si nos negamos, tu padre muere.
Lo que no le dijo era que su padre probablemente moriría, de cualquier modo, dado lo que conocía de Stryker. Estaba casi garantizado.
Pero tal vez Urian podría mantener con vida a Jefferson Peters, ya que tenía un interés personal en la salud de ese hombre.
Cassandra se cubrió la boca con la mano. Sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de terror.
—¿Qué hacemos? No puedo permitir que mate a mi padre, y está malditamente claro que no puedo darle a mi bebé.
Wulf se puso de pie y mantuvo su voz calma para no alarmar más a Cassandra. Ella tenía que preocuparse por su salud y la de Erik. Él se ocuparía de lo demás.
—Sólo hay una cosa que sé hacer. Iré a matar a Stryker.
Ella se veía poco convencida.
—Hemos intentado eso, ¿recuerdas? No funcionó. Creo recordar que él y sus hombres hicieron muñequitos de papel contigo, los Were-Hunters, y Corbin.
—Lo sé, pero lo que tenemos los Vikingos es que sabemos cómo tomar ventaja de los ataques sorpresa, y desorientar a nuestros oponentes. Él no esperará que yo ataque.
—Claro que sí. No es estúpido y sabe con quién está tratando.
—¿Entonces qué quieres que haga? –le preguntó, frustrado—. ¿Quieres que le entregue a Erik y diga bon appétit?
—¡No!
—Entonces ofréceme otra solución.
Cassandra intentó desesperadamente pensar en algo. Pero él tenía razón. No había otro modo.
Tal vez si pudieran contactar a Urian, pero ya hacía varios días que se había ido y nadie, ni siquiera Phoebe, había visto un pelo de él.
—¿Cuándo y dónde se supone que te encuentres con él? –le preguntó.
—Esta noche en el Inferno.
—Pensaremos en algo para entonces.
Eso esperaba Wulf. La alternativa era completamente inaceptable para él.
—Iré a ayudar.
Tanto Wulf como Kat miraron a Chris como si hubiese perdido la cabeza.
—¿Qué se supone que hagamos contigo, Chris? –Preguntó Wulf—. ¿Arrojarte por encima de ellos?
Chris se erizó, ofendido.
—No soy un bebé, Wulf. Resulta que sé cómo pelear. Demonios, he estado entrenando contigo durante años.
—Sí, pero nunca te golpeé en realidad.
Chris pareció aún más ofendido.
Kat le palmeó el brazo.
—No te preocupes, Chris. El día en que Sony PlayStation ataque al mundo y amenace con destruirlo, te llamaremos.
Chris hizo un sonido de irritación.
—¿Para qué me molesto?
Wulf respiró hondo mientras ajustaba su espada.
—Tu trabajo es proteger a Cassandra y a Erik. Te necesito aquí, niño.
—Sí, sí. Siempre soy inútil.
Wulf tomó a Chris por la nuca y lo acercó a sí.
—Tú nunca eres inútil para mí. No quiero volver a escucharte decir eso. ¿Me entiendes?
—Está bien. —Chris cedió mientras intentaba soltarse del fuerte agarre de Wulf—. Supongo que mis habilidades para hacer bebés no están completamente difuntas con el nuevo heredero, ¿eh?
Wulf le revolvió el cabello, luego giró hacia Kat.
—¿Estás lista?
—Supongo. ¿Te das cuenta de que simplemente escaparán de mí?
—Bien. Mantenlos en movimiento. Si están ocupados preocupándose por no lastimarte, entonces no podrán concentrarse en cortarme en pedazos.
—Buen punto.
Mientras iba hacia la puerta, Cassandra lo detuvo. Lo atrajo contra sí y lo abrazó con fuerza.
—Vuelve a mí, Wulf.
—Tengo toda la intención de hacerlo. Si dios y Odín quieren.
Ella lo besó y luego lo dejó ir.
Wulf miró por última vez a su esposa y al bebé que dormía en el suelo, completamente inconsciente de lo que estaba sucediendo esta noche. Inconsciente de que si Stryker se salía con la suya, Erik moriría y el mundo también.
Cómo deseaba poder ser así de ignorante.
Pero no podía. Tenía un trabajo que hacer y demasiado que perder si fallaba.
En el fondo de su mente se repetía una idea… ¿cómo se había enterado Stryker acerca del padre de Cassandra?
¿Podía haberlos traicionado Urian? ¿Lo habría hecho?
Una parte suya quería creer que era una coincidencia. La otra no podía evitar preguntarse si Urian habría cambiado de opinión sobre ayudar a Stryker después de todo. El hombre era su padre…
Wulf y Kat abandonaron el apartamento y se encontraron con Phoebe en la entrada principal. Ella extrajo un collar y lo colocó alrededor del cuello de Wulf.
—Esto permitirá que la puerta de Elysia se abra cuando regreses. No pude ponerme en contacto con Urian y eso me preocupa. Sólo ruego que no se hayan enterado de la ayuda que nos otorga.
—Él está bien, Phoebe –la tranquilizó Kat—. Créeme, es un gran actor. No tenía idea de que no era un completo idiota. Estoy segura de que su padre tampoco lo sabe. —Phoebe parecía irritada por sus palabras—. Era una broma, Phoebe –dijo Kat—. Alíviate.
Phoebe sacudió la cabeza.
—¿Cómo puedes estar tan impasible cuando sabes lo que está en juego?
—Porque a diferencia de ustedes, sé que sobreviviré a esta noche, de un modo u otro. A menos que la tierra sea destruida o que me corten en pedazos, no corro peligro. Sólo temo por ustedes.
—Entonces asegúrate de mantenerte cerca mío –dijo Wulf, sólo bromeando a medias—. Necesito una armadura cubierta de teflón.
Kat lo empujó hacia la salida.
—Sí, sí. El gran defensor Vikingo escondiéndose detrás de mí. Creeré eso cuando lo vea.
Wulf encabezó el camino fuera de la ciudad, hacia la superficie. La camioneta en la que habían llegado había sido llevada a una cueva cercana que albergaba varios vehículos, guardados en caso de que una de sus personas se convirtiera en Daimon y necesitase una conexión con el mundo humano.
Era enfermo, pero esta vez Wulf estaba agradecido por su “preocupación” hacia los Daimons.
El deshielo de la primavera había comenzado, y el suelo no estaba tan congelado como antes.
Shanus le había entregado varias llaves para que escogiera el automóvil que pudiera sacarlos de allí más rápidamente. Wulf eligió un Mountaineer azul marino.
Kat entró primero. Él miró hacia atrás, por el camino en que habían llegado mientras sus pensamientos regresaban a su familia.
—Todo estará bien, Wulf.
—Sí –susurró él.
Sabía que así sería. Se iba a asegurar de eso, maldita sea.
Wulf subió a la camioneta y condujo de regreso a la ciudad. La primera parada sería su casa. O lo que quedaba de ella. Quería estar totalmente armado para este conflicto.
Viajaron al menos durante una hora antes de llegar a su propiedad. Wulf entró al camino que conducía a la casa y vaciló. Ya no había señales de batalla. Su garaje, sus ventanas, todo estaba intacto.
Incluso el portón de entrada estaba de pie.
—¿Stryker lo reparó? –le preguntó a Kat.
Ella se echó a reír.
—No es su estilo. Créeme. Jamás repara el daño que causa. No tengo idea de lo que sucedió aquí. ¿Quizás tu Consejo de Escuderos?
—No. Ellos ni siquiera estaban enterados de esto.
Wulf abrió la traba del portón y luego se aproximó lentamente a la casa, esperando lo peor.
Mientras se acercaba a la puerta principal, se detuvo repentinamente.
Allí, en las sombras al lado de su casa, vio movimiento.
La bruma que provenía del lago era espesa, remolineante. Apagó las luces para que su visión no fuese dañada por ellas, y buscó la espada retráctil debajo de su asiento.
Había tres hombres muy altos, vestidos de negro, caminando hacia ellos lentamente, arrogantemente, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Estaban unidos en poder y fuerza, y su ansia de luchar brotaba de cada uno de sus poros.
Todos ellos eran rubios.
—Quédate aquí –le advirtió a Kat mientras se bajaba de la camioneta, preparado para la lucha.
La niebla se arremolinó alrededor de los tres hombres a medida que se aproximaban.
Probablemente de no más de un metro noventa y dos, uno de ellos vestía pantalones, un suéter y un sobretodo de lana. Una parte del abrigo estaba apartada para mostrar una antigua vaina y espada de diseño Griego. El del medio era cinco centímetros más alto. Él también vestía pantalones de lana y un suéter, junto con una larga chaqueta de cuero negra.
El tercero tenía el cabello corto, apenas más oscuro que el de los otros dos. Vestido completamente en cuero negro, tenía dos trenzas que caían desde su sien izquierda.
Y en ese instante, Wulf lo recordó.
—¿Talon?
El motociclista sonrió ampliamente.
—Por el modo en que sostienes esa espada, me preguntaba si ibas a recordarme o no, Vikingo.
Wulf rió mientras su viejo amigo se acercaba. No se habían visto por más de un siglo. Estrechó felizmente la mano del Celta.
Wulf se volvió hacia el hombre el medio y también lo recordó, por el breve tiempo que había pasado en Nueva Orleáns más de cien años atrás, durante Mardi Gras.
—¿Kyrian? —preguntó.
El antiguo general Griego había cambiado un poco desde la última vez que lo había visto.
En ese entonces, el cabello de Kyrian estaba muy corto y usaba barba. Ahora le llegaba a los hombros y su rostro estaba perfectamente afeitado.
—Me agrada verte de nuevo –dijo Kyrian, tomando su mano—. Y este es mi amigo Julian de Macedonia.
Barachiel- Cinefilo
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Wulf conocía al hombre sólo por su reputación. Julian era quien había enseñado a Kyrian todo lo que sabía sobre pelear y la batalla.
—Es un placer conocerte. Ahora, ¿qué diablos están haciendo ustedes tres aquí?
—Son tu refuerzo.
Wulf giró para ver a Acheron Parthenopaeus uniéndose al grupo. No supo qué lo sorprendió más, su presencia o ver al niño que Ash llevaba en un porta-bebés, contra su pecho.
Wulf estaba horrorizado.
—¿Kyrian? ¿Esa es tu bebé?
—Diablos, no –dijo Kyrian—. De ningún modo metería a Marissa en esto. Amanda me castraría y luego me mataría si siquiera lo considerara. –Señaló a Acheron con la cabeza—. Ese es el bebé de Ash.
Wulf enarcó una ceja.
—Lucy –dijo en un burlón acento a lo Ricky Ricardo—, tienes algo que explicar.
Ash gruñó.
—Stryker no es estúpido. Tu idea de llevar a un bebé de plástico, aunque es admirable, jamás funcionaría. Stryker olería el plástico en un instante. –Giró el porta bebé para que enfrentara a Wulf y así él pudiese ver al diminuto bebé de cabello negro que contenía—. Así que te doy a un bebé real.
—¿Y qué sucede si se lastima?
El bebé estornudó.
Wulf se sobresaltó al ver el fuego que salió despedido de las fosas nasales y que casi le chamuscó la pierna.
—Discúlpame –dijo el bebé con una vocecita cantarina—. Casi hice barbacoa de Cazador Oscuro, lo que sería realmente triste porque no traigo salsa de barbacoa conmigo. –El bebé echó la cabeza hacia atrás para mirar a Ash—. Sabes que el Cazador Oscuro frito no queda bien sin aderezo. Lo que necesitas…
—Sim –dijo Ash en un tono de advertencia en voz baja, interrumpiendo al bebé.
El bebé lo miró.
—Oh, lo olvidé, akri. Perdón. Gu, ga, gu.
Wulf se frotó la frente.
—¿Qué es eso?
—Ya te lo dijo, Simi es su bebé… demonio.
Los cinco se dieron vuelta ante la profunda y siniestra voz que tenía un pesado acento Griego. Otro hombre salió de las sombras. Era casi tan alto como Acheron, de cabello negro y vibrantes ojos azules.
Ash arqueó una ceja.
—Viniste, después de todo, Z. Me alegra que te hayas unido al equipo.
Zarek bufó.
—¿Qué demonios? No tenía nada mejor que hacer. Pensé que bien podría patear algunos traseros y tomar nombres. Y no es que en realidad me importen un comino sus nombres. Sólo lo hago por la sed de sangre.
—Así que tú eres Zarek –dijo Wulf, observando al ex—Cazador Oscuro de mala fama que una vez había sido exiliado a Fairbanks, Alaska.
Su desagradable actitud no sólo brotaba de cada uno de sus poros, sino que era evidente por el labio que mantenía perpetuamente fruncido. Billy Idol y Elvis no era competencia para él.
—Sí –dijo Zarek, mofándose aún más—. Y estoy helándome, así que ¿podemos apresurar esta pequeña reunión así puedo matar a algunos imbéciles y regresar a la playa a la que pertenezco?
—Si odias tanto estar aquí –preguntó Talon—, ¿por qué acordaste venir?
En un sutil gesto de hacer enojar a Talon, Zarek se rascó la ceja con su dedo mayor, que estaba cubierto por una larga y afilada garra metálica.
—Astrid quiere que haga amigos. No sé porqué. Alguna cosa extraña de las mujeres. Está intentando hacerme más sociable. –Ash, extrañamente, rió al escucharlo. Zarek miró a Acheron de un modo igualmente divertido y cómplice—. No quiero que me digas nada, O Gran Ash. Tú eres quien me metió en esto en primer lugar. –Entonces Zarek hizo lo más sorprendente que se podía imaginar; se inclinó y le hizo cosquillas en el mentón a la bebé—. ¿Cómo estás, pequeña Simi?
La bebé saltó felizmente.
—Bien. ¿Tienes más frijoles congelados para mí? Extraño estar en Alaska contigo. Fue divertido.
—No hay tiempo para la comida, Sim –respondió Ash.
La bebé lo abucheó.
—¿Puedo comer a los Daimons, entonces?
—Si puedes atraparlos –prometió Ash, haciendo que Wulf se preguntara qué sabía el hombre acerca de los Daimons, que no estaba compartiendo.
—¿Qué significa eso? –preguntó Zarek por él—. ¿Estás siendo impreciso nuevamente?
Ash lo miró pícaramente.
—Siempre.
Zarek dejó escapar un sonido irritado.
—Personalmente, pienso que deberíamos unirnos y destrozarte a golpes hasta que confieses todo.
Kyrian se rascó el mentón pensativamente.
—Sabes…
—Ni siquiera lo intenten –dijo Acheron irritablemente. Se volvió hacia Wulf—. Ve a buscar tus armas. Tienes una cita que cumplir.
Wulf se detuvo junto a Ash.
—Gracias por venir.
Ash inclinó la cabeza y se apartó mientras abrazaba al bebé demonio contra su pecho.
Wulf regresó al auto para buscar a Kat, pero ella no estaba por ninguna parte.
—¿Kat? –la llamó—. ¿Kat?
—¿Qué sucede? –preguntó Talon mientras él y los demás se unían a Wulf junto al auto.
—¿Vieron a la mujer con la que estaba?
Ellos negaron con la cabeza.
—¿Qué mujer? –preguntó Talon.
Wulf frunció el ceño.
—Mide un metro noventa y cinco y es rubia. No puede haber simplemente desap… —se detuvo mientras lo pensaba de nuevo—. No importa, ella es una de las pocas personas que podría haberse esfumado.
—¿Es tu esposa? –preguntó Kyrian.
—No, es una de las doncellas de Artemisa, que ha estado ayudándonos.
Ash frunció el ceño.
—Artemisa no tiene a ninguna kori más alta que ella. Créeme. No permite que ninguna mujer la mire desde arriba. Literalmente.
Wulf lo observó mientras una sensación de temor lo atravesaba.
—Espero que estés equivocado. Porque si no lo estás, entonces Kat estuvo trabajando con Stryker todo este tiempo, y es muy probable que haya ido a contarle acerca de nuestra fiesta sorpresa.
Ash inclinó la cabeza levemente, como si estuviera escuchando algo.
—Ni siquiera la siento. Es como si no existiera.
—¿Entonces qué piensas? –preguntó Kyrian.
Ash levantó a su bebé cuando ella comenzó a patearlo en la entrepierna, y la puso sobre su cadera. La bebé jugó con su trenza y luego comenzó a masticarla.
Wulf frunció el ceño. Si no lo supiera, hubiese jurado que la bebé tenía colmillos.
—No sé qué pensar –dijo Ash, apartando su cabello de la bebé—. Kat posee la descripción de una Apolita o de una Daimon.
—Pero camina bajo la luz del sol –agregó Wulf.
Zarek maldijo.
—No me digas que hay otra Cazadora Diurna suelta.
—No –dijo Acheron firmemente—. Sé a ciencia cierta que Artemisa no ha creado una. No se atrevería. Al menos no por el momento.
—¿Qué es una Cazadora Diurna? –preguntó Talon.
—Ni siquiera quieres saberlo –respondió Julian.
—Sí –convino Zarek—. Lo que él dijo, cien veces más.
—Muy bien, entonces –dijo Wulf, encaminándose hacia su casa—. Dejen que tome mis cosas y podremos ponernos en marcha.
Mientras se alejaba, vio que Talon se corría para quedar junto a Ash.
—Esta es la parte en la que normalmente dices que si todos hacen lo que se supone que hagan, todo resultará como debería. ¿Verdad?
El rostro de Acheron era impasible.
—Normalmente, sí.
—¿Pero?
—Estamos tratando con algo más grande que los Destinos esta noche. Sinceramente, todo lo que puedo decir es que será una terrible pelea.
Wulf rió al escucharlo, mientras salía del alcance de audición. Eso estaba bien para él. Pelear era la única cosa en la que él y su gente sobresalían.
Llegaron al Inferno justo antes de medianoche. Por extraño que pareciese, el bar estaba completamente vacío de clientes.
Dante los encontró en la puerta, vestido de cuero negro. No llevaba puestos sus dientes de vampiro, y se veía extremadamente enojado.
—Ash –dijo, saludando al Atlante—. Ha pasado mucho tiempo desde que oscureciste mi puerta.
—Dante. —Ash estrechó su mano.
Dante miró al bebé con una ceja fruncida.
—¿Simi? –La bebé sonrió. Dante silbó bajo y dio un paso atrás—. Demonios, Ash, desearía que me advirtieras cuando planeas traer a tu demonio aquí. ¿Debo avisarles a los chicos que la máquina de comer ha venido de visitas?
—No –dijo Ash, acunando ligeramente a la bebé—. Sólo está aquí para mascar Daimons.
—¿Dónde están todos? –preguntó Wulf.
Dante observó la pared a su derecha.
—Me enteré de lo que sucedería esta noche, así que cerramos el lugar.
Wulf siguió su línea de visión y vio la piel de una pantera fijada allí. Reconoció el cuero por las rayas rojas que tenía.
—¿Tu hermano?
Con la furia oscureciendo sus ojos, Dante se encogió de hombros.
—El bastardo estaba colaborando con los Daimons. Dándoles información sobre ustedes y nosotros.
—Hombre –susurró Talon—. Es frío matar a tu propia sangre.
Dante giró hacia él con un salvaje resoplido que traicionó el hecho de que Dante no era humano.
—Mi hermano me traicionó, y también a nuestra gente. Si fuese tan frío como me gustaría, su piel estaría sobre el piso para que todos pudiesen caminar sobre él. Desgraciadamente, mis otros hermanos estaban un poco perturbados por eso, así que llegamos al arreglo de la pared.
—Entendido –dijo Ash—. ¿Dónde está el resto de la pandilla?
—Atrás. Vamos a mantenernos fuera de esto. No nos gusta matar a los nuestros.
Zarek se mofó.
—A menos que sea tu hermano.
Dante se acercó a Zarek, y los dos intercambiaron gestos de desprecio.
—La ley de la selva. El traicionado tiene derecho a comer al traidor.
Zarek lo miró divertidamente.
—La ley de mi selva: Mátalos y deja que Hades los separe.
Dante se rió.
—Es un placer conocerte. Ahora, ¿qué diablos están haciendo ustedes tres aquí?
—Son tu refuerzo.
Wulf giró para ver a Acheron Parthenopaeus uniéndose al grupo. No supo qué lo sorprendió más, su presencia o ver al niño que Ash llevaba en un porta-bebés, contra su pecho.
Wulf estaba horrorizado.
—¿Kyrian? ¿Esa es tu bebé?
—Diablos, no –dijo Kyrian—. De ningún modo metería a Marissa en esto. Amanda me castraría y luego me mataría si siquiera lo considerara. –Señaló a Acheron con la cabeza—. Ese es el bebé de Ash.
Wulf enarcó una ceja.
—Lucy –dijo en un burlón acento a lo Ricky Ricardo—, tienes algo que explicar.
Ash gruñó.
—Stryker no es estúpido. Tu idea de llevar a un bebé de plástico, aunque es admirable, jamás funcionaría. Stryker olería el plástico en un instante. –Giró el porta bebé para que enfrentara a Wulf y así él pudiese ver al diminuto bebé de cabello negro que contenía—. Así que te doy a un bebé real.
—¿Y qué sucede si se lastima?
El bebé estornudó.
Wulf se sobresaltó al ver el fuego que salió despedido de las fosas nasales y que casi le chamuscó la pierna.
—Discúlpame –dijo el bebé con una vocecita cantarina—. Casi hice barbacoa de Cazador Oscuro, lo que sería realmente triste porque no traigo salsa de barbacoa conmigo. –El bebé echó la cabeza hacia atrás para mirar a Ash—. Sabes que el Cazador Oscuro frito no queda bien sin aderezo. Lo que necesitas…
—Sim –dijo Ash en un tono de advertencia en voz baja, interrumpiendo al bebé.
El bebé lo miró.
—Oh, lo olvidé, akri. Perdón. Gu, ga, gu.
Wulf se frotó la frente.
—¿Qué es eso?
—Ya te lo dijo, Simi es su bebé… demonio.
Los cinco se dieron vuelta ante la profunda y siniestra voz que tenía un pesado acento Griego. Otro hombre salió de las sombras. Era casi tan alto como Acheron, de cabello negro y vibrantes ojos azules.
Ash arqueó una ceja.
—Viniste, después de todo, Z. Me alegra que te hayas unido al equipo.
Zarek bufó.
—¿Qué demonios? No tenía nada mejor que hacer. Pensé que bien podría patear algunos traseros y tomar nombres. Y no es que en realidad me importen un comino sus nombres. Sólo lo hago por la sed de sangre.
—Así que tú eres Zarek –dijo Wulf, observando al ex—Cazador Oscuro de mala fama que una vez había sido exiliado a Fairbanks, Alaska.
Su desagradable actitud no sólo brotaba de cada uno de sus poros, sino que era evidente por el labio que mantenía perpetuamente fruncido. Billy Idol y Elvis no era competencia para él.
—Sí –dijo Zarek, mofándose aún más—. Y estoy helándome, así que ¿podemos apresurar esta pequeña reunión así puedo matar a algunos imbéciles y regresar a la playa a la que pertenezco?
—Si odias tanto estar aquí –preguntó Talon—, ¿por qué acordaste venir?
En un sutil gesto de hacer enojar a Talon, Zarek se rascó la ceja con su dedo mayor, que estaba cubierto por una larga y afilada garra metálica.
—Astrid quiere que haga amigos. No sé porqué. Alguna cosa extraña de las mujeres. Está intentando hacerme más sociable. –Ash, extrañamente, rió al escucharlo. Zarek miró a Acheron de un modo igualmente divertido y cómplice—. No quiero que me digas nada, O Gran Ash. Tú eres quien me metió en esto en primer lugar. –Entonces Zarek hizo lo más sorprendente que se podía imaginar; se inclinó y le hizo cosquillas en el mentón a la bebé—. ¿Cómo estás, pequeña Simi?
La bebé saltó felizmente.
—Bien. ¿Tienes más frijoles congelados para mí? Extraño estar en Alaska contigo. Fue divertido.
—No hay tiempo para la comida, Sim –respondió Ash.
La bebé lo abucheó.
—¿Puedo comer a los Daimons, entonces?
—Si puedes atraparlos –prometió Ash, haciendo que Wulf se preguntara qué sabía el hombre acerca de los Daimons, que no estaba compartiendo.
—¿Qué significa eso? –preguntó Zarek por él—. ¿Estás siendo impreciso nuevamente?
Ash lo miró pícaramente.
—Siempre.
Zarek dejó escapar un sonido irritado.
—Personalmente, pienso que deberíamos unirnos y destrozarte a golpes hasta que confieses todo.
Kyrian se rascó el mentón pensativamente.
—Sabes…
—Ni siquiera lo intenten –dijo Acheron irritablemente. Se volvió hacia Wulf—. Ve a buscar tus armas. Tienes una cita que cumplir.
Wulf se detuvo junto a Ash.
—Gracias por venir.
Ash inclinó la cabeza y se apartó mientras abrazaba al bebé demonio contra su pecho.
Wulf regresó al auto para buscar a Kat, pero ella no estaba por ninguna parte.
—¿Kat? –la llamó—. ¿Kat?
—¿Qué sucede? –preguntó Talon mientras él y los demás se unían a Wulf junto al auto.
—¿Vieron a la mujer con la que estaba?
Ellos negaron con la cabeza.
—¿Qué mujer? –preguntó Talon.
Wulf frunció el ceño.
—Mide un metro noventa y cinco y es rubia. No puede haber simplemente desap… —se detuvo mientras lo pensaba de nuevo—. No importa, ella es una de las pocas personas que podría haberse esfumado.
—¿Es tu esposa? –preguntó Kyrian.
—No, es una de las doncellas de Artemisa, que ha estado ayudándonos.
Ash frunció el ceño.
—Artemisa no tiene a ninguna kori más alta que ella. Créeme. No permite que ninguna mujer la mire desde arriba. Literalmente.
Wulf lo observó mientras una sensación de temor lo atravesaba.
—Espero que estés equivocado. Porque si no lo estás, entonces Kat estuvo trabajando con Stryker todo este tiempo, y es muy probable que haya ido a contarle acerca de nuestra fiesta sorpresa.
Ash inclinó la cabeza levemente, como si estuviera escuchando algo.
—Ni siquiera la siento. Es como si no existiera.
—¿Entonces qué piensas? –preguntó Kyrian.
Ash levantó a su bebé cuando ella comenzó a patearlo en la entrepierna, y la puso sobre su cadera. La bebé jugó con su trenza y luego comenzó a masticarla.
Wulf frunció el ceño. Si no lo supiera, hubiese jurado que la bebé tenía colmillos.
—No sé qué pensar –dijo Ash, apartando su cabello de la bebé—. Kat posee la descripción de una Apolita o de una Daimon.
—Pero camina bajo la luz del sol –agregó Wulf.
Zarek maldijo.
—No me digas que hay otra Cazadora Diurna suelta.
—No –dijo Acheron firmemente—. Sé a ciencia cierta que Artemisa no ha creado una. No se atrevería. Al menos no por el momento.
—¿Qué es una Cazadora Diurna? –preguntó Talon.
—Ni siquiera quieres saberlo –respondió Julian.
—Sí –convino Zarek—. Lo que él dijo, cien veces más.
—Muy bien, entonces –dijo Wulf, encaminándose hacia su casa—. Dejen que tome mis cosas y podremos ponernos en marcha.
Mientras se alejaba, vio que Talon se corría para quedar junto a Ash.
—Esta es la parte en la que normalmente dices que si todos hacen lo que se supone que hagan, todo resultará como debería. ¿Verdad?
El rostro de Acheron era impasible.
—Normalmente, sí.
—¿Pero?
—Estamos tratando con algo más grande que los Destinos esta noche. Sinceramente, todo lo que puedo decir es que será una terrible pelea.
Wulf rió al escucharlo, mientras salía del alcance de audición. Eso estaba bien para él. Pelear era la única cosa en la que él y su gente sobresalían.
Llegaron al Inferno justo antes de medianoche. Por extraño que pareciese, el bar estaba completamente vacío de clientes.
Dante los encontró en la puerta, vestido de cuero negro. No llevaba puestos sus dientes de vampiro, y se veía extremadamente enojado.
—Ash –dijo, saludando al Atlante—. Ha pasado mucho tiempo desde que oscureciste mi puerta.
—Dante. —Ash estrechó su mano.
Dante miró al bebé con una ceja fruncida.
—¿Simi? –La bebé sonrió. Dante silbó bajo y dio un paso atrás—. Demonios, Ash, desearía que me advirtieras cuando planeas traer a tu demonio aquí. ¿Debo avisarles a los chicos que la máquina de comer ha venido de visitas?
—No –dijo Ash, acunando ligeramente a la bebé—. Sólo está aquí para mascar Daimons.
—¿Dónde están todos? –preguntó Wulf.
Dante observó la pared a su derecha.
—Me enteré de lo que sucedería esta noche, así que cerramos el lugar.
Wulf siguió su línea de visión y vio la piel de una pantera fijada allí. Reconoció el cuero por las rayas rojas que tenía.
—¿Tu hermano?
Con la furia oscureciendo sus ojos, Dante se encogió de hombros.
—El bastardo estaba colaborando con los Daimons. Dándoles información sobre ustedes y nosotros.
—Hombre –susurró Talon—. Es frío matar a tu propia sangre.
Dante giró hacia él con un salvaje resoplido que traicionó el hecho de que Dante no era humano.
—Mi hermano me traicionó, y también a nuestra gente. Si fuese tan frío como me gustaría, su piel estaría sobre el piso para que todos pudiesen caminar sobre él. Desgraciadamente, mis otros hermanos estaban un poco perturbados por eso, así que llegamos al arreglo de la pared.
—Entendido –dijo Ash—. ¿Dónde está el resto de la pandilla?
—Atrás. Vamos a mantenernos fuera de esto. No nos gusta matar a los nuestros.
Zarek se mofó.
—A menos que sea tu hermano.
Dante se acercó a Zarek, y los dos intercambiaron gestos de desprecio.
—La ley de la selva. El traicionado tiene derecho a comer al traidor.
Zarek lo miró divertidamente.
—La ley de mi selva: Mátalos y deja que Hades los separe.
Dante se rió.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—Me agrada éste, Ash. Él nos comprende.
—Dios, Z –dijo Ash en broma—. Creo que puedes haber encontrado a un amigo después de todo. Eso debería hacer feliz a Astrid. —Zarek le hizo una seña. Ash lo ignoró—. Bien, chicos, llegó la hora de jugar.
Dante fue a custodiar la puerta de entrada mientras Ash quitaba a su bebé del carrito y se la entregaba a Wulf, que estaba un poco dudoso de tocar a la pequeña niña demonio.
Ella lo miró especulativamente, y luego sonrió.
—Simi no te morderá si no la dejas caer.
—Entonces intentaré no dejarte caer.
Ella le mostró sus colmillos, luego se ubicó en sus brazos, y era la imagen perfecta de un bebé relajado.
—¿Deberíamos escondernos? –Preguntó Julian—. ¿Tomarlos por sorpresa?
—No podemos –dijo Ash—. Stryker no es un Daimon normal.
—¿Más como Desiderius? –preguntó Kyrian.
—Peor. De hecho, mi mejor consejo a todos ustedes… —Ash dirigió una mirada de advertencia a Zarek—… es que dejen que yo me encargue de Stryker. Soy el único al que no puede matar.
—¿Y por qué es eso, Acheron? –Preguntó Zarek—. Oh, espera, me sé ésta. Hará 210º en Fairbanks en pleno enero antes de que respondas a eso.
Ash cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Entonces para qué preguntas?
—Sólo para molestarte. —Zarek caminó—. De cualquier modo, ¿cuándo se supone que lleguen? —El aire sobre la pista de baile brilló y siseó. El rostro de Zarek se transformó en una amplia sonrisa—. Oh, bien. Que comience el baño de sangre.
Kyrian extrajo su espada y extendió el cuchillo mientras Talon sacaba su srad circular. Julian desenvainó su espada Griega.
Zarek y Ash no se movieron para tomar sus armas.
Tampoco Wulf. Su meta era proteger a Simi, Erik, y Cassandra.
El bolt-hole destelló un segundo antes de que Stryker saliera a través del mismo. Una legión completa de Daimons salió junto a él, incluyendo a Urian.
El rostro de Urian era completamente estoico al encontrarse con la mirada de Wulf. Era difícil creer que este era el hombre que lo había casado con Cassandra. No había nada en su rostro ni en sus ojos que indicara que lo conocía. Kat tenía razón, el hombre era un tremendo actor.
—Qué agradable –dijo Stryker con una risa malévola—. Trajiste la cena para mis hombres. Si tan sólo todos fuesen tan considerados.
Varios de los Daimons rieron.
Zarek también.
—Sabes, casi me agrada este tipo, Acheron. Es una lástima que tengamos que matarlo.
Stryker miró de reojo a Zarek antes de que su mirada fuera hacia Acheron. Los dos se miraron fijamente sin una palabra ni emoción.
Pero Wulf vio la momentánea confusión en el rostro de Urian en cuanto vio a Acheron.
—¿Padre?
—Todo está bien, Urian. Sé todo sobre el Atlante. ¿No es verdad, Acheron?
—No. Sólo crees que lo sabes, Strykerius. Yo, por otro lado, conozco cada defecto tuyo, incluso el que te permite confiar en la Destructora mientras ella juega contigo.
—Mientes.
—Tal vez. Pero tal vez no.
Oh, sí, nadie podía jugar el juego de la vaguedad mejor que Acheron. Era un maestro en no decir nada y hacer que la gente dudase hasta del aire que respiraba.
Finalmente, Stryker se volvió hacia Wulf. Su mirada descendió hasta el bebé que Wulf sostenía. Inclinó la cabeza y sonrió.
—Qué dulce. Te tomaste tantas molestias, ¿cierto? Todos ustedes. Debería sentirme halagado.
Una mala sensación atravesó a Wulf. Algo no estaba bien.
¿El Daimon sabía que Simi no era suya?
Stryker fue a pararse junto a Urian. Pasó un brazo sobre los hombros de su hijo y lo besó en la mejilla.
Urian frunció el ceño ante ese gesto, y se puso rígido.
—Los hijos son la razón por la que vivimos, ¿verdad? –Preguntó Stryker—. Nos traen alegría. A veces nos traen dolor. —Urian frunció el ceño aún más mientras su padre jugaba con los lazos de cuero que mantenían el rubio cabello de Urian en una trenza—. Por supuesto, jamás comprenderás el dolor al que me refiero, Wulf. Tu hijo no vivirá lo suficiente como para traicionarte.
Antes de que alguien pudiera moverse, Stryker cortó la garganta de Urian con su mano, que ya no era humana. Tenía la forma de la garra de un dragón.
Empujó a Urian lejos suyo. Urian cayó al suelo jadeando, sosteniendo las manos contra el cuello para contener el flujo de sangre mientras su padre enfrentaba a los Cazadores Oscuros.
—¿Realmente no pensaron que era lo suficientemente estúpido como para caer con este truco, verdad? –Su mirada sostuvo la de Wulf, y cuando habló, no era la voz de Stryker la que se escuchaba… era la voz del padre de Cassandra—. Sabía que jamás me traerías al bebé. Sólo necesitaba sacar a los guardianes de Elysia por un rato.
Wulf maldijo ante sus palabras, y se movió para atacar.
Stryker desapareció en una nube de humo negra mientras los Daimons atacaban.
—¡Ak'ritah tah! –gritó Acheron.
El portal se abrió.
Uno de los Daimons rió.
—No tenemos que atravesar…
Antes de que pudiera terminar la oración, el Daimon fue violentamente succionado por la abertura.
Los demás lo siguieron rápidamente.
Ash corrió a través del lugar hacia donde Urian estaba recostado en un charco de sangre.
—Sh –susurró Ash, cubriendo las manos de Urian con las suyas. Los ojos de Urian estaban llenos de lágrimas mientras miraba a Acheron—. Respira despacio y con calma –dijo Acheron, su tono de voz era tranquilizante y profundo.
Wulf y los demás observaron en un asombrado silencio cómo Ash curaba al Daimon.
—¿Por qué? –preguntó Urian.
—Lo explicaré más tarde. —Acheron se paró y levantó el borde de su remera hasta que su delgado y bien definido estómago estuvo a la vista—. Simi, regresa a mí.
La bebé salió inmediatamente disparada de las manos de Wulf. Se convirtió en un diminuto dragón, y se recostó sobre la piel de Acheron hasta convertirse en un tatuaje sobre sus costillas izquierdas.
—Siempre me pregunté cómo se movía tu tatuaje –dijo Kyrian.
Ash no habló. En lugar de eso, levantó las manos.
Un segundo estaban en el Inferno; al siguiente, estaban en medio de Elysia.
Se había desatado algo peor que el infierno desde que Wulf y Kat se habían ido, más temprano. Gritos interminables rasgaban el aire. Había cuerpos de hombres, mujeres y niños Apolita esparcidos por todas partes. Aparentemente, ellos no se desintegraban como los Daimons a menos que muriesen en sus cumpleaños.
El pavor y el miedo desgarraron a Wulf.
—¡Phoebe! –gritó Urian, corriendo hacia su apartamento.
Wulf no se molestó en llamar. Nadie podía escuchar sobre los gritos. Así que corrió lo más rápido que podía hacia su esposa y su hijo.
Varios Daimons intentaron detenerlo. Con la mirada nublada por la furia, Wulf los atravesaba a cortes.
Nadie se interpondría entre él y su familia.
Nadie.
Llegó al apartamento para ver que la puerta había sido abierta a patadas. El cuerpo muerto de Shanus estaba tirado en el living.
Wulf se ahogó con el terror hasta que escuchó sonidos de pelea en su habitación. Mejor aún, escuchó los enojados chillidos de su hijo.
Corriendo a través de la habitación, llegó al dormitorio y se detuvo. Chris estaba parado en la esquina más lejana, sosteniendo a Erik contra su pecho. Sus dos amigas Apolitas, Kyra y Ariella, estaban frente a él como si fuesen una barrera para proteger a Chris y a Erik.
Stryker y tres Daimons más estaban atacando a Kat y a Cassandra, quienes peleaban contra ellos con un admirable talento y habilidad.
—No puedes sostener tu escudo por siempre, Katra –gruñó Stryker.
Kat miró a Wulf y sonrió.
—No tengo que hacerlo. Sólo tenía que sostenerlo lo suficiente para que la caballería llegara.
Stryker vaciló, luego miró sobre su hombre al mismo tiempo que Wulf atacaba.
Wulf mató a un Daimon, y entonces fue por Stryker. Stryker giró y golpeó a Wulf con un rayo dorado que lo lanzó contra la pared.
Siseando de dolor, Wulf vio movimiento por el rabillo del ojo.
Eran Ash y Zarek.
Kat desapareció inmediatamente mientras Stryker maldecía.
Wulf y Zarek fueron tras los dos últimos Daimons mientras Ash y Stryker se enfrentaban.
—Ve a casa, Stryker –dijo Ash—. La guerra ha terminado.
—Jamás terminará. No mientras mi padre… —escupió la palabra—… viva.
Ash sacudió la cabeza.
—Y yo pensé que mi familia era disfuncional… Ya basta. Has perdido. Mi dios, mataste a tu propio hijo, ¿y para qué?
Stryker rugió con furia y atacó a Ash.
Wulf tomó a su hijo de los brazos de Chris al mismo tiempo que Zarek colocaba a Cassandra detrás suyo. Wulf quería llevarlos a un sitio a salvo, pero no podían ir hacia la puerta mientras Ash y Stryker peleaban frente a ella.
Stryker le lanzó un rayo dorado a Ash, quien lo recibió sin sobresaltarse. En cambio, dio un golpe al Daimon que lo levantó en el aire y lo estrelló contra la pared.
Wulf silbó bajo. Todos sabían que Ash era poderoso, pero jamás había visto al Atlante hacer algo así.
Stryker atacó nuevamente. Pero, por alguna razón, Ash no lo mató. Los dos hombres se aporrearon como si fuesen humanos y no…
Lo que diablos fueran.
Con el rostro ensangrentado, Stryker lanzó otro golpe hacia Ash.
Él lo desvió. Ash levantó su mano, y mientras lo hacía, Stryker fue elevado del piso.
Stryker realizó otro golpe que causó que Ash se tambaleara y lo soltase.
El Daimon cayó al suelo. Envolvió sus brazos alrededor de Ash y lo apretó contra la pared.
Pero antes de que pudiera golpear a Acheron otra vez, un demonio amarillo apareció de la nada. Con los ojos destellando, envolvió sus brazos alrededor de Stryker y luego desapareció.
Acheron refunfuñó.
—Ya que estás en eso, Apollymi –gritó Ash—, será mejor que lo mantengas allí.
—¿Qué diablos eres? –le preguntó Wulf a Ash mientras él giraba para enfrentarlos.
—Dios, Z –dijo Ash en broma—. Creo que puedes haber encontrado a un amigo después de todo. Eso debería hacer feliz a Astrid. —Zarek le hizo una seña. Ash lo ignoró—. Bien, chicos, llegó la hora de jugar.
Dante fue a custodiar la puerta de entrada mientras Ash quitaba a su bebé del carrito y se la entregaba a Wulf, que estaba un poco dudoso de tocar a la pequeña niña demonio.
Ella lo miró especulativamente, y luego sonrió.
—Simi no te morderá si no la dejas caer.
—Entonces intentaré no dejarte caer.
Ella le mostró sus colmillos, luego se ubicó en sus brazos, y era la imagen perfecta de un bebé relajado.
—¿Deberíamos escondernos? –Preguntó Julian—. ¿Tomarlos por sorpresa?
—No podemos –dijo Ash—. Stryker no es un Daimon normal.
—¿Más como Desiderius? –preguntó Kyrian.
—Peor. De hecho, mi mejor consejo a todos ustedes… —Ash dirigió una mirada de advertencia a Zarek—… es que dejen que yo me encargue de Stryker. Soy el único al que no puede matar.
—¿Y por qué es eso, Acheron? –Preguntó Zarek—. Oh, espera, me sé ésta. Hará 210º en Fairbanks en pleno enero antes de que respondas a eso.
Ash cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Entonces para qué preguntas?
—Sólo para molestarte. —Zarek caminó—. De cualquier modo, ¿cuándo se supone que lleguen? —El aire sobre la pista de baile brilló y siseó. El rostro de Zarek se transformó en una amplia sonrisa—. Oh, bien. Que comience el baño de sangre.
Kyrian extrajo su espada y extendió el cuchillo mientras Talon sacaba su srad circular. Julian desenvainó su espada Griega.
Zarek y Ash no se movieron para tomar sus armas.
Tampoco Wulf. Su meta era proteger a Simi, Erik, y Cassandra.
El bolt-hole destelló un segundo antes de que Stryker saliera a través del mismo. Una legión completa de Daimons salió junto a él, incluyendo a Urian.
El rostro de Urian era completamente estoico al encontrarse con la mirada de Wulf. Era difícil creer que este era el hombre que lo había casado con Cassandra. No había nada en su rostro ni en sus ojos que indicara que lo conocía. Kat tenía razón, el hombre era un tremendo actor.
—Qué agradable –dijo Stryker con una risa malévola—. Trajiste la cena para mis hombres. Si tan sólo todos fuesen tan considerados.
Varios de los Daimons rieron.
Zarek también.
—Sabes, casi me agrada este tipo, Acheron. Es una lástima que tengamos que matarlo.
Stryker miró de reojo a Zarek antes de que su mirada fuera hacia Acheron. Los dos se miraron fijamente sin una palabra ni emoción.
Pero Wulf vio la momentánea confusión en el rostro de Urian en cuanto vio a Acheron.
—¿Padre?
—Todo está bien, Urian. Sé todo sobre el Atlante. ¿No es verdad, Acheron?
—No. Sólo crees que lo sabes, Strykerius. Yo, por otro lado, conozco cada defecto tuyo, incluso el que te permite confiar en la Destructora mientras ella juega contigo.
—Mientes.
—Tal vez. Pero tal vez no.
Oh, sí, nadie podía jugar el juego de la vaguedad mejor que Acheron. Era un maestro en no decir nada y hacer que la gente dudase hasta del aire que respiraba.
Finalmente, Stryker se volvió hacia Wulf. Su mirada descendió hasta el bebé que Wulf sostenía. Inclinó la cabeza y sonrió.
—Qué dulce. Te tomaste tantas molestias, ¿cierto? Todos ustedes. Debería sentirme halagado.
Una mala sensación atravesó a Wulf. Algo no estaba bien.
¿El Daimon sabía que Simi no era suya?
Stryker fue a pararse junto a Urian. Pasó un brazo sobre los hombros de su hijo y lo besó en la mejilla.
Urian frunció el ceño ante ese gesto, y se puso rígido.
—Los hijos son la razón por la que vivimos, ¿verdad? –Preguntó Stryker—. Nos traen alegría. A veces nos traen dolor. —Urian frunció el ceño aún más mientras su padre jugaba con los lazos de cuero que mantenían el rubio cabello de Urian en una trenza—. Por supuesto, jamás comprenderás el dolor al que me refiero, Wulf. Tu hijo no vivirá lo suficiente como para traicionarte.
Antes de que alguien pudiera moverse, Stryker cortó la garganta de Urian con su mano, que ya no era humana. Tenía la forma de la garra de un dragón.
Empujó a Urian lejos suyo. Urian cayó al suelo jadeando, sosteniendo las manos contra el cuello para contener el flujo de sangre mientras su padre enfrentaba a los Cazadores Oscuros.
—¿Realmente no pensaron que era lo suficientemente estúpido como para caer con este truco, verdad? –Su mirada sostuvo la de Wulf, y cuando habló, no era la voz de Stryker la que se escuchaba… era la voz del padre de Cassandra—. Sabía que jamás me traerías al bebé. Sólo necesitaba sacar a los guardianes de Elysia por un rato.
Wulf maldijo ante sus palabras, y se movió para atacar.
Stryker desapareció en una nube de humo negra mientras los Daimons atacaban.
—¡Ak'ritah tah! –gritó Acheron.
El portal se abrió.
Uno de los Daimons rió.
—No tenemos que atravesar…
Antes de que pudiera terminar la oración, el Daimon fue violentamente succionado por la abertura.
Los demás lo siguieron rápidamente.
Ash corrió a través del lugar hacia donde Urian estaba recostado en un charco de sangre.
—Sh –susurró Ash, cubriendo las manos de Urian con las suyas. Los ojos de Urian estaban llenos de lágrimas mientras miraba a Acheron—. Respira despacio y con calma –dijo Acheron, su tono de voz era tranquilizante y profundo.
Wulf y los demás observaron en un asombrado silencio cómo Ash curaba al Daimon.
—¿Por qué? –preguntó Urian.
—Lo explicaré más tarde. —Acheron se paró y levantó el borde de su remera hasta que su delgado y bien definido estómago estuvo a la vista—. Simi, regresa a mí.
La bebé salió inmediatamente disparada de las manos de Wulf. Se convirtió en un diminuto dragón, y se recostó sobre la piel de Acheron hasta convertirse en un tatuaje sobre sus costillas izquierdas.
—Siempre me pregunté cómo se movía tu tatuaje –dijo Kyrian.
Ash no habló. En lugar de eso, levantó las manos.
Un segundo estaban en el Inferno; al siguiente, estaban en medio de Elysia.
Se había desatado algo peor que el infierno desde que Wulf y Kat se habían ido, más temprano. Gritos interminables rasgaban el aire. Había cuerpos de hombres, mujeres y niños Apolita esparcidos por todas partes. Aparentemente, ellos no se desintegraban como los Daimons a menos que muriesen en sus cumpleaños.
El pavor y el miedo desgarraron a Wulf.
—¡Phoebe! –gritó Urian, corriendo hacia su apartamento.
Wulf no se molestó en llamar. Nadie podía escuchar sobre los gritos. Así que corrió lo más rápido que podía hacia su esposa y su hijo.
Varios Daimons intentaron detenerlo. Con la mirada nublada por la furia, Wulf los atravesaba a cortes.
Nadie se interpondría entre él y su familia.
Nadie.
Llegó al apartamento para ver que la puerta había sido abierta a patadas. El cuerpo muerto de Shanus estaba tirado en el living.
Wulf se ahogó con el terror hasta que escuchó sonidos de pelea en su habitación. Mejor aún, escuchó los enojados chillidos de su hijo.
Corriendo a través de la habitación, llegó al dormitorio y se detuvo. Chris estaba parado en la esquina más lejana, sosteniendo a Erik contra su pecho. Sus dos amigas Apolitas, Kyra y Ariella, estaban frente a él como si fuesen una barrera para proteger a Chris y a Erik.
Stryker y tres Daimons más estaban atacando a Kat y a Cassandra, quienes peleaban contra ellos con un admirable talento y habilidad.
—No puedes sostener tu escudo por siempre, Katra –gruñó Stryker.
Kat miró a Wulf y sonrió.
—No tengo que hacerlo. Sólo tenía que sostenerlo lo suficiente para que la caballería llegara.
Stryker vaciló, luego miró sobre su hombre al mismo tiempo que Wulf atacaba.
Wulf mató a un Daimon, y entonces fue por Stryker. Stryker giró y golpeó a Wulf con un rayo dorado que lo lanzó contra la pared.
Siseando de dolor, Wulf vio movimiento por el rabillo del ojo.
Eran Ash y Zarek.
Kat desapareció inmediatamente mientras Stryker maldecía.
Wulf y Zarek fueron tras los dos últimos Daimons mientras Ash y Stryker se enfrentaban.
—Ve a casa, Stryker –dijo Ash—. La guerra ha terminado.
—Jamás terminará. No mientras mi padre… —escupió la palabra—… viva.
Ash sacudió la cabeza.
—Y yo pensé que mi familia era disfuncional… Ya basta. Has perdido. Mi dios, mataste a tu propio hijo, ¿y para qué?
Stryker rugió con furia y atacó a Ash.
Wulf tomó a su hijo de los brazos de Chris al mismo tiempo que Zarek colocaba a Cassandra detrás suyo. Wulf quería llevarlos a un sitio a salvo, pero no podían ir hacia la puerta mientras Ash y Stryker peleaban frente a ella.
Stryker le lanzó un rayo dorado a Ash, quien lo recibió sin sobresaltarse. En cambio, dio un golpe al Daimon que lo levantó en el aire y lo estrelló contra la pared.
Wulf silbó bajo. Todos sabían que Ash era poderoso, pero jamás había visto al Atlante hacer algo así.
Stryker atacó nuevamente. Pero, por alguna razón, Ash no lo mató. Los dos hombres se aporrearon como si fuesen humanos y no…
Lo que diablos fueran.
Con el rostro ensangrentado, Stryker lanzó otro golpe hacia Ash.
Él lo desvió. Ash levantó su mano, y mientras lo hacía, Stryker fue elevado del piso.
Stryker realizó otro golpe que causó que Ash se tambaleara y lo soltase.
El Daimon cayó al suelo. Envolvió sus brazos alrededor de Ash y lo apretó contra la pared.
Pero antes de que pudiera golpear a Acheron otra vez, un demonio amarillo apareció de la nada. Con los ojos destellando, envolvió sus brazos alrededor de Stryker y luego desapareció.
Acheron refunfuñó.
—Ya que estás en eso, Apollymi –gritó Ash—, será mejor que lo mantengas allí.
—¿Qué diablos eres? –le preguntó Wulf a Ash mientras él giraba para enfrentarlos.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
—No hagas preguntas que no quieres que te respondan –dijo Zarek—. Créeme. No estás para nada preparado para saber la verdad.
—¿Stryker se ha ido? –preguntó Cassandra.
Ash asintió.
Cassandra abrazó a Wulf, y luego tomó a Erik de sus manos y lo sostuvo contra su hombro, para calmarlo.
—Lo sé, bebé –lo arrulló—. Pero el hombre malo se ha ido.
—¿Qué agarró al Daimon? –Preguntó Kyra—. ¿Adónde fueron?
Ash no respondió.
—Ahora están a salvo, chicos. Al menos durante un tiempo.
—¿Regresará? –preguntó Cassandra.
Ash rió a medias.
—No lo sé. Él es una de las pocas criaturas que está más allá de mis poderes. Pero como él dijo, no ha terminado. Podría regresar en unos pocos meses o dentro de algunos siglos. El tiempo pasa de un modo diferente donde él vive.
Kyrian, Talon, y Julian entraron a la habitación.
—Los Daimons han desaparecido –dijo Talon—. Matamos a algunos, pero el resto…
—Está bien –dijo Ash—. Gracias por la ayuda.
Ellos asintieron, luego salieron de la habitación hacia el caos del living.
—Hombre, llevará días limpiar esto –dijo Chris, mirando a su alrededor con incredulidad.
Entonces, ante sus ojos, la destrucción fue deshecha. Lo único que quedaba eran los cuerpos.
Zarek bufó.
—Será mejor que te detengas mientras llevas ventaja, Acheron.
—No llevo ventaja, Z. No puedo arreglar lo que fue realmente dañado aquí esta noche.
La mirada de Ash fue hacia el cuerpo de Shanus.
Wulf sacudió la cabeza mientras levantaba a Shanus para llevarlo hacia el centro de la ciudad.
Había Apolitas en todos lados, llorando y gritando por sus muertos.
—Ellos no merecían esto –le dijo Wulf a Acheron.
—¿Quién lo merece? –preguntó Ash.
Una mujer se acercó a Wulf. Tenía el porte de la realeza, y no hacía falta mucho para comprobar quién era.
—¿Shanus? –dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
Wulf recostó el cuerpo para que ella lo viera.
—¿Eres su esposa?
Ella asintió mientras las lágrimas resplandecían en sus ojos. Puso la cabeza de su esposo sobre su regazo y lloró silenciosamente.
Cassandra se adelantó.
—Lo siento tanto.
La mujer levantó la mirada, con los ojos llenos de odio.
—Salgan. ¡Todos ustedes! Ya no son bienvenidos aquí. ¡Los ayudamos, y ustedes nos destruyeron!
Zarek se aclaró la garganta.
—Ese no sería un mal consejo –le dijo a Wulf, viendo alrededor a los demás, que dirigían miradas asesinas hacia ellos.
—Sí –concordó Ash—. Ayuden a Wulf y a su familia a salir de aquí. Tengo que ir a ver a alguien.
Wulf supo que se refería a Urian.
—¿Quieres que te esperemos?
—No. Habrá un par de SUVs esperándolos arriba. Vayan a casa y nos encontraremos más tarde.
—¿SUVs? –preguntó Kyrian.
—Nuevamente, repito, no hagas preguntas que no quieres que te respondan –dijo Zarek—. Simplemente acepta el hecho de que Acheron es un fenómeno de la naturaleza, y basta.
Ash lo miró con diversión.
—Podré ser un fenómeno, pero al menos no le lanzo relámpagos a mi hermano.
Zarek rió malignamente.
—Al menos no lo he golpeado con uno de ellos… aún.
Ash observó mientras Zarek conducía al grupo fuera de la ciudad.
Él se quedó parado en el centro, inspeccionando el daño que lo rodeaba. Comenzó a aclararlo tal como había hecho en la casa de Wulf y en el apartamento, y entonces se detuvo. Los Apolitas necesitarían algo en qué concentrarse además de su dolor.
Reconstruir la ciudad apartaría sus mentes del sufrimiento. Al menos por un rato.
En lo profundo de su corazón, lloró con ellos.
Sólo porque puedes, no significa que deberías…
Se forzó a sí mismo a caminar por el corredor sin rendirse a la necesidad de arreglar todo.
Para el momento en que había llegado al apartamento de Urian, Ash estaba asqueado por el derramamiento de sangre que Stryker había forjado en nombre de Apollymi.
Esto no tenía sentido, pero por otro lado, ella era la diosa de la Destrucción. Y por eso era que él debía asegurarse de que ella jamás fuera liberada de su prisión.
Ash encontró a Urian arrodillado en el centro del living. El hombre sostenía un pequeño relicario de oro en sus manos, mientras lloraba en silencio.
—¿Urian? –dijo Ash en un tono bajo y firme.
—¡Vete! –gruñó—. Déjame en paz.
—No puedes quedarte aquí –dijo Ash—. Los Apolitas se volverán contra ti.
—Como si me importara. –Miró hacia arriba, y el dolor empático que Ash sintió por Urian lo hizo dar un paso atrás. Hacía mucho tiempo desde la última vez que Ash había estado en contacto directo con tanto sufrimiento desesperado—. ¿Por qué no me dejaste morir, también? ¿Por qué me salvaste?
Ash respiró hondo mientras se lo explicaba.
—Porque si no lo hubiese hecho, habrías vendido tu alma a Artemisa por esto, y hubieses matado a tu padre.
—¿Piensas que no voy a matarlo por ésto? –Se volvió hacia Ash con un gruñido—. No queda nada de ella. ¡Nada! Ni siquiera tengo algo para enterrar. Yo… —sus palabras se cortaron mientras sollozaba.
—Lo sé –dijo Ash, colocando su mano sobre el hombro de Urian.
—¡No lo sabes!
Ash lo tomó del mentón y lo levantó hasta que sus miradas se encontraron.
—Sí, Urian, lo sé.
Urian luchó por respirar mientras veía imágenes atravesando los cambiantes ojos plateados de Ash. Había tanto dolor en ellos, tanta agonía y sabiduría.
Era difícil mantener el contacto visual con él.
—No quiero vivir sin mi Phoebe –dijo Urian, con la voz quebrada al hablar.
—Lo sé. Por esa razón, estoy dándote una opción. No puedo estar siguiendo a tu padre para vigilarlo. Necesito que lo hagas por mí. Porque, tarde o temprano, él regresará en busca del linaje de Apolo.
—¿Por qué los protegería? ¡Phoebe murió por su culpa!
—Phoebe vivió por ellos, Urian. ¿Recuerdas? Tú y tu padre fueron responsables de matar a toda su familia. ¿Alguna vez le dijiste a Phoebe que fuiste tú? ¿Tú, quien mató a su abuela? ¿O a sus primos?
Urian apartó la mirada, avergonzado.
—No. Jamás la habría lastimado.
—Sin embargo, lo hiciste. Cada vez que tú, tu padre o uno de tus Spathis mataba a alguien de su familia, ella sentía el dolor que tú sientes ahora. Las muertes de su madre y de sus hermanas la desgarraron. Para empezar, ¿no fue por eso que salvaste a Cassandra?
—Sí. —Ash se apartó de él mientras Urian se secaba las lágrimas—. ¿Dijiste que tengo una opción?
—La otra es que borraré tus recuerdos de todo. Estarás libre de todo esto. De todo tu sufrimiento. Del pasado, del presente. Puedes vivir como si nada de esto te hubiese sucedido.
—¿Me matarás si te lo pido?
—¿Realmente deseas que lo haga?
Urian miró fijamente el piso. Para la mayoría de la gente sus pensamientos serían desconocidos. Pero Ash lo sabía. Los oía tan claramente como escuchaba los propios.
—Ya no soy un Daimon, ¿cierto? –preguntó Urian luego de una breve pausa.
—No. Ni tampoco eres exactamente Apolita.
—Entonces, ¿qué soy?
Ash respiró hondo mientras decía la verdad.
—Eres único en este mundo.
A Urian no le gustó eso mucho más de lo que a Ash le gustaba ser único. Pero algunas cosas jamás podían ser cambiadas.
—¿Cuánto más viviré? –preguntó Urian.
—Eres inmortal, excepto que estés muerto.
—Eso no tiene sentido.
—La mayor parte de la vida no lo tiene.
Sintió la frustración de Urian con él, pero al menos estaba disminuyendo un poco del dolor del hombre.
—¿Puedo caminar bajo la luz del sol?
—Si lo deseas, así puedo hacerlo. Si eliges la amnesia, te haré completamente humano.
—¿Puedes hacer eso? —Ash asintió. Urian rió amargamente mientras echaba una fría mirada al cuerpo de Ash—. Sabes, Acheron, no soy estúpido, ni tan ciego como Stryker. ¿Él sabe sobre el demonio que llevas en tu cuerpo?
—No, y Simi no es un demonio, es una parte de mí.
La mirada de Urian se hundió en la suya.
—Pobre Stryker, está tan jodido, y ni siquiera lo sabe. —La intensidad de la mirada de Urian quemaba—. Sé quién y qué eres, Acheron Parthenopaeus.
—Entonces sabes que si alguna vez pasas ese conocimiento a alguien, me aseguraré que lo lamentes. Eternamente.
Él asintió.
—Pero no comprendo por qué te escondes.
—No estoy ocultándome –dijo Ash con sencillez—. Lo que sabes no puede ayudar a nadie. Sólo puede destruir y dañar.
Urian pensó en eso un minuto.
—No puedo ser más un Destructor.
—¿Entonces qué eres?
Urian dejó que sus pensamientos vagaran a través de los eventos de esta noche. Pensó en el doloroso sufrimiento dentro suyo, que gritaba por la pérdida de su esposa. Era tan tentador permitir que Acheron lo borrase todo, pero con eso él también perdería los buenos recuerdos.
Aunque él y Phoebe habían tenido unos pocos años juntos, ella lo había amado de un modo en que nadie más lo había hecho. Había tocado un corazón que él hacía tiempo que pensaba que estaba muerto.
No, dolía vivir sin ella, pero no quería perder toda su conexión con Phoebe.
Ajustó el relicario de su esposa alrededor de su cuello y se puso de pie lentamente.
—Soy tu hombre. Pero te advierto ahora. Si alguna vez tengo la oportunidad de matar a Stryker, la tomaré. Y malditas sean las consecuencias.
—¿Stryker se ha ido? –preguntó Cassandra.
Ash asintió.
Cassandra abrazó a Wulf, y luego tomó a Erik de sus manos y lo sostuvo contra su hombro, para calmarlo.
—Lo sé, bebé –lo arrulló—. Pero el hombre malo se ha ido.
—¿Qué agarró al Daimon? –Preguntó Kyra—. ¿Adónde fueron?
Ash no respondió.
—Ahora están a salvo, chicos. Al menos durante un tiempo.
—¿Regresará? –preguntó Cassandra.
Ash rió a medias.
—No lo sé. Él es una de las pocas criaturas que está más allá de mis poderes. Pero como él dijo, no ha terminado. Podría regresar en unos pocos meses o dentro de algunos siglos. El tiempo pasa de un modo diferente donde él vive.
Kyrian, Talon, y Julian entraron a la habitación.
—Los Daimons han desaparecido –dijo Talon—. Matamos a algunos, pero el resto…
—Está bien –dijo Ash—. Gracias por la ayuda.
Ellos asintieron, luego salieron de la habitación hacia el caos del living.
—Hombre, llevará días limpiar esto –dijo Chris, mirando a su alrededor con incredulidad.
Entonces, ante sus ojos, la destrucción fue deshecha. Lo único que quedaba eran los cuerpos.
Zarek bufó.
—Será mejor que te detengas mientras llevas ventaja, Acheron.
—No llevo ventaja, Z. No puedo arreglar lo que fue realmente dañado aquí esta noche.
La mirada de Ash fue hacia el cuerpo de Shanus.
Wulf sacudió la cabeza mientras levantaba a Shanus para llevarlo hacia el centro de la ciudad.
Había Apolitas en todos lados, llorando y gritando por sus muertos.
—Ellos no merecían esto –le dijo Wulf a Acheron.
—¿Quién lo merece? –preguntó Ash.
Una mujer se acercó a Wulf. Tenía el porte de la realeza, y no hacía falta mucho para comprobar quién era.
—¿Shanus? –dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
Wulf recostó el cuerpo para que ella lo viera.
—¿Eres su esposa?
Ella asintió mientras las lágrimas resplandecían en sus ojos. Puso la cabeza de su esposo sobre su regazo y lloró silenciosamente.
Cassandra se adelantó.
—Lo siento tanto.
La mujer levantó la mirada, con los ojos llenos de odio.
—Salgan. ¡Todos ustedes! Ya no son bienvenidos aquí. ¡Los ayudamos, y ustedes nos destruyeron!
Zarek se aclaró la garganta.
—Ese no sería un mal consejo –le dijo a Wulf, viendo alrededor a los demás, que dirigían miradas asesinas hacia ellos.
—Sí –concordó Ash—. Ayuden a Wulf y a su familia a salir de aquí. Tengo que ir a ver a alguien.
Wulf supo que se refería a Urian.
—¿Quieres que te esperemos?
—No. Habrá un par de SUVs esperándolos arriba. Vayan a casa y nos encontraremos más tarde.
—¿SUVs? –preguntó Kyrian.
—Nuevamente, repito, no hagas preguntas que no quieres que te respondan –dijo Zarek—. Simplemente acepta el hecho de que Acheron es un fenómeno de la naturaleza, y basta.
Ash lo miró con diversión.
—Podré ser un fenómeno, pero al menos no le lanzo relámpagos a mi hermano.
Zarek rió malignamente.
—Al menos no lo he golpeado con uno de ellos… aún.
Ash observó mientras Zarek conducía al grupo fuera de la ciudad.
Él se quedó parado en el centro, inspeccionando el daño que lo rodeaba. Comenzó a aclararlo tal como había hecho en la casa de Wulf y en el apartamento, y entonces se detuvo. Los Apolitas necesitarían algo en qué concentrarse además de su dolor.
Reconstruir la ciudad apartaría sus mentes del sufrimiento. Al menos por un rato.
En lo profundo de su corazón, lloró con ellos.
Sólo porque puedes, no significa que deberías…
Se forzó a sí mismo a caminar por el corredor sin rendirse a la necesidad de arreglar todo.
Para el momento en que había llegado al apartamento de Urian, Ash estaba asqueado por el derramamiento de sangre que Stryker había forjado en nombre de Apollymi.
Esto no tenía sentido, pero por otro lado, ella era la diosa de la Destrucción. Y por eso era que él debía asegurarse de que ella jamás fuera liberada de su prisión.
Ash encontró a Urian arrodillado en el centro del living. El hombre sostenía un pequeño relicario de oro en sus manos, mientras lloraba en silencio.
—¿Urian? –dijo Ash en un tono bajo y firme.
—¡Vete! –gruñó—. Déjame en paz.
—No puedes quedarte aquí –dijo Ash—. Los Apolitas se volverán contra ti.
—Como si me importara. –Miró hacia arriba, y el dolor empático que Ash sintió por Urian lo hizo dar un paso atrás. Hacía mucho tiempo desde la última vez que Ash había estado en contacto directo con tanto sufrimiento desesperado—. ¿Por qué no me dejaste morir, también? ¿Por qué me salvaste?
Ash respiró hondo mientras se lo explicaba.
—Porque si no lo hubiese hecho, habrías vendido tu alma a Artemisa por esto, y hubieses matado a tu padre.
—¿Piensas que no voy a matarlo por ésto? –Se volvió hacia Ash con un gruñido—. No queda nada de ella. ¡Nada! Ni siquiera tengo algo para enterrar. Yo… —sus palabras se cortaron mientras sollozaba.
—Lo sé –dijo Ash, colocando su mano sobre el hombro de Urian.
—¡No lo sabes!
Ash lo tomó del mentón y lo levantó hasta que sus miradas se encontraron.
—Sí, Urian, lo sé.
Urian luchó por respirar mientras veía imágenes atravesando los cambiantes ojos plateados de Ash. Había tanto dolor en ellos, tanta agonía y sabiduría.
Era difícil mantener el contacto visual con él.
—No quiero vivir sin mi Phoebe –dijo Urian, con la voz quebrada al hablar.
—Lo sé. Por esa razón, estoy dándote una opción. No puedo estar siguiendo a tu padre para vigilarlo. Necesito que lo hagas por mí. Porque, tarde o temprano, él regresará en busca del linaje de Apolo.
—¿Por qué los protegería? ¡Phoebe murió por su culpa!
—Phoebe vivió por ellos, Urian. ¿Recuerdas? Tú y tu padre fueron responsables de matar a toda su familia. ¿Alguna vez le dijiste a Phoebe que fuiste tú? ¿Tú, quien mató a su abuela? ¿O a sus primos?
Urian apartó la mirada, avergonzado.
—No. Jamás la habría lastimado.
—Sin embargo, lo hiciste. Cada vez que tú, tu padre o uno de tus Spathis mataba a alguien de su familia, ella sentía el dolor que tú sientes ahora. Las muertes de su madre y de sus hermanas la desgarraron. Para empezar, ¿no fue por eso que salvaste a Cassandra?
—Sí. —Ash se apartó de él mientras Urian se secaba las lágrimas—. ¿Dijiste que tengo una opción?
—La otra es que borraré tus recuerdos de todo. Estarás libre de todo esto. De todo tu sufrimiento. Del pasado, del presente. Puedes vivir como si nada de esto te hubiese sucedido.
—¿Me matarás si te lo pido?
—¿Realmente deseas que lo haga?
Urian miró fijamente el piso. Para la mayoría de la gente sus pensamientos serían desconocidos. Pero Ash lo sabía. Los oía tan claramente como escuchaba los propios.
—Ya no soy un Daimon, ¿cierto? –preguntó Urian luego de una breve pausa.
—No. Ni tampoco eres exactamente Apolita.
—Entonces, ¿qué soy?
Ash respiró hondo mientras decía la verdad.
—Eres único en este mundo.
A Urian no le gustó eso mucho más de lo que a Ash le gustaba ser único. Pero algunas cosas jamás podían ser cambiadas.
—¿Cuánto más viviré? –preguntó Urian.
—Eres inmortal, excepto que estés muerto.
—Eso no tiene sentido.
—La mayor parte de la vida no lo tiene.
Sintió la frustración de Urian con él, pero al menos estaba disminuyendo un poco del dolor del hombre.
—¿Puedo caminar bajo la luz del sol?
—Si lo deseas, así puedo hacerlo. Si eliges la amnesia, te haré completamente humano.
—¿Puedes hacer eso? —Ash asintió. Urian rió amargamente mientras echaba una fría mirada al cuerpo de Ash—. Sabes, Acheron, no soy estúpido, ni tan ciego como Stryker. ¿Él sabe sobre el demonio que llevas en tu cuerpo?
—No, y Simi no es un demonio, es una parte de mí.
La mirada de Urian se hundió en la suya.
—Pobre Stryker, está tan jodido, y ni siquiera lo sabe. —La intensidad de la mirada de Urian quemaba—. Sé quién y qué eres, Acheron Parthenopaeus.
—Entonces sabes que si alguna vez pasas ese conocimiento a alguien, me aseguraré que lo lamentes. Eternamente.
Él asintió.
—Pero no comprendo por qué te escondes.
—No estoy ocultándome –dijo Ash con sencillez—. Lo que sabes no puede ayudar a nadie. Sólo puede destruir y dañar.
Urian pensó en eso un minuto.
—No puedo ser más un Destructor.
—¿Entonces qué eres?
Urian dejó que sus pensamientos vagaran a través de los eventos de esta noche. Pensó en el doloroso sufrimiento dentro suyo, que gritaba por la pérdida de su esposa. Era tan tentador permitir que Acheron lo borrase todo, pero con eso él también perdería los buenos recuerdos.
Aunque él y Phoebe habían tenido unos pocos años juntos, ella lo había amado de un modo en que nadie más lo había hecho. Había tocado un corazón que él hacía tiempo que pensaba que estaba muerto.
No, dolía vivir sin ella, pero no quería perder toda su conexión con Phoebe.
Ajustó el relicario de su esposa alrededor de su cuello y se puso de pie lentamente.
—Soy tu hombre. Pero te advierto ahora. Si alguna vez tengo la oportunidad de matar a Stryker, la tomaré. Y malditas sean las consecuencias.
Barachiel- Cinefilo
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 17
Stryker gruñó con indignación al encontrarse en la habitación del trono de la Destructora.
—Estuve tan cerca de matarlos. ¿¡Por qué me detuviste!?
El demonio Sabina aún lo sostenía.
Por una vez, Xedrix no estaba en la habitación con su madre, pero Stryker no tenía tiempo para reflexionar sobre el paradero del demonio. Sus pensamientos estaban demasiado consumidos por el odio y el fastidio.
Su madre estaba sentada en su tumbona completamente serena, como si estuviese presidiendo un tribunal y no hubiese acabado de destruir todos sus años de cuidadosa planificación.
—No me levantes la voz, Strykerius. No aceptaré insubordinación.
Él se forzó a bajar su voz, aunque su sangre hervía de furia.
—¿Por qué interferiste?
Ella colocó su almohadón negro sobre su regazo y jugó con una de las esquinas.
—No puedes ganar contra el Elekti. Te lo dije.
—Podría haberlo derrotado –insistió Stryker.
Nadie podía detenerlo. Estaba seguro de eso.
—No, no hubieses podido –dijo ella firmemente. Bajó otra vez la mirada y pasó elegantemente su mano sobre el satén negro—. No hay peor dolor que el de un hijo que traicione nuestra causa, ¿verdad, Strykerius? Les das todo, ¿y ellos escuchan? No. ¿Te respetan? No. A cambio desgarran tu corazón y escupen sobre la bondad que les has demostrado.
Stryker apretó los dientes mientras ella pronunciaba en voz alta los pensamientos que él tenía dentro. Le había dado todo a Urian, y su hijo le había retribuido con una traición tan profunda que le había llevado días abordar ese problema.
Una parte de él odiaba a Apollymi por decirle la verdad. La otra parte le agradecía.
Jamás había sido el tipo de hombre que acunara a una serpiente contra su pecho.
Stryker jamás le haría a su madre lo que le habían hecho a él.
—Te escucharé, madre.
Ella sostuvo el almohadón contra su pecho y suspiró con fatiga.
—Bien.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Ella lo miró con una pequeña y hermosa sonrisa. Cuando habló, sus palabras fueron simples, pero su tono era puramente maligno.
—Esperamos.
Wulf estaba sentado en el sillón con Cassandra a su lado. Erik dormía pacíficamente en los brazos de su madre, inconsciente de la violencia y las muertes que se habían producido esta noche.
Inconsciente del hecho de que el mundo, al que el bebé recién estaba conociendo, había estado a punto de terminar.
Desde que habían regresado a casa, Wulf se había rehusado a dejar a alguno de ellos fuera de su vista.
Chris estaba ayudando a Talon a vendar su brazo, que había sido golpeado por uno de los Daimons. Julian estaba sentado con una bolsa de hielo en la nuca mientras Kyrian echaba agua oxigenada sobre sus nudillos ensangrentados, dentro de un bol.
Zarek estaba parado como una estatua contra la pared junto al pasillo que llevaba a la cocina. Sólo él parecía ileso luego de la pelea.
—Saben –dijo Kyrian, interrumpiéndose lo suficiente para sisear mientras echaba alcohol sobre el agua oxigenada—, pelear era mucho más fácil cuando era inmortal.
Talon resopló.
—Aún soy inmortal y estoy bastante magullado. Esa fue una tremenda pelea.
El teléfono sonó.
Chris se levantó para atender.
—Será mejor que no sea Stryker –dijo Cassandra sin aliento.
No era. Era su padre.
Chris le alcanzó el teléfono y la mano de Cassandra tembló.
—¿Papi? ¿Estás bien? —Wulf la sostuvo contra su pecho mientras ella lloraba y hablaba un par de minutos; luego colgó—. Fue como tú dijiste –le susurró a Wulf—. Jamás lo tuvieron. Stryker usó el mismo truco para hacer que abandonaras la ciudad, que usó conmigo para abrir la puerta del apartamento. ¡Maldito sea ese bastardo!
El teléfono sonó otra vez.
—¿Qué hay? –dijo Chris bruscamente—. ¿Luna llena?
—Sí –dijeron todos los hombres a la vez.
—Oh.
Chris atendió, luego se lo pasó a Kyrian.
—¿Hola? –dijo Kyrian—. Oh, hola, cariño. No, estoy bien. –Se encogió un poquito—. No, la cacería estuvo bien. Nosotros… eh… regresaremos a casa mañana. –Se detuvo, y luego miró a Julian—. ¿Qué herida en la cabeza? –Se acobardó aún más—. No, dile a Grace que Julian está bien. Fue sólo un pequeño golpe. Todos estamos bien. —Wulf se rió ante el modo en que el ex-Cazador Oscuro estaba retorciéndose—. Sí, está bien, lo haré. También te amo. Adiós. —Kyrian colgó el teléfono y miró a todos—. Dios, jamás se casen con una psíquica. –Miró a Talon, luego a Julian—. Chicos, estamos jodidos. Las mujeres saben que no salimos de caza.
Zarek hizo un sonido grosero al escucharlo.
—¿Lo crees? ¿Qué idiota inventó esa mentira?
—No soy un idiota –dijo Talon bruscamente—. Y no es que haya mentido. Simplemente omití qué íbamos a cazar y dónde.
Zarek hizo otro ruido de desacuerdo.
—¿Como si sus esposas no lo supieran? –Miró a Kyrian—. ¿Cuándo fue la última vez que el Sr. Armani cazó algo que no tuviese una etiqueta de precio? –Su mirada fue hacia Julian—. Oh, y los mocasines y los pantalones son el camuflaje perfecto.
—Cállate, Zarek –dijo Talon enojado.
Cuando Zarek abrió la boca para contestar, golpearon a la puerta.
Quejándose, Chris fue a abrir y dejó que Acheron y Urian pasaran a la habitación. Wulf se puso de pie mientras entraban.
Urian se veía mal. Estaba pálido y su ropa aún estaba cubierta de sangre. Pero lo peor eran la rabia y el dolor reprimidos en sus ojos pálidos.
Wulf no sabía qué decirle. Había perdido todo y ganado nada.
—Estábamos empezando a preocuparnos por ti, Ash –dijo Kyrian.
—Yo no –dijo Zarek—. Pero ahora que estás aquí, ¿me necesitas para algo más?
—No, Z –dijo Ash tranquilamente—. Gracias por venir.
Zarek inclinó la cabeza.
—Cuando quieras que te ayude a destrozar algo, llámame. Pero, en el futuro, ¿podrías elegir algún sitio más cálido para hacerlo?
Zarek desapareció de la habitación antes de que alguno de ellos pudiese responder.
—Saben –dijo Talon—. Realmente me fastidia que sea un dios.
—Sólo asegúrate de no fastidiarlo a él –dijo Ash en advertencia—. O podría convertirte en sapo.
—No se atrevería.
Kyrian se burló.
—Estamos hablando de Zarek, ¿cierto?
—Oh, sí –dijo Talon—. No importa.
Kyrian se puso de pie con un gemido.
—Bueno, ya que soy uno de los pocos no—inmortales en esta habitación, creo que iré a la cama a descansar.
Talon flexionó su brazo vendado.
—Dormir suena como un buen plan para mí.
Chris tiró los suministros médicos dentro de la caja de plástico.
—Vamos, chicos, y les mostraré dónde pueden dormir.
Cassandra se paró junto con Erik.
—Supongo que debería…
—Espera –dijo Urian, deteniéndola. Wulf se puso tenso mientras el Daimon se acercaba a su esposa e hijo. Ash le puso una mano sobre el brazo para evitar que interfiriera—. ¿Puedo alzarlo? –preguntó Urian.
Tanto Cassandra como Wulf fruncieron el ceño. Urian apenas había mirado al bebé antes de esto.
Cassandra observó a Ash, quien asintió.
Reacia, le entregó a Erik. Era evidente que Urian jamás había tenido antes a un bebé en brazos. Cassandra colocó sus manos sobre las de él y le mostró como sostener la cabeza de Erik, y el modo de agarrarlo para que no se lastimase.
—Eres tan frágil –le susurró Urian al bebé que lo miraba dulcemente—. Y aún así estás vivo, mientras que mi Phoebe no lo está.
Wulf dio un paso adelante. Ash lo sostuvo con más fuerza.
—¿Te quedarás a cuidar a tu familia? –preguntó Acheron con calma.
—Mi familia está muerta –gruñó Urian, mirando con furia a Ash.
—No, Urian, no es así. La sangre de Phoebe está en ese bebé. Erik lleva su inmortalidad con él.
Urian cerró los ojos como si escuchar esas palabras fuese más de lo que podría soportar.
—Ella amaba a este bebé –dijo luego de un breve instante—. Podía darme cuenta de cuánto deseaba uno propio cada vez que hablaba de él. Sólo desearía poder haberle dado uno.
—Le diste todo lo demás, Urian –dijo Cassandra, con sus propios ojos llenándose de lágrimas al hablar de su hermana—. Ella lo sabía, y te amaba por eso.
Urian envolvió un brazo alrededor de Cassandra y la atrajo. Recostó la cabeza sobre su hombro y lloró en silencio. Cassandra se unió a él mientras finalmente dejaba salir el dolor que también había estado reprimiendo.
Wulf se sentía incómodo por su dolor. Cassandra era tan increíblemente fuerte. Él también sentía la pérdida de Phoebe, pero no tanto como ellos dos.
Pero conocería el sufrimiento de Urian demasiado pronto.
Luego de un rato, Urian la soltó y le entregó a Erik.
—No permitiré que tu bebé muera, Cassandra. Lo juro. Nadie lo lastimará jamás. No mientras yo viva.
Cassandra lo besó en la mejilla.
—Gracias.
Urian asintió y se apartó de ella.
—Qué alianza, ¿eh? –Dijo Wulf luego de que Cassandra los había dejado—. Un Cazador Oscuro y un Spathi unidos para cuidar a un Apolita. ¿Quién podría haberlo imaginado?
—El amor hace a extraños compañeros de cama –dijo Ash.
—Pensé que eso era la política.
—Ambas cosas lo son.
Urian cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Les molestaría que duerma en el cobertizo?
—Claro que no –dijo Wulf, sabiendo que Urian quería estar en algún sitio donde tuviera recuerdos de Phoebe—. Considéralo tuyo todo el tiempo que quieras.
Stryker gruñó con indignación al encontrarse en la habitación del trono de la Destructora.
—Estuve tan cerca de matarlos. ¿¡Por qué me detuviste!?
El demonio Sabina aún lo sostenía.
Por una vez, Xedrix no estaba en la habitación con su madre, pero Stryker no tenía tiempo para reflexionar sobre el paradero del demonio. Sus pensamientos estaban demasiado consumidos por el odio y el fastidio.
Su madre estaba sentada en su tumbona completamente serena, como si estuviese presidiendo un tribunal y no hubiese acabado de destruir todos sus años de cuidadosa planificación.
—No me levantes la voz, Strykerius. No aceptaré insubordinación.
Él se forzó a bajar su voz, aunque su sangre hervía de furia.
—¿Por qué interferiste?
Ella colocó su almohadón negro sobre su regazo y jugó con una de las esquinas.
—No puedes ganar contra el Elekti. Te lo dije.
—Podría haberlo derrotado –insistió Stryker.
Nadie podía detenerlo. Estaba seguro de eso.
—No, no hubieses podido –dijo ella firmemente. Bajó otra vez la mirada y pasó elegantemente su mano sobre el satén negro—. No hay peor dolor que el de un hijo que traicione nuestra causa, ¿verdad, Strykerius? Les das todo, ¿y ellos escuchan? No. ¿Te respetan? No. A cambio desgarran tu corazón y escupen sobre la bondad que les has demostrado.
Stryker apretó los dientes mientras ella pronunciaba en voz alta los pensamientos que él tenía dentro. Le había dado todo a Urian, y su hijo le había retribuido con una traición tan profunda que le había llevado días abordar ese problema.
Una parte de él odiaba a Apollymi por decirle la verdad. La otra parte le agradecía.
Jamás había sido el tipo de hombre que acunara a una serpiente contra su pecho.
Stryker jamás le haría a su madre lo que le habían hecho a él.
—Te escucharé, madre.
Ella sostuvo el almohadón contra su pecho y suspiró con fatiga.
—Bien.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
Ella lo miró con una pequeña y hermosa sonrisa. Cuando habló, sus palabras fueron simples, pero su tono era puramente maligno.
—Esperamos.
Wulf estaba sentado en el sillón con Cassandra a su lado. Erik dormía pacíficamente en los brazos de su madre, inconsciente de la violencia y las muertes que se habían producido esta noche.
Inconsciente del hecho de que el mundo, al que el bebé recién estaba conociendo, había estado a punto de terminar.
Desde que habían regresado a casa, Wulf se había rehusado a dejar a alguno de ellos fuera de su vista.
Chris estaba ayudando a Talon a vendar su brazo, que había sido golpeado por uno de los Daimons. Julian estaba sentado con una bolsa de hielo en la nuca mientras Kyrian echaba agua oxigenada sobre sus nudillos ensangrentados, dentro de un bol.
Zarek estaba parado como una estatua contra la pared junto al pasillo que llevaba a la cocina. Sólo él parecía ileso luego de la pelea.
—Saben –dijo Kyrian, interrumpiéndose lo suficiente para sisear mientras echaba alcohol sobre el agua oxigenada—, pelear era mucho más fácil cuando era inmortal.
Talon resopló.
—Aún soy inmortal y estoy bastante magullado. Esa fue una tremenda pelea.
El teléfono sonó.
Chris se levantó para atender.
—Será mejor que no sea Stryker –dijo Cassandra sin aliento.
No era. Era su padre.
Chris le alcanzó el teléfono y la mano de Cassandra tembló.
—¿Papi? ¿Estás bien? —Wulf la sostuvo contra su pecho mientras ella lloraba y hablaba un par de minutos; luego colgó—. Fue como tú dijiste –le susurró a Wulf—. Jamás lo tuvieron. Stryker usó el mismo truco para hacer que abandonaras la ciudad, que usó conmigo para abrir la puerta del apartamento. ¡Maldito sea ese bastardo!
El teléfono sonó otra vez.
—¿Qué hay? –dijo Chris bruscamente—. ¿Luna llena?
—Sí –dijeron todos los hombres a la vez.
—Oh.
Chris atendió, luego se lo pasó a Kyrian.
—¿Hola? –dijo Kyrian—. Oh, hola, cariño. No, estoy bien. –Se encogió un poquito—. No, la cacería estuvo bien. Nosotros… eh… regresaremos a casa mañana. –Se detuvo, y luego miró a Julian—. ¿Qué herida en la cabeza? –Se acobardó aún más—. No, dile a Grace que Julian está bien. Fue sólo un pequeño golpe. Todos estamos bien. —Wulf se rió ante el modo en que el ex-Cazador Oscuro estaba retorciéndose—. Sí, está bien, lo haré. También te amo. Adiós. —Kyrian colgó el teléfono y miró a todos—. Dios, jamás se casen con una psíquica. –Miró a Talon, luego a Julian—. Chicos, estamos jodidos. Las mujeres saben que no salimos de caza.
Zarek hizo un sonido grosero al escucharlo.
—¿Lo crees? ¿Qué idiota inventó esa mentira?
—No soy un idiota –dijo Talon bruscamente—. Y no es que haya mentido. Simplemente omití qué íbamos a cazar y dónde.
Zarek hizo otro ruido de desacuerdo.
—¿Como si sus esposas no lo supieran? –Miró a Kyrian—. ¿Cuándo fue la última vez que el Sr. Armani cazó algo que no tuviese una etiqueta de precio? –Su mirada fue hacia Julian—. Oh, y los mocasines y los pantalones son el camuflaje perfecto.
—Cállate, Zarek –dijo Talon enojado.
Cuando Zarek abrió la boca para contestar, golpearon a la puerta.
Quejándose, Chris fue a abrir y dejó que Acheron y Urian pasaran a la habitación. Wulf se puso de pie mientras entraban.
Urian se veía mal. Estaba pálido y su ropa aún estaba cubierta de sangre. Pero lo peor eran la rabia y el dolor reprimidos en sus ojos pálidos.
Wulf no sabía qué decirle. Había perdido todo y ganado nada.
—Estábamos empezando a preocuparnos por ti, Ash –dijo Kyrian.
—Yo no –dijo Zarek—. Pero ahora que estás aquí, ¿me necesitas para algo más?
—No, Z –dijo Ash tranquilamente—. Gracias por venir.
Zarek inclinó la cabeza.
—Cuando quieras que te ayude a destrozar algo, llámame. Pero, en el futuro, ¿podrías elegir algún sitio más cálido para hacerlo?
Zarek desapareció de la habitación antes de que alguno de ellos pudiese responder.
—Saben –dijo Talon—. Realmente me fastidia que sea un dios.
—Sólo asegúrate de no fastidiarlo a él –dijo Ash en advertencia—. O podría convertirte en sapo.
—No se atrevería.
Kyrian se burló.
—Estamos hablando de Zarek, ¿cierto?
—Oh, sí –dijo Talon—. No importa.
Kyrian se puso de pie con un gemido.
—Bueno, ya que soy uno de los pocos no—inmortales en esta habitación, creo que iré a la cama a descansar.
Talon flexionó su brazo vendado.
—Dormir suena como un buen plan para mí.
Chris tiró los suministros médicos dentro de la caja de plástico.
—Vamos, chicos, y les mostraré dónde pueden dormir.
Cassandra se paró junto con Erik.
—Supongo que debería…
—Espera –dijo Urian, deteniéndola. Wulf se puso tenso mientras el Daimon se acercaba a su esposa e hijo. Ash le puso una mano sobre el brazo para evitar que interfiriera—. ¿Puedo alzarlo? –preguntó Urian.
Tanto Cassandra como Wulf fruncieron el ceño. Urian apenas había mirado al bebé antes de esto.
Cassandra observó a Ash, quien asintió.
Reacia, le entregó a Erik. Era evidente que Urian jamás había tenido antes a un bebé en brazos. Cassandra colocó sus manos sobre las de él y le mostró como sostener la cabeza de Erik, y el modo de agarrarlo para que no se lastimase.
—Eres tan frágil –le susurró Urian al bebé que lo miraba dulcemente—. Y aún así estás vivo, mientras que mi Phoebe no lo está.
Wulf dio un paso adelante. Ash lo sostuvo con más fuerza.
—¿Te quedarás a cuidar a tu familia? –preguntó Acheron con calma.
—Mi familia está muerta –gruñó Urian, mirando con furia a Ash.
—No, Urian, no es así. La sangre de Phoebe está en ese bebé. Erik lleva su inmortalidad con él.
Urian cerró los ojos como si escuchar esas palabras fuese más de lo que podría soportar.
—Ella amaba a este bebé –dijo luego de un breve instante—. Podía darme cuenta de cuánto deseaba uno propio cada vez que hablaba de él. Sólo desearía poder haberle dado uno.
—Le diste todo lo demás, Urian –dijo Cassandra, con sus propios ojos llenándose de lágrimas al hablar de su hermana—. Ella lo sabía, y te amaba por eso.
Urian envolvió un brazo alrededor de Cassandra y la atrajo. Recostó la cabeza sobre su hombro y lloró en silencio. Cassandra se unió a él mientras finalmente dejaba salir el dolor que también había estado reprimiendo.
Wulf se sentía incómodo por su dolor. Cassandra era tan increíblemente fuerte. Él también sentía la pérdida de Phoebe, pero no tanto como ellos dos.
Pero conocería el sufrimiento de Urian demasiado pronto.
Luego de un rato, Urian la soltó y le entregó a Erik.
—No permitiré que tu bebé muera, Cassandra. Lo juro. Nadie lo lastimará jamás. No mientras yo viva.
Cassandra lo besó en la mejilla.
—Gracias.
Urian asintió y se apartó de ella.
—Qué alianza, ¿eh? –Dijo Wulf luego de que Cassandra los había dejado—. Un Cazador Oscuro y un Spathi unidos para cuidar a un Apolita. ¿Quién podría haberlo imaginado?
—El amor hace a extraños compañeros de cama –dijo Ash.
—Pensé que eso era la política.
—Ambas cosas lo son.
Urian cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Les molestaría que duerma en el cobertizo?
—Claro que no –dijo Wulf, sabiendo que Urian quería estar en algún sitio donde tuviera recuerdos de Phoebe—. Considéralo tuyo todo el tiempo que quieras.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
Urian salió de la casa como un fantasma silencioso.
—¿Es eso lo que tengo que esperar? –le preguntó Wulf a Ash.
—La vida es un tapiz tejido por las decisiones que tomamos.
—No me vengas con esa porquería seudo-quasi-psico-barboteo, Ash. Estoy cansado, me patearon el trasero, aún estoy preocupado por Cassandra, Erik, y Chris, y realmente me siento como la mierda. Por una sola vez en la eternidad, respóndeme una maldita pregunta.
Los ojos de Ash destellaron de un color rojo tan rápidamente que, por un momento, Wulf pensó que podría haberlo imaginado.
—No me entrometeré con el libre albedrío o el destino, Wulf. Ni por ti, ni por nadie. No hay poder en esta tierra o más allá que podría obligarme a hacer algo así.
—¿Qué tiene eso que ver con Cassandra?
—Todo. Si ella vive o muere depende de lo que ambos hagan o no hagan.
—¿Y eso significa?
Estaba completamente desprevenido para la siguiente declaración de Ash.
—Si quieres salvar su vida, debes amarrar su fuerza vital a la tuya.
Eso no sonaba demasiado difícil. Por primera vez en meses, sentía un poco de esperanza.
—Genial. ¿Hay alguna posibilidad de que me des una pista acerca de cómo hacer eso?
—Tú te alimentas de ella y ella se alimenta de ti.
Una sensación de aprensión encogió el estómago de Wulf.
—¿Alimentarse cómo?
Los cambiantes ojos plateados de Ash se encontraron con los suyos, y la mirada de los mismos estremeció a Wulf hasta el alma.
—Ya conoces esa respuesta. Es lo primero que pasó por tu cabeza, justo ahora.
Cómo odiaba que Acheron hiciera eso.
—¿Tienes alguna idea de lo desagradable que es para mí la perspectiva de beber sangre?
Acheron se encogió de hombros.
—Realmente no es tan malo.
Las palabras sorprendieron a Wulf.
—¿Perdón?
Acheron no se explicó.
—Todo depende de ti, Vikingo. ¿Al menos vas a intentarlo?
Lo que el Atlante sugería era imposible.
—Ella no tiene colmillos.
—Los tendrá si los necesita.
—¿Estás seguro?
Ash asintió.
—Es realmente simple, y aún así realmente no lo es. Tú bebes de su cuello y ella bebe del tuyo.
El antiguo Cazador Oscuro tenía razón. Al principio sonaba muy sencillo. ¿Pero podrían él y Cassandra hacerlo cuando todo lo que creían lo prohibía?
—¿Mi sangre no va a matarla? Pensé que la sangre de Cazador Oscuro…
—No eres un Cazador Oscuro, Wulf. No en realidad. Tú jamás falleciste. Siempre has sido diferente a los demás.
Wulf se burló.
—Y una vez más me dices algo que debería haber sabido hace años. Gracias, Ash.
—Las cosas siempre nos son otorgadas cuando las necesitamos.
—Eso no es para nada cierto –dijo Wulf.
—En realidad, sí lo es. Simplemente tienes que decidir si eres lo suficientemente fuerte y valiente para aprovecharlo y adueñarte de eso.
Ordinariamente, Wulf no hubiese tenido absolutamente ninguna duda acerca de su fuerza o su coraje.
Pero esto…
Esto requería de ambos.
Y requería de un montón de fe que Wulf ya no estaba seguro de tener.
Cassandra se quedó sentada en un asombrado silencio luego de que Wulf le había contado sobre la posible salida.
—¿Estás seguro de que funcionará?
Wulf respiró hondo.
—Ya no sé en qué creer, pero si hay una posibilidad, ¿no deberíamos intentarlo?
—¿Y estás seguro de que este tal Acheron no está intentando matarme también?
Wulf le ofreció una pequeña sonrisa y se contuvo de reír ante esa idea.
—Eso es probablemente lo único de lo que estoy seguro. Confío en Ash, al menos la mayor parte del tiempo.
—Está bien, entonces hagámoslo.
Wulf enarcó una ceja.
—¿Estás segura? —Ella asintió—. Está bien, entonces.
Él se movió para quedar parado justo frente a ella. Cassandra inclinó la cabeza a un lado y se apartó el cabello del cuello.
Wulf le puso las manos en la cintura.
Vaciló.
—¿Y bien? –lo incitó.
Él abrió la boca y colocó sus labios sobre la cálida piel de su cuello. Wulf cerró los ojos mientras sentía los latidos de Cassandra en la vena y le rozaba la piel con sus dientes.
Mmm, sabía bien. Le encantaba el modo en que su piel tentaba a sus labios.
Cassandra acunó la nuca de Wulf con sus manos.
—Hmmm –susurró—, me estás dando escalofríos.
El cuerpo de Wulf estalló ante esas palabras, y ante la imagen que tenía, de ella desnuda en sus brazos.
Muérdela…
Presionó un poco más con sus dientes.
Ella lo agarró con más fuerza del cabello.
¡Hazlo!
—No puedo –dijo, apartándose—. No soy Daimon ni Apolita.
Ella lo miró por debajo de las pestañas.
—¿Ahora comprendes lo que quise decir cuando te dije que no podría transformarme?
Sí, él entendía.
Pero mientras ninguno de ellos estuviese dispuesto a hacer esto, Cassandra estaba destinada a morir.
—¿Es eso lo que tengo que esperar? –le preguntó Wulf a Ash.
—La vida es un tapiz tejido por las decisiones que tomamos.
—No me vengas con esa porquería seudo-quasi-psico-barboteo, Ash. Estoy cansado, me patearon el trasero, aún estoy preocupado por Cassandra, Erik, y Chris, y realmente me siento como la mierda. Por una sola vez en la eternidad, respóndeme una maldita pregunta.
Los ojos de Ash destellaron de un color rojo tan rápidamente que, por un momento, Wulf pensó que podría haberlo imaginado.
—No me entrometeré con el libre albedrío o el destino, Wulf. Ni por ti, ni por nadie. No hay poder en esta tierra o más allá que podría obligarme a hacer algo así.
—¿Qué tiene eso que ver con Cassandra?
—Todo. Si ella vive o muere depende de lo que ambos hagan o no hagan.
—¿Y eso significa?
Estaba completamente desprevenido para la siguiente declaración de Ash.
—Si quieres salvar su vida, debes amarrar su fuerza vital a la tuya.
Eso no sonaba demasiado difícil. Por primera vez en meses, sentía un poco de esperanza.
—Genial. ¿Hay alguna posibilidad de que me des una pista acerca de cómo hacer eso?
—Tú te alimentas de ella y ella se alimenta de ti.
Una sensación de aprensión encogió el estómago de Wulf.
—¿Alimentarse cómo?
Los cambiantes ojos plateados de Ash se encontraron con los suyos, y la mirada de los mismos estremeció a Wulf hasta el alma.
—Ya conoces esa respuesta. Es lo primero que pasó por tu cabeza, justo ahora.
Cómo odiaba que Acheron hiciera eso.
—¿Tienes alguna idea de lo desagradable que es para mí la perspectiva de beber sangre?
Acheron se encogió de hombros.
—Realmente no es tan malo.
Las palabras sorprendieron a Wulf.
—¿Perdón?
Acheron no se explicó.
—Todo depende de ti, Vikingo. ¿Al menos vas a intentarlo?
Lo que el Atlante sugería era imposible.
—Ella no tiene colmillos.
—Los tendrá si los necesita.
—¿Estás seguro?
Ash asintió.
—Es realmente simple, y aún así realmente no lo es. Tú bebes de su cuello y ella bebe del tuyo.
El antiguo Cazador Oscuro tenía razón. Al principio sonaba muy sencillo. ¿Pero podrían él y Cassandra hacerlo cuando todo lo que creían lo prohibía?
—¿Mi sangre no va a matarla? Pensé que la sangre de Cazador Oscuro…
—No eres un Cazador Oscuro, Wulf. No en realidad. Tú jamás falleciste. Siempre has sido diferente a los demás.
Wulf se burló.
—Y una vez más me dices algo que debería haber sabido hace años. Gracias, Ash.
—Las cosas siempre nos son otorgadas cuando las necesitamos.
—Eso no es para nada cierto –dijo Wulf.
—En realidad, sí lo es. Simplemente tienes que decidir si eres lo suficientemente fuerte y valiente para aprovecharlo y adueñarte de eso.
Ordinariamente, Wulf no hubiese tenido absolutamente ninguna duda acerca de su fuerza o su coraje.
Pero esto…
Esto requería de ambos.
Y requería de un montón de fe que Wulf ya no estaba seguro de tener.
Cassandra se quedó sentada en un asombrado silencio luego de que Wulf le había contado sobre la posible salida.
—¿Estás seguro de que funcionará?
Wulf respiró hondo.
—Ya no sé en qué creer, pero si hay una posibilidad, ¿no deberíamos intentarlo?
—¿Y estás seguro de que este tal Acheron no está intentando matarme también?
Wulf le ofreció una pequeña sonrisa y se contuvo de reír ante esa idea.
—Eso es probablemente lo único de lo que estoy seguro. Confío en Ash, al menos la mayor parte del tiempo.
—Está bien, entonces hagámoslo.
Wulf enarcó una ceja.
—¿Estás segura? —Ella asintió—. Está bien, entonces.
Él se movió para quedar parado justo frente a ella. Cassandra inclinó la cabeza a un lado y se apartó el cabello del cuello.
Wulf le puso las manos en la cintura.
Vaciló.
—¿Y bien? –lo incitó.
Él abrió la boca y colocó sus labios sobre la cálida piel de su cuello. Wulf cerró los ojos mientras sentía los latidos de Cassandra en la vena y le rozaba la piel con sus dientes.
Mmm, sabía bien. Le encantaba el modo en que su piel tentaba a sus labios.
Cassandra acunó la nuca de Wulf con sus manos.
—Hmmm –susurró—, me estás dando escalofríos.
El cuerpo de Wulf estalló ante esas palabras, y ante la imagen que tenía, de ella desnuda en sus brazos.
Muérdela…
Presionó un poco más con sus dientes.
Ella lo agarró con más fuerza del cabello.
¡Hazlo!
—No puedo –dijo, apartándose—. No soy Daimon ni Apolita.
Ella lo miró por debajo de las pestañas.
—¿Ahora comprendes lo que quise decir cuando te dije que no podría transformarme?
Sí, él entendía.
Pero mientras ninguno de ellos estuviese dispuesto a hacer esto, Cassandra estaba destinada a morir.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
CAPITULO 18
Wulf estaba en el cuarto de niños con Erik. Estaba sentado en la antigua mecedora con su hijo dormido sobre su hombro mientras observaba distraídamente la pared frente a él. Estaba cubierta con fotos de bebés que habían nacido en su familia durante los últimos doscientos años.
Los recuerdos lo inundaron.
Miró al bebé que tenía en brazos. El tupido cabello negro, el sereno y diminuto rostro. La boca de Erik se movía mientras dormía, y el bebé sonreía como si estuviese en medio de un agradable sueño.
—¿Estás hablándole, D'Aria? –preguntó Wulf, preguntándose si la Cazadora de Sueños cuidaría a su hijo al igual que a él.
Tocó la punta de la nariz de Erik. Incluso dormido, el bebé giró para chupar su dedo.
Wulf sonrió, hasta que captó el débil aroma a rosas y talco en la piel del bebé.
El aroma de Cassandra.
Intentó imaginarse el mundo sin ella. Un día en que no estuviese para iluminarlo todo. Para poner su sedosa mano sobre su piel, para pasar sus graciosos dedos entre su cabello.
El dolor laceró su pecho. Su vista se nubló.
Eres un alma errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única esperanza es aceptarlo.
Al final, comprendía las palabras de la vidente.
—Esto es una porquería –dijo, en voz baja.
No había modo de que dejase escapar a lo mejor que le había sucedido en la vida.
Wulf Tryggvason era una sola cosa en la vida.
Era un bárbaro.
Cassandra estaba en el dormitorio de Wulf, buscando su caja, cuando escuchó que la puerta se abría detrás suyo.
Estaba casi totalmente perdida en sus pensamientos cuando sintió que dos fuertes y poderosos brazos se envolvían a su alrededor y la hacían girar para enfrentarse a un hombre que sólo había visto una vez antes.
La noche en que se habían conocido.
Este era el peligroso guerrero capaz de hacer trizas a un Daimon con las manos desnudas.
Wulf acunó su rostro entre las manos y la besó desesperadamente. Ese beso llegó profundamente dentro de Cassandra e incendió su sangre.
—Eres mía, villkat –susurró Wulf. Su tono era posesivo—. Para siempre.
La apretó contra él, fuertemente. Ella esperó que la tomara. No lo hizo. En cambio, hundió los colmillos en su cuello.
Cassandra no pudo respirar mientras sentía el momentáneo dolor, que fue rápidamente seguido por la sensación más erótica que jamás había conocido.
Su boca se abrió mientras respiraba entrecortadamente, con la cabeza dando vueltas. Veía colores girando ante sus ojos, sentía sus latidos sincronizándose con los de Wulf mientras todo a su alrededor se volvía confuso, vertiginoso. El placer explotó a través de su cuerpo con un orgasmo tan fuerte que la hizo gritar.
Mientras gritaba, sintió que sus incisivos crecían. Sintió a sus colmillos regresando…
Wulf gruñó profundamente mientras la saboreaba. Jamás se había sentido tan unido a nadie en la vida. Era como si fuesen una sola persona compartiendo un solo latido.
Sentía todo lo que ella sentía. Cada esperanza, cada miedo. Toda la mente de Cassandra estaba abierta de par en par ante él, y eso lo abrumó.
Y entonces sintió que lo mordía en el hombro. Wulf jadeó ante la inesperada sensación. Su pene se hinchó, haciéndolo desear estar dentro de ella.
Cassandra estiró la mano entre sus cuerpos mientras bebía de él, y bajó la cremallera de sus pantalones. Wulf gimió gravemente mientras ella lo guiaba directamente dentro suyo.
Sin control sobre sí mismo, él la tomó salvajemente, ferozmente, mientras unían sus fuerzas vitales.
Llegaron juntos a un furioso orgasmo que los golpeó exactamente en el mismo momento.
Débil y agotado, Wulf se apartó del cuello de Cassandra. Ella lo miró, con los ojos brillantes mientras se lamía los labios y sus dientes se retraían.
Wulf la besó profundamente, abrazándola con fuerza.
—Wow –susurró Cassandra—. Aún veo las estrellas. —Él se rió. También las veía—. ¿Crees que realmente funcionó? –le preguntó.
—Si no funciona, voto por que sigamos el consejo de Zarek de agarrar a Acheron y golpearlo.
Cassandra rió nerviosamente.
—Supongo que en unas semanas lo sabremos.
Sólo que no tomó tanto tiempo. Los ojos de Cassandra se ensancharon y comenzó a jadear en busca de aire.
—¿Cassandra? –preguntó Wulf. Ella no respondió—. ¿Bebé? –preguntó otra vez.
Su mirada estaba llena de dolor mientras se estiraba, colocaba su mano sobre la barbuda mejilla y temblaba. En menos de tres segundos, estaba muerta.
—¡Acheron!
Ash despertó bruscamente ante el agudo chillido que repiqueteó en su cabeza. Estaba acostado, desnudo, en su cama, con sus sábanas de seda negra envueltas alrededor de su delgado cuerpo.
Estoy cansado, Artie, y estoy durmiendo.
Envió la nota mental a través del cosmos hasta su templo en el Olimpo en un tono mucho más calmado.
—Entonces levántate y ven aquí. ¡Ahora!
Ash suspiró largamente.
No.
—No te atrevas a darte vuelta y volver a dormir luego de lo que has hecho.
¿Y eso es?
—¡Liberaste a otro Cazador Oscuro sin consultarme!
Las comisuras de los labios de Ash dieron un tirón mientras comprendía porqué vociferaba. Wulf había mordido a Cassandra.
Sonrió, aliviado al saber la verdad. Gracias a los dioses, Wulf había escogido sabiamente.
—Este no es el modo en que se suponía que salieran las cosas, y lo sabes. ¿¡Cómo te atreves a interferir!?
Déjame en paz, Artie. Tienes más Cazadores Oscuros de lo necesario.
—Está bien –dijo ella, en un tono irritable—. Doblaste las reglas de nuestro acuerdo, así que también lo haré yo.
Ash se levantó rápidamente.
—¡Artie!
Se había ido.
Maldiciendo, Ash dispuso la ropa sobre su cuerpo y salió como rayo de su hogar en Katoteros a la casa de Wulf.
Era demasiado tarde.
Wulf estaba en el living con Cassandra en sus brazos. Su rostro estaba pálido, con un tinte azulado.
En cuanto el Vikingo lo vio, sus ojos llenos de lágrimas resplandecieron con odio.
—Me mentiste, Ash. Mi sangre la envenenó.
Ash tomó a Cassandra de los brazos de Wulf y la recostó suavemente en el sillón.
Erik comenzó a aullar, como si comprendiese lo que había sucedido. Como si supiera que su madre estaba muerta.
El corazón de Ash dejó de latir.
Jamás había sido capaz de soportar el sonido de un niño llorando.
—Ve con tu hijo, Wulf.
—Cassandra…
—¡Ve con Erik! –le dijo Ash bruscamente—. Ahora, y sal de la habitación.
Afortunadamente, el Vikingo lo obedeció.
Ash acunó la cabeza de Cassandra en sus manos y cerró los ojos.
—No puedes resucitar a los muertos, Acheron –dijo Artemisa mientras aparecía en la habitación—. Los Destinos no te dejarán.
Ash la miró y entrecerró los ojos.
—No te metas conmigo en este momento, Artie. Esto no te concierne.
—Todo lo que haces me concierne. Conoces nuestro pacto. No me diste nada a cambio del alma de Wulf.
Ash se puso de pie lentamente, con los ojos centelleando.
Artemisa dio un paso atrás, reconociendo el hecho de que él no estaba de humor para jugar con ella.
—Jamás tuviste su alma, Artemisa, y lo sabes. Lo usaste para proteger el linaje de tu hermano. ¿Qué mejor modo de liberarlo, para que proteja a su inmortal esposa y críe a hijos igualmente inmortales que sean lo suficientemente fuertes como para sobrevivir a aquellos que los quieren muertos?
—¡Wulf me pertenece!
—No es así. Jamás te perteneció.
Ash cerró los ojos y tocó la frente de Cassandra.
Sus ojos parpadearon lentamente.
—¡No! –dijo Artemisa con brusquedad.
Ash la miró, con los ojos de un rojo brillante.
—Sí –siseó—. Y a menos que quieras tomar su lugar con Hades, sugiero que te retires.
Artemisa desapareció de la habitación.
Cassandra se sentó lentamente.
—¿Acheron?
—Shh –dijo él, apartándose de ella—. Está bien.
—Me siento tan extraña.
—Lo sé. Esa sensación desaparecerá pronto.
Cassandra frunció el ceño mientras miraba alrededor.
Wulf regresó. Se quedó helado en cuanto vio a Cassandra sentada. Más rápido de lo que Ash podía parpadear, había atravesado la habitación para poder tomarla en brazos y sostenerla contra sí.
—¿Estás bien?
Cassandra miró a Wulf como si hubiese perdido la cabeza.
—Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría?
Wulf la besó, y luego miró a Ash incrédulamente.
—No sé lo que hiciste, pero gracias, Ash. Gracias.
Ash inclinó la cabeza.
—Cuando quieras, Vikingo. Todo lo que pido es que los dos disfruten de su tiempo juntos y tengan montones de hijos. –Cruzó los brazos sobre su pecho—. A propósito, como regalo de bodas, revoco la maldición del sol a ustedes y sus hijos. Nadie que nazca de ustedes dos tendrá que volver a vivir por la noche. No a menos que lo elijan por sí mismos.
—¿Me estoy perdiendo de algo? –preguntó Cassandra nuevamente.
Una esquina de la boca de Ash se elevó.
—Dejaré que Wulf te lo explique. Por el momento, regresaré a la cama.
Ash desapareció de la habitación.
Wulf levantó a Cassandra y la llevó hacia su cama.
Artemisa estaba en el dormitorio de Ash, esperando que reapareciera. La expresión en su rostro le dijo que estaba planeando hacer el resto de su día miserable.
—¿Qué, Artie? –le preguntó, irritado.
Ella balanceaba un medallón con su dedo.
—¿Sabes a quién le pertenece esto?
—Morginne.
—Wulf.
Ash sonrió malignamente.
—Morginne. Loki es quien tiene el alma de Wulf. Piénsalo, Artie. ¿Cuál es la única regla de las almas?
—Deben ser otorgadas libremente.
Él asintió.
—Y tú jamás acordaste renunciar a la de ella. Usando el veneno de Daimon, Morginne drogó a Wulf para que él diera la suya, inconscientemente, a Loki. El hechizo que Loki usó para intercambiar sus almas se gastó luego de unos pocos
Wulf estaba en el cuarto de niños con Erik. Estaba sentado en la antigua mecedora con su hijo dormido sobre su hombro mientras observaba distraídamente la pared frente a él. Estaba cubierta con fotos de bebés que habían nacido en su familia durante los últimos doscientos años.
Los recuerdos lo inundaron.
Miró al bebé que tenía en brazos. El tupido cabello negro, el sereno y diminuto rostro. La boca de Erik se movía mientras dormía, y el bebé sonreía como si estuviese en medio de un agradable sueño.
—¿Estás hablándole, D'Aria? –preguntó Wulf, preguntándose si la Cazadora de Sueños cuidaría a su hijo al igual que a él.
Tocó la punta de la nariz de Erik. Incluso dormido, el bebé giró para chupar su dedo.
Wulf sonrió, hasta que captó el débil aroma a rosas y talco en la piel del bebé.
El aroma de Cassandra.
Intentó imaginarse el mundo sin ella. Un día en que no estuviese para iluminarlo todo. Para poner su sedosa mano sobre su piel, para pasar sus graciosos dedos entre su cabello.
El dolor laceró su pecho. Su vista se nubló.
Eres un alma errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única esperanza es aceptarlo.
Al final, comprendía las palabras de la vidente.
—Esto es una porquería –dijo, en voz baja.
No había modo de que dejase escapar a lo mejor que le había sucedido en la vida.
Wulf Tryggvason era una sola cosa en la vida.
Era un bárbaro.
Cassandra estaba en el dormitorio de Wulf, buscando su caja, cuando escuchó que la puerta se abría detrás suyo.
Estaba casi totalmente perdida en sus pensamientos cuando sintió que dos fuertes y poderosos brazos se envolvían a su alrededor y la hacían girar para enfrentarse a un hombre que sólo había visto una vez antes.
La noche en que se habían conocido.
Este era el peligroso guerrero capaz de hacer trizas a un Daimon con las manos desnudas.
Wulf acunó su rostro entre las manos y la besó desesperadamente. Ese beso llegó profundamente dentro de Cassandra e incendió su sangre.
—Eres mía, villkat –susurró Wulf. Su tono era posesivo—. Para siempre.
La apretó contra él, fuertemente. Ella esperó que la tomara. No lo hizo. En cambio, hundió los colmillos en su cuello.
Cassandra no pudo respirar mientras sentía el momentáneo dolor, que fue rápidamente seguido por la sensación más erótica que jamás había conocido.
Su boca se abrió mientras respiraba entrecortadamente, con la cabeza dando vueltas. Veía colores girando ante sus ojos, sentía sus latidos sincronizándose con los de Wulf mientras todo a su alrededor se volvía confuso, vertiginoso. El placer explotó a través de su cuerpo con un orgasmo tan fuerte que la hizo gritar.
Mientras gritaba, sintió que sus incisivos crecían. Sintió a sus colmillos regresando…
Wulf gruñó profundamente mientras la saboreaba. Jamás se había sentido tan unido a nadie en la vida. Era como si fuesen una sola persona compartiendo un solo latido.
Sentía todo lo que ella sentía. Cada esperanza, cada miedo. Toda la mente de Cassandra estaba abierta de par en par ante él, y eso lo abrumó.
Y entonces sintió que lo mordía en el hombro. Wulf jadeó ante la inesperada sensación. Su pene se hinchó, haciéndolo desear estar dentro de ella.
Cassandra estiró la mano entre sus cuerpos mientras bebía de él, y bajó la cremallera de sus pantalones. Wulf gimió gravemente mientras ella lo guiaba directamente dentro suyo.
Sin control sobre sí mismo, él la tomó salvajemente, ferozmente, mientras unían sus fuerzas vitales.
Llegaron juntos a un furioso orgasmo que los golpeó exactamente en el mismo momento.
Débil y agotado, Wulf se apartó del cuello de Cassandra. Ella lo miró, con los ojos brillantes mientras se lamía los labios y sus dientes se retraían.
Wulf la besó profundamente, abrazándola con fuerza.
—Wow –susurró Cassandra—. Aún veo las estrellas. —Él se rió. También las veía—. ¿Crees que realmente funcionó? –le preguntó.
—Si no funciona, voto por que sigamos el consejo de Zarek de agarrar a Acheron y golpearlo.
Cassandra rió nerviosamente.
—Supongo que en unas semanas lo sabremos.
Sólo que no tomó tanto tiempo. Los ojos de Cassandra se ensancharon y comenzó a jadear en busca de aire.
—¿Cassandra? –preguntó Wulf. Ella no respondió—. ¿Bebé? –preguntó otra vez.
Su mirada estaba llena de dolor mientras se estiraba, colocaba su mano sobre la barbuda mejilla y temblaba. En menos de tres segundos, estaba muerta.
—¡Acheron!
Ash despertó bruscamente ante el agudo chillido que repiqueteó en su cabeza. Estaba acostado, desnudo, en su cama, con sus sábanas de seda negra envueltas alrededor de su delgado cuerpo.
Estoy cansado, Artie, y estoy durmiendo.
Envió la nota mental a través del cosmos hasta su templo en el Olimpo en un tono mucho más calmado.
—Entonces levántate y ven aquí. ¡Ahora!
Ash suspiró largamente.
No.
—No te atrevas a darte vuelta y volver a dormir luego de lo que has hecho.
¿Y eso es?
—¡Liberaste a otro Cazador Oscuro sin consultarme!
Las comisuras de los labios de Ash dieron un tirón mientras comprendía porqué vociferaba. Wulf había mordido a Cassandra.
Sonrió, aliviado al saber la verdad. Gracias a los dioses, Wulf había escogido sabiamente.
—Este no es el modo en que se suponía que salieran las cosas, y lo sabes. ¿¡Cómo te atreves a interferir!?
Déjame en paz, Artie. Tienes más Cazadores Oscuros de lo necesario.
—Está bien –dijo ella, en un tono irritable—. Doblaste las reglas de nuestro acuerdo, así que también lo haré yo.
Ash se levantó rápidamente.
—¡Artie!
Se había ido.
Maldiciendo, Ash dispuso la ropa sobre su cuerpo y salió como rayo de su hogar en Katoteros a la casa de Wulf.
Era demasiado tarde.
Wulf estaba en el living con Cassandra en sus brazos. Su rostro estaba pálido, con un tinte azulado.
En cuanto el Vikingo lo vio, sus ojos llenos de lágrimas resplandecieron con odio.
—Me mentiste, Ash. Mi sangre la envenenó.
Ash tomó a Cassandra de los brazos de Wulf y la recostó suavemente en el sillón.
Erik comenzó a aullar, como si comprendiese lo que había sucedido. Como si supiera que su madre estaba muerta.
El corazón de Ash dejó de latir.
Jamás había sido capaz de soportar el sonido de un niño llorando.
—Ve con tu hijo, Wulf.
—Cassandra…
—¡Ve con Erik! –le dijo Ash bruscamente—. Ahora, y sal de la habitación.
Afortunadamente, el Vikingo lo obedeció.
Ash acunó la cabeza de Cassandra en sus manos y cerró los ojos.
—No puedes resucitar a los muertos, Acheron –dijo Artemisa mientras aparecía en la habitación—. Los Destinos no te dejarán.
Ash la miró y entrecerró los ojos.
—No te metas conmigo en este momento, Artie. Esto no te concierne.
—Todo lo que haces me concierne. Conoces nuestro pacto. No me diste nada a cambio del alma de Wulf.
Ash se puso de pie lentamente, con los ojos centelleando.
Artemisa dio un paso atrás, reconociendo el hecho de que él no estaba de humor para jugar con ella.
—Jamás tuviste su alma, Artemisa, y lo sabes. Lo usaste para proteger el linaje de tu hermano. ¿Qué mejor modo de liberarlo, para que proteja a su inmortal esposa y críe a hijos igualmente inmortales que sean lo suficientemente fuertes como para sobrevivir a aquellos que los quieren muertos?
—¡Wulf me pertenece!
—No es así. Jamás te perteneció.
Ash cerró los ojos y tocó la frente de Cassandra.
Sus ojos parpadearon lentamente.
—¡No! –dijo Artemisa con brusquedad.
Ash la miró, con los ojos de un rojo brillante.
—Sí –siseó—. Y a menos que quieras tomar su lugar con Hades, sugiero que te retires.
Artemisa desapareció de la habitación.
Cassandra se sentó lentamente.
—¿Acheron?
—Shh –dijo él, apartándose de ella—. Está bien.
—Me siento tan extraña.
—Lo sé. Esa sensación desaparecerá pronto.
Cassandra frunció el ceño mientras miraba alrededor.
Wulf regresó. Se quedó helado en cuanto vio a Cassandra sentada. Más rápido de lo que Ash podía parpadear, había atravesado la habitación para poder tomarla en brazos y sostenerla contra sí.
—¿Estás bien?
Cassandra miró a Wulf como si hubiese perdido la cabeza.
—Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría?
Wulf la besó, y luego miró a Ash incrédulamente.
—No sé lo que hiciste, pero gracias, Ash. Gracias.
Ash inclinó la cabeza.
—Cuando quieras, Vikingo. Todo lo que pido es que los dos disfruten de su tiempo juntos y tengan montones de hijos. –Cruzó los brazos sobre su pecho—. A propósito, como regalo de bodas, revoco la maldición del sol a ustedes y sus hijos. Nadie que nazca de ustedes dos tendrá que volver a vivir por la noche. No a menos que lo elijan por sí mismos.
—¿Me estoy perdiendo de algo? –preguntó Cassandra nuevamente.
Una esquina de la boca de Ash se elevó.
—Dejaré que Wulf te lo explique. Por el momento, regresaré a la cama.
Ash desapareció de la habitación.
Wulf levantó a Cassandra y la llevó hacia su cama.
Artemisa estaba en el dormitorio de Ash, esperando que reapareciera. La expresión en su rostro le dijo que estaba planeando hacer el resto de su día miserable.
—¿Qué, Artie? –le preguntó, irritado.
Ella balanceaba un medallón con su dedo.
—¿Sabes a quién le pertenece esto?
—Morginne.
—Wulf.
Ash sonrió malignamente.
—Morginne. Loki es quien tiene el alma de Wulf. Piénsalo, Artie. ¿Cuál es la única regla de las almas?
—Deben ser otorgadas libremente.
Él asintió.
—Y tú jamás acordaste renunciar a la de ella. Usando el veneno de Daimon, Morginne drogó a Wulf para que él diera la suya, inconscientemente, a Loki. El hechizo que Loki usó para intercambiar sus almas se gastó luego de unos pocos
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
meses, y el alma de Morginne regresó a ti, mientras que la de Wulf regresó al amuleto que Loki tiene.
—Pero…
—No hay peros, Artie. Fui yo quien hizo inmortal a Wulf y le dio sus poderes. Si quieres regresar esa alma a alguien, entonces será mejor que llames a Loki y veas si está dispuesto a entregarte a Morginne.
Ella chilló, furiosa.
—¡Me engañaste!
—No. Este es el modo en que se suponía que fueran las cosas. Necesitabas a alguien que engendrara a la heredera de Apolo. Por mucho que odie a tu hermano, comprendo porqué Cassandra debe vivir y porqué Apolo no puede morir.
—Planeaste esto desde el principio –lo acusó.
—No –la corrigió él—. Simplemente tuve la esperanza.
Ella lo miró con rabia.
—Aún no comprendes la fuente de tus poderes Atlantes, ¿verdad?
Ash respiró entrecortadamente.
—Sí, Artemisa. Lo comprendo. Lo entiendo de un modo que jamás comprenderás.
Y con eso, pasó junto a ella y se recostó en su cama para poder obtener finalmente un poco de su muy bien merecido sueño.
Artemisa trepó a la cama detrás de él y se acurrucó contra su espalda. Le acarició el hombro con su rostro.
—Está bien, entonces –dijo suavemente—. Ganaste esta ronda contra mí y contra Apollymi. Te daré crédito por eso. Pero dime, Acheron… ¿cuánto tiempo puedes continuar derrotándonos a ambas?
Él observó sobre su hombro para ver el maligno destello en sus ojos verdes iridiscentes.
—Cuanto sea necesario, Artemisa. Cuanto sea necesario.
—Pero…
—No hay peros, Artie. Fui yo quien hizo inmortal a Wulf y le dio sus poderes. Si quieres regresar esa alma a alguien, entonces será mejor que llames a Loki y veas si está dispuesto a entregarte a Morginne.
Ella chilló, furiosa.
—¡Me engañaste!
—No. Este es el modo en que se suponía que fueran las cosas. Necesitabas a alguien que engendrara a la heredera de Apolo. Por mucho que odie a tu hermano, comprendo porqué Cassandra debe vivir y porqué Apolo no puede morir.
—Planeaste esto desde el principio –lo acusó.
—No –la corrigió él—. Simplemente tuve la esperanza.
Ella lo miró con rabia.
—Aún no comprendes la fuente de tus poderes Atlantes, ¿verdad?
Ash respiró entrecortadamente.
—Sí, Artemisa. Lo comprendo. Lo entiendo de un modo que jamás comprenderás.
Y con eso, pasó junto a ella y se recostó en su cama para poder obtener finalmente un poco de su muy bien merecido sueño.
Artemisa trepó a la cama detrás de él y se acurrucó contra su espalda. Le acarició el hombro con su rostro.
—Está bien, entonces –dijo suavemente—. Ganaste esta ronda contra mí y contra Apollymi. Te daré crédito por eso. Pero dime, Acheron… ¿cuánto tiempo puedes continuar derrotándonos a ambas?
Él observó sobre su hombro para ver el maligno destello en sus ojos verdes iridiscentes.
—Cuanto sea necesario, Artemisa. Cuanto sea necesario.
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Re: HISTORIAS DE SHERRILYN KENYON: EL BESO DE LA NOCHE
EPILOGO
Cassandra despertó el día de su cumpleaños, con miedo a medias de que todo esto fuese un sueño.
Incluso Wulf nunca se aventuraba demasiado lejos de su lado, como si tuviera miedo de que pudiera evaporarse en el momento en que la dejara.
Regresaba corriendo a ella en todo momento, durante toda la tarde.
—¿Aún estás aquí?
Ella reía y asentía.
—Hasta ahora nada está yendo hacia el sur.
Para el momento en que el sol se puso y ella se veía igual que esa mañana, Cassandra se dio cuenta de la verdad.
Había terminado.
Ambos eran libres.
Su corazón cantó con alivio. Wulf ya no tenía que cazar a su gente, y ella ya no tenía que vivir sus cumpleaños con terror.
Nunca más.
Era perfecto.
Tres años más tarde
No era perfecto.
Cassandra se mordió los labios, parada en medio del patio con las manos sobre la cadera mientras Wulf, Chris, y Urian discutían acerca del set de juegos que ella estaba intentando que armaran para Erik.
Los trabajadores se habían retirado al frente de la casa, mientras que los tres hombres discutían en la parte de atrás.
—No, ves, el tobogán está demasiado alto –estaba diciendo Wulf—. Podría caerse y darse un golpe.
—Olvida eso –dijo Chris bruscamente—. Podría destruirse en el subibaja.
—Nada de subibaja –dijo Urian—. Las hamacas son un peligro asfixiante. ¿De quién fue la idea de que tuviese esto?
Cassandra puso los ojos en blanco mientras Erik se aferraba a su mano y chillaba porque se estaban llevando su set de juego.
Mirando su hinchada panza, suspiró.
—Sigue mi consejo, pequeño. Quédate ahí tanto como puedas. Estos chicos van a volverte loco. —Cassandra levantó a Erik y lo llevó hasta su padre. Forzó a Wulf a que alzara al pequeño llorando—. Explícale al bebé mientras voy adentro y coloco más acolchados en las paredes de su cuarto.
—Sabes –dijo Chris—, ella tiene razón. Realmente necesitamos más acolchados…
Y los hombres siguieron con ese tema.
Cassandra rió. Pobre Erik, pero al menos sabía que lo amaban.
Deslizó la puerta de vidrio y regresó a la casa.
Dos segundos más tarde, Wulf estaba allí, levantándola en sus brazos.
—¿Ya te volviste completamente loca?
—No, pero creo que tú sí.
Él se rió.
—Una pizca de prevención…
—Vale por lo menos diez años de terapia.
Wulf gruñó profundamente mientras la cargaba a través de la casa.
—¿Realmente deseas que tenga esos juegos?
—Sí. Quiero que Erik tenga lo único que jamás tuve.
—¿Y eso es?
—Una infancia normal.
—Está bien –dijo él, suspirando—. Se los dejaré tener, si es tan importante para ti.
—Lo es. Y no te preocupes. Si se parece en algo a su padre, y así es, hará falta mucho más que eso para dañar su duro cráneo.
Wulf fingió indignación.
—Oh, ¿ahora me insultas?
Cassandra envolvió sus brazos alrededor del cuello de Wulf y recostó la cabeza contra su hombro.
—No, mi dulzura. No estoy insultándote. Estoy admirándote.
Él sonrió.
—Bien, es una réplica segura. Pero si hablas en serio acerca de admirarme, puedo pensar en un modo mejor de hacerlo.
—Oh, sí, ¿y cómo es eso?
—Desnudos y en mi cama.
Cassandra despertó el día de su cumpleaños, con miedo a medias de que todo esto fuese un sueño.
Incluso Wulf nunca se aventuraba demasiado lejos de su lado, como si tuviera miedo de que pudiera evaporarse en el momento en que la dejara.
Regresaba corriendo a ella en todo momento, durante toda la tarde.
—¿Aún estás aquí?
Ella reía y asentía.
—Hasta ahora nada está yendo hacia el sur.
Para el momento en que el sol se puso y ella se veía igual que esa mañana, Cassandra se dio cuenta de la verdad.
Había terminado.
Ambos eran libres.
Su corazón cantó con alivio. Wulf ya no tenía que cazar a su gente, y ella ya no tenía que vivir sus cumpleaños con terror.
Nunca más.
Era perfecto.
Tres años más tarde
No era perfecto.
Cassandra se mordió los labios, parada en medio del patio con las manos sobre la cadera mientras Wulf, Chris, y Urian discutían acerca del set de juegos que ella estaba intentando que armaran para Erik.
Los trabajadores se habían retirado al frente de la casa, mientras que los tres hombres discutían en la parte de atrás.
—No, ves, el tobogán está demasiado alto –estaba diciendo Wulf—. Podría caerse y darse un golpe.
—Olvida eso –dijo Chris bruscamente—. Podría destruirse en el subibaja.
—Nada de subibaja –dijo Urian—. Las hamacas son un peligro asfixiante. ¿De quién fue la idea de que tuviese esto?
Cassandra puso los ojos en blanco mientras Erik se aferraba a su mano y chillaba porque se estaban llevando su set de juego.
Mirando su hinchada panza, suspiró.
—Sigue mi consejo, pequeño. Quédate ahí tanto como puedas. Estos chicos van a volverte loco. —Cassandra levantó a Erik y lo llevó hasta su padre. Forzó a Wulf a que alzara al pequeño llorando—. Explícale al bebé mientras voy adentro y coloco más acolchados en las paredes de su cuarto.
—Sabes –dijo Chris—, ella tiene razón. Realmente necesitamos más acolchados…
Y los hombres siguieron con ese tema.
Cassandra rió. Pobre Erik, pero al menos sabía que lo amaban.
Deslizó la puerta de vidrio y regresó a la casa.
Dos segundos más tarde, Wulf estaba allí, levantándola en sus brazos.
—¿Ya te volviste completamente loca?
—No, pero creo que tú sí.
Él se rió.
—Una pizca de prevención…
—Vale por lo menos diez años de terapia.
Wulf gruñó profundamente mientras la cargaba a través de la casa.
—¿Realmente deseas que tenga esos juegos?
—Sí. Quiero que Erik tenga lo único que jamás tuve.
—¿Y eso es?
—Una infancia normal.
—Está bien –dijo él, suspirando—. Se los dejaré tener, si es tan importante para ti.
—Lo es. Y no te preocupes. Si se parece en algo a su padre, y así es, hará falta mucho más que eso para dañar su duro cráneo.
Wulf fingió indignación.
—Oh, ¿ahora me insultas?
Cassandra envolvió sus brazos alrededor del cuello de Wulf y recostó la cabeza contra su hombro.
—No, mi dulzura. No estoy insultándote. Estoy admirándote.
Él sonrió.
—Bien, es una réplica segura. Pero si hablas en serio acerca de admirarme, puedo pensar en un modo mejor de hacerlo.
—Oh, sí, ¿y cómo es eso?
—Desnudos y en mi cama.
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